miércoles, 30 de septiembre de 2009

Nominalismo metodológico

Suele denominarse "esencialismo metodológico" o, más comúnmente, realismo metodológico a aquella doctrina según la cual la labor de los científicos no es limitarse a los fenómenos tal y como se nos ofrecen a través de los sentidos. En efecto, la mencionada doctrina mantiene que estos fenómenos son variables y que no existe ciencia más que de lo permanente y universal. La tarea de los científicos es llevar la investigación a la realidad subyacente de los acontecimientos superficiales. El objeto de la ciencia es formular las leyes referentes a la esencia de los fenómenos reales.

Por el contrario, el "nominalismo metodológico" pone en duda la existencia de una esencia subyacente tras la realidad fenoménica. Dejando de lado toda cuestión metafísica, sostiene esta corriente que la labor de los científicos consiste en formular hipótesis para resolver sólo dudas referentes a la experiencia de los sentidos, efectuar observaciones basadas en tales hipótesis, controlarlas y, en definitiva, verificar las uniformidades que se encuentren (de naturaleza determinista o probabilística) enfrentándolas a la realidad. El nominalismo es la base del "positivismo metodológico".

(...)

La revolución filosófica que acompañó al Renacimiento se manifestó, entre otras cosas, en la sustitución del esencialismo por el nominalismo metodológico. Tradicionalmente, cuando las personas desconocían las relaciones de causa y efecto que producían las consecuencias que observaban en el mundo exterior, buscaban interpretaciones finalistas o teleológicas para las mismas. Así, se idearon dioses y demonios cuya acción determinaba los fenómenos observados en la naturaleza: un dios producía el rayo y el trueno, otro se enfadaba y castigaba a los hombres con enfermedades, y así sucesivamente. Solamente, como hemos dicho, con el advenimiento de la Edad Moderna, las ciencias naturales sustituyeron el finalismo por la investigación causal nominalista.

Popper en el libro La sociedad abiert, pág.47:

En lugar de aspirar al descubrimiento de lo que es realmente una cosa y definir su verdadera naturaleza, el nominalismo metodológico procura describir cómo se comporta un objeto en diversas circunstancias y, especialmente, si se observan irregularidades en su conducta.

En otras palabras, el nominalismo metodológico cree ver el objetivo de la ciencia en la descripción de los objetos y sucesos de nuestra experiencia y en la "explicación" de estos hechos, esto es, su descripción con ayuda de leyes universales. Y ve en nuestro lenguaje, especialmente en aquellas de sus reglas que diferencian las oraciones adecuadamente construidas y las inferencias de un simple cúmulo de palabras, el gran instrumento de la descripción científica; no considera, pues, a las palabras, nombres de las esencias, sino más bien herramientas subsidiarias para su tarea.

El nominalista metodológico jamás considerará que una pregunta tal como "¿qué es la energía?", "¿qué es el movimiento?" o "¿qué es un átomo?" constituye una cuestión importante para la física; le atribuirá suma importancia, en cambio, a las preguntas de este tipo: "¿cómo puede aprovecharse la energía solar?", "¿cómo se mueve un planeta?", "¿en qué condiciones irradia luz un átomo?", etc. Y aquellos filosófos que sostienen que antes de haber contestado el "qué es" no puede pretenderse responder a los "cómo", les responderá simplementee que prefiere el modesto grado de exactitud que le proporcionan sus métodos a la pretenciosa confusión en que ellos han incurrido con los suyos

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lunes, 28 de septiembre de 2009

Manual del buen relojero

Para ver una cosa hay que comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehículo? El salvaje no puede percibir la biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo cordaje que los hombres de a bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos.

Borges en There are more things

A modo de ilustración de lo dicho en la anterior anotación y a propósito de esta entrada y de cómo y cuándo hacer afirmaciones metafísicas, doy en escribir el siguiente ejemplo:

Tengo un RELOJ enorme que da la hora a un ritmo ignoto. Ver su funcionamiento interno me está vedado.

Ahora construyo un minireloj, llamémosle: relojNDN, con unas ruedecitas en su mecanismo interior de forma que unas giran y en su giro afectan a otras de un modo tal que toda ruedecilla gira porque otra ruedecilla la empujó.

No obstante, no da la hora al mismo ritmo que el RELOJ. ¿Puedo decir que el RELOJ tiene dentro de su mecanismo ruedecillas girando tal que el relojNDN? No, porque no tengo una réplica exacta del RELOJ de forma que lo que falla en la aproximación del ritmo del RELOJ por parte del relojNDN tendrá que ser, por fuerza, algo del mecanismo interior de este último. Pudiera ser que allí donde hay una ruedecilla debiera haber dos o tres o, donde dos o tres, sólo una.

Ahora construyo un relojNDN en donde algunas ruedecillas del mecanismo interior giran de motu propio. No obstante, aunque el ritmo sea más preciso en su seguimiento al RELOJ tampoco es exacto. Una vez más, ¿puedo...? No, porque no tengo una réplica exacta del RELOJ.

Ahora construyo un relojTOE que sí replica de forma exacta el ritmo del RELOJ ¿Puede decir que su mecanismo interno -si todas las ruedecillas giran porque otras las empuja o bien hay algunas motu propio girando- es idéntico al del RELOJ? Ahora, y sólo ahora, SÍ porque tengo una réplica exacta del RELOJ.

A día de hoy, tal y como está el estado de la ciencia y más si miramos la cuántica, tenemos un relojADN, pero nada nos impide aseverar que donde tenemos una ruedecilla falte un par o, donde tenemos un par, sobre una. Cuando tengamos -que no lo tendremos- el relojTOE entonces sí que podremos decir:

Mira, está demostrado empíricamente que, como el relojTOE verdaderamente replica al RELOJ, es cierto NDN (Nada sale de la nada) porque absolutamente todas las ruedecillas giran sólo cuando otras las empujan.

Mientras tanto, mientras no, el decir, siquiera, que el RELOJ usa ruedecillas (i.e: estructuras matemáticas) aunque sólo sepamos hacer relojes con ruedecillas, no es más que un loable auto de fe pero que, cuidado, no podemos confundir con conocimiento demostrado.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Relativismo ontológico

Hoy quiero mencionar el relativismo ontológico propuesto por Quine, perfectamente ilustrado con la parábola de gagavai, de la que en su momento hablamos, y a la que otra vez saco a colación pues nos vueve a ser útil para la ocasión. La verdad, dicha sea de paso, es que dicha metáfora es un gran hallazgo retórico de Quine, a la altura de La Caverna, el Demonio, y similares.

En esta ocasión, la explicación de la metáfora viene de la mano de Jorge Ruíz Abánades:

Yo puedo observar la conducta verbal de los aborígenes, y puedo traducir sus palabras a las del castellano, pero esto lo haré acomodando su conducta a mi propia visión del mundo.

Entonces, cuando preguntamos: ¿A qué se refieren los aborígenes cuando dicen “gavagai”?, nosotros podemos contestar “conejo”, pero con esto no hemos hecho sino explicar la referencia de “gavagai” poniendo el castellano como lenguaje de fondo (y no poniendo la realidad misma). Podemos hablar de la referencia del lenguaje aborigen, pero sólo podremos hacerlo en términos relativos a nuestro propio lenguaje, y nunca en términos absolutos.

Decimos que “gavagai” significa “conejo”: nuestro lenguaje —el castellano— está presente en el escrutinio de la referencia de “gavagai”. Cuando pregunto por la referencia de los términos del aborigen, ciertamente, debería estar preguntando por ciertos objetos, pero en mi respuesta no me las veo con los objetos, sino con el castellano.

En efecto, lo que está en juego es la ontología subyacente a cada lenguaje. En verdad, la indeterminación de la traducción implica que no podemos saber realmente en qué consiste la ontología del lenguaje aborigen, pues nosotros siempre la hacemos coincidir con la nuestra. Y es que no puede ser de otra manera. Si al escrutar la referencia de los términos de un lenguaje aborigen debo valerme de mi observación de sus conductas y del entorno, está claro que mi observación está mediada por el lenguaje concreto con el que yo hago mis figuras —en mi caso, el castellano—, y así siempre intentaré acomodar la conducta verbal de los aborígenes a la ontología que yo soy capaz de determinar, pues no puedo salir de ella.

Aquí inciden tanto la inescrutabilidad de la referencia como el relativismo ontológico en el contexto de la traducción radical: no podemos escrutar la referencia en términos absolutos, sino sólo en términos relativos a un lenguaje que ponemos de fondo.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Decálogo de creencias cientificistas

Hablamos de...

1) la ¿falsa? creencia de que existen unas leyes naturales trascendentales, ubicuas e indestructibles que aún postulándolas como reales casualmente se ajustan como un guante a la limitada cognición algorítmicamente comprimidora del postulador de dichas leyes

o hablamos de

2) la ¿falsa? creencia de que la Ciencia es una cazadora de Verdades, no un instrumento metaheurístico, coherente con nuestra estructura cognitiva, biológicamente útil, empero, para manejarnos por el mundo

o hablamos de

3) la ¿falsa? creencia de que el operar científico es capaz de aprehender cualquier tipo de fenomenología, incluida, si existiese, la sobrenatural y que, por tanto, en su visión de lo real no hay puntos ciegos

o hablamos de

4) la ¿falsa? creencia de que el paradigma reduccionista es efectivo no a razón de su encaje con la actividad algorítmica de nuestra cognición cuando busca una cohesión con los datos empíricos sino porque retrata tal cual es a la realidad

o hablamos de

5) la ¿falsa? creencia de que todas las proposiciones de una teoría científica son empíricamente observables

o hablamos de

6) la ¿falsa? creencia de que existen proposiciones científicas que pueden ser juzgadas aisladamente y por tanto que todo proposición científica ha sido aisladamente demostrada como verdadera

o hablamos de

7) la ¿falsa? creencia de que existen hechos puros para cuya percepción no necesitamos del concurso, por tanto del posible sesgo de, nuestra mente. Nomás nos basta la incuestionable evidencia empírica

o hablamos de

8) la ¿falsa? creencia de que la ciencia avanza gracias a una determinada pureza en las creencias morales y/o metafísicas de los científicos

o hablamos de

9) la ¿falsa? creencia de que sólo el cumplimiento ritual de la metodología científica posibilita el alcance de la Verdad

o hablamos de

10) la ¿falsa? creencia de que nuestras matemáticas son el lenguaje universal

...y es que, sinceramente, qué bienaventurados me resultan los incrédulos porque ellos no sufren los penosos rigores de la existencia.

No obstante, más allá de que estas creencias sean falsas lo que me interesa es hacer notar cómo ciertas típicas interpretaciones sobre el mundo necesitan de una postura filosófica previa que no tiene por qué beneficiarse de un indisputable monopolio intelectual sobre la ciencia.

martes, 22 de septiembre de 2009

Mañana será otro día

Érase una vez un pavo que siempre comía a las 9 de la mañana. Como buen científico había llegado a adquirir ese conocimiento mediante una sana experimentación. Cambiaba los parámetros del experimento y los resultados le eran iguales. Otro día, otro clima, otra posición en la jaula. En balde. La comida llegaba puntual a la hora ya fijada. El pavo, finalmente, después de un millar de días, hubo de concluir que, a no dudar, la comida siempre le llegaba a las 9 de la mañana. Al parecer, una ley natural regía el hecho alimenticio. Pero llegó el día siguiente al millar de hechos confirmados, llegó el día del pavo, y esta vez, a las 9, no hubo comida para él, de hecho, la comida fue él.

Esta parábola no es mía. La inventó Russell. Así ilustraba el carácter provisional de cualquier conocimiento adquirido de forma inductiva.

En rigor, que las leyes naturales van a existir mañana, es tan legítimamente asumible como el pavo que se sabe eternamente alimentado. En definitiva, es una ingenuidad.

No obstante, creemos firmemente en que mañana será otro día más, que el sol saldrá, los pájaros cantarán y nuestros calcetines estarán en el mismo cajón en donde los dejamos.

Parece que nuestra naturaleza, de normal, asume como deductivas las proposiciones inductivas. De natural, estamos hechos todo unos pavos.

Creo, empero, que es bueno que así sea. Lanzo una hipótesis explicativa que tal vez guste al psicólogo evolucionista.

Correcto. Nada nos legítima a deducir, más bien inducir, que el mundo va a seguir en pie mañana, pasado, luego siquiera. El saber, el saber sobre el mundo, sobre lo real, siempre es precario porque ningún conocimiento que tenga contacto con la empiria puede ser extraído si no es inducción mediante. Cualquier contacto con el mundo hace enfermar de provisionalidad nuestros saberes.

No obstante, y a diferencia de Sócrates, del iluso Sócrates quien bebió cicuta como si de agua se tratara, nosotros sí que sabemos algo. Sabemos de ella. Sabemos de la Muerte. Nos sabemos mortales.

El hecho no es baladí. Tener noción de nuestra finitud cambia nuestras preferencias temporales, por ende la dinámica de nuestra sociedad, por extensión su capacidad de supervivencia.

No es extraño, que los economistas hayan venido haciendo interesantes investigaciones al respecto. Empiezan a darse cuenta de la importancia de la parca en el devenir de nuestra sociedad, empiezan a darse cuenta que, de hecho, si no hubiese existido la finitud de la vida de los animales, dificilmente hubiese surgido un cerebro que asigne "valor" a la cosas de la vida. Se nota, por ejemplo, en las sociedades tercermundistas con altas dósis de mortandad en donde los jóvenes, incapaces de verse llegar a viejos allí, tienen una tendencia a no posponer un bien presente por un mejor bien futuro. No hay querencia de ahorro. Pero, si no hay ahorro, no hay economía.

Explico brevemente lo que quiero decir. La preferencia temporal se cifra en la característica psicológica de los humanos de valuar los bienes presentes por encima de los futuros. Cuando un hombre prefiere el consumo futuro al presente entonces ahorra. Si nuestras preferencias respecto al futuro nos son indiferentes, porque lo sabemos asegurado Ad eternum o porque no lo sabemos si real, caso de un pavo riguroso, entonces no hay necesidad de posponer (o escoger) nuestros bienes presentes sobre los futuros.

Pero no, no creemos en un mundo de comportamiento caprichoso en donde cualquier cosa, en cualquier momento, en cualquier lugar, pueda suceder. Sabemos, aunque no lo podemos demostrar, mas sabemos, que el mundo con nosotros es legal. Gobernado por leyes precisas que determinan nuestra finitud, que mañana habrá sol y que será otro día pero que algún día no lo habrá para nosotros y eso nos insta a crear a una jerarquía precisa de valores en donde, escoger una u otra opción, no da igual.

En inmortales palabras, Borges decía que, excepto el humano, todas los criaturas son inmortales pues ignoran la muerte pero no casualmente, excepto el humano, apostillo yo, nadie ha creado una civilización.

Leído todo esto, colegiremos que hay algo pavoroso en saber que el Sol saldrá mañana, el Saber que algún día nuestros ojos no lo verán más.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Toda la verdad sobre la Verdad

Mi idea de la verdad es deflacionista: "Está lloviendo es Verdad" es no decir más que "Está lloviendo".

En consecuencia, necesitamos, como nos pide Kripke, fundar las proposiciones. Esto significa que, en última instancia, las proposiciones deben instanciar un hecho, del que poder decir: "Existe".

Sucede así, que el principio de bivalencia (toda oración debe ser verdadera o falsa) ni es, ni tiene por qué ser, válido. Existirán proposiciones infundadas. Dan cuenta de ello las paradojas autorreferenciales (v.gr: Esta frase es falsa), de las que no se puede predicar que es verdad o mentira. También las antinomias, de las que se puede predicar indistintamente verdad y mentira, pero porque, en ambos casos, las proposiciones, en algún eslabón de la cadena inferencial, no están encadenadas a un hecho.

En rigor, como venía a decir el segundo Wittgenstein, no es necesario que el lenguaje referencie a algún hecho para que no caiga en el absurdo. Dado que no son posibles las definiciones ostensivas, basta con que se modelizen de una forma comunicable, o sea en algún juego de lenguaje, los hechos que todos percibimos idénticamente de suerte que "verdad" se entienda como un uso lingüístico, convencional y nominal: una regla lingüística y no una propiedad de los objetos. Decir que "La nieve es blanca", sirve como recordatorio de su uso convencional. Entendida así, urge considerar a la verdad como una mera función expresiva, un mero incremento de la expresividad oracional.

De este modo, se podría uno figurar un mismo hecho desde diferentes lenguajes. No hay necesidad de que exista, entre el modelo y lo modelizado, una precisa conexión lógica. Consecuentemente, no es necesario postular, por ejemplo, que hay algo llamado "bien" que existe independientemente de cualquier "buena acción" en particular para poder manejar el concepto de "bien".

Resumidamente, desde esta mentada concepción de la verdad, contraria a la adecuacionista, tan cara a Aristóteles o Tomás de Aquino, no es necesario que nuestras proposiciones sobre el mundo sean necesariamente representaciones de lo que hay en éste.

Contra este respecto, es moneda común afirmar que la lógica es capaz de definir, ontológicamente, lo que hay, sin hacer uso de la empiria, sin tener que fundar las proposiciones. Punto.

Sin embargo, cabe encontrar una grieta a tan arrogante certidumbre, cabe preguntarse si también es empírica la lógica, cabe preguntarse si nuestra estructura cognitiva surge a razón de que es más sencillo e igual de (re)productivo conseguir describir el mundo en los términos lógicos en que lo hacemos pero, por lo que parece y por lo que va apareciendo, ese privilegio sólo se es dable a las entidades que se mueven en el entorno macroscópico, para manejarse exclusivamente en ese mismo entorno macroscópico.

De ser cierto esto, la Verdad, en su ámbito fundamental, verdaderamente nos estaría vedada, en última instancia sería sobre-humana, sobrenatural.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Pensar el mundo

De normal creemos que nuestro pensar el mundo es similar a fotografiarlo. De normal, pues, tenemos una equivocada conceptuación de nuestro pensar como una actividad representacionista. De ahí a pensar que vemos -o teorizamos- pedacitos de la realidad, de incuestionable veracidad, pedacitos, incluso, prestos a ser juntados algún día para una visión global, hay un pequeño e ilusorio paso.

A mi parecer, nuestras aproximaciones cognitivas al mundo son estructurales, no parciales. Esto significa que dado que lo aprehendido del mundo lo es vía cerebro, consecuentemente no existirá un hecho puro percibido aisladamente sin la mediación deformante o creativa de nuestra estructura cognitiva antes bien, nuestros datos empíricos llegan ya empaquetados o estructurados a nuestro entendimiento.

Una magnífica ilustración de esta idea nos la provee Funes El Memorioso, el cuál percibe dos perros como diferentes, uno el de las 3.14 y otro el de las 3.15, allí donde nosotros sólo vemos uno, veremos siempre uno. Funes sí tiene -porque irreal- una aprehensión parcial de los hechos, suponemos. Nosotros, por el contrario, vemos sólo un perro porque tenenemos una aprehensión de la realidad mediada por, o estructurada a través de, nuestra estructura cognitiva.

De este modo, si los datos empíricos no me vienen en bruto sino ya empaquetados y manipulados por mi estructura cognitiva será ésta en su totalidad la que se enfrenta con la experiencia, razón por la cual digo que no vamos recogiendo de ésta cachitos sin mediaciones estructurales de por medio.

Definitivamente, un ser pensante dispone de una determinada estructura cognitiva y todo lo que puede percibir del entorno depende de lo que le habilita dicha estructura pero es importante recalcar que nuestro pensamiento se acopla a lo real de una forma estructural: no asimila el mundo en su ser, lo re-crea desde él.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El test de Turing

La prueba de Turing consiste en un examen para distinguir si una máquina es inteligente. La naturaleza del desafío es la siguiente:

Se supone un juez situado en una habitación, y una máquina y un ser humano en otras. El juez debe descubrir cuál es el ser humano y cuál es la máquina, estándoles a los dos permitidos mentir al contestar por escrito las preguntas que el juez les hiciera. La tesis de Turing es que si ambos jugadores eran suficientemente hábiles, el juez no podría distinguir quién era el ser humano y quién la máquina.

Su test lleva, precisamente, la cuestión desde el campo de lo "no observable" al de lo "observable" (yo diría, por seguir metiendo el dedo en el ojo: de la metafísica a la empiria). Una vez hecho esto, podemos responderla sabiendo de qué estamos hablando.

He de confesar que, por (ya) triviales razones varias, durante un tiempo fui renuente a aceptar los persuasivos argumentos de Ferreira.

Hasta ayer.

Siempre he dicho que las conversiones intelectuales no son instantáneas, sino que necesitan del tiempo, como si fueran incubadas y precisasen de una casual eclosión y, redoble de tambores, la eclosión llegó ayer de la mano de un chiste perpetrado por Jesús Zamora, que el bautiza como el teorema té-o-café, y que me parece una muestra del por qué de la sensatez de lo propuesto por Turing con su test:

En una cafetería una cliente grita:

- ¡Camarero! ¿Esto es té o café?

- ¿No puede distinguirlo Vd. por el sabor? -responde el camarero

- ¡¡¡No!!!

-Pues entonces, ¿qué más le da que sea café o té?

martes, 15 de septiembre de 2009

Del rigor en la ciencia

Borges en El Hacedor citando a Suárez Miranda en sus Viajes de varones prudentes, pág.119:

...En aquel imperio, el Arte de la Cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba todo una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, esos mapas desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron una Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y de los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas

A decir verdad, un mapa bidimensional, por muy preciso que sea, no puede dar cuenta de forma exacta una línea costera a razón de una dimensionalidad fractal esquiva a las escalas de números enteros de los mapas.

Muchos ven el operar de la ciencia tal que el texto citado, es decir, como una aproximación escrupulosa a la realidad que si no puede serlo completamente es porque se llegaría un punto en que el mapa perdería su necesaria manejabilidad.

Por el contrario, mi interpretación del operar científico difiere sustancialmente y lo hace por las mismas razones por las que es imposible un mapa exacto de una línea costera, esto es, porque la ciencia no es capaz de hacer un mapa fiel de la realidad, aún a pesar de que ad eternum perfilase infinitesimalmente sus detalles, dado que nuestra cognición, por su biológica necesidad de comprimir algorítmicamente los fenómenos -y no otra cosa es grosso modo la actividad científica- acaba siendo incapaz de situarse en la verdadera escala de lo real. En suma, porque nuestra cognición es estructuralmente disímil de la realidad, no parcialmente.

Definitivamente, no es La Pura Verdad, sino una piadosa mentira la que nos guía. No es que, en la práctica, por la inconmensurabilidad de la empresa, estemos ligeramente desorientados, es que esencialmente lo estamos.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Anatomía del miedo

(...)Lo cual nos lleva a la herramienta más potente de los narradores. El miedo. Y no sólo el miedo, sino el espanto. Hay tres clases de miedo, y el espanto es la primera y la más poderosa. Es esa tensión, ese compás de espera que se produce cuando sabemos que hay algo que temer pero aún no hemos identificado de qué se trata. El miedo que sentimos al descubrir que nuestra esposa lleva una hora de retraso; al oír un ruido extraño en el cuarto del niño, al advertir que la ventana que habíamos cerrado está abierta, con las cortinas ondeantes, y no hay nadie más en la casa.

Fernando Iwasaki, en un microrrelato titulado "El extraño" extraído de un interesante libro de microrrelatos de terror, Ajuar Funerario, pág.70:

Me paralizan el pánico y las náuseas. No puedo pedir auxilio. Hay un extraño en mi cama.

Siento su presencia palpitante a mi lado, sus pies escamosos buscando los míos y su respiración de monstruo retumbando en este cuarto que ya no me pertenece.

Mientras se había desnudado en la oscuridad fingí dormir para que no se acercara, para que no me tocara con esas manos que huelen a otra persona que no soy yo. Mi alma se precipita por un abismo negro y repugnante que me penetra viscoso por la boca, por los oídos, por la nariz. Estoy casada con un hombre que no conozco, que no es quien yo creía, que me ha robado la existencia.

Después de diez años de matrimonio he descubierto que mi marido me engaña y que tiene otra vida que no he querido admitir a pesar de las indirectas, los comentarios y las cicatrices que sus amantes dejaban sobre su cuerpo. ¿Desde hace cuánto tiempo me traiciona? ¿Desde hace cuánto tiempo vivo en esta mentira?

Sigo con Orson Scott Card:

Sólo hay terror cuando vemos aquello que tememos. El intruso nos ataca con un cuchillo. Los faros de otro coche se nos echan encima a pesar de que estamos en nuestro carril. Los tríos del Ku Klux Klan salen del matorral y uno de ellos trae una soga en la mano. Todos los músculos del cuerpo excepto los esfínteres, se tensan y nos quedamos tiesos; o gritamos; o corremos. Es un momento de frenesí, de energía desbordante, pero es la energía del aflojamiento, no la energía de la tensión. Por malo que sea, en este sentido es mejor que el espanto. Al menos ahora conocemos el rostro de aquello que tememos. Conocemos sus contornos, sus dimensiones. Sabemos qué podemos esperar.

"Un creyente" de Bor... digo de George Loring Frost recogido en un pésimo libro de microrrelatos, Microantología del Microrrelato, pág.24:

Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros comedores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:

-Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?

-Yo no -respondió el otro-. ¿Y usted?

-Yo sí -dijo el primero, y desapareció

Sigo con Scott Card:

El horror es el más débil de todos. Una vez que ha ocurrido lo que temíamos, vemos sus vestigios, sus reliquias. El cadáver tétrico y despedazado. Las emociones oscilan entre la náusea y la piedad por la víctima. E incluso la piedad está teñida de revulsión y repugnancia; en última instancia rechazamos la escena y le negamos humanidad; con la repetición el horror pierde su capacidad para conmover, en cierta medida deshumaniza a la víctima y por tanto nos deshumaniza a nosotros. Como aprendieron los sonderkommandos de los campos de exterminio, después de ver tantas víctimas desnudas ya no sentimos ganas de llorar ni de vomitar. No nos estremecen. Han dejado de ser personas.

"La declaración de Étienne Corillart" de La tragedia de Gilles de Rais de Georges Bataille (para saber de los reales crímenes confesados por el asesino de infantes Gilles de Rais: Aquí), citado en Historia de la fealdad de Umberto Eco, pág.222:

La razón por la que el niño fue llevado allí es que en casa del dicho Lemoine no había un lugar suficientemente seguro donde poder matarlo; el cual el niño fue muerto en una habitación de la casa del dicho Botden, y le cortaron la cabeza, que luego fue quemada en la misma estancia; en cuanto al cuerpo, atado con el propio cinturón del niño, fue arrojado al pozo negro de la casa del dicho Boetden, adonde él, el testigo, bajó con dificultades para sumergir dicho cuerpo; y el testigo añade que el dicho Buchet estaba al corriente de todo esto.

Ítem, dijo y declaró que el dicho Gilles, acusado, cuando ya se había cortado la vena del cuello o de la garganta de los dichos niños, o se habían cortado otras partes del cuerpo, y cuando la sangre comenzaba a brotar, e incluso después de la decapitación, practicada tal como se ha dicho más arriba, se sentaba a veces sobre su vientre y disfrutaba viéndoles morir, y se sentaba a horcajadas para observar mejor su agonía y muerte.

Ítem, dijo y declaró que a veces, y hasta muy a menudo, tras la decapitación y la muerte de dichos niños, causada por este u otros procedimientos, como se ha dicho más arriba, el dicho Gilles disfrutaba mirándolos y haciendo que mirase él, testigo y otros que compartían sus secretos, y les enseñaba la cabeza y los miembros de los dichos niños muertos, y les preguntaba cuál de aquellos niños tenía los miembros más graciosos, el rostro más hermoso, la cabeza más bella; a menudo disfrutaba besando a algunos de aquellos niños muertos, cuyos miembros estaban examinando, o a alguno que ya hubiera sido examinado y que le había parecido tenía el rostro más bello.

Seguimos con Card:

Por eso me deprime que los narradores contemporáneos de cuentos de miedo se hayan volcado casi exclusivamente hacia el horro, apartándose del espanto.

(...)No han aprendido la verdadera lección de Stephen King. Los relatos de King no funcionan por acumulación de truculencias, sino porque nos identificamos con los personajes antes de que comiencen las escenas truculentas. Y sus mejores libros son novelas como La zona muerta y La danza de la muerte, donde no hay demasiado horror, sino que están impregnados de un espanto que conduce a momentos catárticos de terror y dolor. Más aún, el sufrimiento que padecen los personajes significa algo.

Éste es el arte del miedo. Lograr que el público se identifique con un personaje al extremo de compartir sus temores. No vemos desde fuera, mirando la viscosidad y las heridas abiertas. Vemos desde dentro, temblando antes los horrores inminentes.

Así, pues, el cura ahora lo sabía todo, comprendía todo. Me estrechaba la mano con fuerza, a su vez. Tenía mucho miedo, como es lógico, él también. Los comienzos. Vacilaba, farfullaba incluso como un inocente. Ya no había camino ni luz en el punto en que nos encontrábamos, sólo prudencia en su lugar y que nos pasábamos de unos a otros y en la que no creíamos demasiado tampoco. Nada recoge las palabras que se dicen en esos casos para tranquilizarse. El eco no devuelve nada, has salido de la Sociedad. El miedo no dice ni sí ni no. Recoge todo lo que se dice, el miedo, todo lo que se piensa, todo.

Ni siquiera sirve en esos casos desorbitar los ojos en la obscuridad. Es horror inútil y se acabó. Se ha apoderado de todo, la noche, y hasta de las miradas. Te deja vació. Hay que cogerse de la mano, de todos modos, para no caer. La gente de la luz ya no te comprende. Estás separado de ella por todo el miedo y permaneces aplastado por él hasta el momento en que la cosa acaba de un modo u otro y entonces puedes reunirte por fin con esos cabrones de todo un mundo en la muerte o en la vida.

Terminamos con Orson Scott Card:

Cualquiera puede descuartizar un cadáver ficticio. Sólo un narrador genuino puede inspirarnos la esperanza de que el personaje logre sobrevivir.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Hagase Tú voluntad

Quisiera recoger un interesante texto extraído de Genios escrito por Harold Bloom. Estamos en la página 178:

El escritor más grande en lengua hebrea, conocido entre los estudiosos como J o el Yavista, escribió las partes cruciales de lo que ahora llamamos Génesis, Éxodo y Números en algún momento entre el 950 y el 900.
(…)
Quisiera aclarar que mi lectura del texto de J es la misma que haría de cualquier otro gran texto literario, y lo leo como leería a Homero, a Dante o a Shakespeare.
(…)
Una de las manifestaciones más sobrecogedoras del genio Yavista trasciende incluso a Shakespeare (aunque me duela decirlo). El personaje más sorprendente de J (…) es, extrañamente, Yavé, no sólo Dios como personaje literario sino, inolvidablemente, Dios. Una vez más, quisiera evitar el escándalo. El Yavé de J ha sido una extravagancia durante casi tres mil años porque es humano-demasiado-humano. Recuerdo haber afirmado en mi Book of J que, de acuerdo con los estándares normativos –judaicos, cristianos, islámicos-, la representación de Yavé es blasfema. Hoy añadiría que me quedé corto en esta afirmación: los teólogos (los antiguos y los modernos) y los académicos consideran que el Yavé de J es antropomorfo, lo cual es una absurda evasión.

La única sobresaliente excepción la constituye el estudioso alemán Gerhard von Rad, aunque donde dice Israel yo pondría J y donde habla del Antiguo Testamento yo hablaría de la Biblia hebrea o Tanakh:

En realidad Israel[Yavista o J] pensaba que Yavé tenía forma humana. Pero la forma de expresarlo a la que nosotros recurrimos va exactamente en dirección opuesta según las ideas del Antiguo Testamento[Biblia hebrea], porque de acuerdo con las ideas del yavismo, no se puede decir que Israel[Yavista o J] tenía una concepción antropomorfa de Dios sino lo contrario, que ella tenía una concepción teomórfica del hombre

Con su gran ironía, J consideraba que sus mujeres y hombres eran teomorfos, mientras que su dinámico Yavé es extraordinario y sin trabas desde el comienzo.
(…)
Yavé modela la figura de Adán con arcilla roja adamah, no como un ceramista (…) sino como un niño haciendo pasteles de barro. Sin embargo este es un Dios infantil que insufla en su criatura el soplo de vida, convirtiendo a Adán en un ser vivo, no un alma prisionera dentro de un cuerpo sino una entidad en la que la una y el otro se han fundido, como el propio Yavé.
(…)
Ahora me ocuparé (…) del momento más enigmático y estremecedor de la Biblia Hebrea
(…)
Mientras Moisés baja hacia Egipto [luego del encuentro con Yavé], J nos sacude con lo siguiente:

Y en el camino, en la posada, El Eterno lo encontró y trató de matarlo. Tzipora tomó una piedra afilada y cortó el prepucio de su hijo y lo arrojó a sus pies; y dijo: "En todo lo que a mí concierne, estás casado con sangre"

(…)
¿Cuál es el motivo de la ira de Yavé? J no nos da ninguno y evidentemente cree que no hay explicación posible. ¡A sabiendas de que Rashi no había hecho su trabajo, la normativa tradicional insistía absurdamente en que Moisés debía ser asesinado porque no había circuncidado a su hijo pequeño! Pero esta es una interpretación tardía
(…)
La tradición mesoráchica, infeliz con la ironía de choque del Yavista, sencillamente reescribió el pasaje. Satán aparece como una gran serpiente del desierto que casi se traga a Moisés hasta que Tzipora circuncida al pequeño.

Los herejes gnósticos antiguos y modernos, entre los cuales me incluyo, se han deleitado con el pasaje, pero el refinado e irónico Yavista no era ni un creyente ni un hereje. Yo imagino que J quería que viéramos una vez más que la identificación total con la voluntad de Dios es imposible: él no es predecible.

Mientras escribía estas palabras, los inefables Falwell y Robertson sugirieron que Dios había permitido la destrucción de las Torres Gemelas porque toleramos a los defensores del aborto, a los homosexuales, a las feministas y a los de similar calaña.

Lo último que quisiera oír sería la interpretación Falwell-Robertson de por qué Yavé intentó asesinar a Moisés.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Reivindicación de la metafísica

[La deconstrucción]...es la búsqueda vigilante de esas aporías, puntos oscuros o momentos de autocontradicción donde un texto traiciona involuntariamente la tensión entre la retórica y la lógica, entre lo que quiere decir manifiestamente y lo que no obstante está obligado a decir

Norris citado por Carmen Gonzalez Marín en el prólogo de Márgenes de la Filosofía de Derrida



El conjunto de saberes acumulados por la ciencia -de una determinada pureza mineral que es la que certifica la metodología científica- conforman lo que podríamos denominar El libro de la Naturaleza.

Aunque considero que el hombre sí puede dar cuenta de conocimientos que no han de, más bien no pueden, aparecer en dicho libro; entiendo que todo pensar, que se pretenda transmisible y por tanto de validez intersubjetiva, se debe a la praxis científica, a la escritura del Libro de la Naturaleza.

Cabe preguntarse entonces, dónde queda la filosofía, si es algo más que una distracción cuando menos ociosa, cuando más, socialmente perniciosa. Pues bien, entiendo que la función contemporánea de la praxis filosófica en su vertiente metafísica sería distinguir -desde Kant, simplemente distinguir- aquello que el libro alcanza a inventariar sobre el mundo y aquello que el libro, más bien nuestra cognición, alcanza a inventar sobre el mundo con el objetivo de rellenar huecos que, una vez tapados, permitan continuar el inventariado.

Para llevar a cabo dicha distinción necesitamos de una sistémica visión de la naturaleza construida luego de haber cimentado previamente una neurofilosofía, epistemología, tal vez, aunque no debiéramos, una ontología.

El libro de la Naturaleza es un libro escrito -es muy importante entenderlo- sólo gracias a dos tipos de tecnologías extensoras de nuestra cognición, tales tecnologías son, las que tenemos normalmente por tales y cuya enumeración resultaría tedioso y cuya función sabemos de sobra que resulta capital y, segundamente, la escritura que permite la plasmación, por tanto comunicación, de nuestros pensamientos verbalizables y cuya potencia descriptiva se debe a su correspondencia con el lenguaje que constituye la herramienta cognitiva humana por excelencia pero a cuyas restricciones de efabilidad nos debemos.

1) Encontrar las limitaciones funcionales de dicha herramienta, por ejemplo, su necesidad de emular exclusivamente estructuras computables a razón de su naturaleza estructural; así como 2) encontrar sus arbitrarias imposiciones en su modus operandi, por ejemplo, el uso de la causalidad la cual hace ver mecanizadamente la estructura de lo escrutado por la misma; son dos vías que debieran ser emprendidas por todo aquel peregrino que quiera alcanzar la verdad; caminos, por cierto, que de ser transitados nos debieran hacer ver con ojo crítico nuestras teorizaciones sobre la naturaleza; caminos, por cierto, que cuando se transitan entiendo que se está ante un especular metafísico.

En ese sentido, jamás entendería la metafísica como una especulación sobre lo que la ciencia aún no sabe mientras que lo que se sabe, no se cuestiona; antes bien, es la metafísica, si acaso su sustituta, la neurofilosofía, la que establece previamente los criterios y herramientas interpretativas de lo que El libro de la Naturaleza, la ciencia, alcanza a describir objetivamente sobre lo real porque no existe una posición neutra, ametafísica, sobre dicha visión y algunas lecturas serán más ingenuas que otras.

A este respecto sería interesante recalcar que hay muchas características de la interpretación mainstream de la ciencia que son perfectamente discutibles desde como la creencia ontológica en unas leyes naturales trascendentales, ubicuas e indestructibles. Aún postulándolas como reales casualmente se ajustan como un guante a la cognición algorítmicamente comprimidora del postulador de dichas leyes.

Otro ítem. La creencia epistemológica de una Ciencia como cazadora de Verdades, no un instrumento metaheurístico, coherente con nuestra estructura cognitiva, para manejarnos por el mundo.

Otro ítem. La creencia neurofilosófica de que existen hechos puros para cuya percepción no necesitamos del concurso, por tanto del posible sesgo de, nuestra mente, nomás nos basta la evidencia empírica.

Otro ítem. Bueno, no hace falta ser exhaustivos, creo que me explico.

Todas estas creencias, filosóficamente discutibles, configuran el alcance hermenéutico, que ha de haberlo, del libro de la Naturaleza.

Por todo ello, estoy plenamente convencido que desde la visión de la ciencia de ciertos escritores panfletarios autoproclamados como escépticos, ya legión e in crescendo, no se saca sino una intelectualmente acomodaticia pero artificiosa visión del mundo por esconderle fraudulentamente al lector, bajo la etiqueta de ciencia objetiva, entendida aquí y ahora como saber validado exclusivamente por observaciones empíricas, una epistemología, una neurofilosofía y a veces hasta una ontología, todos ellas, no obstante, logomaquias filosóficas, que para su fina construcción necesitamos de una humana empresa filosófica, no una maquinal recogida de datos eximidos de toda interpretación.

jueves, 3 de septiembre de 2009

La razón de las revoluciones científicas

En el libro El legado filosófico y científico del s.XX nos encontramos esto, pág.322:

El segundo dogma neoempirista atacado por Quine es la suposición de que cada enunciado, considerado aisladamente respecto de sus compañeros, pueda ser en absoluto confirmado o desconfirmado. Mi contrasugerencia...es que nuestros enunciados sobre el mundo externo no comparecen ante el tribunal de la experiencia sensible individualmente, sino sólo en corporación.

La crítica de este segundo dogma es más brillante que la del primero, aunque su argumento original básico no es original de Quine, sino de Duhem, quien expuso a principios del siglo XX la tesis holista -palabra procedente del vocablo griego hólos ('todo'), a la que podemos considerar sinónima de "totalizadora" o "globalizadora"-, según la cuál no hay experimento crucial que enfrente una sola proposición física con la realidad pues esa proposición presupone muchas otras.

De acuerdo con esta tesis, Lakatos dirá que

dada la suficiente imaginación, cualquier teoría (consistente en una o un conjunto finito de proposiciones) puede ser salvada permanentemente de "refutación" por medio de algún ajuste adecuado en el contexto del conocimiento que la contiene.

Este hecho es crucial para entender cómo avanza la ciencia y es que como dije en cierta ocasión:

Yo no veo a la Ciencia seleccionando teorías Verdaderas como un ganadero selecciona al instante a los animales valiosos criados por él sino que veo a la metodología científica como una institución de criba de las ideas/teorías fallidas semejante al actuar de la selección natural con las especies de forma que podemos decir que, a la larga, sobrevivirán las especies más adaptadas al medio, las teorías más acopladas a lo real pero no que sólo estarán, en un momento dado, especies con todas las mutaciones aptas, teorías con todas las ideas reales.

De hecho el holismo confirmacional nos sirve para entender los cómos y por qués de los cambios de paradigma científicos señalados por Kuhn y lo hace sin caer ni en el relativismo epistémico ni en la ilusión de que la ciencia se mueve ideologizadamente en su selección de las teorías pues los cambios de paradigma no son como golpes de estados, ni permanecen porque tienen determinado apoyo social de carácter sectario sino que el problema radica en que no siempre puedes estar seguro de que los datos empíricos o, redundando en la metáfora, presiones selectivas, simplemente estén exigiendo a la especie/paradigma que mute/añada hipótesis ad hoc, sin que por ello cambie el paradigma, desaparezca la especie, -como le sucedió a la teoría gravitatoria cuando se encontró con el perihelio de Mercurio-; o bien, directamente se necesite encontrar a otra especie/teoría más adaptada al entorno -como le sucedió a la teoría gravitatoria cuando se encontró con el experimento de Michelson/Morley.

Viéndose así, dicho sea de paso y para terminar, que no hay tanta diferencia entre las especies/teorías viejas y nuevas pues aunque son cualitativamente distintas en su núcleo metafísico básicamente han aparecido/evolucionado en el mismo entorno por lo que generarán un fitness, un acierto empírico, sólo cuantitativamente diferente.

martes, 1 de septiembre de 2009

El meme definitivo

Lectura veraniega muy interesante:

Sobre el concepto de meme viral.

En esta anotación se convocan con agotador detallismo una serie de materiales razones contra el etéreo concepto de meme.

Sólo añadiré que la memética me parece una extravagante fusión de dos teorías, una refutada, otra cuando menos infalsable, en un amalgamiento pordioseramente maquillado; si bien la cosmética no basta para ligarse a la Verdad.

Tales teorías son primeramente el conductismo pavloviano, simplista e ignorante de la complejidad estructural de la mente humana que no se presta a la ejecución de cualquier tipo de conducta meramente por estímulo o invasión vírica pues no es una tabula rasa.

Segundamente: la teoría platónica de las Ideas, ya que los memes hacen la perfecta vez de las Ideas de Platón cabiendo para aquellos las mismas críticas o cuando menos las mismas dudas sobre su existencia que para éstas.

A los memólogos que se pretenden científicos como los alquimistas, marxistas, analistas bursátiles les preguntaría lo mismo que les preguntaba Popper: ¿hay algún hecho que pueda falsar vuestras teorías?