miércoles, 20 de agosto de 2008

Nacionalismos Cucos

Hay una leyenda griega recogida por Plutarco que dice:
El barco en el cual volvieron (desde Creta) Teseo y los jóvenes de Atenas tenía treinta remos, y los atenienses lo conservaban desde la época de Demetrio de Falero, ya que retiraban las tablas estropeadas y las reemplazaban por unas nuevas y más resistentes, de modo que este barco se había convertido en un ejemplo entre los filósofos sobre la identidad de las cosas que crecen; un grupo defendía que el barco continuaba siendo el mismo, mientras el otro aseguraba que no lo era.
De este texto surgió un debate interesante sobre la correcta respuesta a la pregunta que suscita la anécdota. A saber: en caso de que las partes reemplazadas se almacenasen y posteriormente se reusasen para reconstruir el barco ¿cual de ellas al ponerse reconstituiría, de hacerlo, el barco original de Teseo?

Esto se conoce como la paradoja de Teseo y lo que pone de manifiesto es el carácter arbitrario de cualquier identidad. Sin embargo, no resulta al parecer inquietante en ciertas culturas. Douglas Adams lo relata:
Yo recuerdo que una vez en Japón, fui de visita al Gold Pavilion Temple en Kyoto y me sorprendí al observar lo bien que el templo había resistido el paso del tiempo desde que fuera construido en el siglo catorce. Entonces me explicaron, que en realidad el edificio no había resistido, ya que de hecho se había quemado hasta los cimientos dos veces durante este siglo. Por lo que le pregunté a mi guía japonés:
- ¿O sea que no es el edificio original?
- Al contrario, por supuesto que es el original - me contestó, un tanto sorprendido por mi pregunta.
- ¿Pero no se incendió?
- Sí.
- Dos veces.
- Muchas veces.
- Y fue reconstruido.
- Por supuesto. Es un edificio histórico importante.
- Con materiales completamente nuevos.
- Por supuesto. ¡Si se había incendiado!.
- Pero entonces, ¿cómo es posible que sea el mismo edificio?
- Siempre es el mismo edificio.
Pero para justificar, más allá del romanticismo, la surrealista posición del guía japonés como válida y no como arbitraria, tendríamos que postular un esencialismo platónico. Un tipo de pensamiento metafísico respecto a los universales ya rebatido por los realistas y que, en cualquier caso, a ojos del escéptico mundo actual tiende a parecernos fantasioso, al menos referido a objetos inanimados. No obstante, la filosofía del guía japonés respecto a la identidad del templo es idéntica punto por punto a la nuestra cada vez que nos creemos la existencia de una identidad y cultura nacional así como pertenecientes a las mismas. Un sentimiento de pertenencia que es el auténtico combustible avivador de ese fuego que quema toda fraternalidad universal llamado patriotismo.

Porque ¿acaso tiene sentido, por ejemplo, hablar de la lengua de Cervantes en pleno s.XXI después de tantas y tantas modificaciones hechas al castellano desde el s.XVI? ¿No le ha pasado lo mismo a cualquier otra costumbre o tradición, por ejemplo la cocina mediterránea, que pretenda ser constitutiva de alguna identidad nacional? Entonces si es así y en nuestra idea de lo cultural también nos viéramos inmersos en la paradoja de Teseo tendríamos que concluir que toda identidad cultural sería arbitraria y que el instinto tribal que alimenta el sentimiento político nacionalista resultaría tan dramáticamente mal encauzado, máxime contemplando la historia, como el pájaro carricero que, por instinto maternal, cree alimentar a sus hijos cuando lo que hace realmente es dar de comer a un cuco.

2 comentarios:

El Perpetrador dijo...

Maravilloso lo de Plutarco. Me sonaba pero no conocía fuentes.

No sólo la nación, sino toda categoría humana es una agrupación arbitraria de individuos, válida solamente para nuestra aproximación macroscópica a las cosas. Razas, especies, sexos, geografías... Llamamos "varón" a la persona con más testosterona que estrógenos y "mujer" a lo contrario, pero no hay una esencia bivalente indiscutible más allá de eso.

Incluso onda y partícula son dos manifestaciones, dos funciones de un mismo elemento base. En rigor, son los átomos los únicos ciudadanos del cosmos de pleno derecho.

Héctor Meda dijo...

Hola,
Bienvenido a mi blog y gracias por dejar un comentario.

Al hilo de lo que dices sobre las razas y las especies, apuntar que precisamente lo que Darwin demostró con su teoría es que, al contrario del pensar común heredero del esencialismo platónico o pensamiento tipológico, ni las razas ni las especies existen ni pueden explicarse su variación a largo del tiempo con ese tipo de pensamiento así que introdujo el pensamiento poblacional que postula que en biología no existe nada completamente idéntico (ni siquiera dos gemelos), siempre hay alguna variación y la igualdad entre ellos (sea racial o de especie o lo que sea) es una asbtracción irreal que únicamente pretende facilitar el entendimiento.

Saludos