martes, 16 de octubre de 2012

Breve repaso a la narrativa poskafkiana posguerramundial

Si la pintura precipitadamente se podría dividir en aquella acentuante del dibujo, aquella del color; no menos arbitraria división entre personajes e historias permitiría tal vez la literatura y esa y no otra sería la verdadera divergencia entre Joyce y Proust por un lado, y Kafka por el otro; y si este último pareciera más moderno no sería sino porque ha sido su renovación del cómo contar historias aquella corriente que más herederos ha engendrado en este siglo como, sin ir más lejos, admite Gabriel García Marquez al decir que La metamorfósis, el cómo estaba contada; fue lo que le habilitó para que su imaginación engendrara Cien años de soledad y con este libro, en fin, toda la corriente del realismo mágico.

Pues bien, me atrevería a seguir enumerando en tres las corrientes que han evolucionado (no en el sentido de progreso sino de herencia más variación) el realismo onírico de Kafka desde la segunda mitad del siglo XX, apartado Beckett y cía, a saber: el realismo mágico inaugurado por el ya mentado Gabriel García Márquez, lo real maravilloso de Alejo Carpentier, el realismo histérico como lo llamó James Woods aunque yo rebautizaría como realismo paranoide de, ejemplarmente, Thomas Pynchon.

Como no soy muy bueno cartografiando significados, prefiero listar textos en la esperanza de que, como yo, también encuentres los parecidos de familia que permiten el mismo agrupamiento nominal, y además, y para no despistar con diferentes estilismos, pondré ejemplos siempre de un mismo autor, el norteamericano Pynchon que, si logro citarlo bien, dejará claro cómo tiene su particular realismo, el que le es genuninamente propio al punto de que con él logra hacer de su apellido un adjetivo, pynchoniano.
Primeramente, el realismo mágico:
Tras el suceso, Raskol´niki enloquecidos corrían por los bosques flagelándose a sí mismos y a los esporádicos espectadores que se acercaban demasiado, desvariando sobre Chernóbil, la estrella destructora conocida como Ajenjo en el Apocalipsis. Los renos descubrieron su antigua capacidad de volar, que había desaparecido cuando los humanos empezaron a invadir el Norte. A algunos, la radiación acompañante les produjo una luminiscencia epidérmica en el extremo rojo del espectro, sobre todo alrededor del hocico. Los mosquitos dejaron de interesarse por la sangre y adquirieron el gusto por el vodka; se observaron grandes enjambres en las tabernas locales. Los relojes de pared y de pulsera iban hacia atrás. Aunque era verano, caían breves nevadas en la taiga devastada, y durante un tiempo la temperatura sufrió variaciones de manera imprevisible. Los lobos siberianos irrumpían en las iglesias en medio de los oficios, citaban con fluidez fragmentos de las Escrituras en eslavo antiguo y salían luego pacíficamente. Se contaba que les gustaba en especial el pasaje de Mateo 7, 15: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos voraces". Ciertas características del paisaje de la Tierra del Fuego, en las antípodas del Tunguska pedregoso, empezaron a aparecer en Siberia: águilas marinas, gaviotas, golondrinas de mar y petreles se posaban en las ramas de los abetos y se lanzaban en picado para pescar peces en los arroyos, pero al primer picotazo chillaban de asco y los soltaban. Escarpados acantilados de granito se alzaban inesperadamente en el bosque. Transatlánticos, sin tripulación visible, intentaban navegar por los ríos superficiales y los arroyos, y encallaban. Pueblos enteros llegaban a la conclusión de que estaban donde no debían estar, y sin muchos preparativos recogían cuanto poseían, dejaban atrás lo que no podían transportar y se internaban en la maleza, donde al poco levantaban pueblos que nadie más podía ver.
Y desde todos los rincones de la taiga, a lo largo de todas las cuencas del Yeniséi, llegaban informes de una figura que caminaba por la devastación, no exactamente un ángel aunque sí se movía como si lo fuera, pausadamente, sin prisas, un consolador. Los relatos diferían en cuanto a si la inmensa figura era un hombre o una mujer, pero todos contaban que habían tenido que levantar mucho la cabeza para intentar distinguir su rostro, y que una profunda sensación de paz exenta de temor los colmaba una vez que había pasado.
[Contraluz, Thomas Pynchon]
O también:
En la ciudad reinaba tal ambiente de iniquidad sin límites, un calor agobiante noche y día, no pasaba una hora sin que alguien disparase a alguien, o sin un acto sexual en público, con frecuencia en un abrevadero de caballos entre más de dos personas, y también menudeaban los latigazos a ciegas, y timos, robos a punta de pistola, botes de póquer arramblados sin enseñar la mano, meadas no sólo contra las paredes sino también sobre los transeúntes, arena en las azucareras, trementina y ácido sulfúrico en el whisky, burdeles dedicados a una amplia variedad de inclinaciones, entre ellas la arnofilia, es decir, el singular interés por la oveja, y la verdad es que algunas de las ninfas ovinas de estos establecimientos eran ciertamente atractivas, incluso para quienes no acaban de compartir incondicionalmente ese gusto: tenían las lanas teñidas en una gama de colores de moda, incluidos los favoritos de toda la vida como el aguamarina y el malva, o vestían accesorios del atuendo feminino -(...)- que pretendían realzar el actractivo sexual del animal...
[Contraluz, Thomas Pynchon]
Está también lo real maravilloso:
Colina arriba e invisible, el tráfico del bulevar que salía y entraba de la autopista emitía melodiosas frases de tubo de escap que descendían en ecos hasta el mar, donde las tripulaciones de petroleros que navegaban por la costa, al oírlas, podrían haberlas tomado por voces de la vida salvaje ocupada en sus quehaceres noctunos en una costa exótica.
[Vicio propio, Thomas Pynchon]
O también:
Por la ventana, en la lejanía, contradiciendo la llanura, se elevaba un espejismo del centro de Chicago, convertido en una especie de acrópolis chillona, cuya luz, combada hacia el rojo del espectro, parecía proceder de una inmolación nocturna que ardía en ascuas como si en cualquier momento fuese a estallar en llamas vivas.
[Contraluz, Thomas Pynchon]
O también:
Mientras descendían sobre los Mataderos, salió a su encuentro el olor, el olor y el alboroto de carne que descubría su mortalidad, cuál oscuro precipitado de una ficción diurna que ellos, como parecía cada vez más probable, habían contribuido a promocionar volando hasta allí. En algún rincón allá abajo estaba la Ciudad Blanca que prometían los folletos de la Exposición Colombina, entre las chimeneas que no paraban de vomitar humo negro y grasiento, los efluvios de la matanza incesante, bajo las leguas de edificios de la ciudad que quedaban a favor del viento se retiraban, como niños sumiéndose en un sueño que no les proporcionaba el menor descanso de la jornada. En los Mataderos, los trabajadores que acababan turno, la inmensa mayoría de fe católica, capaces de distanciarse de la tierra y la sangre durante unos breves y preciosos segundos, levantaron asombrados la vista hacia la aeronave, imaginándose un destacamento de ángeles que no tenían por qué ser amables.
[Contraluz, Thomas Pynchon]
O también:
Se encontraba en la Utah profunda. La región era tan roja que la artemisa parecía flotar por encima como en una imagen proyectada con un estereopticón, casi incolora, pálida como las nubes, casi incolora, pálida como las nubes, luminosa noche y día. Hasta donde le alcanzaba la vista, Reef veía el suelo del desierto poblado por pilares de piedra, desgastados por siglos de vientos impacables hasta quedar convertidos en una especie de posdivinidades, como si en un pasado remoto hubieran poseído miembros que mover, cabezas que ladear y volver para seguirte con la mirada al pasar, rostros tan sensibles que reaccionaran a cada cambio de tiempo, a cada acto de depredación en las cercanías, por pequeños que fueran; estos seres en el pasado vigilantes, ahora ya sin rostro, sin gesto, habían sido finalmente refinados hasta quedar reducidos a una mera presencia vertical.
(...)
A lo largo de kilómetros de camino, en ambos sentidos de la marcha, de todos los postes telegráficos colgaba un cadáver, y cada cuerpo estaba en una fase distinta de laceración y descomposición, incluidos varios esqueletos blanqueados por el sol de edad considerable. Según los usos y costumbres locales, como le explicaría enseguida el secretario del ayuntamiento, a esos delincuentes ahorcados se les negaba cualquier tipo de entierro digno, pues era más barato dejarlos para los buitres. Cuando la gente de Jeshimon se quedó sin postes allá por 1893, y habiendo pocos árboles por allí, recurrieron a modelar sus horcas con ladrillos de adobe. Refinados viajeros que visitaban la zona no tardaron en comparar las toscas estructuras con aquellas conocidas en Persia como "Torres del Silencio": sin escaleras ni escalas, lo bastante altas y empinadas como para disuadir a los dolientes de subier, sin importar lo atléticos que fueran o lo propensos a honrar sus muertos..., los vivos no tenían sitio allá arriba. Algunos de los condenados eran llevados en carreta a la base de la torre, se les ataba y subía con polea a un aguilón que, cuando todo había acabado, todavía podía alzar el cuerpo, ponerlo boca abajo y dejarlo allí colgado por un solo pie para los pájaros de la muerte, que seguidamente descendían y se posaban siseando en perchas confeccionadas para su comodidad con el barro rojo de la región.
[Contraluz, Thomas Pynchon]
Finalmente el realismo paranoide:
Lo mejor que podía decirse del aparcamiento en Gordita Beach es que era irregular. Las normas cambiaban imprevisiblemente de una manzana a otra, a menudo de un sitio al de al lado, concebidas en secreto por diabólicos anarquistas con la intención de encolerizar a los conductores para que un día organizaran una revuelta y asaltaran las oficinas del ayuntamiento.
[Vicio propio, Thomas Pynchon]
O también:
Al volver al hotel comprobó que el vestíbulo estaba lleno de representantes de la sordomudez, tocados con sendos gorros festivos que imitaban en papel de seda los gorros de piel de los comunistas chinos que se habían popularizado durante el contencioso con Corea. Todos sin excepción estaban borrachos y unos cuantos le pusieron la mano encima con intención de invitarla a la fiesta del gran salón de baile. Edipa forcejeó para liberarse de aquel enjambre silencioso y gesticulante, pero estaba demasiado débil. Las piernas le dolían y la boca le sabía a rayos. La arrastraron al salón de baile, donde la cogió por la cintura un joven apuesto que llevaba una gruesa chaqueta de mezclilla y donde dio vueltas y más vueltas al ritmo del vals debajo de una araña enorme y apagada y en medio de un silencio que sólo rompía el roce de los pies y el frufrú de la ropa. Las parejas que ocupaban la pista bailaban lo primero que se le antojaba al hombre: tango, pasapié, bossanova, slop. "¿Durará mucho esto", se preguntó Edipa, "sin que los golpes y los choques se conviertan en algo serio?". Era inevitable que hubiera choques. La única alternativa era una situación musical inimaginable, múltiples ritmos, todas la tonalidades a la vez, una coreagrafía en que todas las parejas se combinaran y encadenasen con soltura, predestinadas. Una música que todos ellos oyeran en virtud de un sexto sentido atrofiado en Edipa. Ella, peso muerto en el abrazo del joven mudo, seguía la iniciativa de su pareja esperando a que comenzaran los choques. Pero no se produjo ninguno. Se dejó llevar durante media hora hasta que, por misterioso acuerdo, todos hicieron un alto, y sin haber notado el menor roce salvo el contacto con su pareja. Jesús Arrabal lo habría calificado de milagro anarquista. Edipa, que no sabía qué calificación ponerle, sólo estaba exhausta. Hizo una semigenuflexión y se fue.
[La subasta del lote 49, Thomas Pynchon]
O también:
Suponía que Flip surfeaba las olas más freaks que había encontrado, no tanto impulsado por la locura ni por un deseo de martirio cuanto por un estado de pura y pétrea indiferencia, con el convencimiento profundo y extasiado del creyente religioso que se sabe elegido por Dios para darse un hostiazo desde una ola que sirva de expiación para todos los demás.
[Vicio propio, Thomas Pynchon]
O también, y termino:
Un día, cuando Doc y Shasta estaban en la casa de Sortilège, ésta dijo que tenía un tablero de güija. A Doc se le encendió una lucecita.
-¡Eh! ¿Crees que el tablero sabe dónde podemos pillar?
Sortilège alzó las cejas y se encogío de hombros, pero le hizo un gesto con la mano para que lo comprobara. Entonces surgieron las sospecha habituales, del tipo: ¿cómo podías estar seguro de que la otra persona no movía de forma deliberada la púa que marcaba las letras para que pareciera que transmitía un mensaje del más allá, y así sucesivamente?
-Muy fácil -dijo Sortilège-, hazlo todo solo.
Siguiendo sus instrucciones, Doc respiró hondo y se sumió con cautela en un estado receptivo, dejando que las puntas de sus dedos reposaran lo más suave que le fue posible sobra la púa marcadora.
-Ahora haz tu pregunta y a ver qué pasa.
-Chachi -dijo Doc-, eh, tío..., ¿dónde puedo encontrar maría, tío? y..., y, bueno, ya puestos, que sea mierda de la buena.-La púa se arrancó como una liebre, deletreando casi más rápido de lo que Shasta podía anotar, una dirección en Sunset, en algún lugar al este de Vermont, y hasta soltó un número de teléfono, que Doc marcó de inmediato.
(...)
-¿Quieres venir con nosotros para evitar que nos metamos en líos?
Ella pareció vacilar.
-En este momento tengo que avisaros de que puede que no sea nada. Veréis, el problema con los tableros de güija...
Pero Doc y Shasta ya habían salido por la puerta y traqueteaban por la pista de obstáculos salpicada de baches conocida como Rosecrans Boulevard, bajo un cielo despejado, con ese tipo de luz del sol perfecta que siempre se ve en las series policiacas de televisión, en las que ni los eucaliptos, que acaban de ser talados, daban ya sombra. La KHJ emitía una maratón de los Tommy James & The Shondells. Sin anuncios. ¿Qué podía ser más sospechoso?
Ya antes de llegar al aeropuerto, algo en la luz había empezado a torcerse. El sol se desvaneció detrás de unas nubes que se espesaban por momentos. En las colinas, entre las torres de perforación de petróleo, empezaban a caer las primeras gotas de lluvia, y cuando Doc y Shasta llegaron a La Brea se encontraron bajo un chaparrón constante. Era demasiado antinatural. Delante de ellos, en algún punto sobre Pasadena, se cernían nubes negras, no de un gris oscuro sino negras como la medianoche, negras como un foso de brea, negras como un círculo del infierno nunca visto hasta ahora. Los relámpagos se abatían sobre L.A. Basin, sueltos y en grupos, seguidos por profundos y apocalípticos truenos. Todos los conductores habían encendido los faros, aunque era mediodía. El agua bajaba torrencial por las laderas de las colinas de Hollywood, arrastrando barro, árboles, arbustos y muchos de los vehículos ligeros hasta la llanura. Tras horas de dar rodeos para evitar deslizamientos de tierras, atascos de tráfico y accidentes, Doc y Shasta encontraron por fin la dirección del camello que se les había revelado místicamente, que resultó ser un solar vacío con una gigantesca excavación en medio, entre una lavandería automática y un Orange Julius con un túnel de lavado, todo cerrado. En la espesa bruma, bajo las cortinas agitadas de lluvia, no se veía ni la otra punta del agujero.
-Eh, creía que por aquí habría un montón de maría.
Lo que Sortilège había intentado explicar sobre los tableros de güija, como Doc se enteraría más tarde al volver a la playa, mientras escurría los calcetines y buscaba un secador de pelo, era que, concentradas a nuestro alrededor, había fuerzas espirituales traviesas, justo al otro lado del umbral de la percepción humana, ocupando ambos mundos, y a que estas criaturas nada les divertía más que juguetear con aquellos de nosotros todavía sujetos a los espesos y pensosos catálogos del deseo humano. "No faltaba más", era su actitud, "¿qué quieres maría?, pues aquí la tienes, jodido idiota".
[Vicio propio, Thomas Pynchon]

martes, 2 de octubre de 2012

División de trabajo, dignidad intelectual, decencia moral

Pasma ver cómo en esta Crisis las tribunas puestas en los periódicos y televisiones y radios y mass media para analizarla, son garrapiñadas por todo tipo de gente cuyo idiosincrático mérito se cifra exclusivamente en contar historias o saber actuar o saber pintar o sin más artista decirse ser, usurpándose así un altavoz mediático a pesar de tener un curriculum que desconoce licenciaturas en (pongamos) economía, en (pongamos) politología, en (pongamos) historia luego de haber estado años en una universidad -no hablemos siquiera de doctorados o de tener ciertos artículos publicados después de una revisión a pares,  por tanto una verdadera reputación científica al respecto de la materia de la que se pretende disertar, al cabo chacharear.

Por división de trabajo, por dignidad intelectual, por simple decencia moral incluso, cada vez estoy más convencido, más persuadido, de que la única actitud digna que cabe para un artista es el ocultarse a los medios tal como ejemplarmente hace (el anarquista por lo que se intuye en sus novelas) Thomas Pynchon. 

¿Puede ser casualidad que (en mi opinión) sea de lejos el mejor escritor vivo?