lunes, 31 de mayo de 2010

Locus amoenus

(...)La designación de quién es "familia" (y de quién es pariente) implica una buena cuota de discrecionalidad y selectividad. En entrevistas con parejas de recién casados, intenté explorar estas cuestiones pidiéndoles a ambos (...) que hicieran una lista de miembros de sus familias (...)

(...)Cualquier decisión que tomamos en lo referente al estatus de un individuo, considerándolo o no "de la familia", posee para nosotros un sentido, aun cuando otros puedan verla como excéntrica o equivocada. La mayoría de los participantes de mi estudio designó como "de la familia" a distintas personas (...)

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¡Qué esperanza tenemos en el Evangelio de nuestro Señor Cristo Jesús! Nuestra esperanza es que volveremos a ver a nuestros seres queridos nuevamente; no en un mundo borroso y distante de fantasía espiritual, sino como personas palpables, alegres, que hablan y ríen, con quienes volveremos a reunirnos en la hora de comunión más grande de todos los tiempos.

No ignoramos acerca de nuestros seres queridos quienes han pasado al cielo por una breve estación. Comprendemos que nuestros familiares y amigos están vivos y bien en la Presencia de Dios y de Cristo y de los ángeles electos.

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viernes, 21 de mayo de 2010

Perdidos en la apertura de las obras

Son populares los dibujos de efecto óptico -como el del pato-conejo- que te obligan mirar de un determinado modo, privilegiando determinadas líneas, fijándonos en determinadas pautas formales, para ora descubrir una figura, ora descubrir otra.

Entonces la gracia no reside en lo figurado sino en el figurar, no en lo observado sino en la carga teórica que aplicamos a nuestro observar a la hora de recrear la visión. Cuando contemplamos estas obras, el disfrute deviene de la modificación y meditación en continuo bucle autoreflexivo de nuestra mirada en vez de lo mirado en sí.

Similares sensaciones tengo con las obras abiertas -Eco dixit- como las de Lynch, como Mulholland Drive, y en aras de comprender este isomorfismo, puede que nos baste entender que a una sucesión de hechos, para que de repente figure como una historia, necesitará encontrársele una forma común que los haga reconocible como entidad homogénea. En Lynch, por repetir; en Mulholand Drive, por insistir; a propósito de lo narrado en el film, luego de preponderar ciertos aspectos de la trama o bien resaltar otros; podemos contemplar una historia u otra, con las que poder replicar así ese placer gestáltico que recién anotamos.

Lo importante es dejar claro que si Lynch consigue eso, no es gracias a que los flecos de la historia simplemente quedan abiertos, así, sin más; sino a que los diferentes retazos de la misma pueden dar lugar, aunque no simultáneamente, a varias interpretaciones de igual forma a que el dibujo pato-conejo puede dar lugar, aunque no simultáneamente, a varias figuraciones pero sin que por ello se legitime el que un dibujo cualesquiera que no diera en mostrar una figuración concreta, también podría provocar el mismo efecto en el espectador.

Esto último, que queda claro en las formas visuales, no parece quedar tan claro en las narraciones donde mucha gente, y por concretar pienso en la serie Lost, quiere un final abierto cuando la figuración de la trama en dicha serie se asemejaría más bien a un puzzle cuya imagen es deliberadamente despedazada para que sus retazos, en aras de un cortante suspense, sean paulatinamente hilvanados pero sin que con ello, como digo, se convoque un efecto lynchiano que hasta ahora es del todo imposible para la serie.

Es por ello que Lost pide tener un final cerrado y bien cerrado y todo lo demás me parecería un fraude y lo que es peor, un terrible esnobismo fruto de un vanguardismo mal entendido.

jueves, 20 de mayo de 2010

Contra la indignidad

El analfabetismo no es inevitable. Con esta máxima tan sencilla, tan contundente, Amnistía Internacional ha iniciado una campaña, Exige dignidad, que intenta que millones de personas en el mundo (y no precisamente en el tercero) puedan aprender a leer, mientras los 1.500 millones que habitamos en el más avanzado de los mundos posibles leemos impunemente tebeos.

Me he leído con indignada tristeza el contenido de la iniciativa y lo que me ha derrumbado más es que los desastres que denuncia la campaña -que pretende presionar a Gobiernos para se preocupen por sus ciudadanos y éstos aprendan a leer- no sólo suceden en esos lugares pobres de veras y olvidados del mundo, como África, que algunos dan ya por perdidos. Vean, si no, estos dos ejemplos.

En EE UU, aparecen al día más de dos mujeres que resulta que no saben leer. La mitad de esas analfabetas se podrían enmendar si la educación fuera accesible y de calidad para todas las mujeres del país. El año pasado, para que los Juegos Olímpicos de China refulgieran, Pekín destinó 40.000 millones a un ambicioso plan de embellecimiento de los colegios. Para lograrlo, fueron desalojados hasta 1,5 millones alumnos, que aún no tienen donde estudiar y que vagabundean. Los institutos no podían contener elementos incivilizados, dijeron.

Y ahora, si pueden, lean tebeos.

(Nota del autor para la SGAE: Toda coincidencia con este texto es de-li-be-ra-da)

martes, 18 de mayo de 2010

¿Es empírica la lógica?

Afirmativamente lo creen una gran cantidad de pensadores, por ejemplo Quine, el cual lo considera un corolario de su crítica a la distinción analítico-sintética.

Pero podríamos tramitar una respuesta diferente, tal vez más entendible, si reconsiderásemos la cuestión ayer planteada de si Segismundo, habiendo tenido por único lugar habitado su torre y siguiendo aún allí, ¿podría alcanzar a descubrir alguna verdad sobre el mundo?.

A priori, podríamos juzgar que aún no pudiendo validarse empíricamente las hipótesis planteadas sobre el mundo, al menos sí que se podría acotar el potencial abanico de las mismas al punto de poderse aseverar que, sin ir más lejos, "O bien existen animales de formas equinas con un cuerno en la cabeza, o bien no existen". Es decir, Segismundo podría asegurar que la proposición recien enunciada es verdad y que ésta es una verdad sobre el mundo que no necesita del concurso de la empiria.

Nada más lejos de la realidad (nunca mejor dicho), porque el lenguaje no podemos considerarlo a priori (ni a posteriori) un cazador de fenómenos; sino que hay que entenderlo como nomás un instrumento coordinador de conductas acoplables al entorno cuyo ámbito, por tanto, se circunscribe a lo humano y cuya efectividad, en consecuencia, devendrá, no de forma incuestionable e irrefutable, sino aceptable en la medida en que nos permita generar comportamientos adaptables a un mundo que, en el caso de Segismundo, no sabemos todavía si posible.

Pensemos que la proposición antes mentada es gramaticalmente correcta pero si sabemos que tiene sentido, es porque hemos verificado empíricamente que dicha forma o estructura gramatical se adapta a lo real mas no hay modo de dirimir racionalmente y sin recurrir a la empiria, si una frase, siendo gramaticalmente correcta, tiene sentido o no, se adapta al mundo o no, ¿o es que acaso Segismundo podría determinar, sin salir a la calle, que no tiene sentido la proposición que defiende la posible existencia del color más grande habido en los híbridos gelatinosos de las sintáxis deconstruidas?

jueves, 13 de mayo de 2010

Perdidos en la trama

Como bien sabrá quien de vez en cuando me lea, soy seguidor de la serie Perdidos, la cual, me está donando una abundante cantidad de francas emociones pero también una numerosa cantidad de gratas reflexiones, una de las cuales, breve y ordenadamente, espero, quiero registrar ahora.

La serie, en cuanto a su argumento, es un dechado de inventiva tan colosal que he llegado a barruntar si esa monumental excelencia fabuladora no estaría convirtiéndose, de hecho, en una losa para el normal disfrute de la misma. Quiero decir: En la reacción natural del espectador est(ar)á la exigencia de que la trama avance, anude, mute y desanude las tensas incertidumbres que jalonan los capítulos. Mas esto provoca, a mi juicio, que otros aspectos estructurales de la obra, que debieran tener también cierta funcionalidad -como los personajes- o que, cuando menos, suelen ser nodos sobre los que entretejer también ciertas emociones que doten de aún más densidad a la obra; acaben, a ojos del espectador, atrofiándose un poco y dejando paso con ello a una serie cuyo enganche pareciera que sólo se sustenta en la brillantez de su historia.

El peligro consiguiente podría ser el no poder soportarse segundos revisionados, siempre necesarios para una obra que pretenda reverberar.

Que haya anotado como abocetados los personajes, por cierto, habrá podido sorprender a aquel que también disfrute de la serie ya que considerará -y acertadamente- que justamente hay una preocupación rayana en la obsesión de los guionistas por justificar y adjudicar ciertas intenciones y motivaciones y pasiones a los personajes y además, hacerlo mostrándonos la trayectoria biográfica, presente y futura, de los mismos a modo de marco contextual de forma que precisamente son sus experiencias y dramas los que más emocionan.

(Pienso en la búsqueda de un sentido a su vida que Locke constantemente emprende o en la necesidad de Sawyer de encontrar un hueco entre la gente sin perder por ello su genuina identidad, y nombro estos casos simplemente por referenciar dos entre los muchos que a no dudar hay).

No obstante, y a pesar de la indudable emotividad de tales vivencias y a pesar de la minuciosidad en recrear tales existencias, no son, creo, personajes que considere vayan a perdurar en mi cabeza fuera de la obra (salvo, tal vez, el Benjamin Linus de la tercera/cuarta temporada pero por las razones que luego de leer el texto tal vez sí se entiendan)

Y con esto hemos llegado al punto de reflexión que quería tomar como salida. Si bien, y en aras de poder hacerme seguir en condiciones, quisiera hacer un alto en otra serie a modo de avituallamiento.

Roma. Relativamente basada en hechos reales. La serie nos cuenta: el momento histórico de la ascensión de Julio Cesar al trono de Roma, su muerte, la ascensión de su sobrino-nieto Augusto, su consolidación final como primer emperador romano, el comienzo de su enorme legado.

En el transcurso de la historia, la minuciosa, maquiavélica, inteligentísima estrategia de Augusto para lograr el poder mediante acciones varias; me provoca la fascinación hacia a un personaje cuyas vivencias -como tantos otros casos de personajes de ficción- me despierta emociones intensas pero que al ser él mismo quien motu propio va elaborando -en parte- su propio destino -al contrario de tantos otros casos de personajes de ficción-, siento con ello la necesidad de fijarme en la singular estructura cognitiva capaz de elaborar tales hazañas ya que su esclarecimiento, juzgo, tal vez me muestre la razón de mi fascinación.

No olvidemos, como ilustró magníficamente Wittgenstein, que detrás de cada experiencia estética se encuentra siempre una reflexión formal sobre la consecución de nuestra emoción.

En el personaje Augusto, es la reflexión sobre sus pautas cognitivas lo que convierte nuestro emocionar por sus acciones en una experiencia estética.

En Perdidos -y volviendo ya al tema de la obertura-, la trama es tan brillante, tan eficaz, de un ritmo tan vivo, preciso, original, impausado que se come a los personajes porque los hace parecer constantemente volteados por el destino, por la trama. Sus historias me emocionan. Sin dudarlo. Pero no hay posibilidad de suscitar interés, para profundizar la vivencia de los mismos; en explorar sus estructuras cognitivas como sí pasa, como recien anotamos, con el personaje de Augusto en la serie Roma.

Esto -aclarémoslo cuanto antes- no lapida el placer estético de una obra cinematográfica -desde mi punto de vista como espectador y mi perspectiva como diletante de estética, esto es, desde lo que considero que debo y puedo esperar del séptimo arte-; de hecho, disfruto soberanamente con la serie pero, imaginándomela novelada, entendería que no se habría agotado como dios manda toda la sustancia que le es posible emanar a una obra literaria.

Perdidos posiblemente sería una mala novela, en tanto que en cine funcionará siempre mejor, por tener allí un material semiótico más natural.

Llegados a este punto y casi terminando, considero que el salto a una de mis anteriores anotaciones -aquella en la que elogiaba al Maestro de maestros- se justifica casi por sí mismo. Efectivamente, al contrario del pensar de muchos durante mucho tiempo, al contrario de lo defendido en el decimonónico realismo psicológico sin ir más lejos; no sería la verosimilitud psicológica per se -véase la naturaleza casi documental de la información dada por Joyce de su personaje Bloom- lo que constituiría un valor estético por sí mismo -en esto los reality-show no tendrían parangón-; sino que, en una postura que podríamos bautizar como constructivismo psicológico, juzgo que lo que provocaría en una obra literaria un placer estético cuando éste pivota sobre los personajes, sería conseguir hacer trasladar toda la indagación sobre la forma -obligatoria a toda experiencia estética, recordemos- al modo en que está confeccionada textualmente la cognición del personaje.

Todo esta chapa, por cierto, no para quitarle galones artísticos a Perdidos, insisto, sino para hacer notar cómo la historia no puede constituir el nodo central de una novela; de una película, de un cuento, de un microrrelato pero, por favor, no de un libro de medio millar de páginas porque en este punto comparto sin paliativos la opinión del maestro argentino, registrada en su prólogo a Ficciones, donde llegó a considerar un:
Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos

miércoles, 12 de mayo de 2010

El mito del buen salvaje

La creencia popular atribuye a los bebés una inocencia casi angelical, incapaz de juzgar el comportamiento ajeno, pero una nueva investigación contradice esta opinión. Investigadores norteamericanos han descubierto que criaturas de tan sólo seis meses ya son capaces de hacer juicios morales. Además, creen que los seres humanos nacemos con un código ético "formateado" en el cerebro.

Si esto es así, quizás en alguna ocasión hemos quedado como unas malas personas ante los ojos de un mocoso que apenas sabe balbucear, pero que es un juez implacable.

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¿Cómo va a sobrevivir un niño de 12 años entre animales salvajes, sin contacto humano, asociándose con lobos, cazando conejos e imaginando la amistad de una serpiente? La peripecia infantil de Marcos Rodríguez Pantoja, un ser humano de carne y hueso conocido algo toscamente en los círculos de la curiosidad antropológica como El Pequeño Salvaje de Sierra Morena, resulta tan chocante que sólo encuentra en la ficción su horma ideal
(...)
Era 1953. Marcos se quedó solo. Sobrevivió cubierto con pieles de venado, ofreciendo conejos, ciervos o lo que fuera que lograra cazar con su cuchillo a los lobos para ganarse su confianza. Si veía hombres, se escondía, temeroso de volver con su madrastra.

Cuando en 1965 lo encontró una pareja de la Guardia Civil, el chico, pelo hasta las rodillas y uñas interminables, aulló y presentó resistencia a mordiscos. "Yo vivía revuelto con los lobos, comía lo mismo que ellos y vivía como ellos. Eran mi familia", cuenta Marcos a En días como hoy, de RNE.

Hoy, tras una larga y penosa labor de resocialización, vive apaciblemente en Rantes, un pueblo de Ourense.

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lunes, 3 de mayo de 2010

El verdadero valor de la verdad

The Langlois nos recuerda las tésis hayekianas sobre el dinero:
El concepto de dinero no debe tomarse como un sustantivo, sino como un adjetivo que denota una cualidad en determinada mercancía. Esta cualidad diferencial es el grado de liquidez que dicho bien posee, entendido como la capacidad de intercambiarse por gran parte de todas los demás bienes. Es decir, que un bien de cualidades dinerarias es el bien más demandado y valorado de la economía. Su valor reside en que las personas lo aceptan a cambio de sus bienes por el puro y simple hecho de que esperan poder cambiarlo por otros bienes en el futuro, ya que como tal, es un bien que no posee valor por sí mismo —con lo cual carece de validez la irreal suposición de Keynes de que la frugalidad es pura y simplemente atesoramiento de dinero sin ninguna motivación por el consumo futuro
He dado en reversionar el texto en una modalidad epistemológica, a saber:
El concepto de verdad no debe tomarse como un sustantivo con su esencia a definir, sino como un adjetivo que denota una cualidad en determinada proposición o hipótesis. Esta cualidad diferencial es el grado de predictibilidad que dicha hipótesis posee, entendida ésta como la capacidad de ser útil para el avance del conocimiento o bien útil como base de pronósticos técnicos. Es decir, que una hipótesis científica de cualidades verdaderas es la hipótesis más predictiva y heurística de la ciencia. Su valor reside en que las personas lo aceptan a cambio de poder intercoordinarse mutuamente por el puro y simple hecho de que esperan poder coacoplarse, gracias a ella, al entorno circundante, ya que como tal, es una proposición que no posee valor por sí misma —con lo cual carece de validez la irreal suposición de los realistas de que las verdades son fruto de simplemente el atesoramiento de proposiciones lingüísticas con hechos extralingüísticos isomorfos.