lunes, 27 de octubre de 2008

Somos cyborgs

En general a toda criatura cuya constitución sea en parte orgánica, en parte mecánica se le denomina cyborg. Así, una persona que tenga un marcapasos o unas gafas puede ser considerada también un cyborg y aunque sólo fueran esos dos artefactos los únicos que existieran, la cantidad de gente que podría ser considerada como tal sería enorme.

Pero veremos que este pensamiento resulta ingenuo. Andy Clark y unas cuantos teóricos más han estado extendiendo el concepto de cyborg, no ya a una serie de personas con unas necesidades concretas suplidas con tecnologías varias y no digamos ya a esos protohombres del futuro que no acaban de llegar, sino a todo Homo Sapiens.

Los cyborgs, según Clark (cuyo artículo servirá de hilo conductor de este post) no son únicamente aquellos seres en quienes se da una combinación de carne y hueso sino, más coherentemente, todo ser que pueda ser considerado un simbionte tecnohumano. Nos encontramos así que todos somos de algún modo cyborgs.

Para defender esta idea se postula la hipótesis de la mente extendida la cuál afirma que la mente no se circunscribe únicamente a los límites del cráneo sino que se extiende más allá de ella conformando un círculo que se extiende hasta incluir al medioambiente, en breve, la mente humana es el resultado de un gordiano bucle recursivo surgido de un trío conformado entre cerebro, cuerpo entorno.

Esto se debe a que cuando no nos adaptamos al entorno sino que el entorno se adapta a nosotros -algo que se da cuando podemos hacer un uso instrumental del mismo- entonces la frontera entre usuario y herramienta se difumina y lo hace al punto incluso de hacerse arbitraria su distinción. Como bien afirmará Clark, dichas herramientas continuarán siendo herramientas

sólo en el débil y, en definitiva, paradójico sentido en el que mis propias estructuras neuronales que funcionan en el nivel inconsciente (el hipotálamo, el córtex parietal posterior) son herramientas.

Al fin y al cabo, como ya dije en una ocasión, es un error el

atribuir a las partes constituyentes de un animal atributos lógicamente aplicables sólo al animal como un todo. Los predicados sicológicos se han de aplicar al cuerpo como in totum y no al cuerpo y sus partes como el cerebro. En roman paladino: el cerebro no siente, el cerebro no se apropia de un cuerpo. Sino que es el cuerpo el que siente, etcétera.

Por lo tanto, carece de sentido decir que usamos el cerebro antes bien, este forma parte esencial de la constitución de nuestra identidad. Un privilegio que, como veremos, también hay que conceder a ciertas tecnologías.

Pongamos un ejemplo que seguramente resultará ilustrador. Hablaremos del proceso de escritura. Bien. Las tecnologías que la posibilitan (textos, imprentas, etc) no sólo proporcionan una posibilidad de almacenamiento así como de difusión masiva de la misma sino que la implementan de un modo tal que su elaboración y alcance quedan totalmente redefinido gracias a ellas.

Concretemos algo más la exposición. Cuando alguién acaba de escribir un post, no sólo habrá hecho uso de ideas mayormente (aún si somos clementes con la valía del blogger) ajenas y un lenguaje -sintáxis, expresiones hechas, etcétera- ya fijado vía instituciones culturales, que habrán ayudado al cerebro a entretejer el post; sino que también le codeterminarán las diversas prestaciones tecnológicas ofrecidas por los mass media, la blogosfera, el diccionario, el libro de consulta, el ordenador donde se escribe, el procesador de texto, etcétera.

Sin estas herramientas no hubiera sido posible materializar el producto final pero sería falso colegir de ello que el cerebro biológico se mantiene como una suerte de autócrata sólo bajo el cuál se desarrolla toda interacción tecnológica. Sería falso porque el cerebro biológico también se ve influenciado en su funcionamiento por las herramientas tecnológicas habidas a su disposición en su entorno y es que la mente, lejos de ser un fantasma en la máquina, es más bien una inmaterial sinfonía cuya orquestación es creada materialmente tanto por instrumentos tecnológicos como biológicos.

Esta co-rregencia surge históricamente con el fin de suplir ciertas carencias inherentes a nuestra naturaleza. Las presiones selectivas habidas sobre nuestra mente nos han hecho expertos en encontrar intrincadas regularidades en nuestras percepciones sensoriales. Se consigue así que -como no recuerdo quién lo dijo en cierta ocasión- aunque podemos confundir en la penumbra a una sombra con una persona, jamás confundiremos -lo cuál podría ser un error letal- a una persona con una sombra. Podemos, por buscar un ejemplo aún más clarificador, escuchar los primeros compases de una canción y al instante tirar del ovillo y recordar la canción entera. Somos capaces, pues, de muchas proezas que nos resultaron útiles en nuestro entorno ancestral, aquel donde se forjaron todos nuestros nunca trascendidos instintos. Por contra, ciertas actividades computacionales, aparentemente simples, como memorizar grandes cifras o manipularlas algebraicamente nos resultan arduas, cuando no imposibles de realizar.

Ahora bien, tal y como en un estudio conjunto han hipotetizado David Rumelhart, Paul Smolensky, John McClelland y Geoffrey Hinton; es posible que las tecnologías, en su simbiósis con nosotros, nos haya permitido realizar tales actividades al refundar nuestra cognición. Ahora que somos cyborgs, somos capaces de combinar las operaciones internas de un órgano biológico experto en extraer patrones del ruido sensorial con una silva variada de herramientas tecnológicas que, bajo la política del divide et vinces, nos posibilitan realizar acciones, que en principio estaban fuera del alcance humano, pero que por la vía de fragmentarlas en pequeñas -y, ahora sí, realizables- microoperaciones y a la par que ejecutarlas secuencialmente, se logra alcanzar los objetivos previamente inaccesibles.

El ejemplo propuesto por ellos consiste en mostrar cómo al abordar una multiplicación larga, pongamos 83x19, utilizando lápiz, papel y los símbolos númericos, el resultado de esta se nos hace asequible.

Las tecnologías vendrían, por tanto, a suplir las deficiencias inherentes a nuestra actividad mental. Nuestra mente sería como un títere cuyos movimientos vendrían dirigidos por hilos originados tanto en la corteza neuronal como ahora en el entorno tecnológico; ampliándose así nuestras habilidades cognitivas.

Este punto -el hecho de que nuestros instrumentos extienden nuestras habilidades cognitivas- es algo de lo que ya se dió cuenta Borges, cuando describió el singular status que tenía el libro entre los logros de nuestra civilización al decir en una conferencia, recogida en un libro, que

De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones del cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es extensión de la memoria y de la imaginación

Larry Arnhart aunque no adjudica al ser humano el privilegio de ser el único animal político -al igual que Aristóteles- sí que localiza, la razón de la mayor complejidad de nuestras organizaciones políticas, en nuestras instituciones burocratizadas. Así, Arnhart, nos recuerda que con la emergencia de los estados nació el problema de los free riders (gorrones) que querían recoger los grandes beneficios que el estado traía, como paz y prosperidad, sin pagar sus costes como la obligación de impuestos, el servicio militar o la obediencia a la ley.

Si el colapso pudo evitarse se debió a que -entre otros factores como la religión- la invención de la escritura, la invención de una tecnología como la escritura, posibilitó la existencia de registros burocráticos los cuales facilitaron tanto el respeto como la promulgación de las leyes pudiendo obviarse así el restrictivo requisito de que para coordinar un grupo humano tiene que haber conocimiento directo de cada uno de los miembros del mismo. De este modo la organización política humana cambió sustancialmente respecto a la organización política de cualquier otra especie.

Es fácil entender ahora que (casi) siempre el éxito de todo aquel invento tecnológico, que ha resultado crucial para el desarrollo de la humanidad (escritura, imprenta, ordenador, etc), no ha nacido tanto a raíz de la complejidad del logro conseguido cuando en y cuanto por su masificación al posibilitar la modificación sustancial de nuestra cognición y ampliar radicalmente el campo de acción de cada uno de los individuos que conforman la sociedad.

En definitiva, la conjetura someramente descrita aquí, consiste en notar que las tecnologías -posibilitadoras, en última instancia, de nuestra cultura e instituciones y cuyo avance resulta esencial- inciden en nuestra naturaleza transmutándola de manera que ahora se puede decir que nacemos (siendo poco más que simios) dentro de una crisálida netamente biológica y que, en nuestro proceso de inmersión en la cultura, nuestra naturaleza, en una metamorfósis nunca vista en el reino animal, paulatinamente hibrida de un sustrato netamente biológico a otro tecnobiológico dando lugar a un nuevo y raro ser vivo: el homo machina.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Cronología de una crisis anunciada

Ahora que va a realizarse una cumbre encaminada a reformar el sistema financiero sería interesante hacer un recuento somero (muy somero) de las incontables propuestas de reformas de las que he llegado a tener noticia.

Para poder realizar un pequeño sumario de las soluciones planteadas -que, como toda síntesis, siempre olvida detalles- bien podríamos servirnos como hilo conductor del hecho de que cada una de ellas tiende a fijar una fecha desde donde se empezó a gestar la catástrofe de forma que incluso podría darse el caso de que todas fueran válidas o bien que muchas de ellas simplemente se hayan excedido en su mirada al pasado.

Dicho esto, quisiera señalar, antes de mostrar la cronología, que, aunque esta crisis mantiene perplejos hasta a los economistas más eminentes, hay ciertos supuestos sobre los que colocar un consenso. Sin ir más lejos, se acepta que cuando hay un exceso de de liquidez, sucede que el dinero al masificarse se convierte para el ahorrador en una suerte de hucha con agujero al perder valor frente a otros activos -bienes raíces, acciones, materias primas- cuya oferta no ha crecido de forma tan exuberante con la nefasta consecuencia de que esos activos acaban siendo el refugio de los ahorradores que al aumentar la demanda de los mismos aumentan artificialmente su precio y crean lo que se conoce como el fenómeno de la burbuja.

En el caso de la crisis subprime, aquellos activos artificialmente inflados fueron los créditos bancarios aviniéndose el instante fatídico, aquel en el que la burbuja explotó, cuando los agentes económicos se dieron cuenta de la artificialidad del precio los activos y se negaron, en consecuencia, a seguir comprándolos siendo entonces el momento en el cual los vendedores de los mismos, al no poder hacer frente a las deudas acumuladas, provocaron el alud de impagos causante de la actual crisis de solvencia.

Se necesita detectar cuándo se empezó a intoxicar el sistema financiero y vacunar, de algún modo, a las instituciones. No obstante hay que dejar claro que se sabe que una regulación inadecuada, como por ejemplo el control de precios de los bienes de primera necesidad, provoca escasez de los mismos. Es decir, una regulación inadecuada puede mutarse en un veneno aún más letal que la propia toxicidad que reclamaba atención. Por ello, seguramente no necesitamos más regulación sino mejor regulación, necesitamos diseñar un repertorio de reglas encaminadas a erradicar de raíz aquellas actividades cuya profileración han provocado la caída de los mercados.

Bueno empezaré ya a relatar las fechas que he ido oyendo por ahí, desde donde, según algunos, empiezan las posibles causas de la crisis no sin antes advertir que a mayor distancia histórica es menor el número de especialistas que apuestan por esa fecha como el comienzo del declive.

2002 en adelante- Son muchos (I, II, III) quienes ven en la mala gestión de riesgos por parte de los empresarios la causa de la crisis. Se está empezando incluso a cuestionar la validez del modelo Black-Scholes utilizado por los traders para medir la volatilidad del mercado. A ello se añade las sospechas, cada vez menos infundadas, de que algunos bancos han sido algo trileros a la hora de infiltrar tóxicos préstamos de alto riesgo en el mercado. Como se dice aquí:

La transparencia y precisión de la información que el público maneja, para que los agentes puedan conocer los cálculos, medidos de maneras universalmente aceptadas, de las rentabilidades y los riesgos involucrados en sus portafolios de inversión. En el caso actual, muchos de los paquetes securitizados de papeles respaldados por hipotecas subprime no tenían un adecuado cálculo de riesgo, lo que sobreestimaba de manera artificial la valoración de las carteras de los portafolios en las que éstos participaban. Por eso, no se requiere más regulación, sino mejor regulación, que asegure, por medio de analistas inde-pendientes, un adecuado cálculo de la rentabilidad y riesgo de los papeles, en conformidad con las caracterís-ticas que éstos tengan

La picaresca de la casta financiera ha sido brillantemente parodiada por un par de humoristas ingleses

2001- En ese año se produce el 11-S y la explosión de la burbuja de Internet siendo entonces cuando Alan Greenspan, a la sazón presidente de la Reserva Federal, baja los tipos de interes del 6,5% al 1% produciéndose así un exceso de líquidez que revierte sobre los precios de las viviendas subiéndolos así como en el negocio de los bancos empequeñeciéndolos y forzándoles a, en orden a desembarazarse de esa liquidez, extender su clientela a personas con un perfil económico más riesgoso. Hay en Internet una magnífica y célebre exposición de esta crisis que arranca de esta torpeza perpetrada por Greenspan de bajar los intereses allá por 2001.

1990- La oí en este video (minuto 12:10) y es realizada por Álvaro Nadal, secretario de economía del PP, quien señalaba el comienzo de la crisis allá por los años noventa cuando la política monetaria de los bancos centrales, dada la creciente complejidad de determinar qué era dinero y qué no lo era en el sistema financiero, cambió de preocuparse de saber cuánto dinero había en circulación a preocuparse meramente por determinar cuánto crece un único indicador, a saber, el IPC. Se olvidaba así que un exceso de liquidez no sólo debe afectar a los precios de consumo sino que puede ir a engordar los precios de activos como las casas que estaban fuera de ese indicador.

1970- En ese año fue cuando el manirroto presidente Nixon liquidó la disciplina de monetaria nacida en Bretton Woods al haberse excedido en el gasto público. Una disciplina monetaria a la que el actual presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, recientemente ha especulado con volver. Básicamente el sistema monetario de Bretton Woods era un patrón oro, es decir, aquel donde los billetes son respaldados pon una determinada cantidad de oro frente al actual sistema monetario en el que el dinero se convierte en un bien fiduciario de forma que las monedas y billetes no basan su valor en el respaldo de un bien determinado sino simplemente en su declaración como dinero por parte del Estado y, en consecuencia, en la fe de su futura aceptación.

Si bien es cierto que este retorno a Bretton Woods resulta inviable según el parecer del grueso de los economistas neoclásicos es defendido por otras corrientes de pensamiento económica.

1913- El 23 de diciembre de ese año se crea la reserva federal que desde entonces ha recibido críticas por parte de algunos economistas de la Escuela de Chicago así como de la Escuela Austriaca por su política. El ya fallecido Milton Friedman, líder de la Escuela de Chicago, creía que la FED, al reducir la oferta monetaria en un tiempo en el cual se necesitaba más liquidez, agravó la crisis del 1929. En concreto Friedman, y su teoría del monetarismo sostiene que

la única política macroeconómica que de manera consistente rendirá resultados deseables es una lenta, sostenida y predecible tasa de crecimiento de la oferta de dinero.

De hecho la receta monetarista, frente a las políticas monetarias discrecionales de la FED, fue implementada en gran medida en Japón y Alemania consiguiendo, así, que esos países experimentasen menores tasas de desocupación e inflación

1668- En ese año se crea en Suecia el Sveriges Riksbank que sería el primer banco central de la historia. Un poco más tarde, en 1694, se crearía el primer banco central inglés. Según la Teoría austriaca del ciclo económico son las expansiones monetarias realizadas por el banco central las que generan la descoordinación de los agentes económicos que provoca las cíclicas crisis en las que constantemente se ve inmerso el capitalismo. Básicamente la idea consiste en que:

el sistema bancario, liderado por el Banco central, se ve forzado a financiar el éxodo de los ahorradores desde la deuda a largo a las deudas a corto. El sistema bancario tiene que absorber más deuda a largo a cambio de créditos a corto. Esto significa que el sistema bancario continua, a ritmo acelerado, practicando el arte de endeudarse a corto y prestar a largo. Los bancos se vuelven cada vez más ilíquidos, reforzándose así el círculo vicioso.

En algunos foros liberales se ha insistido mucho en achacar a este intervencionismo los achaques de la economía.

Edad Media- Mises(The Theory of Money and Credit) y algunos de sus discípulos, especialmente Rothbard(What Has Government Done to Our Money?) y Huerta de Soto, han insistido que la crisis son provocadas, en última instancia, por permitir a los bancos tener un coeficiente de caja distinto al 100%; reeditándose así las viejas condenas de los escolásticos a la usura.

Para finalizar, hay que hacer notar que, a pesar del batiburrillo de opiniones, lo que sí parece claro es que en materia económica hemos caído en una dinámica involutiva fruto de que en alguna ocasión nos vimos en una encrucijada desde donde elegimos mal y que de aquellos polvos estos lodos.

Consolémosnos, al menos, con notar en que aún más importante que el dinero es la salud y que en ese sentido debemos sentirnos afortunados puesto que los economistas no trabajan en hospitales.

jueves, 16 de octubre de 2008

Ecología de Mercado

En un anterior post traté de argumentar que, aunque la contaminación y en general cualquier agresión al medioambiente no es algo trivial, 1) el capitalismo no es más econocida que otros órdenes económicos, 2) que la explotación del medioambiente es inherente a la supervivencia de cualquier especie y 3) que, tal vez, encontremos modos de que estas agresiones no resulten irreversibles situándonos, en caso contrario, en un gran dilema ético, a saber, o nosotros o el medioambiente.

Sin embargo, hay que dejar claro que este último punto si no es matizado resulta muy ingénuo, esto es, no puede haber un nosotros sin un medioambiente ya que no podemos trascender a la naturaleza sino que seguimos a merced de sus caprichos selectivos. Por tanto nos conviene, a decir verdad, nos urge buscar el mejor modo de compaginar nuestras actividades socioeconómicas, sobre las que se desarrolla nuestra supervivencia, con nuestro medioambiente, sobre el cuál se sustenta nuestra supervivencia habiendo que dilucidar cuáles son los límites permisibles, y cuáles son los modos para establecer esos límites de utilización del entorno.

El problema aparece porque, al menos aparentemente o idealmente, el mercado es un proceso homeostático sólo sujeto al mandato de los consumidores pudiéndose preguntar si ello es suficiente para no acabar destrozando el medioambiente. Es decir, cabe preguntarse si el orden espontáneo del libre mercado colisiona o más bien se amolda al orden espontáneo de la selección natural. Dicho de otro modo, ¿es la ecología de mercado un oxímoron?

Veamos. Cuando un agente económico realiza una acción que genera costes a terceros, v.g: contaminar, y no paga por ella entonces los economistas utilizan el concepto de externalidades negativas para designar esa actividad.

Generalmente las externalidades suelen desaparecer cuando se realiza una inteligente concesión de derechos de propiedad. En ese sentido hay quienes creen que la única razón por la que hoy en día existen actividades contaminantes que provocan daños a terceros se debe a que:

Todo lo malo que hoy padecemos no procede de una economía pura de mercado, sino del mercantilismo, el intervencionismo, la estatolatría y la falta de definición de los derechos de propiedad

ya que tanto el libre mercado como los ecosistemas son dos sistemas mutuamente complementarios e incluso potencialmente simbiontes.

La solución, por tanto, pasaría por privatizar toda la tierra y que el grado de explotación de la misma quedase únicamente bajo el criterio del empresario con la segura consecuencia de que toda agresión medioambiental desaparecerá puesto que:

El medio ambiente, la naturaleza, en una sociedad liberal es de propiedad privada. Por ello, las agresiones al medio ambiente se dividen en dos grupos: las que uno realiza en su propiedad y las que uno realiza en la ajena. En el primer caso uno tiene derecho a hacer lo que se le antoje mientras los efectos no se salgan de los límites de esa propiedad.

Ahora bien, aquí caben dos puntualizaciones. Primera, aquel que agrede su propiedad está reduciendo su riqueza. No en vano, los grandes desastres ecológicos se dan en lugares que son "de todos" o sea de nadie, como las aguas internacionales. Y segunda, es difícil que se puedan mantener los efectos dentro de los límites geográficos y por tanto habrá un fuerte incentivo a no pasarse. En el caso de las agresiones contra propiedad ajena, el propietario tiene derecho a pedir el resarcimiento de los daños al agresor.

Además con esta propuesta se evitaría la tragedia de los bienes comunales que sufren tierras como los bosques, pesquerías y etcétera que tienden a ser usufructuados de forma irresponsable.

Bien. A bote pronto, surgen las objeciones típicas consistentes en preguntarse cómo tal o cual propiedad puede ser privatizada y es indudable que toda respuesta será altamente especulativa. (Pensemos en una propuesta para privatizar el mar).

Pero existe una objeción más grave a esta forma de estructurar así toda interacción con la naturaleza y surge debido a que la solución propuesta además de resultar altamente especulativa, y quien sabe si práctica, sólo se circunscribe a unos problemas muy concretos, la contaminación y la sobreexplotación, de entre los muchos que suscita el medioambiente siendo el principal, el que los subsume a todos y el que sigue sin atenderse, el de la biodiversidad.

En efecto, ¿por qué razón una papelera dueña de un bosque, pongamos por caso, en su paulatino ejercicio de deforestación debería preocuparse por otra cosa que no sea la cantidad de madera -único bien que utiliza en su negocio- que haya en su terreno? Una empresa encargada de fabricar papel, que fuera propietaria de un bosque, se cuidaría, efectivamente, de sobreexplotar y contaminar su terreno siendo estos los únicos criterios restrictivos en su gerencia de la propiedad; sin embargo, no estaría obligada a, mejor dicho, no tendría incentivos económicos para preocuparse de indagar si, en su avance deforestador, acaba o no con determinados nichos ecológicos o si ha trastocado o no el equilibrio del ecosistema habido en su dominio.

En este momento es cuando surgen las típicas preguntas a propósito de la biodiversidad. ¿Por qué es importante preservarla? ¿Por qué, como dice El Pocero, me tengo que preocupar más por unas lagartijas que por una vivienda para seres humanos? Pues bien como explica EO Wilson en su libro La Creación (pág.48)

Muchas son las razones que pueden esgrimirse, todas ellas fundamentales para el bien común de la humanidad. En primer lugar, se destruirían fuentes incalculables de información científica y de riqueza. Se tambalearían los costes de oportunidad, más comprensibles quizá para nuestros descendientes que para nosotros mismos. Se habrán perdido medicamentos, cultivos, maderas, fibras, suelos aún no descubiertos, así como la posibilidad de reponer vegetación o de encontrar sustitutos para el petróleo

Es decir que al destruir la naturaleza no sabemos realmente el valor, que segura será grande, de lo que estamos perdiendo y cuando, por seguir con el ejemplo anterior, dejamos que la industria maderera sea quien evalúe los costes/beneficios de usufructar unívocamente sus propiedades en función de la rentabilidad que le dé la madera que contiene cometemos en cierto modo la falacia de la ventana rota al conseguir algo sin percatarnos de las oportunidades escondidas perdidas que nos ofrecía - e incluso nos ofrece en forma de lugar habitable- ese bosque.

Pero citemos una vez más a Wilson para concretar un poco más cuáles son esas oportunidades que se pierden al extinguir una determinada especie:

Cuantas más especies sobrevivan en un ecosistema, mayor es su productividad y mayor su capacidad de soportar sequía y otros tipos de estrés medioambiental. Puesto que dependemos de ecosistemas funcionales para limpiar nuestra agua, enriquecer nuestro suelo y crear el aire mismo que respiramos, la biodiversidad es claramente algo que no se puede desechar de forma negligente. Cada especie es una obra maestra de la evolución, que ofrece una enorme cantidad de conocimiento científico útil porque está tan completamente adaptada al medioambiente en el que vive. Las especies que viven hoy en día tienen millones de años de antigüedad. Sus genes, al haber estado probados por la adversidad a lo largo de tantísimas generaciones, manipulan un conjunto asombrosamente complejo de dispositivos bioquímicos que ayudan a la supervivencia y la reproducción de los organismos que la portan. Más del 40% de todas las medicinas que dispensan las farmacias en USA son sustancias extraídas originalmente de plantas, animales, hongos y microorganismos. Pero sólo una fracción de las especies (probablemente menos del 1%) han sido examinadas en busca de productos naturales que pudieran servir como medicinas

Hay que fijarse lo absurdo de conocer sólo un 1% de las especies y sin embargo estar seguros de que podemos monetarizar y, por tanto, dejar al albur del cálculo empresarial, en qué medida se puede violentar un determinado entorno.

Creer que un empresario, meramente teniendo bien delimitada su propiedad, conseguirá una óptima valoración de sus activos (incluidas las tierras) es como creer que se puede cuantificar el valor exacto de La Biblioteca de Babel, y por tanto poder, aún habiéndose registrado e identificado sólo un 1% de los libros habidos en ella, evaluar de forma racional su precio total.

Desgraciadamente aún no podemos ser -porque no sabemos cómo- jardineros de la naturaleza y ello implica que, posiblemente, tendrá que haber un órgano coercitivo que restrinja, no necesariamente que gerencie, el grado de explotación de la naturaleza para enmarcarlo dentro de unos límites que sean de interés común.

El cómo y el cuánto se nos escapa y no parece fácil de dilucidar pero al menos hemos avanzado algo si hemos conseguido problematizar adecuadamente el tema y desechar una solución aparentemente creativa pero que a la postre obviaba el auténtico núcleo del problema mebioambiental.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Biosfera 2

Si queréis creerme, bien. Ahora diré cómo es Octavia, ciudad telaraña. Hay un precipicio entre las dos montañas abruptas: la ciudad está en el vacío, atada por dos crestas por cuerdas y cadenas y pasarelas. Uno camina por los travesaños de madera, cuidando de no poner el pie en los instersticios, o se aferra a las mallas de una red de cáñamo. Abajo no hay nada en cientos y cientos de metros: pasa alguna nube; se entrevé más abajo el fondo del despeñadero.


Esta es la base de la cuidad: una red que sirve para pasar y para sostener. Todo lo demás, en vez de alzalrse encima, cuelga hacia abajo: escalas de cuerda, hamacas, casas en forma de bolsa, percheros, terrazas como navecillas, odres de agua, piqueras de gas, asadores, cestos colgados de cordeles, montacargas, duchas, trapecios y anillas para juegos, teleféricos, lámparas, tiestos con plantas de follaje colgante.


Suspendida en el abismo, la vida de los habitantes de Octavia es menos incierta que en otras ciudades. Saben que la resistencia de la red tiene un límite

Las ciudades sutiles, número 5, extraído del libro Las ciudades invisibles de Italo Calvino

La naturaleza nos tiene inscritos, so pena de ser eliminados, en una carrera hacia a ninguna parte llamada evolución donde nadie tiene asegurado siquiera un mísero premio de consolación. De todas formas no hay que llevar demasiado lejos la metáfora de la carrera pues nos puede transmitir la ilusoria creencia de que en nuestro transitar por la historia nos bastaríamos a nosotros mismos cuando también importa la trayectoria evolutiva de las restantes especies en la medida en que ellas acaban siempre convirtiéndose en garantes de evitar, o responsables de causar eventualidades en el medioambiente potencialmente letales para nuestra propia especie.

Se podría decir que la biosfera es un complejo teatro de marionetas donde cada hilo se sujeta gracias a la acción de otras marionetas y por tanto cada especie, incluida la humana, necesita para su supervivencia del concurso de otras especies que juntas forman ese complejo sistema holístico llamado ecosistema.

Ahora bien, el privilegio de una especie cualquiera de copertenecer a un determinado ecosistema viene concedido únicamente por el gradual e implacable proceder de la selección natural de quien podríamos decir, en un ejercicio de antropomorfización de la misma y tal y como hace Darwin en el Capítulo IV de El Origen de las Especies, que

está buscando cada día y cada hora por todo el mundo las más ligeras variaciones; rechazando las que son malas; conservando y sumando todas las que son buenas; trabajando silenciosa e insensiblemente, cuandoquiera y dondequiera que se ofrece la oportunidad, por el perfeccionamiento de cada ser orgánico en relación con sus condiciones orgánicas e inorgánicas de vida. Nada vemos de estos cambios lentos y progresivos hasta que la mano del tiempo ha marcado el transcurso de las edades; y entonces, tan imperfecta es nuestra visión de las remotas edades geológicas, que vemos sólo que las formas orgánicas son ahora diferentes de lo que fueron en otro tiempo.

Se hace evidente, pues, la necesidad de apoderarse del papel realizado por la selección natural para poder zafarnos así de ese continuo proceso de domesticación al que somos permanentemente expuestos pudiéndose asegurarse, sólo en tal caso, nuestra supervivencia y la de aquellas especies que la hacen posible.

Tales napeoleónicos sueños de conquista fueron ensayados de forma seria por primera vez a principios de la década de 1990 a través de un experimento llamado Biosfera 2. Edward Osborne Wilson relatará en el libro Consiliencia (pág. 407) la odisea que supuso aquel experimento.

Se trataba de un ecosistema cerrado que alcanzaba hasta los 12.800 metros cuadrados. Estaba construido en el terreno desértico de Oracle, Arizona y constaba de una bóveda de cristal dotada de suelo, agua, plantas y finalmente animales; todo ello con la misión de emular el funcionalismo ecológico de la Tierra. Se trataba, pues, de construir, a la manera de las Matrioskas, una Tierra dentro de la Tierra, siendo ambas independientes. Independencia que tuvo dos lógicas excepciones: la primera es que sí hubo una conexión con el mundo exterior en forma de comunicación para poder mantener así el contacto con quienes entrasen allí y la segunda es que desde el exterior se suministró energía eléctrica.

Diseño y construcción costaron 200 millones de dólares. El éxito del experimento se cifraba en poder probar que la vida humana podía sobrevivir en una burbuja hermética en cualquier lugar del sistema solar independientemente del calor y la radiación que hubiera.

Ocho biosferanos voluntarios entraron en el recinto el día 26 de septiembre de 1991. Al principio todo parecía ir bien pero pasados cinco meses la concentración de oxígeno había disminuido desde el 21% original hasta el 14% siendo esta cantidad, que se encontraría normalmente a altitudes de 5300 metros, demasiado baja para la salud. Durante el mismo periodo los niveles de de óxido nitroso habían aumentado hasta niveles peligrosos para el tejido cerebral así como las concentraciones dióxido de carbono cuya importancia todos conocemos.

Las especies que acompañaban a los biosferanos se vieron drásticamente afectadas por los súbitos cambios. Algunas se extinguieron abruptamente, diecinueve de los veinticinco vertebrados y todos los animales polinizadores desaparecieron, por contra; unas cuantas especies de cucarachas, chicharras y hormigas se multiplicaron en número de una manera inaudita. En el caso de algunas especies vegetales, como las ipomeas, pasionarias y otras trepadoras, que se habían plantado para que actuaran como sumideros de carbono, su crecimiento resultó tan exuberante que empezó a constituir una amenaza para las otras especies de plantas, incluidas las de los cultivos que, ni que decir tiene, eran estrategicamente vitales.

A pesar de todo, los biosferanos fueron capaces de superar estos obstáculos llegando a permanecer dentro del recinto los dos años enteros que originalmente se habían planeado.

Dicho esto, hay que dejar claro que Biosfera 2, como ensayo, no fue en absoluto un fracaso. Al contrario, nos legó un buen puñado de lecciones de las que la más importante es que aquellos parámetros que configuran un determinado ecosistema sólo pueden pasearse por unos determinados valores, en un delicado ejercicio de funanbulismo, si se pretende conservar de este el carácter hospitalario que tiene con la especie humana; siendo sólo posible ese milagroso ejercicio de equilibrismo gracias a una división de trabajo ecológica cuya complejidad organizacional y funcional es fruto de una paulatina acumulación de ensayo/error realizada durante millones de años y que a todas luces resulta, por tanto, inalcanzable a cualquier ingeniería humana.

A propósito de este experimento tanto Joel E.Cohen, de la Universidad Rockefeller, como de David Tilman, de la Universidad de Minnesota, afirmarán que:

Nadie sabe todavía cómo manipular sistemas que proporcionan a los seres humanos los servicios de soporte de vida que los ecosistemas naturales producen gratutitamente(...)[y]a pesar de sus misterios y peligros, la Tierra sigue siendo el único hogar conocido que puede sustentar la vida.

No se puede, por tanto, pretender trascender u obviar a la madre Naturaleza y si la humanidad persistiera en su menosprecio a la misma entonces ¿no se estaría comportando, en cierto modo, como un adolescente malcriado que tuviera ridículos (e imposibles) sueños de emancipación? En ese sentido considero que las conclusiones de E.O Wilson son lo suficientemente elocuentes como para cederle las últimas palabras del post:

Avanzar como si el genio científico y empresarial haya de resolver todas y cada una de las crisis que vayan surgiendo, implica que la degradación de la biosfera global puede gestionarse de igual manera. Quizá esto sea posible en décadas futuras (siglos parece más probable), pero en la actualidad todavía no se atisban los medios necesarios para ello. El mundo vivo es demasiado complicado para que pueda ser mantenido como un jardín en un planeta que se ha convertido en una cápsula espacial artificial. No se conoce ningún homeostato biológico que pueda ser activado por la humanidad. Creer otras cosa es arriesgarse a reducir la Tierra a un yermo, y la humanidad a una especie amenazada.

viernes, 10 de octubre de 2008

Diálogo entre Umberto Eco y Carlo María Martini

Acabo de leer un interesante libro titulado ¿En qué creen los que no creen?. Consiste en un diálogo epistolar entre, en mi opinión, el mayor intelectual del mundo por su sentido común y erudición, Umberto Eco y el jesuíta y en su momento papable Carlo María Martini, en donde se trata de recoger los intentos de ambos pensadores de encontrar un marco común tanto para creyentes (más bien católicos practicantes) como no creyentes en una variedad de temas cruciales para la sociedad.

A ese intercambio de opiniones se añade, al final del libro, una serie de autores que, a modo de coro, dan su opinión sobre el desenvolvimiento del diálogo. Esta última parte me propongo obviarla en lo que será una especie de resumen del libro. Un resumen que pongo aquí para, también, incitar la reflexión e intentar fortalecer los posibles puntos comunes que puedan existir entre las dos cosmovisiones antagónicas por antonomasia.

El libro consta de cuatro diálogos. El primer diálogo lo comienza Eco proponiendo como hilo de conversación la obsesión por el Apocalipsis. Una obsesión que el semiólogo italiano considera, en una atrevida afirmación, más acusada en el pensamiento laico que en el religioso dado que los últimos hacen de ese momento una meditación mientras que los primeros, lejos de ignorarlo como pretenden fingir, acaban, en nuestros tiempos, obsesionándose con él.

Luego de anotar todo aquello que puede constituir hoy día un peligro para la supervivencia de la humanidad (contaminación medioambiental, guerra nuclear,...) advierte del riesgo invocado al abandonarse, cuando se siente ese fin cerca, a un milenarismo desesperado. Riesgo que conlleva este actuar por ser el constituyente del gérmen de los superhumanismos, como las herejías gnósticas o, en su versión laica, los totalitarismos, que son los que acaban siempre proponiendo una salvación a aquellos adeptos a una raza, secta o etcétera privilegiada previo pago de su particular holocausto redentor. Es en este momento cuando hay que apelar a una dirección de la historia (incluso, recalca, para aquellos que no creen en la parusía) que nos permita creer que todavía hay un lugar (¿por qué no?) para la esperanza.

Termina la carta el escritor no con ningún tipo de conclusión tajante sino dejando en el aire el interrogante de si existe una noción de esperanza, de la que ha tratado de mostrar su importancia sociológica incluso en el mundo irreligioso, así como si existe una noción de propia responsabilidad en relación al mañana que pueda ser común tanto a creyentes como a no creyentes evitándose así la peligrosa inanidad de quien se coloca ante el televisor mientras ve pasar el tiempo avanzar a pequeños pasos, de día en día, hasta la última silaba del tiempo recordable.

Ahora entra en escena el cardenal Martini. Enunciará tres asertos, a propósito de la historia, que para él resultan definitorios de la misma:

1) La historia posee un sentido, no es un mero cúmulo de hechos absurdos y vanos

2)Este sentido no es puramente inmanente sino que se proyecta más allá de ella, y por lo tanto no debe ser objeto de cálculo, sino de esperanza

3) Esta perspectiva no agota sino que solidifica el sentido de los acontecimientos contingentes: son el lugar ético en el que se decide el futuro metahistórico de la aventura humana

Posteriormente, recogiendo el guante lanzado por Eco con la última pregunta de su carta, admitirá que, y como muestra de su falta de fanatismo, debe haber por fuerza una noción común tanto de esperanza como de responsabilidad porque ha visto a muchos ateos que viven su propio presente dotándole de sentido a la vez que comprometiéndose responsablemente con el futuro.

Mas un fin irremisible, aclara, no ayudaría a valorar de forma crítica todo nuestro pasado siendo de obligada necesidad para ello realizar una reflexión sobre un fin que encauce nuestra atención tanto hacia el futuro, a donde se pueda proyectar nuestras esperanzas, como hacia el pasado, de donde se puede extraer valiosas reflexiones. En este sentido recuerda que el hecho de saber que se está en marcha hacia una meta, así como poder vislumbrar parte de ella, posibilita tanto la corrección como la mejora de nuestras acciones. Mencionará también que solamente nos arrepentimos de aquello que intuimos podemos hacer mejor precisándose para ello habilitar algún tipo de esperanza de mejora. Su idea queda perfectamente resumida en el título de su carta: la esperanza hace del fin un fin.

El segundo diálogo tratará sobre el tema que más polémicas levanta entre laicos y creyentes. El aborto. Eco comienza el diálogo tratando de detectar aquellas coordenadas que son comunes a ambas posturas, anotando que, en general, no es la vida per se (pensemos en bacterias, microbios y ...) lo que se quiere defender sino específicamente la vida humana, siendo capital, por tanto, el delimitar cuándo comienza propiamente.

Llegados a este punto el escritor se muestra prudente al mostrarse ignorante del momento exacto en el que el feto adquiere carácter humano. Lo mejor de la carta de Eco, a mi juicio, es cuando trata de hacer ver que incluso el catolicismo puede (y debe, incluso) atenerse a esta perspectiva sacando a relucir la teoría del Aquinate a propósito del desarrollo del alma que pasa por los sucesivos estados de vegetativa, animal y humana convirtiéndose el feto un ser a defender en el momento en el que tuviera un alma genuinamente humana.

La respuesta de Martini se cifra en decir, como era de prever, que la vida, dado que es algo de sumo valor, tendrá que ser considerada con un máximo respeto no pudiéndose, por tanto, ser afrontada con ligereza y arbitrariedad su comienzo.

No continúo con la exposición del diálogo porque considero que este tema está suficientemente trillado como para esperar que, de repente, pueda encontrarse una solución satisfactoria a ambas posturas máxime cuando el debate, por su propia naturaleza, tiende a desenvolverse en términos maniqueos.

El tercer diálogo, una vez más comenzado por Eco, resulta en cierto modo insustancial por tratar específicamente de la política interna de la institución eclesiástica. En él, nuestro laico escritor pretende, citando, incluso, a la biblia, tratar de argumentar que no hay ninguna razón seria para impedir que las mujeres sean ordenadas sacerdotes. Como es un tema más propio de teólogos y sin especial relevancia sociológica, anotaré, brevemente, sin considerar que con ello desecho gran cosa, la repuesta de Martini que se podría resumir en el título de su carta: La Iglesia no satisface expectativas, celebra misterios.

El cuarto diálogo versa sobre un tema tratado ampliamente en este blog: la fundamentación de la ética. Por primera vez empieza el diálogo Martini dedicándose básicamente a inquirir a su corresponsal dónde encuentra el laico la fundamentación del bien. En un momento dado, llega a preguntar
¿cómo se puede llegar a decir, prescindiendo de la referencia a un Absoluto, que ciertas acciones no se pueden hacer de ningún modo, bajo ningún concepto, y que otras deben hacerse, cueste lo que cueste?
Hay que fijarse que Martini pregunta por qué ciertas acciones no se pueden hacer de ningún modo, bajo ningún concepto, y que otras deben hacerse dando ingenuamente por hecho que un ser humano goza de libre albedrío y que no está determinado su actuar. Así que no puedo, en esta ocasión, evitar meter baza y autocitarme al recordar que
los conceptos morales nacen de la propia naturaleza humana y se hacen inviolables en función de los límites puestos por ella pues no podemos trascender nuestra propia naturaleza.
Dicho de otro modo, para que la pregunta de Martini tuviera sentido habría que aceptar como cierto que tenemos libre albedrío pero si desechamos esta hipótesis la pregunta de Martini se revela tan banal como cuando en el s.XIX los científicos para explicar cómo se propagaba la luz postularon un éter que, a la postre, se mostró innecesario a la luz de la nueva física.

En realidad, se podría decir que, cuando una ética se ve necesitada de recurrir a ángeles y demonios lo que hace es revelarse, seguramente, como una teoría científicamente arcaica.

Volviendo a la carta (y perdón por la impertinente intromisión); el jesuíta, para responder a la pregunta que él mismo ha planteado, apela con ir más allá de escepticismos y agnosticismos, hacia un Misterio al que entregarse para, en esa entrega, fundar una acción común que posibilite una mayor humanización del mundo.

La respuesta epistolar de Eco, titulada Cuando los demás entran en escena, nace la ética, me resulta soberbia. De verdad, soberbia. Voy a intentar resumirla aunque tenga que cercenar para ello ciertos excursos poéticos que, aunque sutilmente relevantes para la comprensión y matización de su posición, complicarían, aún más, el resumen de sus ideas.

En primer lugar, recuerda que hasta quién mata, estupra, roba o tiraniza lo hace excepcionalmente dado que, durante el resto de su vida, mendiga de sus semejantes su aprobación e inclusión. También aquellos que hacen de la humillación su característico modus operandi pretenden el reconocimiento y la placentera seguridad que otorga el miedo y la sumisión de los demás.

Para mostrar esa necesidad de socialización como inherentemente humana, Eco llegará a plantear un hipotético caso en el que una persona viviera en una comunidad en la que todos hubieran decidido sistemáticamente no mirarle y comportarse como si no existiera; señalando que esa persona, sin duda alguna, enloquecería.

Por lo tanto el escritor concluye afirmando con que basta el instinto natural para que la ética surga espontáneamente. Evidentemente esta postura suscita siempre las mismas reacciones intelectuales: ¿cómo es que entonces ha habido(y hay) culturas que aprueban las masacres, el canibalismo, etcétera? Es entonces cuando nuestro escritor recurre a una suerte de formulación del circulo moral de Singer, afirmando que aquellas comunidades con un comportamiento inmoral (auto)justifican y circunscriben su actuar al restringir el concepto de los demás a la comunidad tribal (o a la etnia o a (rellenar con lo que se quiera) conguiendo con ello poder tratar a los bárbaros como seres inhumanos exentos de alma sin perjuicio de acabar con una conciencia moral atormentada.

En definitiva, hay que basar los principios de una ética laica en un hecho natural y, como tal, recuerdo Eco, para un creyente resultado también de un proyecto divino, (algo que olvidan quienes braman contra una moral de raíz naturalista en base a considerar que contradice sus creencias religiosas). Un hecho natural como la corporalidad y como la idea de sabernos instintivamente poseedores de un alma (o algo que hace las veces de ella) sólo en virtud de la presencia ajena.

Termina la carta preguntándose si el instinto natural, en su justa maduración, no constituye un fundamento que dé garantías suficientes. Pregunta a la que no puedo evitar responder ¿y qué si no da garantías suficientes?, el hecho es que no tenemos otra opción que la de partir de nuestros instintos y tratar de madurarlos.

martes, 7 de octubre de 2008

¿Por qué los euroasiáticos han dominado el mundo?

A la manera de aquel post que trataba de responder por qué no vivimos bajo una dictadura militar se podría preguntar por qué los euroasiáticos vienen dominando el mundo moderno desde Colón. La historia nos revela que nativos como los americanos han tenido que ver como los colonos europeos les arrebataban sus tierras así como ponían a su raza al borde de la extinción y aunque es cierto que otros pueblos como la gran mayoría de los africanos han sobrevivido a la hegemonía euroasiática, no menos cierto es que estos en cuanto a riqueza y poder siguen estando por debajo de Eurasia.

En un primer momento es fácil identificar las diferencias existentes entre las diversas civilizaciones que en el año 1500 dieron la oportunidad a los europeos de conquistar América y por tanto producir una expansión a ultramar del imperio occidental. Para entonces a un lado y al otro del Atlántico había desigualdades que se cifraban en una mayor tecnología así como en una más compleja organización política en el continente europeo que en el americano. Hay que anotar que gran parte de Eurasia vivía en la Edad de Hierro al igual que el norte de África en contraste con la América del imperio Inca y el imperio Azteca que aún utilizaban herramientas de piedra siendo justo en aquel momento cuando estaban empezando a experimentar con el bronce. Es cierto que se estaba desarrrollando paulatinamente tanto la agricultura y ganadería, como la metalurgia. Asimismo tenían una organización política más compleja que la tribal y, en algunos casos, incluso una escritura indígena. Progesos todos ellos, no obstante, aparecidos mucho antes en Eurasia. En Oceanía las desemejanzas eran aún más espantosas, si cabe, pues allí apenas vivían organizados en tribus.

Tal disparidad sociológica propició que los invasores europeos con sus espadas de acero, armas de fuego y caballos, pudieran conquistar, a veces exterminar, a todos aquellos pueblos indígenas que encontrasen a su paso pues estos apenas podían hacerles frente al no tener animales que poder montar y sólo armas de piedra como todo armamento. No sólo eso sino que ya que, como se dice en Hamlet, una desgracia va siempre pisando las ropas de otra: tan inmediatas caminan; tenemos que los invasores europeos trajeron consigo un arma aún más poderosa, y a la postre más letal, que aquella surgida gracias a su tecnología bélica: el germen. Viruela, sarampión, toda clase de enfermedades convertidas en epidemias y minando las poblaciones invadidas. Por contra los colonos no agarraron, en lo que sería una justa reciprocidad, ninguna enfermedad venida de los colonizados que acabase convirtiéndose en epidemia. De este modo, con unos cientos de españoles Cortés y Pizarro pudieron destruir los imperios azteca e inca aunque la población de unos y otros alcanzase decenas de millones. El Nuevo Mundo quedó bajo el yugo de los europeos.

Llegados a este punto hay que preguntarse por la razón de tal contraste. Recordemos que esa diferenciación se produjo en apenas (hablamos de civilizaciones) 13000 años. Desde el año 11000 a.c, donde todos los homo sapiens eran cazadores/recolectores que vivían en la Edad de Piedra, hasta el año 1500 d.c en el que aquella disparidad evolutiva se tornó aciaga para aquellos pueblos que se quedaron a la zaga.

Una tentadora hipótesis sería apelar al racismo. Esta hipótesis, aún obviando su potencial inmoralidad, acarrea dos problemas inmediatos. El primero es que realmente no explica nada sino que simplemente enfoca el problema en un punto, la raza, con la esperanza de, tal vez, encontrar allí la solución necesitándose para ello buscar la facultad que permitió a unos y no a otros desarrollar una mayor sofisticación en sus respectivas sociedades en sólo 13000 años que, encima, es demasiado poco tiempo para que aparezca una singularidad fenotipica tan crucial. Por otro lado, no explica la cuestión de las epidemias y el desequilibrio que hubo en el contagio; algo nada trivial puesto que en algunas poblaciones, sobre todo sudamericanas, este hecho supuso una tasa de mortalidad cercana al 90%.

Para resolver este gran enigma, Jared Diamond, geográfo y biólogo evolutivo, propone una explicación, recogida en su libro Armas, gérmenes y acero, donde se explica que toda divergencia entre unas y otras sociedades deviene (básicamente) de un factor crucial: el medioambiental.

Expliquemos, primero, el por qué de las epidemias. Dos circunstancias conviene tener en cuenta:

1)Para que se produzca una propagación masiva de una enfermedad y se convierte esta en una epidemia se ha de necesitar una gran densidad de población siendo los núcleos de población del Viejo Mundo tanto anteriores como más numerosos que los del Nuevo Mundo

2)Según los estudios de microbiología recientes las enfermedades epidémicas humanas surgieron de enfermedades similares que habían proliferado en lugares de Eurasia donde se concentraban animales domésticos. Así la gripe vino de una enfermedad del cerdo, el sarampión de la vaca, etcétera. Llegados a este punto habría que preguntarse, también, por qué era mucho mayor el número de especies animales domesticadas en Eurasia que las Américas

Pues bien, la genésis explicativa de este hecho explicará, también, los dos puntos recientemente señalados como relevantes en las expansiones epidemiológicas. Eurasia acabó teniendo la mayor cantidad de especies animales domesticadas, en parte, porque es la más extensa masa de tierra del mundo. Además, la mayoría de las especies de grandes mamíferos de América acabaron extinguidas seguramente exterminadas por los primeros indios en llegar al continente. En consecuencia los nativos americanos heredaron muchas menos especies de grandes mamífero salvajes que los euroasiáticos, y de entre ellos sólo la llama y la alpaca pudieron ser domesticadas. En cuanto a especies vegetales, las diferencias son cualitativamente similares.

Otra razón, acaso la más importante, que explica la mayor diversidad local tanto de plantas como de animales, es resultado de que el eje principal de Eurasia tiene dirección este-oeste en contraste al de las Américas cuyo eje principal es norte-sur. De esta forma, el eje este-oeste permitió que aquellas especies que habían sido domesticadas en una parte de Eurasia pudieran extenderse fácilmente miles de kilómetros dentro siempre de una misma latitud encontrándose, gracias a ello, el mismo clima así como la misma cantidad de horas de luz diurna a los que ya se había adaptado. Esto posibilitó que se extendieran las gallinas domesticadas en el Sureste asiático, los caballos en Ucrania, ovejas, cabras, etcétera. Al otro lado del Atlántico, el eje norte-sur americano, impidió que las especies domesticadas en una determinada área pudieran extenderse significativamente al encontrarse pronto con climas o números de horas de luz diurna para los que no estaban adaptados. Como casos históricos relevantes tendríamos el pavo nunca que pasó de Mejico, su lugar de domesticación, a los Andes; las llamas y alpacas que nunca pasaron de los Andes a Méjico, lo cuál significó una ausencia de rebaño en las civilizaciones indias tanto de América Central como de Norteamérica. En materia de domesticación de vegetales tenemos como ejemplo, entre otros, el maíz, desarrollado en el clima mejicano, que necesitó miles de años para modificarse y aclimatarse a la duración cambiante de los días según las estaciones de Norteamérica.

Ni que decir tiene que la existencia de especies vegetales y animales domesticadas fue crucial para Eurasia por diversas razones, además de la ya mencionada de permitir que los europeos desarrollasen microorganismos patógenos, tendríamos que:

- Las zonas donde dichas especies crecen y habitan producen muchas más calorías por hectárea que aquellos hábitat salvajes donde la mayoría de las especies no son comestibles para los seres humanos. El efecto que ello conlleva es el de posibilitar un aumento de la densidad de población de los agricultores y pastores que históricamente ha llegado a ser entre 10 y 100 veces mayor que la de los cazadores-recolectores.

- Los animales domesticados revolucionaron el transporte terrestre.

- Los animales domesticados revolucionaron, también, la agricultura pues con ellos se permitía al agricultor arar y abonar mucha más tierra de lo que un esfuerzo desasistido le hubiera permitido.

- Las sociedades cazadoras-recolectoras tienden a ser igualitarias y a no tener ningún tipo de organización política de nivel superior al del grupo o la tribu. Por contra, en las sociedades agrarias el almacenamiento de los excedentes de comida favorece la creación de sociedades estratificadas, políticamente centralizadas y gobernadas por una élite. Estos excedentes de alimentos aceleraron asimismo el desarrollo de la tecnología al permitir la división del trabajo manteniéndose así, por ejemplo, a artesanos que no producían sus propios alimentos pero que, a cambio, podían dedicarse plenamente a desarrollar la metalurgia, la escritura o la fabricación de armas. Posibilidad esta última nada trivial sino , como bien se ha dicho, de crucial importancia para otorgar la posibilidad (y la tentación) de mover ficha a una nación en el tablero geopolítico.

Por lo tanto, el análisis de Jared Diamond consiste en empezar por identificar una serie de causas próximas (armas de fuego, gérmenes, etcétera) en la conquista de las Américas llevada a cabo por los europeos para señalar, a continuación, que todos estos factores inmediatos están mayormente originados en la superior cantidad de plantas domesticadas, en el aún mucho mayor número de animales domesticados y en el eje-oeste del Viejo Mundo. Siendo estos argumentos extrapolables, sin apenas modificaciones, para explicar el retraso del resto de los continentes respecto a Eurasia.

Este teoría, de ser cierta, nos provee un par de revelaciones interesantes. Nos revela, que un análisis materialista de la historia, sobre todo (o tal vez únicamente) cuando se trata de espacios temporales largos, puede resultar muy eficaz. Y nos revela, también, que para que una sociedad tenga un progreso continuado es necesario que sea abierta, por usar la terminología de Popper, donde las innovaciones tecnológicas así como la afluencia de capital no se encuentre con barreras, de forma que las limitaciones fácticas (medioambientales, históricas, ...) inherentes a cualquier territorio puedan ser trascendidas o, cuando menos, difuminadas.

domingo, 5 de octubre de 2008

Creyentes sin fe

La semana pasada, el estomacante novelista Juan Manuel de Prada, articuló la enésima vindicación del creacionismo. Las reacciones en la blogosfera no se hicieron esperar y las numerosas críticas al lamentable artículo, como bien se enumeran en El cerebro de Darwin, han sido las siguientes: Plaeofreak, Psicoteca, El Pez, Golem Blog, Fogonazos, Magonia.

Por tanto no añadiré otra innecesaria refutación más a las ya habidas contra el ataque a Darwin que patéticamente perpetró nuestro Chesterton cañí, por contra, quisiera enfocar el texto desde una perspectiva más sociológica enfatizando un aspecto bastante olvidado del artículo de Prada.

Estoy refiriéndome al hecho de apuntar dogmáticamente que existen ciertas barreras insalvables para la empresa científica como, por ejemplo, la diferencia existente entre lo genuinamente humano (espiritual dirá él) y lo animal. Un pensamiento con rancio abolengo como bien ha señalado Eduardo, en un su post, al que sólo cabe recordar que:
Es cierto que hay "barreras insalvables", pero no suelen estar en la ciencia, sino en la mente dogmática y los vestigios de pensamiento mágico que ésta conserva
Todo esto me recuerda, en cierto modo, a cierto cuento titulado, El virólogo virtuoso, perteneciente al libro Axiomático de Greg Egan. En ese cuento se narra la historia de un virólogo fundamentalista que, harto de la creciente promiscuidad sexual de la sociedad, decide crear un virus letal que, luego de ser hábilmente modificado genéticamente, es capaz de obligar a los seres humanos a mantenerse fieles y monógamos so pena de morir por culpa del virus. Cuando, necesitado de confesarse con alguién, el virólogo cuenta su plan a una prostituta, ésta le dedica unas incisivas palabras que merecen ser fielmente reproducidas
Vale has cogido un código moral en particular para dirigir tu vida; ese es tu derecho y buena suerte con él. Pero no tienes verdadera fe en lo que haces; tu elección te resulta tan incierta que necesitas que Dios derrame fuego y azufre sobre todos los que han escogido otra cosa, sólo para demostrar que tenías razón. Dios no cumple su parte, así que buscas por entre los desastres naturales, terremotos, inundaciones, hambrunas, epidemias, extrayendo ejemplos del castigo de los pecadores ¿Crees estar demostrando que Dios está de tu lado? Lo único que demuestras es tu propia inseguridad
Mutatis mutandi esto se puede aplicar a quienes comparten posturas intelectuales como la de Prada. En su vergonzoso deseo de creer, ¡no!, de afirmar taxativamente que existen mecanismos de la realidad que no pueden cifrarse en conocimiento científico, haciendo, incluso, campaña contra las teorías que afirmen lo contrario; lo que están revelando, en el fondo, es una vergonzante falta de fe puesto que están necesitados de que en el mapa de la realidad que dibuja la ciencia haya lugares ignotos fácilmente atribuibles a una intervención divina, puesto que están necesitados, en definitiva, de ver en letras bien grandes la firma de Dios plasmada en algún lugar para, paradójicamente, poder entonces creer en él.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Borges, un analfabeto político

Jorge Luis Borges es, a mi juicio, el mejor escritor de lengua castellana desde Cervantes. Juicio que haría sin ningún tipo de remordimiento de no ser por Julio Cortázar. Dicho esto hay que aclarar que aún gustándome su personalidad y no menos su literatura (distinción algo artificial en su caso) no tengo reparo alguno en tachar su credo político de, cuando menos, utópico.

En su momento fue un literato nobelizable habiendo sido el nobel, de conseguirlo, un excelente modo de popularizar y universalizar su obra. Si bien es cierto que los nobeles se han convertido prácticamente, no se sabe si por torpeza o maldición, en el consuelo de los literatos efímeros a la vista de la ausencia, entre los premiados, de perennes figuras como Joyce o Tolstoi.

Fue lamentable la pérdida de ese premio pero la razón de que lo perdiera resulta aún más lamentable dado que se podía haber evitado de haberse hecho uso de cierto sentido común, por no hablar, de cierta decencia política. Vino a perderlo por aceptar un homenaje del tirano de turno en un viaje que no ahorró elogios bochornosos que hablaban de una Chile que era a la vez una larga patria y una honrosa espada. Bastó aquella tonta visita plagada de tontas palabras para que desde entonces el tonto comité sueco lo ignorarase a perpetuidad.

¿Por qué una mente tan preclara como la borgeana cometió un error tan estúpido (e inmoral) como el de halagar a un dictador? El biógrafo Volodia Teitelboim juzga a Borges como analfabeto desde del punto de vista civil, por contraste a la inteligencia y erudición desplegada en otros campos, en un juicio compartido por mucha gente preguntándose la razón de esta falla. Sorprende, porque el pensamiento borgeano es capaz de hacer surgir una literatura que es una fusión, coherente como un láser, de sensibilidad metafísica, estética matemática, erudición babélica y despliegue poético capaz de proveer una singular iluminación a cualquier tema que enfoque. Una iluminación que, me temo, no alcanza lo político. ¿Por qué?

Mi tésis consiste en que no existe un pensamiento político borgeano que sea característicamente borgeano en el sentido tanto de meditado como de intertextualizado sino que más bien su pensamiento al respecto consistía en un par de arreglos y componendas para salir del paso a propósito de un tema que, tal vez por su mundanidad, a todas luces no le interesaba.

Para tratar de demostrar mi idea tratemos de averigüar en por qué se sabe tanto de su ideología política dado que jamás escribió sobre ella en ningún libro bien sea de ensayos, bien de poesía, cuentos o lo que fuere. Pues bien, de su ideas sobre la polis tenemos noticia exclusivamente por las entrevistas que le realizaron y si uno se fija en ellas, se ve que en principio se mostraba renuente a hablar sobre esas cuestiones, en parte por saberse ignorante en esos temas, pero sobretodo, insisto, por no resultar de su interés.

Un tema a dilucidar consistiría en adivinar qué razón tenían los periodistas para tratar de husmear las ideas políticas del argentino. Parte del problema se debe a la idea extendida por doquier de que un intelectual debe de (y puede) pontificar sobre lo divino y lo humano no necesitándose para ello mayor requisito que cierta celebridad. Veáse a los actores. Veáse cómo sus ideas tienen una gran resonancia pública a traves de los medios a pesar de no tener una profesión relevante para el pensamiento político. A esto, además, se une la exigencia absurda de que todo artista debe estar comprometido políticamente, como si todo lo social se redujese a lo político. Dadas estas coordenadas es fácil entender por qué todos los entrevistadores constantemente indagan en la ideología política de los entrevistados independientemente de la relevancia de su opinión y de la cualificación de los opinadores y Borges no resultó ser una excepción, antes bien, fue constantemente sondeado a propósito de sus opiniones políticas con la malhadada consecuencia de que el escritor tuviera que improvisar sobre la marcha sus ideas, creándose así, un pensamiento político espontáneo e improvisado que no meditado.

Así, como pasa siempre que se quiere obviar un pensar pausado sobre un tema pero a la vez encontrar soluciones para salir del paso, cuando era preguntado por aquellos incómodos temas, el argentino, se abandonaba a especulaciones sin fundamento. Especulaciones consistentes, por ejemplo, en modificar tal o cual aspecto de los humanos; llegando a afirmar, por ejemplo, que:

Para mí el Estado es el enemigo(...)Pero, quizá sea preciso esperar... (...) Para eso se necesitaría una humanidad ética, y además, una humanidad intelectualmente más fuerte de lo que es ahora, de lo que somos nosotros; ya que, sin duda, somos muy inmorales y muy poco inteligentes comparados con esos hombres del porvenir, por eso estoy de acuerdo con la frase: "Yo creo dogmáticamente en el progreso"

Es fácil constatar que el hecho de esperar un cambio en los seres humanos, pensando así en la mente humana como una tabula rasa, en el fondo implica una rendición intelectual en lo político. Una rendición intelectual en lo político que siempre se constituye cuando se realizan especulaciones reformistas sin que estas se desarrollen sin constricciones naturales. En el fondo esa forma de pensar no es más que un atajo tramposo e ilusorio (también peligroso) para alcanzar los ideales sociales (mayormente coincidentes) y evitar la atención continua y el volver a repensar que implica el ejercicio de la política, la cuál, nace, precisamente, de la constatación de que la utopía es imposible, de que, por ello, le es necesario al ciudadano de a pie un actuar pragmático plenamente atento al presente no al mundo de las esencias platónicas.

Borges olvidó eso. Mas se le puede perdonar porque jamás pretendió que sus ideas constituyeran soluciones políticas reales ni se consideró un ingeniero social. No sería tan clemente, por contra, con quienes, por un peligroso ejercicio acrítico de mitomanía, quisieran hacer del insigne escritor una figura política a seguir.