miércoles, 23 de febrero de 2011

Sociobiología

La representación de los papeles en los seres humanos difiere de la de otros primates, (...), de diversas formas íntimamente conectadas con el lenguaje y una elevada inteligencia. Los papeles son autoconscientes: el actor sabe que está representando por amor de los otros hasta cierto punto, y continuamente reafirma su persona y el impacto que en los demás tiene este comportamiento. Los modelos de su propia clase social y ocupación son elegidos e imitados. La representación del papel es cuidadosa. El individuo puede cambiar sus ropas y su personalidad, e incluso su forma de hablar fuera del trabajo, pero mientras está en él su representación debe ser convincente o los demás sospecharán que no es sincero o competente. Los papeles humanos son muy numerosos. En las sociedades humanas cada individuo está familiarizado con las normas de comportamiento para ganar puntos, o cientos de ocupaciones y posiciones sociales. La división del trabajo está basada en estas distinciones memorizadas, de forma análoga a la determinación fisiológica de castas en los insectos sociales. Pero mientras que la organización social en las colonias de insectos depende de un comportamiento altruista y programado gracias a una mezcla de castas ergonómicamente óptima, la prosperidad de las sociedades humanas está basada en abandonos entre los individuos que representan papeles. Cuando demasiados seres humanos intervienen en una ocupación, aumentan sus tasas costo-beneficio, y algunos individuos se pasan a campos menos poblados por motivos egoístas. Cuando demasiados miembros de una colonia de insectos pertenecen a una casta, surgen diversas formas de inhibición fisiológica, como por ejemplo, una mayor o menor producción de feromonas, lo que hace desviar a otros individuos hacia castas distintas.

Los vertebrados no humanos carecen de los mecanismos básicos para conseguir una avanzada división del trabajo por los medios de los insectos o de los seres humanos. Las sociedades humanas son únicas en sentido cualitativo. Han igualado, y a veces superado en mucho a las sociedades de insectos, en cuanto a división del trabajo. Podemos especular que si la evolución de primates superiores no humanos continuara actualmente más allá del chimpancé, alcanzaría un sistema de papeles similar al modelo humano. Con un aumento de la inteligencia, vendría la capacidad de hablar, la conciencia de la persona, las largas memorias de relaciones personales, y el reconocimiento explícito del "altruísmo recíproco" a través de abandonos iguales y a la largo plazo. ¿Emergieron estas cualidades como consecuencia de una inteligencia superior durante la evolución humana? ¿O fue al revés, que la inteligencia fue construida por pieza como un rasgo capacitador para crear a las cualidades?

Página 326 del libro Sociobiología, de Edward Osborne Wilson

(...) existen dos argumentos distintos en contra de la posibilidad del cálculo económico en las economías socialistas [comunistas]. (...) ambos argumentos, el computacional y el epistemológico, no son sino las dos inseparables caras de una misma moneda, pues, por un lado no es posible efectuar cómputo económico alguno, ni los correspondientes juicios estimativos, si no puede disponerse de la información necesaria para llevarlos a cabo en forma de precios de mercado y, por otro lado, tal información se crea y destruye constantemente como consecuencia del libre ejercicio de la función empresarial que de manera continua constata las relaciones de intercambio o precios de mercado que se han dado en el pasado, y trata de estimar o descubrir cuáles serán los precios de mercado que existirán el día de mañana, actuando en consecuencia y dando lugar con tal actuación a la efectiva formación de los precios futuros.


Un caso puntero es la elegante serie de experimentos realizados por Bert Hölldobler (1967-1971) con el comportamiento del estafilínido Atemeles pubicollis, un inquilino de las colonias de hormigas en Europa. Los Atemeles que emigran de una a otra colonia de huésped se guian por el olor de las hormigas.

(...)

La admisión por parte de la colonia huésped se consigue mediante intrincadas maniobras, en las que dos, y a veces tres glándulas exocrinas, entran en juego. Después de alcanzar la entrada del nido, el coleóptero vagabundea alrededor de la misma hasta encontrar a una [hormiga] obrera. Entonces, se voltea para presentar su "glándula de apaciguamiento", localizada en el punto de su abdomen. La secreción de la misma es, al menos parcialmente, proteica, no conteniendo cantidades apreciables de hidratos de carbono. La hormiga se alimenta con el material pareciendo tranquilizarse en el proceso. Entonces se dirige hacia las "glándulas de adopción", que también lame. Después de esta segunda colación, la hormiga transporta al coleóptero hacia el interior del nido. Si el ardid falla y Atemeles es atacado, es capaz de utilizar secreciones repulsivas que nacen de glándulas defensivas, para mantener alejadas a las hormigas.

Una vez dentro del nido, el coleóptero puede inducir con facilidad a las obreras que regurgiten alimento. Hölldobler demostró que la única señal requerida es el mínimo estímulo táctil usado por las hormigas. La obrera más susceptible es aquella que ha terminado de comer, y está buscando compañeras de nido con quienes compartir el contenido de su elástico buche. Para atraer su atención, una compañera de nido (o un parásito social como Atemeles) sólo tiene que golpear suavemente su cuerpo con las antenas o las patas delanteras. Esto provoca que el dador se gire, enfrentándose al individuo que emite la señal. Si es golpeada ligera y repetidamente en el labio, regurgitará. Otras hormigas, ordinariamente usan sus tarsor anteriores, mientras que los adultos de Atemeles lo hacen con sus tarsos o con sus antenas. Las larvas de Atemeles carecen de extremidades lo bastante largas, y deben curvar las partes frontales de sus cuerpos hacia arriba, empujando sus labios contra los de las hormigas huésped. Incluso estas torpes imitaciones bastan, si los dadores son rellenados cpn el líquido del buche.

Un sistema más sotisficado para los simbiontes, es el de engañar a las obreras huésped tratándolas como formas particulares inmaduras tratándolas como formas particulares inmaduras durante su desarrollo como crias. Las larvas en forma de gusano de Atemeles cumplen esto con distinción. Son recogidas por las obreras de Formica y colocadas entre las larvas huésped, a las que devoran vorazmente. Hölldobler descubrió una sustancia asociada por las obreras con su propia prole, puede separarse de los cuerpos de las larvas de los coleópteros. Cuando efectuó una extracción de parásitos en acetona y empapó objetos simulados con la mezcla, éstos se hicieron temporalmente atractivos para las obreras y fueron tratados como formando parte de la prole. Las sustancias son evidentemente segregadas por pares de glándulas localizadas en la superficie superior de cada segmento del cuerpo del parásito.

En resumen, Atemeles ha penetrado en la médula de la colonia de hormigas, mediante la producción de no más de dos o tres "seudoferomonas", y de la imitación de dos elementales señales táctiles. Ha tomado la ventaja de la relativa impersonalidad de las sociedades de insectos y del estrecho Umwelt (ambiente) sensorial de sus huéspedes. Captando la apariencia espectacularmente distinta de tales parásitos, y su comportamiento distintivo, sólo podemos maravillarnos ante la simplicidad de los códigos según los que pueden organizarse estas complejas sociedades. Como Wheeler dijo, "Si nos comportáramos de forma análoga, deberíamos vivir en una auténtica sociedad de Alicia en el País de las Maravillas. Deberíamos complacernos en tener en nuestras casas puercoespines, caimanes, langostas, etc., insistiendo en que se sentaran a nuestras mesas, alimentándolos tan solícitamente a cucharadas, que nuestros hijos se verían abandonados o crecerían como seres raquíticos e indefensos". La exploración científica del laberíntico mundo de la simbiosis social no ha hecho más que empezar, y los descubrimientos que aún han de efectuarse mantendrán nuestra capacidad de asombrarnos en los tiempos venideros.

Página 393 del libro Sociobiología, de Edward Osborne Wilson

La manía de hoy es enriquecer a todas las clases, unas a costa de otras; es generalizar el despojo, so pretexto de organizarlo. Y como el despojo legal se puede ejercer de muchísimas maneras, hay también muchísimos planes de organización: aranceles, protección, primas, subvenciones, estímulos, impuesto progresivo, instrucción gratuita, derecho al trabajo, derecho al beneficio, derecho al salario, derecho a la asistencia, derecho a los instrumentos de trabajo, derecho al crédito gratuito, etc., etc.: y el conjunto de todos esos planes, en lo que le es común (que es el despojo legal), es lo que se llama socialismo.

Página 71 del libro La ley, de Frédéric Bastiat

Los vertebrados también son capaces de aprender con rapidez lo que los acomoda a los cambiantes nexos de relaciones en que viven. Cuando una colonia de hormigas afronta una emergencia, sus miembros sólo necesitan responder a las feromonas de alarma y determinar los estímulos generales que hallan. Pero un macaco rhesus debe discernir si la excitación se debe a una pelea interna, y de ser así, averiguar quién está involucrado, recordar su propia relación pasada con las participantes, y juzgar sus acciones inmediatas de acuerdo con el hecho de si se beneficiará personalmente o no ejecutando una acción por sí mismo. El vertebrado social también tiene la ventaja de ser capaz de modificar su comportamiento de acuerdo con la observación del éxito o el fracaso por parte de todo el grupo. De esta manera nacen las tradiciones que duran por generaciones dentro una misma sociedad. El juego adquirió cada vez más importancia a medida que avanzaba la evolución social de los vertebrados, facilitando la invención y la transmisión de tradiciones, y ayudando a establecer relaciones personalizadas que duran hasta la edad adulta. La socialización o proceso de adquirir estos rasgos, no es la causa del comportamiento social en el sentido último, genético. Más bien es un conjunto de mecanismos por los cuales la vida social puede personalizarse, y la eficacia biológica individual mejorarse en un contexto social.

Finalmente, las cualidades típicas de los vertebrados de una mejora en la comunicación, reconocimiento personal y aumento de la modificación del comportamiento, hacen posible aún otra propiedad de gran importancia: formación de subgrupos egoistas dentro de la sociedad. Es posible que las parejas, los grupos paterno-filiales, enjambres de hermanos y otros parientes próximos, e incluso pandillas de individuos no relacionados, existan dentro de las sociedades sin perder sus propias identidades separadas.

Cada uno persigue sus propios fines, imponiendo límites severos en la medida en que la sociedad como un todo puede operar como una unidad. La sociedad vertebrada típica, en resumen, favorece la supervivencia individual y dentro del grupo, a expensas de la integridad de la misma.

El hombre ha intensificado estos rasgos de los vertebrados, al tiempo que ha añadido cualidades únicas de sí mismo. Haciendo esto ha logrado un nivel extraordinario de cooperación con un reducido sacrificio, o ninguno, de la supervivencia individual y de la reproducción. La forma exacta en que sólo el hombre ha sido capaz de cruzar este cuarto de pináculo, invirtiendo la tendencia descendente de la evolución social en general, es el misterio culminante de toda la Biología.

Página 398 del libro Sociobiología, de Edward Osborne Wilson

Las prácticas que condujeron a la formación del orden espontáneo tienen mucho en común con las reglas que se observa en el juego. El intento de hallar el origen de la competencia en el juego nos llevaría sin duda demasiado lejos, pero podemos aprender mucho de los magistrales y reveladores análisis del historiador Johan Huizinga -(...)- (...).

Huizinga escribe que "en el mito y en los ritos tienen su origen las grandes fuerzas instintivas de la vida civilizada: ley y orden, comercio y ganancia, destreza y arte, poesía, sabiduría y ciencia. Todas ellas están enraizadas en el terreno originario del juego" (...); el juego "crea orden, es orden" (...) "Se desarrolla dentro de sus propios límites de tiempo y espacio de acuerdo con unas reglas establecidas y unas formas ordenadas" (...)

El juego es realmente claro ejemplo de un proceso en el que la obediencia a unas reglas generales por sujetos que persiguen fines distintos e incluso opuestos da origen a un orden general. Por otra parte, la (...) teoría de los juegos ha puesto de relieve que mientras en algunos de ellos gana una de las partes, equilibrándose esta ganancia con la pérdida de la parte contraria, en otros juegos se produce una ganancia con la pérdida de la parte contraria, en otros juegos se produce una ganancia total neta. El desarrollo de la amplia estructura de interacción se produjo a través de la incorporación de los individuos a un juego de esta última especie, un juego que condujo a un aumento general de la productividad.

Página 228 del libro La fatal arrogancia, de Friedrich Hayek

domingo, 20 de febrero de 2011

Más allá de la herencia y el azar

En los últimos cincuenta años, aproximadamente, los científicos han observado que [las bacterias] transfieren rápida y rutinariamente distintos bits de material genético a otros individuos. Cada bacteria dispone periódicamente del uso de genes accesorios, provenientes en ocasiones de muy diferentes linajes, y que cubren funciones que quizás su propio ADN no podría desarrollar. Algunos de estos bits son recombinados con los genes originales de la célula, otros vuelven a ser puestos en circulación. Como resultado de esta habilidad, todas las bacterias del mundo tienen acceso a un único banco de genes y por ende, a los mecanismos de adaptación de todo el reino bacteriano.

(...)

Si las propiedades genéticas del microcosmos se aplicasen a criaturas mayores tendríamos un mundo de ciencia ficción en el que las plantas verdes podrían compartir genes por fotosíntesis con los hongos vecinos, o donde la gente podría exudar perfumes o crear marfil, recogiendo genes de rosa o de morsa.

Página 16 del libro Microcosmos, de Lynn Margulis y Dorian Sagan

Para darse cuenta de que la lengua no puede ser más que un sistema de valores puros, basta considerar los dos elementos que entran en juego en su funcionamiento: las ideas y los sonidos.

Psicológicamente, y haciendo abstracción de su experiencia por las palabras, nuestro pensamiento no es más que una masa amorfa e indistinta. Filósofos y lingüistas han coincidido siempre en reconocer que sin la ayuda de los signos seríamos incapaces de distinguir dos ideas de una forma clara y constante. Considerado en sí mismo, el pensamiento es como una nebulosa donde nada está delimitado necesariamente. No hay ideas preestablecidas, y nada es distinto antes de la aparición de la lengua.

Frente a este reino flotante, ¿ofrecerían por sí mismos los sonidos entidades circunscritas de antemano? Tampoco. La substancia fónica ya no es fija ni rígida; no es un molde a cuyas formas el pensamiento deba adaptarse necesariamente, sino una materia plástica que se divide a su vez en partes distintas para suministrar los significantes que el pensamiento necesita. Podemos, pues, representar el hecho lingüístico en su conjunto, es decir, la lengua como una serie de subdivisiones contiguas proyectadas a un tiempo en el plano indefinido de las ideas confusas (A) y en el no menos indeterminado de los sonidos (B); (...)

El papel característico de la lengua respecto al pensamiento no es crear un medio fónico material para la expresión de las ideas, sino servir de intermediario entre el pensamiento y el sonido, en condiciones tales que su unión conduzca necesariamente a delimitaciones recíprocas de unidades. El pensamiento, caótico por naturaleza, es forzado a precisarse al descomponorse. No hay, por tanto, ni materialización de los pensamientos, ni espiritualización de los sonidos, sino que se trata del siguiente hecho, en cierto modo misterioso: que l "pensamiento-sonido" implica divisiones y que la lengua elabora sus unidades constituyéndose entre dos masas amorfas. Imaginemos al aire en contacto con una capa de agua: si la presión atmosférica cambia, la superficie del agua se descompone en una serie de divisiones, es decir, de olas; son esas ondulaciones las que darían una idea de la unión, y por así decir, del acoplamiento del pensamiento con la materia fónica.

Podría llamarse a la lengua el dominio de las articulaciones, (...), cada término lingüístico es un pequeño miembro, un articulus en el que una idea se fija en un sonido y en el que un sonido se vuelve el signo de una idea.

Página 159 del libro Curso de lingüística general, escrito por Ferdinand de Saussure

lunes, 14 de febrero de 2011

Proteico

Existe una especie de primate en América del Sur, más gregario que la mayoría de mamíferos, que muestra una conducta bastante curiosa. Los miembros de esta especie a menudo se reúnen en grupos, grandes o pequeños, y en el curso del parloteo mutuo típico de estas reuniones se ven asaltados por unos ataques que se caracterizan por una respiración involuntaria y convulsiva, una suerte de jaleo ruidoso e incontrolado, mutuamente reforzado por los individuos del grupo, que a veces es tan violento que los deja totalmente indefensos. Lejos de ser desagradables, no obstante, estos ataques parecen ser muy del gusto de los individuos de esta especie, que los buscan y en ocasiones muestran una profunda adicción por ellos.

Quizá tengamos la tentación de pensar que si supiéramos lo que estos individuos sienten en su interior, llegaríamos a comprender esta afición suya tan rara. Si pudiéramos verlo "desde su punto de vista", sabríamos para qué sirve. Sin embargo, en este caso podemos estar seguros de que por mucho que lleguemos a saber, la conducta en cuestión seguirá siendo un misterio, porque ya disponemos de la información que buscábamos: la especie es el Homo sapiens (que, evidentemente, vive en América del Sur y también en muchos otros sitios), y la conducta es la risa.

Ningún otro animal hace algo así. Un biólogo que se encontrara ante un fenómeno único como éste debería, en primer lugar, preguntarse para qué sirve, y, en caso de no dar con ningún análisis plausible en términos de ventajas biológicas directas, se inclinaría por interpretar esta conducta tan rara e improductiva como el precio pagado por el organismo a cambio de alguna otra ventaja. Pero, ¿qué ventaja? ¿Qué cosa hacemos mejor de como la haríamos de no contar con los mecanismo que trae consigo nuestra tendencia -casi adicción- a la risa, y cuyo precio nos merece la pena pagar? ¿Es la risa una manera de "liberar el estrés" que acumulamos en el curso de los complejos procesos cognitivos que jalonan nuestras vidas socialmente avanzadas? Pero, ¿por qué se necesitan cosas divertidas para liberar el estrés? ¿Y por qué no las cosas rojas o las cosas planas?

Página 74, del libro La conciencia explicada, de Daniel Dennett

-¿Qué será hoy? -dice, frotándose las manos-. ¿Media libra de Virginia, un buen trozo de Nova?

(Me tomaba por un cliente...,no había duda, descolgaba el teléfono del pabellón muchas veces, y decía "Ultramarinos Thomson")

-¡Oh, señor Thompson! -exclamo-. ¿Quién cree usted que soy?

-Dios santo, la luz es mala, lo tomé por un cliente. Como si no supiese que eres mi viejo amigo Tom Pitkins... Tom y yo (le cuchichea en un aparte a la enfermera) siempre íbamos juntos a las carreras.

-Se equivoca usted de nuevo, señor Thompson.

-Sí que me equivoco -acepta, sin inmutarse-. ¿Por qué iba a llevar usted una chaqueta blanca si fuese Tom? Usted es Hymie, el carnicero judío de la tienda de al lado. Pero no le veo manchas de sangre en la chaqueta. ¿Ha ido mal el negocio hoy? ¡A final de semana parecerá usted un matadero!

Sintiéndome un poco aturdido yo mismo en este remolino de identidades, señalo el estetoscopio, que me cuelga del cuello.

-¡Un estetoscopio! -exclamó-. ¡Y fingía usted ser Hymie! Ustedes los mecánicos están empezando a creerse que son médicos con esas chaquetas blancas y estetoscopios... ¡Como si necesitase usted un estetoscopio para escuchar un coche! Es usted mi viejo amigo Manners de la estacion Mobil del final de la manzana, que ha venido por su salchica con pan de centeno...

William Thomson se frotó de nuevo las manos, en su gesto de tendero, y buscó el mostrador. Al no encontrarlo, me miró de nuevo extrañado.

-¿Dónde estoy? -dijo, con una súbita expresión aterrada-. Creí que estaba en mi tienda, doctor. Se me ha ido el santo al cielo. ¿Querrá usted que me quite la camisa, para examinarme como siempre?

- No, no como siempre. Yo no soy su médico de siempre.

-Claro que no lo es. ¡Ya me di cuenta de eso enseguida! Usted nos mi médico habitual que me examina el pecho. ¡Y vaya barba que tiene, cielo santo! Pero si parece usted Sigmund Freud. ¿Me he vuelto loco? ¿He perdido el juicio?

-No, señor Thomson. No ha perdido el juicio. Lo único que pasa es que tiene usted un pequeño trastorno en la memoria, tiene dificultades para recordar y para identificar a la gente.

-La memoria me ha estado jugando malas pasadas, sí -admitió-. A veces cometo errores..., confundo a una persona con otra... ¿Qué querrá ahora, Nova o Virginia?

Así sucedía, con ciertas variantes, cada vez... con improvisaciones, siempre rápido, a veces divertido, a veces brillante y, en último término, trágico. El señor Thomson me identificaba (me pseudoidentificaba) con una docena de personas distintas en el transcurso de cinco minutos. Maniobraba, ágilmente, de una suposición, una hipótesis, una idea, a la siguiente, sin apariencia alguna de inseguridad en ningún momento, nunca sabía quién era yo, o dónde estaba o qué era él, un ex tendero con síndrome de Korsakov grave, ingresado en una institución neurológica.

No recordaba nada más allá de unos cuantos segundos. Estaba continuamente desorientado. Se abrían a sus pies continuamente abismos de amnesia, pero él los salvaba con ingenio, mediante rápidas fabulaciones y ficciones de todo tipo. Para él no eran ficciones, era como veía de pronto o interpretaba el mundo. El flujo incesante y la incoherencia del mundo no podía tolerarlos, no podía admitirlos ni un instante, sustituía aquella cuasicoherencia extraña y delirante, con la que el señor Thomson, con sus invenciones continuas, inconscientes y vertiginosas, improvisaba sin cesar un mundo a su alrededor, un mundo de Las mil y una noches, una fantasmagoría, un sueño de situaciones, imágenes y gentes en perpetuo cambio, en transformaciones y mutaciones continuas, caleidoscópicas. Pero para el señor Thomson, no era un tejido de ilusiones y fantasías evanescentes y en cambio incesantes, sino un mundo fáctico, estable, plenamente normal. Por lo que a él se refería, no había ningún problema.


En el Quijote se oye una risa que parece salida de las farsas medievales: uno se ríe del caballero que lleva una bacía a modo de yelmo, se ríe del escudero que recibe una paliza. Pero, además, de este tipo comicidad (...) Cervantes nos hace saborear una comicidad muy diferente, mucho más sutil:

Un amable aldeano invita a Don Quijote a su morada, donde vive con su hijo, que es poeta. El hijo más lúcido que su padre, percibe enseguida que el invitado está loco y se recrea guardando ostensiblemente cierta distancia. Luego Don Quijote incita al joven a que le recite su poesía; éste se apresura a hacerle caso, y Don Quijote hace un elogio grandilocuente de su talento; feliz, halagado, el hijo queda deslumbrado por la inteligencia del invitado y olvida en el acto de su locura. ¿Quién es, pues, el loco? ¿El loco que elogia el lúcido o el lúcido que cree en el elogio del loco? Entramos en el ámbito de otra comicidad, más refinada e infinitamente valiosa. Nos (...) reímos porque (...) se descubre, súbitamente, una realidad en toda su ambigüedad, las cosas pierden su significado aparente, el hombre qu está frente a nosotros no es lo que cree ser. He aquí el humor (el humor, que, para Octavio Paz, es el "gran invento" de los tiempos modernos que debemos a Cervantes).

El humor (...) abarca todo el entero paisaje de la vida. Intentemos ver por segunda vez, como si rebobináramos una película, la escena que acabo de contar: el amable hidalgo lleva a Don Quijote a su morada y lo presenta a su hijo, que de entrada manifiesta su reserva y su superioridad al extravagante invitado. Pero esta vez, ya estamos advertidos: ya hemos presenciado la felicidad narcisista del joven en el momento en que Don Quijote elogia sus poemas; cuando volvemos a ver ahora el comienzo de la escena, el comportamiento del hijo nos parece enseguida pretencioso, inapropiado para su edad, o sea, cómico desde el inicio. Así es como ve el mundo un hombre adulto que tiene tras de sí mucha experiencia de la "naturaleza humana" (que mira la vida con la impresión de volver a ver películas ya vistas) y que desde hace mucho tiempo, ha dejado tomar en serio la seriedad de los hombres.

Pág. 133 del ensayo El telón de Milan Kundera

viernes, 4 de febrero de 2011

Vindicación de la vanguardia artística

Leamos a Wittgenstein a traves de U.Eco y abramos camino gracias a él:
Wittgenstein se preguntaba qué sucedería si, una vez identificado el efecto que un minueto produce en los oyentes, se pudiera inventar un suero que, debidamente inyectado, ofreciera a las terminaciones nerviosas del cerebro los mismo estímulos producidos por el minueto.Observaba que no se trataría de lo mismo, porque no es el efecto de ese minueto lo que cuenta.

El efecto estético no es una respuesta física o emotiva, sino la invitación a mirar cómo esa respuesta física o emotiva está causada por esa forma en una especie de "vaivén" entre efecto y causa. La apreciación estética no se resuelve en el efecto que experimentamos, sino también en la apreciación de la estrategia textual que lo produce.

Esta apreciación implica, precisamente, también las estrategias estilísticas llevadas a cabo en el nivel de la sustancia. Que es otra manera de indicar, con Jakobson, la autorreflexividad del lenguaje poético.
En otro libro, U.Eco leerá a Françoise Sagan, quien -cito de memoria, evito la relectura-, llegará un momento en que dirá que la emoción sentida por su protagonista era idéntica a la que sintió Swann (personaje proustiano) al escuchar la sonata Vinteuil. De este modo, Sagan nos hurta la elaboración de un efecto emotivo y nos insta a tirar de memoria (libresca en este caso) para rellenar la efectividad del texto, es decir, nos conmina a tragar una suerte de pastilla memotécnica que supla el efecto que ella misma es incapaz de elaborar.

Concedemos que, en este caso, Sagan no es muy sútil, no sabemos si por pusilanimidad artística o por admiración campechana pero, a decir verdad, podría haber colgado el link a Proust de una forma más elaborada, verbigracia, recapitulando sus mismos estilemas pero de forma que sólo el lector no primerizo se daría cuenta del sampleo. Si bien, una vez identificado el hurto, al lector, una vez más, la conmoción estética se le disipa, se le aparece un efecto que, por su reconocibilidad propia, rompe con el reflexivo, a la par que gratificante, gestáltico proceso de reconocimiento que vertebra holísticamente toda experiencia estética y ojo, que aquí viene el quid, esto, justo esto, es lo que motiva que todo autor deba tener una voz propia, esto es, no por un prurito de ideología posmoderna sino porque característico de todo arte es el hecho de que sea reconocido de forma procesual, no efectista -en el sentido wittgensteniano aquí explicado-, es decir, no debe ser reconocido como un cúmulo o agregado irreflexivo de efectos emocionales porque en el momento en que uno esté disfrutando una obra y de repente se encuentre un topicazo efectista -"¡oh! ahora se separan este par de secundarios en esta peli de miedo"- entonces todo la escena se vendrá abajo, el telón aparecerá, se le recordará estar ante una obra artificial, la verosimilitud quedará finiquitada, la conmoción estética también.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Tres miradas sobre Joyce (en su cumpleaños)

Joyce no es tanto un enemigo de la linealidad como un creador de una nueva linealidad. En efecto, su ruptura no es con lo lineal como tal, sino con los conceptos clásicos de argumento y estructura, ya que sus digresiones y conexiones dependen del formato lineal para cobrar sentido.

Si tuviéramos que elegir una palabra clave para caracterizar el interés que Joyce pueda tener para los estudiosos del hipertexto esta palabra sería "asociación". Sus más celebradas (y discutidas) innovaciones estilísiticas y formales están relacionadas con el concepto de asociación ampliamente concebido como la forma de conectar palabras e ideas. Y es que en Joyce las asociaciones son siempre sorprendentes, ya sea entre hechos e ideas (las epifanías del Portrait), pensamientos e impresiones (la "corriente de la conciencia" en el Ulysses) o palabras y conceptos (los juegos multilingües del Finnegans). Las asociaciones joyceanas rehúsan seguir los cauces hollados de la argumentación o la gramática tradicionales.

Susana Pajares Tosca (profesora universitaria) en un texto inserto en el libro, Teoría del Hipertexto: La Literatura en la era electrónica de VV.AA.

Joyce ha puesto a sus personajes en perpetuo colapso -el colapso del yo-, mostrándonos el discurrir del pensamiento involuntario, los cauces ignorados de la conciencia, que salta de un estímulo a otro, de un instinto al siguiente, en un flujo caótico y desvertebrado que reunimos bajo el fantasma de la personalidad, del carácter, de unos rasgos definidos (...). En fin, el carácter, el nombre, como una simplificación de las pasiones, pulsiones y rémoras del hombre moderno. Con Joyce se inaugura la modernidad no sólo por su peculiar odisea, vulgar y antiheroica, sino también porque esta aventura es la del ser humano encerrado en sí mismo, consciente de su irrelevancia. Gran parte del arte moderno ha nacido de la ironía, del humor, del apeamiento de mitos anteriores. Eso es lo que hace, por ejemplo, Duchamp, y esa es la razón de que el Ulises sea un libro de perpetuo juego sintáctico, semántico, estructural, transformando el legado homérico en un paseo breve y errático, donde los monstruos, si los hubiere, ya no son bestias marinas o dioses homicidas. Al contrario, el enemigo en Joyce son los espectros que rondan la memoria del hombre y esas voces nocturnas asoman a nuestra voz.

Pág. 35 del libro Cien años y un día: Ulises y el Bloomsday, texto escrito por Manuel Gregorio González y titulado "El colapso del yo"

Es pues con Joyce con quien se establece casi en forma de estatuto un principio que deberá gobernar todo el desarrollo del arte contemporáneo: de ahora en adelante éste tendrá dos dominios separados de discurso, aquél en el que se desarrolla una comunicación sobre los hechos del hombre y sus relaciones concretas (y en el que tendrá sentido hablar de asunto, narración, historia) y áquel en el que el arte desarrollará, en el nivel de sus estructuras técnicas, un discurso de tipo absolutamente formal. De la misma manera, mientras la técnica funda territorios concretos en cuyos límites se realiza una relación de modificación con las cosas, la ciencia se reserva a ciertos niveles la posibilidad de un discurso puramente hipotético e "imaginativo" que consiste (como en las geometrías no euclideanas o en la lógica matemática) en el esbozo de universos posibles cuya relación con el universo real no debe demostrarse necesariamente de inmediato y puede encontrar una confirmaciónj sólo en un segundo tiempo, y a través de una serie de mediaciones sucesivas (que al principio no tiene por qué programarse). La única ley que regula la subsistencia de estos universos formalizados es la interna coherencia del universo mismo.

Finnegans Wake es el primer y más insigne ejemplo literario de esta tendencia del arte contemporáneo, allá donde las artes plásticas habían hecho posible desde hacía tiempo una elección análoga. Decir que tales universos de discurso artístico no deben ser traducibles inmediatamente en términos de "utilización" concreta, no equivale a repetir el consabido axioma estético acerca de la divina inutilidad del arte: significa reconocer el nacimiento de una nueva dimensión de discurso humano (en un preciso contexto de cultura), el afirmarse de un discurso que ya no afirmaciones sobre el mundo utilizando signficados que los significantes organizan en una cierta relación, sino que hace él mismo representación especular del mundo, organizando para ese fin las relaciones internas entre los significante (mientras los significados intervienen sólo con función secundaria, como soporte de los significante), como si la cosa indicada funcionara como signo convencional, que permita significar el término indicador. En el momento mismo en que funda con buen derecho una tal posibilidad de discurso, Finnegans Wake presenta todas sus contradicciones: puesto que en el reino de la palabra, la organización de los signos no puede dejar de servirse de una utilización de significados concretos (que intervienen en la organización general de las estructuras) puede ocurrir, como ocurre en el Finnegans Wake, que mientras la forma de las relaciones entre los significantes expresa una nueva posibilidad de ver las cosas, la forma que adoptan los significados llamados en causa expresa fatalmente una visión ya comprometida y "consumida"; en este caso se trata de la persuasión místico-teosófica orientalizante por la que todo está en todo y el mundo no es sino una danza de eternos retornos sin meta.

Pero, por último, tampoco la utilización de los significados es una consecuencia puramente accidental de una utilización de los significantes; sigue siendo necesario siempre, dado que estos significados existen y están cargados de implicaciones, ponerlos en juego y explotarlos hasta sus últimas posibilidades, consumirlos lanzándolos en bloque sobre el tapete, y luego exorcizarlos: si de esta aglomeración de cultura nace nuestra civilización, el de Joyce no es sino un parricidio ritual.

Finnegans Wake y, en perspectiva a través de él, la evolución completa de la obra joyciana no se nos ofrece como la solución de nuestros problemas artísticos y, en ellos, de nuestros problemas epistemológicos y prácticos. No es una Biblia ni un libro profético que nos ofrezca la palabra definitiva. Es la obra en que, haciendo converger y llevando a composición una serie de poéticas de otro modo incoliciables, el autor ha excluido al mismo tiempo otras posibilidades de vida y arte, revelándonos una vez más que nuestra personalidad está disociada, nuestras posibilidades son complementarias, nuestra aprehensión de la realidad sometida a ciertas incompatibilidades, nuestro intento de definir la totalidad de las cosas y de dominarlas es siempre, en una cierta medida, trágico, porque está destinado a un jaque, a una aprehensión parcial.

Así pues, Finnegans Wake no constituye para nosotros la opción, sino sólo una de las posibles opciones, que es válida únicamente si, en el fondo, se tiene presente la otra, la imposibilidad de resolver nuestra situación del mundo sólo a traves del lenguaje y nuestra exigencia de intentar modificar las cosas. Y precisamente en los límites de esta opción, en el hecho de que al proponerse como única definición del mundo se envuelve en una serie de aporías sin solución posible, el libro nos ofrece, en el espejo del lenguaje, a nuestra imagen.

Pág. 156 del libro Las poéticas de Joyce, de Umberto Eco.