lunes, 22 de diciembre de 2008

Razones ateas para celebrar una navidad

¿Debe un ateo celebrar la navidad? ¿Debe celebrarse desde una perspectiva estrictamente materialista el nacimiento en Belén del hijo de un carpintero allá por el año 6 a.c? Umberto Eco, en el libro ¿En qué creen los que no creen? (aquí reseñado), apunta razones para promover una celebración de la Navidad, del nacimiento de Jesucristo, incluso de su endiosamiento aún en el supuesto de que aquel hombre nacido al principio de los tiempos un 25 de diciembre no fuera realmente el hijo de Dios. Cito:

Intente, Carlo María Martini [el cardenal jesuíta a quien se dirigía], por el bien de la discusión y del parangón en el que cree, aceptar aunque no sea más que por un instante la hipótesis de que Dios no existe, de que el hombre aparece sobre la Tierra por un error de una torpe casualidad, no sólo entregado a su condición de mortal, sino condenado a ser consciente de ello y a ser, por lo tanto, imperfectísimo entre todos los animales. Este hombre, para hallar el coraje de aguardar la muerte, se convertiría necesariamente en un animal religioso y aspiraría a elaborar narraciones capaces de proporcionarle una explicación y un modelo, una imagen ejemplar. Y entre las muchas que es capaz de imaginar, algunas fulgurantes, algunas terribles, otras patéticamente consoladoras, al llegar a la plenitud de los tiempos tiene un determinado momento la fuerza, religiosa, moral y poética, de concebir el modelo de Cristo, del amor universal, del perdón de los enemigos, de la vida ofrecida en holocausto para la salvación de los demás. Si yo fuera un viajero proveniente de lejanas galaxias y me topara con una especie que ha sido capaz de proponerse tal modelo, admiraría subyugado tamaña energía teogónica y consideraría a esta especie miserable e infame, que tantos errores ha cometido, redimida sólo por el hecho de haber sido capaz de desear y creer que todo eso fuera la Verdad.

Abandone ahora si lo desea la hipótesis y déjela a otros, pero admita que aunque Cristo no fuera más que el sujeto de una gran leyenda, el hecho de que esta leyenda haya podido ser imaginada y querida por estos bípedos sin plumas que sólo saben que nada saben, sería tan milagroso (milagrosamente misterioso) como el hecho de que el hijo de un Dios real fuera verdaderamente encarnado. Este misterio natural y terreno no cesaría de turbar y hacer mejor el corazón de quien no cree.

De modo que propongo que, sea cuál sea tu credo, celebres y tengas una ¡¡¡feliz Navidad!!!

jueves, 18 de diciembre de 2008

Reivindicación del derecho natural

Ya hice en su momento una defensa del derecho natural entendido como el derecho que mejor se ajusta a la naturaleza humana. Un derecho, en consecuencia, de claras raíces biológicas tan deudor de Aristóteles como de Darwin.

Quisiera en esta breve nota, retomar y refundar aquella defensa valiéndome para ello de los retales dejados por otros discursos míos. En definitiva, nada nuevo. Sobre todo quiero recordar y hacer entender por qué es relevante que nuestras leyes sean iusnaturalistas y por qué no es de extrañar que algunos pensadores no sólo religiosos sino que adeptos incluso a los credos naturalistas, como Larry Arnhart, lo defiendan.

En realidad se podría hablar de un derecho natural para cada especie de animal que sea social. Los instintos morales que mantienen ligada a una comunidad tienen una indudable raíz biológica analogable con el instinto del lenguaje, como bien nos recuerda Hauser (reseña del libro).

Estos instintos que operan como cauce de nuestra socialización podrían conformar en su conjunto un corpus de cuyo estricto cumplimiento el derecho estuviese encargado. Así se podría hablar de la naturaleza, pongamos, de la termita o terme y de su derecho natural. Un derecho natural que podría ser transcrito en palabras en caso de que este necesitase de una imposición política y no fuera algo que surge de facto en estos insectos sociales.

Para ilustrar este hecho, E.O Wilson, en su magnífico libro Consiliencia, le inventa un discurso a un cabecilla terme que tuviera la intención de justificar, palabra mediante, la situación político-legal de la colonia. Antes de citarlo, sería bueno recordar que en los comportamientos usuales de cualquier colonia de termes se incluiría el celibato por parte de los obreros, el intercambio de bacterias simbiontes a través de la ingestión de las heces, el uso de secreciones químicas (feromonas) para comunicarse y un rutinario canibalismo de pieles mudadas así como de miembros de familia que estén o bien heridos o bien muertos. Dicho esto, el discurso de nuestra termita estadista, al parecer de EO Wilson, bien podría ser así

Desde que nuestros antepasados, los termes macrotermitinos, alcanzaron un peso de diez kilogramos y un cerebro mayor durante su rápida evolución a lo largo del período terciario tardío, y aprendieron a escribir con escritura feronomal, el saber de los termes ha elevado y refinado la filosofía ética. Ahora es posible expresar con precisión los imperativos de la conducta moral. Tales imperativos son autoevidentes y universales. Son la esencia misma de la termitidad. Incluyen el amor por la oscuridad y la profundidad, las penetrales saprofíticas y basiodiomicéticas del suelo; la centralidad de la vida de la colonia en medio de la riqueza de la guerra y del comercio con otras colonias; la santidad del sistema fisiológico de castas; la maldad de los derechos personales (¡la colonia lo es TODO!); nuestro profundo amor por los hermanos reales a los que se permite reproducirse; el gozo del sonido químico; el placer estético y la profunda satisfacción de comer heces del ano de nuestros compañeros de nido después de la muda de nuestra piel; y el éxtasis del canibalismo y la cesión de nuestro propio cuerpo cuando estamos enfermos o heridos (es más dichoso ser comido que comer).

Fue Aristóteles el primero en notar que el ser humano es un animal político de forma que las ciencias biológicas podrían –más bien deberían- informar a las ciencias políticas. No obstante, es obvio que, dada la increíble plasticidad cerebral del ser humano, nuestras servidumbres biológicas nos constriñen en mucha menor medida, casi al borde de lo irrelevante, que al resto de las especies. Las culturas humanas son desquiciadamente disímiles (Umberto Eco nos cuenta que estudiosos africanos que nunca habían estado en Occidente fueron llevados a describir tanto a la provincia francesa como a la sociedad boloñesa, y dos de las observaciones que más les habían asombrado se referían al hecho de que los europeos llevasen de paseo a sus perros así como que se pusieran desnudos a la orilla del mar), en consecuencia, la moral -como cualquier otro producto cultural, como cualquier otra institución social- escapa al intelecto, no digamos ya a la sistematización por parte de cualquier filósofo independientemente de lo tenaz que fuere.

Queda como solución y como consuelo, el anotar aquellos universales culturales que sí sean, cabe esperar, de indudable naturaleza genética dado su carácter global siendo la misión del derecho, podríamos decir, aislarlos y hacerlos impugnables. En definitiva, escoger una estrategia más humilde y pretender distinguir sólo la ética de máximos de la ética de mínimos ya que, como ya señalé en otro post

un gran hallazgo, tal vez el gran hallazgo, que ha civilizado y hecho progresar a las sociedades es la distinción entre norma moral y ley jurídica así como su mutua y pacífica convivencia.

En aquella nota traté de explicar por qué fue tan beneficioso para la humanidad aquella distinción. Asumida esta premisa quedaría buscar un derecho que supiese distinguir entre precepto moral –que sirve de contenido a las éticas de máximos- y ley; algo, por cierto, que no consigue el iuspositivismo, algo, en consecuencia, que necesita del concurso de un derecho con un pedigrí más naturalista.

Para demostrar esta última afirmación necesitaríamos de la teoría del derecho que podría ser entendida como

la rama de la filosofía del derecho que, análogamente a la epistemología en la filosofía de la ciencia, intenta definir qué es y qué no es derecho. Esto es, (...) encontrar un criterio de demarcación para separar lo jurídico de lo no jurídico

Pues bien, tal demarcación, tal frontera entre lo jurídico y lo no jurídico, entre lo ilegal y lo (in)moral pero legal sería aportada por una herramienta característica de los etólogos, entroncándose así el derecho con las ciencias biológicas. Hablamos de las Estrategias Evolutivas Estables (EEE).

Expliquemos qué es una EEE. Según la Wikipedia es una

estrategia que, si es adoptada por una población, no puede ser invadida por ninguna otra estrategia alternativa. El concepto es un refinamiento del equilibrio de Nash. La diferencia entre un equilibrio de Nash y una EEE es que un equilibrio de Nash puede existir a veces por la suposición de que la previsión racional evita que los jugadores utilicen una estrategia alternativa sin costes a corto plazo, pero que finalmente será vencida por una tercera estrategia. Una EEE está definida de manera que se excluyen tales equilibrios, y asume solo que la selección natural evita que los jugadores utilicen estrategias que lleven a recompensas menores

Es fácil colegir que las leyes simplemente buscarían vetar todos aquellos comportamientos que hiciesen materialmente imposible la convivencia (como sucede con el robo, asesinato, etc...), es decir, tamizaría los comportamientos sociales, vetando aquellos que no permiten desarrollar las Estrategias Evolutivas más estables conforme a la naturaleza humana -incluida sus instintos morales.

Las leyes, ahora con una clara raigambre naturalista, habrían de ser coactivamente impuestas puesto que su inviolabilidad nos protege de lapidar, de hacer insostenible –insostenible desde el punto de vista biológico, no cultural, ni religioso, ni etc- la supervivencia de la sociedad a largo plazo.

Por contra, las costumbres o preceptos morales quedarían al albur de las prescripciones libremente escogidas y autoimpuestas de cada individuo de la sociedad, esto es, no recibirían sanciones penales. Así la adúltera habrá pecado, al sentir de mucha gente, mas no será lapidada. Dicho de otro modo, los preceptos morales han de ser vigentes en la medida en que las sociedades crean en la utilidad que su prescripción conlleve, no en la medida en que sean de obligado cumplimiento.

Habrá quien le niege el título de natural a estas leyes porque nuestra naturaleza es, precisamente, capaz de violarlas. Mas la validez de una ley no queda impugnada a razón de una efectividad meramente estadística (basta pensar en la científica mecánica cuántica) sino cuando no es capaz de regularizar y por tanto describir el comportamiento de su objeto de estudio.

También habrá quien nos recuerde el carácter dispar de nuestras culturas. Mas el estado babélico de nuestras lenguas no niega nuestro instinto del lenguaje; análogamente las culturas no pueden reimplementar, redefinir una colección de instintos surgida hace eones tan sólo pueden ayudar al individuo a saber utilizar sus instintos morales que, como los del lenguaje, pueden quedar atrofiados por el desuso. Pero además, la naturaleza humana no nos ha hecho ni ángeles ni demonios, como no nos ha hecho políglotas, sino que nos otorga la posibilidad de ser o lo uno o lo otro. Esto significa que el ser humano tiene la posibilidad tanto de ser bueno como de ser malo, como de ser ambas cosas, todo dependerá de cómo use su órgano moral, el cuál tiene por función la de socializar aunque, dado el carácter no siempre socializado del individuo y no siempre incluyente de esa socialización -lo que se explicaría con el concepto de de circulo moral-, es fácil prever que a veces, sí, el ser humano será malo. Tales casos podemos solucionarlos apelando al derecho, también a la educación moral. Escogeremos la última solución cuando cabe la persuasión, la empatía; la primera, cuando, sin alegría pero con firmeza, sólo pueda funcionar el garrote.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Vislumbres del futuro

Generalmente se suele considerar a los videntes como unos timadores sin escrúpulos que lejos de adivinar el futuro se limitan simplemente a decirles a sus clientes qué es lo que quieren oír. En consecuencia, no faltan foros y movimientos sociales preocupados en erradicar a esta plaga de timadores.

Una explicación razonada de esta inquina nace de la convicción de que la videncia no es una ciencia al carecer de metodología científica alguna y de hecho, la adivinación del futuro es seguramente una empresa fuera del alcance del ser humano. Sin embargo, es curioso porque no han faltado a lo largo de la historia personajes que se han atrevido -y se atreven- a hacer predicciones, predicciones que, al estar rociadas de lenguaje científico, consiguieron no ser detectadas por el olfato de los escépticos.

Esas predicciones no trataban sobre el futuro de las personas sino del de las sociedades, se revestían de lenguaje científico y sólo fueron reveladas como supercherías cuando su fracaso resultó evidente. Hasta entonces, empero, sus predicciones fueron creídas sin la más mínima sombra de duda. Así, por ejemplo, a principios del s.XX se vaticinaba que acabaríamos viviendo algunos en la Luna o, más tarde, que todos los electrodomésticos funcionarían por energía nuclear.

Ahora tenemos en los expertos en inteligencia artificial a los nuevos videntes que con sus apocalípticos augures nos vaticinan un triste futuro en donde los robots poseerán una inteligencia tan sobrehumana que no dudarán en rechazar el rol de esclavos e invertir los papeles con los humanos.

A este vaticinio se le conoce como la gran singularidad y tiene en Raymond Kurzweil a su principal promotor.

Antes de que te rías de la predicción rebajándola a mera ciencia ficción y en un ejercicio de cínico paternalismo me recuerdes que la futurología tiene un dudoso estatus científico, me adelantaré a tu respuesta y te responderé que al parecer no, al parecer, digo, la futurología sí es una ciencia, se llama prospectiva y según la OCDE se define como

el conjunto de tentativas sistemáticas para observar a largo plazo el futuro de la ciencia, la tecnología, la economía y la sociedad con el propósito de identificar las tecnologías emergentes que probablemente produzcan los mayores beneficios económicos o sociales

A día de hoy, tal que en la edad media, la escatología se considera ciencia, posee cada vez más respetabilidad científica y tiene en la vertiente cibernética, en la ya mentada singularidad predicha por Kurzweil, a su joya de la corona.

A la vista de esto, a la vista de que existen ciertas personas que simplemente por mor de revestirse con la voz de la ciencia, esto es, de su lenguaje, y que a resultas de ello quedan oficialmente autorizados para ser videntes; han tenido que aparecer personas que, como Jaron Lanier, no han dudado en criticar lo que él llama totalismo cibernético (véase su artículo llamado One half a manifesto) que no es más que escatología cibernética y que se fundamenta, según él, en aceptar como verdaderas estas más que discutibles seis ideas:

1. Los patrones de información cibernéticos ofrecen la forma última y mejor de comprender la realidad
2. Las personas no son más que patrones cibernéticos
3. La experiencia subjetiva, bien no existe, o bien carece de importancia, puesto que es simplemente un efecto ambiental o periférico
4. Lo que Darwin describió en biología es válido también para toda creatividad o cultura
5. Los aspectos cuantitativos como cualitativos se acelerarán debido a la ley de Moore (Esta dice que aproximadamente cada dos años se duplica el número de transistores en un circuito integrado y con ello su potencia)
6. La biología y la física se fusionarán con la informática, dando lugar a la biotecnología y nanotecnología, resultado de lo cuál será el nuevo carácter mercúrico de la vida y del universo físico (y poder llegar a la supuesta naturaleza del software informático). Y lo que es más, ¡todo esto ocurrirá muy pronto! Dado que los ordenadores mejoran con tal rapidez, arrollarán todos los demás procesos cibernéticos (así como a las personas) y cambiarán fundamentalmente la naturaleza de lo que sucede en la comunidad de la Tierra tal como la conocemos. Ocurrirá en el momento en que se alcance una nueva "criticalidad", quizá alrededor del año 2020. Ser humano después de ese momento será, o imposible, o algo muy distinto de lo que ahora podamos imaginar.

Personalmente podría suscribir con matices las cuatro primeras mas descreo completamente de las dos últimas. Pero poco importa. El hecho primordial, fundamental, es que difícilmente resultarán predecibles, sean cuales sean las premisas de las que se partan, la naturaleza exacta de los actos creativos (no otra cosa son los inventos tecnológicos que pueden redefinir al ser humano y por extensión a la sociedad) que las personas llevarán a cabo en el mañana.

Previniendo este hecho, a saber la imposibilidad real de conocer cuáles serán las futuras tecnologías, el astrónomo Nikolai Kardashev de la antigua Unión Soviética, dió en imaginar simplemente cuáles serían los recursos energéticos que serían explotados en el futuro consiguiendo con ello clasificar y jerarquizar, en función de su complejidad evolutiva, las diferentes civilizaciones que nos puede deparar el porvenir. Como explica Michio Kaku en su libro Hiperespacio

Esta clasificación ignora cualquier predicción relativa a la naturaleza detallada de las civilizaciones futuras y en su lugar se centra en aspectos que pueden ser razonablemente comprendidos mediante las leyes de la física, tales como el suministro de energía.

La clasificación divide a las Civilizaciones en Tipo I, Tipo II y Tipo III.

Brevemente. Una civilización Tipo I es la que controla los recursos energéticos de todo un planeta. Esta civilización puede controlar el clima, impedir los terremotos, explotar las profundidades de la corteza terrestre, cultivar los océanos. Esta civilización ha completado ya la explotación de su sistema solar.

Por cierto, es evidente que nuestra civilización no ha alcanzado ni siquiera esta categoría. Como muestra de los conocimientos y poderes que tenemos sobre la ecoesfera tenemos el caso histórico de Biosfera 2. De hecho en estos momentos nuestra civilización actual está inmerso en un frágil equilibrio, seguimos sin poder desembarazarnos de (por usar una metáfora trillada pero inspirada) la espada de Damocles malthsuiana que pende continuamente sobre nosotros aunque si bien hay que tener cuidado con no confundir a la humanidad con una plaga, recordar que la naturaleza es menos endeble de lo que algunos piensan y proponer una economía que, sin destruir definitivamente todo el medioambiente, no olvide que no existe supervivencia para una especie que no explote su entorno.

Una civilización Tipo II es la que controla la potencia del propio sol. Aquí no se habla de un aprovechamiento pasivo de la energía solar tal que hoy. Se habla de explotar in situ al astro rey, dado que las necesidades energéticas de una civilización así serían tan grandes que necesitarían consumir directamente la potencia de una estrella para impulsar sus máquinas. Gracias a ello se empezaría la colonización de sistemas estelares locales.

Por último, una civilización Tipo III es la que controla la potencia de toda una galaxia como fuente de alimentación para así aprovechar la potencia de miles de millones de sistemas estelares. Se entiende que esta civilización, al decir de Kaku, domina las ecuaciones de Einstein pudiendo, por tanto, manipular el espacio-tiempo a voluntad.

Como se ve, la base de esta clasificación es bastante simple ya que el criterio de entrada a cada nivel lo establece la base de la fuente de alimentación que suministra la energía a la civilización. Así, las civilizaciones Tipo I utilizan la potencia de todo un planeta, las civilizaciones Tipo II utilizan la potencia de toda una estrella, las civilizaciones Tipo III utilizan la potencia de toda una galaxia.

Esta clasificación nos ayuda a evaluar el avance de una civilización pero no nos dice cuando se va a dar ni nos asegura que se vaya a dar; diferenciándose, por tanto, de las afirmaciones gratuitas de los futurólogos al uso, tanto los de la bola de cristal como los de la bata, que no dudan en meternos miedos o alegrías al cuerpo según les convenga a sus alocadas alucinaciones.

Y es que y volviendo al tema de Kurzweil, de sus correligionarios, de sus predicciones, de su acrítica aceptación de las mismas en la comunidad científica, del acierto de otras predicciones de la misma índole; me siento tentado a concluir que, tal vez, la creencia o no de las supercherías no dependa tanto de la estupidez de los timados como de la inteligencia de los timadores en hablar en un lenguaje afín a las creencias de los clientes así como en decirles lo que quieren oír, ya que hay que convenir que la idea de que los robots nos puedan superar en inteligencia tiene un pequeño eco de un orgullo paternal mezclado con el soberbio anhelo de convertirnos en dioses.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Anatomía del intelectual contemporáneo

El concepto de Tercera Cultura nace a raíz de un libro de John Brockman en el cuál se hacía referencia al divorcio entre la cultura humanística y la científica (que C.P. Snow diagnosticó en su obra Las dos culturas) proponiendo como solución fundamentar a ambas sobre la base de una filosofía natural.

Brockman nos exigió redefinir al intelectual moderno que, en contraste con el anterior, el ya caduco, el que es conocedor del existencialismo o de Freud mas no de, pongamos, la segunda ley de la termodinámica; deberá conocer y divulgar la ciencia.

Personalmente comparto los anhelos de conquista, de búsqueda de presencia social de la ciencia y por extensión de lo que se denominaría tercera cultura salvo, y es que siempre hay un pero, salvo cuando pretende para sí una indisputada autoridad en temas teogónicos, esto es, que sólo la ciencia, frente a otras actividades intelectuales como el arte, pueda dar respuesta -más bien juguetear como lleva haciendo el hombre desde que se irguió- a las grandes cuestiones que acechan al ser humano.

Una egomaníaca autosuficiencia que me parece ingenua a razón de que, como ponía de manifiesto este trabajo científico que reseñé, el lenguaje y por ende cualquier comunicación necesita rebajarse a lenguaje poético, arcano, para poder dar cuenta de aquellas percepciones mentales inexpugnables a todo intento de verbalización.

Gracias a nuestro principio de simulación de la realidad -brevemente explicado aquí- conseguimos que el lenguaje, narración mediante, sea capaz de transmitir vivencias inefables aunque sea a riesgo de dinamizar, esto es, dinamitar el significado del texto.

Por recordar una distinción ya reseñada, la ciencia comercia con un conocimiento articulable, que es susceptible de ser comunicado; no es su negocio, sin embargo, el manejar el conocimiento tácito. Es decir, que la ciencia puede, por ejemplo, hablarnos de los celos pero en términos, digamos de bajo nivel, en términos abstractos (v.gr: es un instinto biológico que nos instiga a proteger nuestra descendencia, etc); no nos da su vivencia, no nos enfrenta a nosotros mismos a modo de espejo y nos recuerda su carácter enfermizo ni su similitud con el miedo al miedo, en consecuencia, no nos transmite el know how que nos habilita, o mejor dicho, nos entrena para distinguir cuándo ese sentimiento es un sensato modo de proteger nuestros intereses y cuándo se está convirtiendo en una obsesión. Y si lo hace, si nos informa del modo de encontrar ese equilibrio lo hará con la misma abstracta y a la postre estéril desenvoltura con que nos explicaría cómo subir unas escaleras o cómo hace un ciclista para mantenerse en pie, ya se sabe, hay que mantener el equilibrio moviendo el manillar al lado contrario hacia el que comienza a caerse y causando de esta forma una fuerza centrífuga que tiende a mantener derecha la bicicleta, ya se entiende que eso es decir nada.

Un caso paradigmático de la función desplegada por, en este caso, la literatura en la vida de una persona lo tenemos en la Ilíada, en el dramático personaje de Aquiles, en su tácito e indescriptible anhelo de gloria eterna cuya reverberación tuvo una crucial resonancia siglos más tarde en Alejandro Magno hasta al punto de que acabó identificándose con él así como a su amante Hefestión con Patroclo.

Desengáñate lector@ porque nada más lejos de mis intenciones que agotar el tema de la función del Arte en unas breves líneas sólo pretendo acotar su terreno -el mito o las fronteras del lenguaje-, un terreno que la ciencia puede y debe sedimentar mas no conquistar.

Acepto, empero, que el intelectual moderno ha de conocer la tercera cultura en tanto en cuanto su rol pretenda tener una eminente proyección social. Las razones quedan más claras si definimos la función que tiene este en la sociedad contemporánea y lo haré sin desear agotar todas las tipologías, puesto que me muestro escéptico con las categorizaciones; pero, en principio, veo dos papeles, que puede interpretar el intelectual contemporáneo.

El primero es el de Juez/Policía. Aquel que vigila que no se produzcan matrimonios ilegales, ideas arrejuntadas de forma chapucera en una estructura precaria a razón de que su argamasa no tienen ningún tipo de certificación experimental. Se lucha contra o, mejor dicho, se revela el error a aquellos que creen conceptos abstractos (v.gr: igualitarismo, ausencia de coacción) a través de los cuáles segregan todo su discurso omniefable independientemente de la aptitud real de estos conceptos para congeniar con la realidad.

Como ejemplo de esta actividad policial señalaré un post mío en donde critiqué que aunque sería deseable que todos los criminales fueran reinsertados en la sociedad como individuos, ahora sí, respetuosos con la ley, es más que posible que nos encontremos, al comprobar el actuar de los exconvictos, con personas que -por las razones que sea- no son capaces de reinsertarse teniendo el político en tal caso que obviar cualquier platónico concepto de dignidad o perfectibilidad moral para, por contra, construir un código penal más acorde con la naturaleza humana. Dicho de otro modo que todos las personas deban ser reinsertadas en la sociedad es un aserto cuya implantación dogmática no ha de nacer a resultas de divagaciones moralistas sino de cumplir primariamente el requisito nada baladí de que sea realizable. Una viabilidad, por cierto, que la certifican sólo las ciencias y las evidencias empíricas -aunque de natural las ciencias de por sí se sustenten en evidencias empíricas-.

El otro cometido del intelectual es el de empresario de ideas. Así como el empresario se dedica a comprar barato un bien en un lugar donde abunda para venderlo caro en otro lugar donde escasea entiendo por intelectual, también, a una persona que recoge las ideas donde proliferan y las esparce por donde faltan.

Esto es posible y necesario en intramuros de la ciencia porque ésta no forma un imperio del conocimiento ininterrumpido sino que consta más bien de islas intermitentemente comunicadas donde las ideas no se mueven sin ningún tipo de problema entre un terreno y otro, salvo más allá de un cambio de nombre, sino que en ciertas áreas muchas veces son hostílmente recibidas cuando no ignoradas.

Véase, como ejemplo de lo primero, la perspectiva darwinista aplicada a la economía empresarial. Como ejemplo de lo segundo, compárese la autista sicología freudiana con la atenta sicología evolucionista que sí escucha a otras ciencias como la biología.

Esto es posible y necesario, también, en extramuros de la ciencia porque supone el marco idóneo para realizar reformas sociales de una forma sensata, encontrándonos así con el concepto de Popper de Sociedad Abierta.

Frente a la sociedad cerrada, tribalista, supersticiosa, autoritaria; Popper clama por una sociedad abierta que tendría a gobernantes democráticamente reemplazados, que distinguiría entre ley y costumbre, que, a través de la crítica racional, buscaría aumentar el bienestar social.

Un aumento del bienestar que se llevaría a cabo mediante ingeniería social, es decir, mediante reformas políticas encaminadas para ello. En este sentido, es curioso constatar como en ciertos círculos liberales y por tanto, y en principio, afines a las ideas de Popper; es moneda común despachar toda reforma política como un opresor ejercicio de ingeniería social o bien un balsámico ejercicio de liberación si esta se fundamenta simplemente en finiquitar tal o cual ley coactiva.

Nada más lejos de la realidad. A día de hoy, el gordiano entramado entre un orden coactivamente impuesto y un orden espontáneamente surgido que rige la sociedad resulta imposible de desamarrar puesto que se podrían dar casos -¿por qué no?- en donde la coacción también fuera una sensata emergencia evolutiva y por lo tanto sólo cabe entender toda reforma como lo que es, una ingeniería social que podrá ser matizada y clasificada como gradual o saltacionista (utópica) dependiendo de cuál sea su alcance.

Popper defenderá, frente a una indeseada aceptación acrítica del statu quo, una ingeniería social, sí, pero gradual porque en lo que a nuestra sociedad se refiere, el grado de complejidad con el que se desarrollan nuestras instituciones hace imposible proponer una reforma cualesquiera -más cuanto más grande sea esta- y conocer con total certeza los efectos colaterales que conllevará. Es decir, se hace necesario concebir la política como un juego de palitos chinos o Mikado en donde un palillo se ha de recoger sin mover a los demás, obligándose para conseguirlo llevar a cabo acciones pausadas, progresivas.

Esas reformas, además, habrán de hacerse ateniéndose al espíritu de la sociedad abierta, esto es, articulándose la crítica social de forma común y racional. Común frente a una excluyente aristocracia. Racional frente a una peligrosa superstición, frente a raquíticas teorías aficionadas a regurgitar ideas utópicas sin sustento empírico que nos aboca a callejones sin salida. Ni que decir tiene que no hay otro alimento para este espíritu que el de la tercera cultura y no hay mayor urgencia social que esta llegue a toda la ciudadanía para que toda la sociedad puede participar de una sensata mejora de la misma.

En resumen, en las sociedades modernas todo ciudadano está llamado a filas para ejercer de intelectual en aras de luchar por la mejora social. Para ello tiene ante sí dos papeles: el de policía, el de empresario. Ambos necesitan de un armamento, de una tercera cultura puesto que esta es, ante todo, una formidable herramienta analítica; puesto que esta es, de hecho, el instrumento óptimo para mantener abierta a la sociedad, para tratar de mejorarla, para tratar de reformarla.

Reformas que el intelectual contemporáneo, que ya descree de las utopías, de los paraísos en la tierra, que, incluso, descree de su capacidad para estar en lo cierto; se obliga a proponer sólo de forma gradual, con certificado de ser reversibles pues es temeroso de emular la caída de Icaro, de comportarse de forma cientista, con fatal arrogancia que diría Hayek, y se autoimpone para ello un valiosísimo método profiláctico que le ayuda a que sus fantasías políticas no degeneren en partos monstruosos.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Una apología geek del capitalismo

Parece que a raíz de la crisis subprime a la obra de Marx se le ha otorgado una escandalosa resurrección y va camino de convertirse en best-seller.

No estaría de más recordar en esta breve nota por qué el capitalismo funciona y no así el comunismo.

Mi argumentación no pretenderá, por cierto, decretar que el mercado no deba ser regulado, antes bien, el mercado debe nacer después de y ser vigilado por nuestras instituciones morales. Simplemente afirmaré que la mano invisible es el modo más eficiente para generar bienestar.

En este sentido, no es de extrañar que incluso la nueva izquierda, en tanto que socialdemócrata, acepte que el mercado es un método eficiente para crear y distribuir riqueza y cuidado, que la economía no sea dirigible desde instancias superiores de moral elevada lejos de revelarse como una pésima noticia constituye de hecho un valioso salvoconducto que nos libra de tener que elegir entre nuestra libertad individual y el bienestar social.

Para explicar por qué funciona el capitalismo me propongo un lúdico ejercicio consistente en plantear una metáfora y exprimirla hasta sus últimas consecuencias:
El mercado es una supercomputadora encargada de procesar las demandas de los consumidores y convertirlas en los bienes y servicios requeridos por los mismos.
Ahora con la ayuda de la ciencia informática tratemos de explicar por qué es mejor el libre mercado.

Frente a la economía planificada del comunismo, que adolecerá de los típicos problemas de la computación centralizada como el alto coste o los cuellos de botella -pensemos en la lista de espera de un hospital público-; la actividad de la mano invisible en el mercado podría ser descrita como una computación distribuida.

A la luz de esta analogía interpretaríamos por hardware aquellas instituciones surgidas espontáneamente que al implementarse en forma de malla o grid consiguen un incremento sustancial del throughput -analogable a las economías de escala- así como posibilita una ampliación indefinida de la computación paralela -analogable a la división del trabajo-.

Por software traduciríamos las acciones llevadas a cabo por los empresarios, las cuáles, tienen un modo más eficiente de ser planificadas o programadas cuando se usa la eXtreme Programming (XP o Programación Extrema).

A diferencia de las obsoletas metodologías de ingeniería del software pesadas que planifican primero y codifican el software después -y que en economía tendrían su paralelo con los planes Quinquenales-, en la novísima Programación Extrema se considera que los cambios de planes sobre la marcha son

un aspecto natural, inevitable e incluso deseable del desarrollo de proyectos. (...) ser capaz de adaptarse a los cambios de requisitos en cualquier punto de la vida del proyecto es una aproximación mejor y más realista que intentar definir todos los requisitos al comienzo del proyecto e invertir esfuerzos después en controlar los cambios en los requisitos.

Y es que, como bien apunta Hayek, la información está dispersa y los agentes económicos implicados tienen un conocimiento no articulable sobre lo que van a hacer con lo que resulta imposible para un planificador predecir a dónde deben dirigirse las inversiones.

Un argumento similar utiliza Nassim Taleb cuando afirma, en su libro El Cisne negro (pág.27), preferir al libre mercado frente a otros regímenes económicos porque

la estrategia de los descubridores y emprendedores es confiar menos en la planificación de arriba abajo [down-up] y centrarse al máximo en reconocer las oportunidades cuando se presentan, y juguetear con ellas.

De modo que no estoy de acuerdo con los seguidores de Marx y los de Adam Smith: si los mercados libres funcionan es porque dejan que la gente tenga suerte, gracias al agresivo método del ensayo y error, y no dan a las personas recompensas ni incentivos por su destreza.

Así pues la estrategia es juguetear cuanto sea posible y tratar de reunir tantas oportunidades de Cisne Negro como se pueda.

Siguiendo con la analogía informática, habrá que fijarse que en la metodología de Programación Extrema, el programador se informa de los requerimientos del cliente mediante historias de usuario. Para el libre mercado tenemos otro nombre: dinero.

Efectivamente, el dinero es, ante todo, un medio transmisor de información.

Un caso: Supongamos que hay una catástrofe natural en Macondo que mina las existencias de manzanas hasta tal punto de que, en virtud de la ley de la oferta y la demanda, los vendedores de esta fruta reubican el precio de la misma cien veces por encima del precio que tenía antes del desastre. Imaginemos ahora a la manzana a cien euros. El beneficio para el vendedor resulta gigantesco y mientras se venden a ese precio lo que se está haciendo, indirectamente, es lanzar un mensaje al mercado, es decir, a todos aquellos que también venden manzanas pero a un euro, que "aquí, en Macondo, las manzanas te dan cien veces más beneficios que en cualquier otro lugar". De este modo nos encontraremos que toda una horda de avariciosos fruteros correrán a Macondo con sus existencias equilibrando la oferta con la demanda así como acabando con la escasez de las mismas.

Es importante enfatizar el hecho de que de haberse puesto límites al precio del bien escaso entonces lo que hubiéramos conseguido realmente es distorsionar las señales que espontánemente genera el mercado con la paradójica consecuencia de prorrogar la escasez habida en el mismo. No se necesita, por tanto, de una planificación salvo que queramos acrecentar la catástrofe.

El marxismo, en definitiva, no sirve para gestionar órdenes extensos y complejos. Sólo sería sostenible si se aplicase en comunas aunque en tal caso habría que suponer que el alienante moralismo restrictivo del igualitarismo -tan caro aún a la izquierda- fuera connatural al ser humano mas eso es bastante discutible y es que cuando, por ejemplo, le preguntaron al gran biólogo Edward O. Wilson, cuál era su opinión sobre el marxismo no dudó en su respuesta:

Bella teoría. Especie equivocada.

Por lo que nos dice la informática, parece que los robots tampoco serán la especie adecuada.