martes, 31 de julio de 2012

Sobre la creatividad

el caso de S.M, un caso real: Varios hijos, uno por cada padre, desde la adolescencia hasta los veintiocho años, ahora, desde allí marido rico y matrimonio estable pero al cabo, ella empieza un inocente chateo por internet con alguien a quien se le dice fingidamente estar embarazada pero habiendo abortado luego por culpa de un marido maltratador. El marido queda asesinado y S.M aparece a la semana de estrenada la viudedad con nuevo novio, y al mes ya está viviendo con él, ahora el ex amante engañado, se confiesa como asesino, destapa a S.M y se suicida. En resumen, una colección de hechos no concluyentes, en absoluto probatorios, pero que en conjunto, y en base a un perfil psicológico extraído mediante inferencias bayesianas (sin ir más lejos, no es normal que al cabo de una semana enviudada, alguien se avenga a tener otro novio), se puede suponer su culpabilidad y, efectivamente, el jurado la encontró culpable; y si lo hizo, quiero insistir, es por el modo en que estos miembros del jurado habían literaturizado el asesinato en base a los hechos probados y, muy importante, por el modo en que durante toda su vida habían memorizado, esto es, dado contorno visibles de forma fulmínea, como constelaciones de estrellas, a ideas y y roles y escenarios y atributos dispersos percibidos.

Claro que subsumir en un trazo tan grueso como un atributo abstracto del tipo "promiscua" toda una serie de heterógeneas conductas razonablemente familiares, es tan informativo como abordar con un epígrafe genérico del tipo "metalurgia" toda una serie de distintas compañías, quiero decir, es fácil encontrar elementos sectoriales que afecten a todo un conjunto de elementos pero la distintiva singularidad de cada empresa hace imposible adivinar según qué otras cosas y si no apercibimos a priori esta borrosidad podemos desde ciertas distancias encontrarnos con falsos positivos de situaciones familiares.

En realidad, y si lo observas bien, esta aglomeración de conductas que etiquetamos como atributo, y luego esta aglomeración de atributos que etiquetamos como personalidad; ocurre de involuntaria forma instántea fruto de un pensamiento intuitivo construido por, según Kahneman, un módulo de pensamiento (llamado sistema uno -en contraposición al mucho más lento pero consciente sistema segundo) que, como los nodos más transitados de una red, son aquellas rutas neuronales y trayectos reflexivos que, a razón de su ligera diligencia, más cotidianamente se apropian de nuestras reacciones pero que también tienen, ojo, una fuerte tasa de error según en qué contextos y precisamente por lo precipitado de sus dictamenes y lo limitado de sus ambientes operativos.

Este módulo de nuestra mente, el sistema uno, es el que se da en nuestra cabeza cuando haces las cosas sin pesarlas y no frunces el ceño y coges lapiz y papel y haces concentrado las cuentas a mano utilizando tecnologías como el lapiz y el papel y el cálculo matemático. Claro que no siempre es posible tal agotador grado de dedicación pues, e imagina el familiar caso de la conducción de un coche, a veces el cambiente dinamismo del entorno nos obliga a abstraer cierta información, y es que, y cualquiera que haya conducido lo sabe, sólo es posible por ejemplo llevar bien un coche cuando hemos automatizado los gestos y reacciones a una distancia de milésimas y podemos entonces manejar el carro sin tener el estrés y la angustia y la sensación de estar constantemente al borde del colapso con tanta señales de tráfico y las revoluciones pitando y los coches de al lado cercándote.

Pero si te fijas bien, lo que Kahneman refiere en realidad cuando habla del sistema uno (y nos advierte de sus precipitaciones en según qué momentos), es de una memoria asociativa que va proveyendo ideas según las tiene a mano como stock, dentro de la más extensa memoria largoplacista, que intenta proveer todas las soluciones tratando también de no recurrir a nadie más, o sea, y por decirlo en términos reconocibles para un informático, toda vez que trabajemos con la memoria RAM, estamos usando el módulo primero, y el segundo entrará, por lo tanto, cuando recurramos al esfuerzo de reflexionar, pararse a pensar un poco el asunto y en definitiva tirar de la otra memoria, la principal. De este modo no es de extrañar que el sistema uno esté asociado al pensamiento intuitivo y a la creatividad pues la creatividad, como de hecho propuso Sarnoff Mednick (y recoge Kahneman), no es más que "una memoria asociativa que trabaja excepcionalmente bien" de forma, como bien llega a decir Robert Musil, la intuición no es más que "la afinidad y solidaridad de las ideas concentradas en un cerebro", claro que esto, lejos de ser suprapersonal o infrapersonal, le corregiría, es lo más personal que puede haber pues nada hay más singular y propio que todas las ocurrencias biográficas y herencias genéticas que han ido sedimentando particularmente nuestra memoria RAM y mapeándola genuinamente de ideas y emociones con su peculiar afinidad armónica mientras que la racionalidad, por el contrario, no es más que el uso de herramientas comunitarias (v.gr: las matemáticas, por extensión el lenguaje, etc.).

De hecho, en lo que disiento con Mednick es que en sí misma sea la asociatividad de una cabeza y su rapidez en el gatillaje lo que dictamine la creatividad de una persona y no más bien el trade off entre extensión y heterogeneidad de la memoria asociativa. O por recurrir otra vez a la informática en donde se entiende por nivel de granularidad -de grueso a fino, de abstracto a específico- el grado de detalle habido en los esquemas lógicos con que se estructuran los datos (v.gr: El registro de un cliente de una clínica veterinaria se podría detallar con campos como un código para el primer apellido, un nº de cuenta bancaria, una dirección, un teléfono, el nombre y sus correspondientes apellidos) de forma que en una granularidad muy gruesa se optimiza el uso de recursos computacionales al ser de menor volumen la información utilizada, si bien, también se arriesga la consistencia entre los datos al contrario que con gradientes más finos de granularidad; pues bien, lo que caracterizaría a una efectiva creatividad no sería la ingeniosidad coyuntural de juntar ocasionalmente el tocino con la velocidad sino la sistematicidad con que esos hallazgos microestructurales se darán, es decir, la capacidad de crear una estructura lo suficientemente gruesa como para que ilumine un ámbito operativo concreto de una forma mucho más eficiente -en el sentido de más extensa y/o más intensa- de lo que se estaba haciendo antes. Así entendido, el creativo sería por definición un visionario y así entendida, la creatividad no sería un don, que como le sucedía a Midas, todo lo que toca lo convierte en algo nunca visto (no existe una creatividad sistemáticamente efectiva que emerga del contacto primerizo con un terreno) sino que se necesita una previa exposición a un tema, el cual, al justamente ir entendiéndolo, esto es, abarcándolo con la memoria, se le inventa, por así decirlo, un truco con el que mapear, ver de tirón, todo el territorio.

En ese sentido, lo relevante de cualquier pensamiento venido del sistema Uno, bien mirado, no residiría en su falibilidad (que se da siempre por descontada pues nace de un trade off por definición útil en un contexto) sino en el concreto instrumental que involuntariamente usamos cuando estamos ejecutando nuestros pensamientos con dicho sistema, y esto, esto explicaría la diferencia de resultados erróneos en, por ejemplo, quienes esterotipan sabiendo (teniendo el plug-in) de estadística y quienes no, y así, sin ir más lejos, los primeros, como los segundos, saben que si les hablan de una persona reservada y meditativa esto encaja con un prototípico bibliotecario o un granjero pero sólo los primeros saben que hay más granjeros que bibliotecarios, por lo tanto, es mayor la probabilidad de, al estar con una persona reservada y meditativa, tener en frente a un granjero antes que a un bibliotecario.

Por esto mismo, frente al inevitable fracaso continuo de la intuición, lo que cabría esperar no siempre es más (abstracta) racionalidad -como propone Khaneman- sino también, por qué no, más (concreta) intuición, innovación tecnológica, en suma, creatividad.

lunes, 30 de julio de 2012

Pensamiento fulmíneo, i.e, pensamiento constelar

Por otros conceptos, la solución de un problema intelectual se desenvuelve semejante a un perro que intenta salir por una puerta estrecha con un bastón cruzado en la boca: mueve la cabeza a izquierda y derecha hasta que logra pasar. Nosotros hacemos otro tanto, con la diferencia de que no obramos de modo irreflexivo; la experiencia nos ha enseñado las medidas aproximadas que debemos tomar. Incluso una inteligencia ágil, con mejor disposición y pericia que una torpe, experimenta también una sensación sorprendente cuando consigue deslizarse hasta el fin y llega al resultado de su operación; éste aparece de repente y suspende los sentidos de admiración y extrañeza al ver que los pensamientos se han sucedido y derivado por sí solos, en vez de esperar a la acción de su creador. Muchos hombres modernos llaman a eso intuición (antes fue designado con el nombre de inspiración) creyendo ver en ello algo suprapersonal. En realidad sólo se trata de algo impersonal, o sea, la afinidad y solidaridad de las ideas concentradas en un cerebro.

Cuanto mejor es el cerebro, tanta menos reflexión necesita. Por eso el raciocinio es, en tanto no haya llegado al fin, un estado deplorable, una especie de cólico de todas las circunvalaciones cerebrales (...).

El hombre sin atributos, de Robert Musil, pág.117

Aunque tenemos una sola mente, no tenemos una sola forma de decidir. Daniel Kahneman propone entender la toma humana de decisiones partiéndola en dos “sistemas” principales. El Sistema 1 es un esclavo de las emociones y actúa “rápida y automáticamente, con pequeño o ningún esfuerzo y sin el sentimiento de un control voluntario.” El Sistema 2, por contra, funciona como un agente racional que “concentra con esfuerzo la atención hacia las actividades mentales que así lo demandan, incluyendo las computaciones complejas. Las operaciones del Sistema 2 están asociadas a menudo con la experiencia subjetiva de la agencia, la elección y la concentracion.”

La mayoría de nuestros juicios diarios son obra del Sistema 1, ocurren de forma automática, intuitiva y emocionalmente, y nos permiten desenvolvernos de forma razonable en nuestra vida práctica.

Daniel Kahneman: Pensamiento rápido y lento, reseña de Eduardo Zugasti

La hiperonimia es la relación semántica que vincula a una determinada unidad léxica con otras de significado más específico por las que puede ser sustituida. Por ejemplo, el significado de embutido es más general que el de chorizo, salchichón, longaniza, sobrasada, butifarra, morcilla, etc. A estos términos más específicos se los denomina hipónimos. Entre el hiperónimo y el hipónimo se da una relación jerárquica de inclusión en la que el primero constituye el término superordinado o general y el segundo, el subordinado o específico. Todo esto se ve más claramente con un ejemplo. En (1) y (2) se comprueba cómo el hiperónimo embutido admite la sustitución por sus hipónimos en un contexto:

(...)

Los hiperónimos son de gran utilidad en lexicografía. Gran parte de las definiciones que encontramos en los diccionarios están basadas en ellos. Para definir el término específico se recurre al general, indicando acto seguido cuál es el elemento distintivo.

(...)

Desde el punto de vista de un análisis compositivo del significado, son fundamentales para comprender la relación de hiperonimia las nociones de intensión y extensión. La primera se refiere a la cantidad de rasgos semánticos que presenta un concepto, mientras que la segunda lo hace a la cantidad de realidades a las que les es aplicable un determinado concepto. Entre una y otra se da una relación inversa: a mayor intensión, menor extensión y viceversa. Ya hemos visto que ‘silla’ es ‘asiento’ y algo más. Su intensión es más rica y, en consecuencia, su extensión es menor. Lo mismo, pero a la inversa, vale para ‘asiento’. Es fácil comprobarlo: echando un vistazo a mi alrededor, en la habitación en la que estoy trabajando encuentro varios objetos a los que podríamos denominar asiento, pero solo algunos de ellos podrían ser llamados sillas. Nos topamos de nuevo con la noción de inclusión, pero esta vez a la inversa: el número de objetos ‘asiento’ incluye el de objetos ‘silla’, pero no al revés, es decir, la extensión del hiperónimo incluye la del hipónimo, mientras que la intensión del hipónimo incluye la del hiperónimo. La lingüística contemporánea, no obstante, tiende a desconfiar de este tipo de análisis y los va sustituyendo por otros más flexibles basados en prototipos o modelos para los que podemos encontrar representantes más típicos o menos típicos (por ejemplo, una silla con tres patas ¿deja de ser una silla? ¿Y una silla gigante en la que caben dos adultos?).

Visto en un post del BLOG DE LENGUA ESPAÑOLA, por Alberto Bustos

Entro al aula y veo la cátedra... ¿Qué ‘veo’? ¿Superficies marrones que se cortan en ángulo recto? No, veo otra cosa. ¿Veo acaso una caja, más exactamente, una caja pequeña colocada encima de otra más grande? De ningún modo. Yo veo la cátedra desde la que debo hablar, ustedes ven la cátedra desde la cual se les habla, en la que yo he hablado ya. En la vivencia pura no se da ningún nexo de fundamentación, como suele decirse. Esto es, no es que yo vea primero superficies marrones que se entrecortan, y que luego se me presentan como caja, después como pupitre, y más tarde como pupitre académico, como cátedra, de tal manera que yo pegara en la caja las propiedades de la cátedra como si se tratara de una etiqueta. Todo esto es una interpretación mala y tergiversada, un cambio de dirección en la pura mirada al interior de la vivencia. Yo veo la cátedra de golpe, por así decirlo; no la veo aislada, yo veo el pupitre como si fuera demasiado alto para mí. Yo veo un libro sobre el pupitre, como algo que inmediatamente me molesta (un libro, y no un número de hojas estratificadas y salpicadas de manchas negras) (GA 56/57: 71).

En la vivencia de ver la cátedra se me da algo desde un entorno inmediato. Este mundo que nos circunda... no consta de cosas con un determinado contenido de significación, de objetos a los que además se añada el que hayan de significar esto y lo otro, sino que lo significativo es lo primario, se me da inmediatamente, sin ningún rodeo intelectual que pase por la captación de una cosa. Al vivir en un mundo circundante, me encuentro siempre rodeado de significados por doquier, todo es mundano, mundea [es weltet] (GA 56/57: 72‐73).

Heidegger, en su primera lección universitaria en Friburgo, 1919

Tendemos, todos nosotros, incluso los que trabajamos en mercadotecnia, a pensar acerca del valor de dos maneras. Está el valor real, que es cuando se produce algo en una fábrica y se ofrece un servicio, y luego está un tipo de valor dudoso, que uno crea al cambiar la forma en que la gente ve las cosas. Von Mises rechazaba por completo esta distinción y utilizaba la siguiente analogía: se refería en realidad a unos extraños economistas llamados los fisiócratas franceses que creían que el único valor verdadero era lo que se extraía de la tierra. Así que si uno era un pastor, un minero o un campesino, creaba valor verdadero. Sin embargo, si uno compraba algo de lana al pastor y cobraba una prima por convertirla en un sombrero, uno en realidad no estaba creando valor, sino explotando al pastor. Von Mises decía que los economistas modernos cometían el mismo error en relación con la publicidad y la mercadotecnia. Decía que, si uno es dueño de un restaurante, no puede hacer una distinción entre el valor que se crea al cocinar la comida y el que se crea al limpiar el piso. Una de estas actividades crea, tal vez, el producto principal, lo que creemos que estamos pagando; la otra crea un contexto en el cual podemos disfrutar y apreciar el producto. Y la idea que una de ellas debería tener prioridad sobre la otra es fundamentalmente errónea. Intenten rápidamente un experimento mental.

Imagínense un restaurante que sirve comida digna de recibir estrellas Michelin, pero que en realidad huele a desagüe y tiene heces humanas en el piso. Lo mejor que se puede hacer ahí para crear valor no es mejorar aún más la calidad de la comida, sino deshacerse del olor y limpiar el piso. Y es vital que entendamos esto. Parece algo extraño e incomprensible que, en el Reino Unido, la oficina de correos tenía una tasa de éxito del 98 por ciento en las entregas del correo de primera clase al día siguiente. Decidieron que no era suficiente, que querían llegar al 99 por ciento. Al intentarlo casi llevaron al organismo a la quiebra. Si al mismo tiempo hubieran ido a preguntar a la gente: "¿Qué porcentaje del correo de primera clase se entrega al día siguiente?", la respuesta promedio, o la moda, habría sido 50 o 60 por ciento. Entonces, si la percepción es mucho peor que la realidad, ¿por qué demonios tratar de cambiar la realidad? Es como intentar mejorar la calidad de la comida en un restaurante que apesta. Lo que se necesita hacer es, primero que nada, decirle a la gente que el 98 por ciento del correo de primera clase se entrega al siguiente día. Eso es muy bueno. Yo alegaría que, en Gran Bretaña, sería un mejor marco de referencia el decirle a la gente que en el Reino Unido se entrega al día siguiente más correo de primera clase que en Alemania. Porque generalmente, si se nos quiere hacer felices a los británicos acerca de algo, solo hay que decirnos que lo hacemos mejor que los alemanes. Elijan su marco de referencia y el valor percibido y de esta forma el valor real se transforma por completo.

Rory Sutherland en una charla para el TED titulada "La perspectiva lo es todo"

lunes, 9 de julio de 2012

Escila y Caribdis

(Este último 23 de Abril olvidé acometer una autoimpuesta liturgia comprometida con este blog. A continuación, una tardía reparación:)

Se escucha en el blog Seikilos anotar con perplejidad la ingenua deriva emprendida en la traducción hispanohablante de Shakespeare, esto es, cómo ésta ha sido sesgada a favor de una preeminencia del fondo por la forma y cómo todas las torsiones realizadas al inglés por el dramaturgo por excelencia no pasan el corte de la traducción.

Pero también los propios ingleses, le comento -y aún más que los castellanohablantes con el Quijote-, deben lidiar con un remozado inglés cuando interactuan con el bardo del mismo modo que quienes asisten a los teatros a ver escenificaciones modernas de las obras se encuentran con que éstas han sido contemporizadas, nos dicen, o sea, mudadas a términos más hogareños, domesticadas en suma.

¿Se pierde algo en la simplifación, en la eliminación de ambigüedades? Por supuesto, y es que justamente recién leía un libro sobre Redes Complejas y comprendía arrobado cómo uno puede, si establece triangulaciones del tipo "Fulanito conoce a Mengano que conoce a Zutano", construir itinerarios entre diferentes nodos de un modo mucho más efectivo que si todos estos nodos se conectasen entre sí con todos o, directamente, las conexiones fueran simplemente aleatorias, es decir, no es verdad que todos los caminos llevan a Roma, cierto es, pero sí que bastan unas pocas Romas para llegar a (prácticamente) cualquier lugar, pues bien, y vuelvo al redil, lo que se ha demostrado es que las redes de significados que establecen los diccionarios, o sea, el vocabulario al uso de cualquier hablante se volvería imposible de transitar, de extender más allá de una cierta provinciana área de influencia común, en caso de eliminarse las palabras ambiguas (principalmente sinónimos y homónimos) que son precisamente las que horadan transiciones semánticas entre distintos niveles de significación, o sea, que con un lenguaje natural formalizado, ciertamente, ganaríamos en rapidez y claridad a la hora de descifrar un significado concreto de un término determinado pero crearíamos gamas de vocabulario más pequeñas, menos conectadas, que son las que encuentran afinidades inteligibles entre mundos -a priori- desconectados, por lo tanto, justamente en la literatura general, en Shakespeare en particular, aislar las horadaciones connotativas de los textos implica irónicamente cercenar todas las conexiones matizadas que son las que individualizan las obras.

No niego, empero, que tal vez haya una ganancia en estos ejercicios de traducción purgativa pues evitaría ese cierto y tradicional desprecio por la naturaleza cimarrona del dramaturgo, y hablo de su afición por las metáforas mixtas (es decir, cezclar dos metáforas en una sola expresión, como "Arrasa los males los males escritos de la mente" -Macbeth-, "Que no hay quien pueda dormir escuchando mi latir, que parece que está masticando cristales" -oído al grupo MAREA-, "Ven a descubrir el pulso vertiginoso de la ciudad de New York" -visto en un folleto de viajes-) que tal lleven demasiado lejos (al menos para el lector novel) el ejercicio de horadamiento semántico, por tanto ralentizan demasiado (al menos para el lector novel) la comprensión cabal de los textos. Y es que, y es una impresión subjetiva, concedo, Shakespeare da esa sensación de salvajismo en gran parte por su afición a la mezcolanza alocada y bastante idiosincrática de asociaciones o, por decirlo en los lapidarios términos de Borges, las metáforas mixtas y demás combinaciones desbocadas hacen de Shakespeare un literato que "se emborrachaba con las palabras" y a quien, por lo tanto, las traducciones reduccionistas, tal vez, ayudarían a ampliar su base de lectores.

Estos comentarios en absoluto peculiares de Borges, esta creciente doma traductora del isabelino, encajan en realidad con una bifronete tradición interpretativa del bardo, una bipolar tradición cuya incompatibilidad han creado el mito (porque para mi es un mito) de Shakespeare como una suerte de escritor talentoso pero desmañado, natural pero indisciplinado, y quiero decir, y a un lado, la tradición más popular pero bien secundada por muchos, si no mayoría de intelectuales, de un Shakespeare "conocedor del alma humana" y eminentemente dramaturgo, y ahí que sus juegos de palabras, sus metáforas mixtas, sus manierismo barrocos, en definitiva, hagan de él un escritor talentoso, como decía, pero inhábil, desmañado, brutico, y ni que decir tiene, creo yo, que las traducciones reduccionistas surgen a razón de ser mayoritiara esta interpretación.

Pero al otro lado, mucho más minoritariamente, concedo, están básicamente los poetas, y ejemplarmente Joyce, quien decía del isabelino que era un gran poeta pero como dramaturgo era preferible Ibsen, y están éstos, como decía, en interpretación alternativa vindicando un Shakespeare eufónico, aficionado al pun, a la metáfora asilvestrada, a la exuberancia verbal y que consecuentemente desdeñan las interpretaciones deslavazadas del Bardo por cuanto se asemejarían en su efecto estético a un Finnegans funcionarialmente traducido. Esta interpretación, por cierto, es posible que se vaya abriendo camino en tanto que la expresión "conocer el alma humana" queda muy genérica, muy poco práctica, además de que cada vez se lee menos para emocionarse y más como hecho estético en sí, de hecho, en una biografía shakesperiana vi justamente defender explícitamente la idea de que, por encima de todo, Shakespeare era un creador verbal y que esa es la razón de que en el fondo leamos mismamente Sueño de una noche de verano pues nadie honesto puede decir que en dicha obra se "muestre al desnudo el alma humana". Pero por cierto, desde esta vena interpretativa, también debe quedar el bardo como un escritor talentoso pero chapucero por cuanto siempre tuvo presente los protocolarios rigores dramatúrgicos y nunca, pues, llevó el experimentalismo lingüístico a las cotas del mentado paradigma Finnegans.
Es ilustrativo de este gusto bipolar la ambivalente evolución del gusto de Borges por Shakespeare, como bien viene a registrarse en Seikilos, pues si nos fijamos en el escritor argentino, éste repite el paso de una tradición a la otra, y más en general hay en Borges una evolución paralela en gustos que insinua cierta coherencia estilística, y estoy pensando en el siglo de oro Español, más en concreto, en el inicial deleite con Góngora por parte del argentino y el no menos precipitado distanciamiento con el estilo Cervantino, de hecho, y si mal no recuerdo, hay un texto sobre la escritura del autor del Quijote en una de sus Inquisiciones.

Bien pensado, el comienzo es inevitable pues cualquier recurrente oyente de música acaba por desarrollar también cierto gusto por cuestiones más referidas a la materialidad semiótica como el timbre y etc. además de las ya más tradicionales fijaciones de naturaleza gramatical conceptual, como las melodías o el ritmo, por lo mismo, un lector asiduo como Borges tenía que haber desarrollado un oído deleitado con las adulteraciones verbales y no en vano, en las primeras lecturas del Ulysses, y aún admitiendo abiertamente no entenderlo, no pudo dejar traslucir un cierto gozo por su aparataje verbal.

Sin embargo (y evidentemente aquí especulo muy alegremente), para un lector memorioso como Borges, es fácil darse cuenta que los micro hallazgos lingüísticos son tienen un menor lastre, se asientan con mayor ligereza en la memoria que estructuras más extensas como las historias, tramas y personajes (solía decir del Quijote que era un amigo que le había acompañado toda la vida), así que me lo imagino llegando por esto a esta relevación
Seguramente al principio, deplorando esa dicotomía, lo deleitoso por un lado, lo memorable por otro; buscará escritores mixtos y buscándolos encontrará en el gran Quevedo al capaz de ambos logros y así empieza a preferirlo por encima de Góngora, por encima de Cervantes incluso.

Seguramente esta época coincide con el Shakespeare teatrero al que se le puede leer literariamente y por tanto encontrar en ambos grupos.

Más tarde, sin embargo -y esa disrupción en el gusto se puede rastrear-, se da cuenta de que un plano estorba al otro, que en realidad la excelencia a nivel micro no incide en el resultado macro final o, más memorablemente dicho -y siento no recordarlo literalmente-, Quevedo y Góngora podrían haber mejorado cada página del Quijote pero jamás escribirlo entero.

Ya no gusta del Ulysses en esta época, de hecho, ni siquiera la considera novela (esto recuerdo habérselo oído decir ya en sus últimos años pues juzgaba que las novelas son esencialemente tramas y personajes y Ulysses es evidente que no tiene ni lo uno ni lo otro (pare él, ojo, para mi sí tiene un personaje absolutamente vívido en Bloom)), y seguramente entiende, luego de haberse acercado al original, que Shakespeare es más gongorino de lo que, como se dice en Seikilos, han dejado ver las traducciones.

¿Se moderniza entonces el Borges lector? Pienso que efectivamente esta tradición de traducción simplificada es un movimiento contemporáneo pero también lo pienso condenado a la extinción en tanto que agrede a lo que es idiosincrático y tradicional de la literatura y no, ojo, no estoy en desacuerdo con la revelación borgesiana de que el personaje Quijote, sus andanzas paginadas hasta el millar, se posan firmemente en la memoria, no, no, es eso, sino que en lo que estoy en desacuerdo es en que se pueda licuar algo de los libros, quiero decir, y por plantear el canón estético a la manera divisoria que (casi ni atreviéndose o incluso sin darse cuenta) lo plantea Steiner (y Bloom la intuye, o lo sabe, y lo espanta histérico diciendo que eso es leer mal a Dante pues no solo cuestiona su bardolatría sino la propia razón de ser de la autonomía (que no autarquía) intelectual de la literatura), y hablo de la diferencia entre un Dante teólogo y filósofo y en definitiva pensador y autor, y un Shakespeare sin un yo (aparente) detrás y que por tanto ni moraliza ni sentencia ni ofrece conocimiento ni consuelo y claro, eso es lo que extraña, lo que repele incluso a todo el mundo así que la reacción natural suele ser más del tipo y si exfoliamos al Shakespeare parlanchín y lo escenificamos con decoración actual, ¿no encontraremos una esencia canónica? (El debate, por cierto, se me parece mucho al que asola la crítica musical desde donde si se piensa en el significado de una obra musical, por fuerza se ha de pensar en la emotividad del sonido y en el sometimiento que han de tener los formalismos en la construcción de éste a dicha función).

Y en eso están con cándida frución empantanados los modernos traductores solo que ¿y si no hay tal cosa como el significado de lo dicho por Shakespeare? ¿Y si no tenía algo que decir?

Creo -al menos si se me ha entendido bien mi referencia a las redes-, por crear un camino, por creerlo, que la singularidad shakespeariana deviene de su capacidad de precisamente conectar los a priori distantes giros lingüísticos de sus personajes con sus modus cognoscendi y sus destinos final de forma que en Shakespeare existe una indivisible unión entre palabra y acto, forma y fondo o, por decirlo sintéticamente con Harold Bloom, en Shakespeare cada personaje habla de un idioma diferente; y opacar este hecho, difuminando con stream of words los contornos psicológicos (cuyo extremo estético sería Finnegans) o congelar las connotaciones para fosilizar historias y psicologías arquetípicas (cuyo extremo estético sería tal vez Dickens), es contaminar a Shakespeare. (Si bien, otro tema es que el traductor no tenga otra y se deba al equilibrio asimétrico pues la traducción, como bien dice Eco, siempre es una negociación no una ecuación determinista de resolución trivial). No sé si esto es el algo que quería Steiner pero desde luego no se pretende un pasatiempo burgués, ni un módico sustituto del conocimiento científico, es decir, se quiere el difícil equilibro entre el experimentalismo y el cliché, el equilibrio cuya existencia no creo ilusoria.