martes, 29 de junio de 2010

El tamaño no importa

La suprema arrogancia del pensamiento religioso: que una bolsa hecha de carbono, rellena mayoritariamente de agua, en una mota de polvo de silicato de hierro en torno a una aburrida estrella enana... mire hacia el cielo y declare: "¡Se hizo todo para que yo pudiera existir!"

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Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire; la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí.

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lunes, 21 de junio de 2010

Por un pensamiento futbolero estructuralista

España perdió. Contra Suiza nada menos y me encuentro que ha habido sujetos, exseleccionadores por concretar, que han cifrado la derrota en una falta de concentración, de motivación, de profesionalidad.

Bien, vale, de acuerdo, puede que salieran al campo desmotivados o incluso desconcentrados pero la cuestión es que este tipo de análisis psicologistas son, siendo benevolente, insustanciales si se analiza verdaderamente bien los fallos reales porque tales hechos para un entrenador, o si se prefiere: para un ingeniero futbolístico, han de ser juzgados, en última instancia, como síntomas que no causas estructurales de la dolencia futbolística.

Pongamos que un equipo, cuando su adversario tiene el balón, debe presionar desde las posiciones más adelantadas, las del delantero, como hace el Barcelona, y si es el caso y si verdaderamente lo hace, pues bien, entonces es flagrantemente imposible que ningún jugador pueda haber estado fuera del partido durante mucho tiempo pues sus trabajos de presión no se hubieran realizado.

Ahora bien, si no tiene tales obligaciones, si los jugadores pueden desengancharse del partido en ciertos tramos del mismo entonces claro que será posible que éstos se desconcentren, se amuermen o se vayan de copas.

Lo importante a hacer notar aquí es que desde un equipo bien diseñado donde cada jugador tiene bien claro su rol durante todo el momento del partido, el que circunstancias individualizadas como la desmotivación entren en juego y dejen huellas en el desempeño del equipo tiene su causa en una falla estructural, estratégica y de hecho y en tal caso, si uno ve que el delantero centro de un equipo no presiona entonces poco importará cuál sea su porqué dado que lo relevante, es decir, lo que tiene consecuencias para el correcto funcionamiento del equipo, esto es, el no presionar, es un error del todo visible y en nada sujeto a especulaciones gordianas del tipo fulanito pensaba en su madre o estaba con sueño y por tanto es un error corregible a diferencia de tratar de buscar que Fulanito no piense en la discusión con su churri o en que millones de personas lo están viendo.

En este caso, el error psicológico de desconcentrarse, no es que surja por una mala ética de trabajo sino por un deficiente diseño táctico que acaba habilitando el que determinadas prácticas individuales tengan supervivencia en el juego colectivo.

Otro ejemplo: cuando perdió el Madrid en Champions dijeron que se abusó de individualidades, que no hubo pensamiento de equipo: otro tanto: si un equipo tiene por estrategia ofensiva el movimiento rápido del balón al primer toque entonces cualquier jugador que apropiándose del balón rompa la brillante coreografía será rápidamente localizado. Pero es que es más, si uno ve que el medio centro de un equipo no pasa el balón sino se dedica a colgar balones al área o a buscar goles maradonianos entonces lo relevante será adivinar por qué el jugador, teniendo claro cuál era su misión y habiéndola llevado a cabo, no encontró fisuras en su adversario y tuvo que inventar otras alternativas.

En este caso, el error psicológico de ser individualista, no es que surja por una mala ética de trabajo sino por un deficiente diseño táctico que acaba habilitando el que determinadas prácticas individuales tengan supervivencia en el juego colectivo.

Se podría decir que en cualquier colectivo de fines compartidos, un buen diseño de sus reglas de funcionamiento, instaura unas estructuras tales que podrán si no subsumir sí al menos visibilizar aquellas prácticas individuales que boicotean la coansiada meta final.

Además, y sobre todo: cuándo surjen esas prácticas -como con la biología, como con cualquier orden espontáneo- lo que hay que indagar no será el origen de dicha indeseada mutación sino el por qué de su supervivencia en el seno de un grupo que se suponía tenía otros medios para lograr sus fines.

Y para encontrar tales células cancerígenas necesitamos de un pensamiento enfocado al desempeño estructural no al análisis ad hominem, de hecho, me atrevería a decir que un bieninformado pensamiento verdaderamente escéptico debiera preocuparse, sino de que una comprensión verdadera de cómo se estructura una sociedad contemporánea sea por fin entendida, sí al menos de que ciertos patrones cognitivos no proliferen so pena de acabar encallándonos en lugares comunes construidos a base de sectarias concepciones infundadas.

En cierto modo, el que en fútbol juzguemos como sensatas explicaciones del tipo "no estaban motivados" o "fueron demasiado individualistas" es característico de una sociedad inmersa en una -para una mayoría- inexplicable crisis económica.

miércoles, 9 de junio de 2010

El dilema del tren

Hoy he llegado tarde al trabajo. Culpa del tren. Se retrasó. Suele pasar con una periódica frecuencia de una vez al mes.

Lo curioso son los dilemas que concita el asunto. Me explico: todos los trenes están coordinados entre sí. Se evita de este modo que los trenes se solapen. Se consigue de este modo que los trenes usen eficientemente el apenas par de vías.

Un retraso, en consecuencia, es letal para el baile de ferrocarriles por lo que tiene de perturbador dicho retraso, por lo tanto, hay que decidir: ¿intensión o extensión?: ¿Dejamos que la perturbación se localice exclusivamente en su foco originario: el tren retrasado ha de parar cuando se cruza con los otros? O bien ¿dejamos que se contagie a otros focos para que éstos copaguen un retraso que entonces sería menor: el tren retrasado hace a veces parar a aquellos trenes con los que se cruza?

En el primer caso, por ejemplo, puedes hacer perder, y no exagero, toda una mañana de trabajo a cinco vagones de personas.

En el segundo caso, otro ejemplo, puedes hacer perder, y no exagero, la cita con un médico o la entrada a un examen a media docena de media docena de vagones de personas.

¿Qué hacer entonces?

A mi ver, quien tuviera una respuesta razonada al asunto habría descubierto como promocionar la política de una arbitraria práctica matonil a una racional ciencia de mesurable coacción.

martes, 8 de junio de 2010

Vindicación del especismo

En la anterior disquisición se trató de impugnar la posibilidad de una frontera no arbitraria entre aquellas especies a proteger y aquellas a desproteger. No obstante, bien mirado, aquel argumento podría volvérsenos en nuestra contra al obligarnos a sentenciar que también es arbitraria una discriminación a los animales en beneficio de nuestra especie.

Habríamos encontrado una refutación del especismo.

Una analogía a modo de respuesta: Si tuviéramos un órgano visual que nos permitiera percibir el color rojo y además, y colateralmente, nos permitiera percibir ciertas tonalidades cada vez más rosáceas solo que llegando al color rosa ya no viéramos nada, entonces, ciertamente, podríamos decir que registrar cualquier "rojo mezclado" como visible sería algo negociable porque, efectivamente, el éxito en su posible percepción variaría de una persona a otra, de una cultura a otra, esto es y por ejemplo: el "rosa oscuro" sería un color cuya visibilidad dependería de cada uno, luego habría que negociar si aceptar como natural la percepción de dicho color.

Ahora bien, lo que no sería en absoluto negociable, antes bien, sería la condición de posibilidad de que viéramos o no el "rosa oscuro", es que el rojo que sería un color que todo el mundo debiera ver y dicha afirmación tendría su fundamento en una psicología evolucionista que nos explicara que nuestro órgano visual nace a resultas de poder ver el rojo e independientemente de que luego y además y como bonus y sólo en la cabeza de algunos, se pudieran ver otros colores.

También en este caso la percepción de la rojez sería un continuum: no habría una traumática separación entre el rojo y el rosa pero, aún así, diríamos que sólo el ver rojo no es negociable porque sólo en dicho caso tendríamos, con seguridad y de natural, cerciorado la percepción visual del mismo para todo el mundo.

Mutatis mutandi pasa lo mismo con nuestras percepciones morales: han nacido para proteger primeramente a los seres humanos sin perjuicio, aunque en segundo plano, de que se haga lo mismo con los animales. Consecuentemente, sólo respecto a los humanos sabemos que nuestros órganos morales funcionarán y sólo respecto a los humanos será obligatoria la concesión de derechos, es decir, la consideración de que ellos son los obligados receptores de nuestra empatía resultará indiscutible y para nada negociable. Mas si a alguien le molesta este antropocentrismo, que por favor no lo discuta conmigo sino con la Naturaleza por haberlo hecho así y con -permítaseme la impertinencia- el sentido común por no percibirlo así.

sábado, 5 de junio de 2010

Éticas bestiales o cómo matar un mosquito con una falaz escopeta

Vaya por delante que no soy taurino. En absoluto. Y no lo soy porque grosso modo a mi, el ver sufrir a un animal, me cortocircuitea ipso facto cualquier placentera experiencia que, por lo demás y sin haberla visto en condiciones, me parece hiperbólico el considerarla "estética".

No obstante comulgo con los aficionados que defienden la tauromaquia ante aquellos críticos que homologan la vida de los animales con la de los humanos.

Una razón convincente para este temporal alianza: no hay que sobrevalorar la precisión de nuestras herramientas morales: los juicios éticos surgen de una imposición de nuestro órgano moral cuando se gatillan ciertas percepciones que la evolución ha obligado a que sean referidas a los seres humanos y que, de forma exaptativa, también afectarán, sobre todo si la cultura lo potencia, a seres parecidos a los humanos.

Por eso a nadie le da pena matar mosquitos pero sí toros, a nadie serpientes, a todos perros, gatos, simios; y lo que digo es que los bestialistas, cuando imponen la no matanza de determinados animales pero sancionan la de algunos otros entonces están instaurando un arbitrario criterio demarcativo que, bien podrá ser emocionalmente compartido por un servidor, pero no racionalmente.

Entendida como filosofía moral y llevada por su propia lógica, el bestialismo nos impondría una terrible conducta: la de aquellos jainitas que iban barriendo allá por donde caminaban no fueran a matar a un bichito, a un igual.