lunes, 4 de agosto de 2008

El Mito o En las fronteras del lenguaje

A lo largo de la historia se ha buscado infructuosamente una lengua perfecta que pudiera describir todo tipo de fenomenologías. Una lengua (casi) omniefable, lógicamente prístina, no redundante y que fuera, en todos los aspectos, mejor que cualquier otra lengua natural o artificial; pues las primeras resultan ser imprecisas y redundantes y las segundas, aunque no son ambigüas, tienen un limitado alcance descriptivo. Umberto Eco en un libro maravilloso dió cuenta de esa ilusoria utopía y de cómo su posible existencia atrajo la atención de innumerables pensadores desde Dante hasta Leibniz. Detrás de la búsqueda de ese santo grial se encuentra la ilusión utópica de recuperar la lengua prebabélica y el estado fraternal de comunicación plena entre todos los pueblos del mundo anterior a la maldición divina de la confusión de lenguas. También, y en un aspecto más filosófico y contemporáneo, está la ingenua creencia de que todo conocimiento es codificable de una forma óptima en algún tipo de lenguaje.

Sin embargo, la reiterada y a la vez eficaz existencia del mito a lo largo de la historia, como medio transmisor de un conocimiento no articulable, no verbalizable, precisamente lo que pone en entredicho es la existencia de un lenguaje omniefable que pueda captar todo pensar humano, al menos de forma inequívoca. Un caso esclarecedor sacado del libro de Eco:

En 1984 el semiólogo Thomas Sebeok redactó un documento para el Office Nuclear Waste Isolation en donde se respondía a la problemática planteada por el gobierno estadounidense que había elegido ciertas zonas desérticas para enterrar allí residuos nucleares y que buscaba averigüar cuál era el mejor modo de señalizar la zona como radiactiva de forma que no sólo la señal fuera reconocible por la civilización actual sino por cualquier tipo de civilización habida y por haber. En caso de que la Tierra sufriera cualquier tipo de catástrofe y una civilización nueva surgiera de la nada o, incluso, fuera invadida por extraterrestres habría que haber dejado claro, aún así, lo peligroso del lugar.

En el informe de Sebeok se excluyó al instante cualquier tipo de comunicación verbal directa (obvio,¿verdad?), olfativa (son de corta duración) o eléctrica. Esta última porque exigiría energía constante para su funcionamiento y por tanto no era aplicable a toda la casuística desplegada por la problemática. También excluyó toda ilustración pictórica por necesitar éstas de ciertos presupuestos culturales para no generar diferentes interpretaciones de significados contradictorios.

Otro tipo de soluciones más rebuscadas como establecer señalizaciones que fueran renovadas cada tres generaciones resultaron descartadas, al igual que las señales eléctricas, por presuponer, al contrario de lo que exigía el problema, la continuidad intergeneracional de la humanidad.

A la postre, lo que acabó siendo la solución fue el instituir una especie de casta sacerdotal formada por científicos de diversas ramas que se autoperpetuaran por cooptación y que se vieran obligados a difundir más que una información concreta, una sensación de miedo de nebulosa causación mediante todo tipo de trucos retóricos, bien sean mitos bien sean leyendas, de forma que incluso una sociedad de vuelta al estado de barbarie siguiera pudiendo percibir el peligro de la zona debido a la universal eficacia de los tabúes y de los actos sacrílegos en despertarnos determinados sentimientos.

Resulta ilustrativo que Sebeok, al verse obligado a elegir entre diferentes formas de comunicación, escogiera una de tipo narrativo desplegándola, aunque sea pagando el precio de un conocimiento articulable y preciso, a través de un lenguaje mítico, lenguaje ambigüo, lenguaje babélico, lenguaje que no busca de forma directa atrapar un significado estático y accesible sino que nos obliga a una permanente caza de un significado proteico, inaprehensible, para el que sólo nos queda conformarnos con conseguir instantáneas efímeras y en breve caducas, lenguaje, en definitiva, poético sólo desde el cual se puede instanciar una comunicación universal y atemporal de una experiencia humana como, en este caso, el terror a lo desconocido.

2 comentarios:

Carlos Suchowolski dijo...

Muy ilustrativo e interesante. Y dado que me citas como "autoridad en la cuestión del mito" (gracias por ello sea dicho de paso) no me queda mucho más que decir. Seguiremos en comunicación. Por cierto, qué te pareció el escrito de Wolf reproducido por Sapere Audere?

Héctor Meda dijo...

Hola Carlos,
Dices:
qué te pareció el escrito de Wolf reproducido por Sapere Audere?
Lo tenía leido ya en un libro suyo (que no encuentro en casadellibro). Respecto a Wilson yo creo que exagera el determinismo genético del que supuestamente hace gala la sociobiología y respecto al tema del alma fíjate que yo creo lo contrario (siempre dando la nota). Yo creo que la neurociencia al crear la hipótesis funcional de la conciencia (no importa de que está hecho el material que sirve de soporte sino si este es capaz de computar o no) lo que ha hecho es resucitar precisamente el concepto de alma.
Ya critiqué esa hipótesis pero está alojada en la ciencia y de hecho la especulación científica de Dyson (que reseño un un par de entradas más atrás) parte de esa creencia para poder afirmar la inmortalidad de la humanidad. De hecho escritores como Greg Egan explotan hasta la saciedad esa posibilidad. Veáse su colección de cuentos Axiomático. Sobre todo el cuento Aprendiendo a ser yo.
(Sospecho que este es un escritor que o bien te apasiona o bien ¡no lo has leído! Si es lo segundo ¡corre a la librería! creo que me lo agradecerás)
Por otro lado, personalmente la literatura de Wolfe (que es un devoto de Nietzsche a quien suele citar frecuentemente en los ensayos) no me gusta pues es ortodoxamente descendiente de Zola.

Saludos