jueves, 22 de julio de 2010

Fin de partida

Después de -curiosamente- otras ciento veinte entradas, llega otra vez el final de partida de curso blogosgérico.

La verdad es que la última serie de entradas me hacen sentir como alguien que comete fraude porque sé que el público que tengo quiere filosofía hard y nada de diletantes ficciones así que he decidido permitir la desanexión antes que la abscésis acabe siendo tumefacta. He aquí un nuevo blog:


que nace por lo menos por dos razones:

1) Para dar cabida a una serie de anotaciones literarias, estéticas, diletantes, en suma, esótericas

y

2) porque la naturaleza de este nuevo blog me hará imposible el a veces vertiginoso ritmo de publicación que llevaba en éste y con ello podré tal vez dar menos espacio vital a un marginal y del todo virtual espacio de reflexión que tiempo ha se me antojaba estéril y repetitivo.

extraños parecidos

...y entra en pregonera estampida hablando por el móvil, simple excusa, me temo, para llamar la atención y, efectivamente, importuna a un cliente sentado en un mesa pero porque sólo quiero, mi vida, dejar las bolsas de la compra aquí, nada más, y para cuando ha entrado gritando en el wáter, rozándome y pegándome en ese roce, yo ya estoy asqueado de su estresante presencia, la de ella y la de todas esas cotorras parlantes incapaces de sumergirse entre la gente sin perturbar el anestesiante fluir dócil de mis zozobras y, bueno, no tardará ni medio minuto en, a la vuelta de los servicios, importunar a otro cliente, sentándose en donde un viejo incapacitado, tartamudo por lo que se le oye en su conversación con ella, que es a viva voz, y que tiene otras taras de inválido por todo acompañante, peaje, al parecer, de una trombosis justito superada y hete aquí, que la pava no ha ganado menos debes al destino, claro, y resulta que también muy sufrida, sí, que viuda, se escucha, que su marido tuvo la misma dolencia pero aquel quedó peor, en un primer momento, inválido del todo y seis años después, el segundo aviso, el fulminante, pero hasta entonces le cuidé y sin queja alguna, ehhhh, porque le quería, mucho pero ya ves, ahora aquí, sin más, no necesito a nadie, no te creas, para qué, mejor sola que mal acompañada, sí, y de repente, como si las doce en un cuento invertido: las campanas suenan, la magia ilusoria se desvanece y una repelente vieja gorda gritona se reconvierte al momento en una soledad aún no atajada, en una igual algo alterada y siento remordimientos de los patológicos pensamientos exhalados apenas segundos atrás porque sospecho habían nacido desde el mismo agrietado foco de infección que los gritos llamativos de esta triste señora.

miércoles, 21 de julio de 2010

Semblanza de un monstruo

Me fascinan, no lo voy a negar, esas duras infancias que a ojos de la mayoría tanto contextualizan sino justifican las felonías postreras de aquellas víctimas impúberes. En tales casos, y a modo de paradigma, no puedo evitar recordar la niñez de un personaje singular que tuvo también complicadas circunstancias como las que paso a anotar.

Si bien vivió en el s.XIX, tenemos redundante constancia de sus acciones, de sus vivencias, de sus ambiciones y, de este modo, sin ir más lejos, sabemos, gracias al diario de la hija del panadero de su familia, que desde muy pequeñito recibió una dura educación por parte de un padre deseoso de que su hijo fuera un gran músico -becerro de oro de por aquel entonces-, por lo que éste, cuando apenas siete añitos, era atado a un piano para que ahorrara técnica y lograse así pagar en el futuro a la hetaira gloria.

Con tal biografía no debiera extrañarnos que pasados los años sufriera las burlas de los niños por llevar un abrigo abotonado hasta el cuello en pleno verano o, más preocupantemente, fuera amonestado por curiosear a través de las ventanas de los vecinos, entre otras anécdotas retratistas del estado de su cordura y, muestra irrefutable de su brutal impacto en la sensible sociedad de la época, fue el carácter multitudinario de su funeral como si cada uno de los allí presentes no acabara de convencerse de que aquel anormal ser estuviera bien muerto.

Difícil enhebrar, para un servidor, una tierna descripción, de veras comprensiva y abarcadora de su vida madura que no devenga en jirones incoherentes, que no se haga con esos retazos amarillistas que en absoluto logran abrigar verdad alguna. En estos casos, hay que conformarse igual con hacer ver esa nota grotesca que alcanza todo lo perpetrado por alguien del que a uno le cuesta imaginarse como realmente humano.

Sin embargo, probaré con un retal aislado mas ejemplo ineludible de que nunca escondió lo que pretendía hacer, de que no esquivó mostrar con vehemente honestidad lo singular que era y lo especial que se sabía; hablo de cierta anécdota que protagonizó cuando aún no había hecho nada de lo que le haría merecedor de estas líneas, cuando con voluntad, con firmeza, con valor, después de sufrir la importuna descortesía de un tal conde Razumovsky, Rasmussen o Rasnoséqué, al que daba clases de piano en la época en que aún era capaz de hacerlo; no tuvo reparos en recordarle quién verdaderamente era él, no tuvo reparos en espetarle aquellas ya célebres palabras de Señor, tráteme con máximo respeto que condes hay muchos pero Beethoven sólo uno.

La historia, efectivamente, le dio la razón.

martes, 20 de julio de 2010

El pez de colores

Mi abuelo me contó en cierta ocasión cómo de pequeño se quedó maravillado de los peces que había en el río de su pueblucho. Uno, en especial, de colores chillones, vivos, variados, que nadaba feliz, ignorante de todo estrés, de toda obligación, pero, ay, pescarlo resultaba una odisea porque era cogerlo con la mano y de puro rápido y mojado se te escapaba de los deditos de las manos, así que cuando alcanzó por fin a aquel maravilloso pececito, lo hizo con tanta temerosa fuerza que el animal terminó con los ojos saliéndose de sus cuencas, las entrañas erupcionando de sus carnes, todo él pura argamasa informe de espinas, vísceras, escamas y sueños; y mi abuelo, que volvió del frente con cicatrices, algunas visibles, otras no, justo a tiempo para la boda de la mujer a la que estérilmente había sonsacado una promesa de amor antes de la contienda civil; y mi abuelo, que a base de cinturones, gritos y amenazas, intentó en vano que sus hijos se hicieran doctos y licenciados; y mi abuelo, que después de atender y proteger con paternal devoción a su esposa, fue abandonado por ella en la senectud; y mi abuelo, que aún con una dieta espartana como único equipaje, nunca tuvo fuerzas para esquivar una anemia crónica; y mi abuelo, en fin, que había vivido tanto y tanto tiempo, en su última cama de hospital, al narrarme aquella frustrada pesca del pez de colores, con feroz extrañeza me consignó que aquel había sido el momento más triste y más patético de toda su vida, porque en cierto modo el único, porque el resto: burdas copias.

El animal que sabía demasiado

José Ferrater Mora y Priscilla Cohn, Ética aplicada: del aborto a la violencia, Alianza Editorial, Madrid, 1981, pp. 73-77 (vía):
Brigid Brophy ha expresado la opinión de que, en la misma medida en que un animal no puede razonar abstractamente, el dolor que sufre puede ser aún mayor que el experimentado por un ser humano. El animal, en efecto, no tiene «otra cosa en qué pensar» (...) Brigid Brophy sugiere la idea de que el dolor puede inundar «la capacidad total de experiencia [de los animales] de un modo que es infrecuente entre nosotros, por cuanto nuestra inteligencia y nuestra imaginación pueden producir huecos en la inmediatez de nuestras sensaciones» (...) Así, aunque es cierto que animales y seres humanos poseen sistemas nerviosos similares, creo que no es adecuado sacar conclusiones respecto a los sufrimientos de un animal a base de nuestras propias experiencias. En otros términos, es muy probable que, al suponer que la conducta de un animal tiene que ser análoga a la propia, terminemos por calcular por debajo al tratar de determinar el grado de sufrimiento que el animal experimenta (...) Por tanto, nos es imposible tener una idea del dolor o sufrimiento que puede experimentar un animal y poder decir «cuánto» sufre, pues su mundo y el nuestro son distintos, de modo que aquí se quiebra toda analogía. No podemos simplemente sustraer en la imaginación lo que estimamos que constituye nuestra racionalidad y entonces concluir que sabemos cómo siente un animal. La similitud de los correspondientes sistemas nerviosos no da pie para afirmar que el dolor causado es idéntico. El sufrimiento que experimenta un animal puede ser en algunos casos menor que el nuestro y en otros casos puede ser más intenso.
Uno de los mejores microrrelatos que he dado en leer, escrito por Julio García y titulado "Me gustaría" (Vía):
Ser indomable, libre, como la luz blanca reverbera en la sal del desierto cegando al amo humano. Cocear con desaire definifitivo lo que no me gusta. Descifrar la esencia de alguien olisqueando sus excrementos. Sentir la crin que escapa como el viento entre los dientes de mi orgullo semental. Quedarme sólo con el placer húmedo de su ímpetu carnoso y salvaje que truena desde mi grupa. Avanzar con el monzón hasta verdes pastos sin nombre, donde rumoreamos brotes y rebuznos con fruición las compañeras, mientras los machos se arrancan orejas y rabos por nosotras y eso no significa nada. Añorar el trote verde de mis crías en estas praderas de disfrute y pereza incansables. Sentir el vacío de su tierno hocico buscando soñoliento mis tetas de asna. Huir por instinto de la muerte, flameando mi suave cuero como un rayo, carbonizando de ceguera mi alma. Comprender lo que os estoy contando. No saber que me quedan seis meses de vida.

lunes, 19 de julio de 2010

La metamorfosis, según Chuang Zu, según José de la Colina

Franz Kafka soñó que era Gregorio Samsa y no sabía al despertar si era un escarabajo que había soñado ser un literato o un literato que había soñado ser un escarabajo.

viernes, 16 de julio de 2010

Horrocrux

En la película de Harry Potter se presencia un singular hecho fantástico cuando el mago jefe de nombre impronunciable es capaz de sacarse, como si una excreción cualquiera, cierta sustancia viscosa de su cabeza. Lanzada a un mágico cuenco de agua se revela como un recuerdo ahora visible para todos.

Acabada la siempre pronta caduca sorpresa, uno serenamente entiende que fuera de la teatral presentación, nada hay de extraordirnario en un recuerdo objetualizado: cuántas veces habremos asociado una relación de pareja anegada con una canción pluviosa, una amistad extinta con una camiseta vetusta, una dulce infancia con una sabrosa magdalena.

Lo grostesco entonces es la sensación de observarse a uno mismo como a vuelapájaro, como alguien que fue pero que ya no es, como una antigua adivinanza resuelta pero hoy arcana, como con una familiaridad hermética similar a la tenida con los personajes literarios en los que nos reconocemos a pesar de sabernos diferentes.

Toda esta cargante verborrea para justificar el que haya comprado el melancólico último disco de Amaral y aún siendo final de mes y aún estando falto de dinero.

Toda esta burda divagación para casi explicar por qué deseo desesperadamente conseguir que, con el transcurrir lento del tiempo, todas estas sensaciones que tengo me resulten extrañas, arrancadas, expurgadas y aún definiéndome estas y aún siendo esto morirme un poquito más

Una fábula sobre carroñeros

Érase una vez un animal carroñero al que la naturaleza había regalado un don: saber hacer cuentas. De este modo, cuando tenía que entrar a una cueva a robar una presa que habían dejado unos depredadores, él era capaz de si habiendo entrado tres y salido dos entonces saber que quedaba uno; o bien, si habiendo entrado tantos depredadores como habiendo salido, saber que no quedaba nadie en la cueva; o bien, ¡pero en resumen!: era capaz de adivinar cuántos enemigos quedaban en una cueva con sólo haberla vigilado y esto suponía una mejora respecto a sus analfabetos compañeros de manada que siempre y hasta entonces habían entrado a las cuevas en mefistotélica rúbrica con el azar.

El problema, al principio, se debió a que, no teniendo modo de comunicarle a sus iguales carroñeros el cómo de sus cálculos, se veía obligado a hacerse obedecer por la mera fe. Pero no tardó mucho la efectividad de sus predicciones en avasallar la terquedad de los escépticos.

Se erigió entonces en el líder indiscutible de su especie. Hasta que el poder le corrompió: empezó a cometer pequeños mas, en realidad, intencionados fallos con el objetivo de acabar con sus adversarios, disidentes, impertinentes, pronto simplemente aquellos que pasaban casuales bajo su mirada en el momento errado.

Con el tiempo, el resto de la manada, harto de tanto despotismo, decidió asesinar a su tirano. Ello significaría, es cierto, un mayor índice de mortandad pero también, no menos cierto, uno más justo por cuanto no instauraba una esclavitud injustificada, es decir: los carroñeros acabaron por preferir un malestar incipiente antes que un bienestar alienante.

jueves, 15 de julio de 2010

Disputatio theologica

A los mongoles les gustaban las competiciones de todo tipo por lo que incluso organizaban debates entre religiones rivales análogos a los combates de lucha.

En cierta ocasión, y aprovechando la llegada de unos misioneros cristianos, Mongke Khan ordenó celebrar una discusión ante tres jueces (uno cristiano, uno musulmán, uno budista) que sólo tendría una norma limítrofe: Prohibido pronunciar palabras destempladas.

Los debatientes, so pena de ser castigados con la muerte, deberían competir basándose exclusivamenten en sus ideas sin usar ni las armas, ni las amenazas, ni las palabras de nadie a modo de matonil respaldo. Silogimos, pruebas, razonamientos por toda persuasión de ideas.

El mal frente al bien, el alma frente a la muerte, Dios frente al diablo, lo divino frente a lo humano: esas cosas refirió, tal vez, la disputa.

Pero sucedió que como en los combates de lucha, entre una ronda y otra, los atletas mongoles bebían leche de yegua fermentada; en imitación venerable a este proceder, después de cada ronda del debate, los eruditos hicieron paréntesis desde donde beber tranquilamente mientras se preparaban para el siguiente duelo.

Y como pasado el tiempo ningún bando convencía a alguien de algo y como los efectos del alcohol empezaron a hacerse más presentes y cómo no podían violentarse, ni violentar a nadie: los cristianos, frustrados, dejaron de intentar convencer a base de palabrería y recurrieron al canto; los musulmanes, en respuesta, empezaron a recitar en voz alta el Corán; y los budistas, en venganza, retirarónse a una meditación silenciosa. Finalmente, demasiados borrachos como para sostenerse en pie, acabaron todos por quedarse dormidos.

Se cuenta que, luego de ver el resultado de la discusión, el cómo había derivado en un sucesión de cánticos, luego de ver a los debatientes acurrucados, mansos, durmiendo por el influjo del alcohol, del calor del debate; Mongke Kan preguntó con sarcasmo si, después de todo, a eso se reducía toda la sofisticada teología religiosa: a un par de nanas para bebés.

miércoles, 14 de julio de 2010

Biografía de un inmortal

Tenía tanto miedo a morir que fue hasta caritativo ver al diablo aprovechar la oportunidad para proponerle un pacto fáustico.

Con toda la eternidad por delante, bien podría emprender todos aquellos sueños del tenor que sólo la imaginería infante da alegremente en incoar cuando no recibe la censura serena de la madurez.

Así, la gran novela que siempre había querido escribir, por fin logró empezarla pero al tiempo, tuvo que dejarla ya que el acopio homérico de lecturas y reflexiones, experiencias y emociones, en suma, el atesoramiento de materiales que exige tamaña edificación intelectual le empantanaba irremisiblemente en aguas al cabo asfixiantes.

Entonces, reculando, decidió afrontar una tarea más humilde pero también harto deseada: filosofar, pero el no menos exigente anhelo de cultivar una vivificante relación de pareja, le convenció con lucidez socrática de que tales actividades no eran realizables a la par.

Mas para conseguir un terreno desde donde lograr ejercer serenamente tal jardinería, necesitaba desembolsar un dinero que sólo un trabajo estable, a ratos aburrido, a ratos combativo, siempre ineludible, pudo otorgarle; si bien, al precio de tener que desechar la idea de poder ir entre semana a cines, museos, conciertos, bibliotecas, y no consiguiendo entonces ver absolutamente todas esas grandes películas y pinturas, óperas y libros que la humanidad había conseguido legarle.

De su vida de ensueño quedaban los viajes, irrenunciables, hasta que finalmente consiguió entender que la moralmente más prioritaria tarea de acompañar a sus hijos hasta la madurez limitaba y mucho, tamañas ensoñaciones.

Finalmente la vejez: sombra serena y viscosa que acecha a quien se desempeña mortalmente; y la revelación: la muerte no llega realmente en un sólo instante: ésta está actuando constantemente en nuestras vidas, escondida en los resquicios infinitesimales dejados por el tiempo, seleccionando ora un curso de vida, ora otro, y provocando que, ese sumidero de felicidades y esperanzas que es lo contrafáctico, lo que pudo ser, lo que se quiso ser, resulte inalcanzable.

Entendido lo fraudulento del pacto, dio en revocarlo y dicen entonces que su último aliento sonó a suspiro de alivio, como de última batalla librada.

martes, 13 de julio de 2010

Una historia de fantasmas

La primera vez que me encontré con un rayo de luna, como lo entendió el insigne poeta, fue saliendo del colegio donde ya lo hallé mirándome con esa cara de pavor más que de corsario con que siempre me han mirado los asediadores impotentes.

Los primeros subsiguientes días a aquel momento, disimuló torpemente los encuentros, pretendiéndolos casuales, espontáneos, indeliberados, hasta que comprendió por fin que, aún cuando infantes, las mujeres tenemos un don especial para detectar a nuestros pretendientes y si bien al principio lo había confundido con un padre, sus miradas habían acabado por desenmascarlo.

Desde entonces, se posicionaría a una distancia prudencial, custodiando beata y cumplidoramente mis viajes de vuelta a casa y no variando ni un ápice su devoción distante salvo, si acaso, el acercamiento gradual, casi imperceptible, que perpetraba ladinamente según mis amigas iban deteniéndose en sus casas.


Un día, supongo que resuelto a acabar con la pesadilla de la incertidumbre, dio en acercarse a mí, buscar un encuentro, decirme unas palabras, soñar con conseguir algo más pero porque seguramente el pobre no sabría que por toda respuesta, esbozaría una sonrisa cortés, un educado no, un sobrio adiós, finalmente una mirada coqueta que tendría la cruel intención de exigir una renovación del cortejo.

No obstante, cuando se me acercó el señor, descubrí con terror que resultaba ser más extraño de lo que había querido admitir (no pensemos que aunque pequeña no entendía lo inapropiado de ciertos emparejamientos) ya que por toda pregunta, sólo hubo un balbuceo casi inaudible del que creí entender se indagaba si me llamaba Julia, Julita, o algo así, algo de si era Julia, creo, ¡pero cómo iba ser!, ¿verdad?, me decía, yo era otra, tenía que ser otra, sí, no podía ser y sí, bueno, efectivamente, no era ninguna Julia, no me llamaba Julia, le corregí, luego le dije mi nombre y le dije que se había equivocado y se lo dije aún sonriendo, porque todavía pensaba que era parte del juego. Pero empecé ya a descreer que estuviéramos en uno de verás nada más ver su postrera reacción, nada más verle deshacerse, nada más viendo cómo sus rasgos se descorrían hacia abajo, sus ojos se abrían abismalmente, su rostro exangüe se le amortajaba y su silueta recogía las maneras cansadas de un espíritu errante mientras se daba la vuelta y caminaba calle abajo alejándose de mi.


Siempre me pareció extraña aquella historia, máxime si tenemos en cuenta que no volví a verle jamás. Fue ya crecida, -no muy tarde: triste es decirlo- cuando di en entender que aquella no había sido una historia de amor sino de fantasmas, una historia de fantasmas que mi infantil ego no me había dejado ver como tal y claro, qué fácil es reírse ahora, y cómo no hacerlo, de esa niñita pizpireta que fui, de esa princesita que se siente de repente deseadísima por alguien, amadísima por alguien, aún no conociéndola, aún no sabiendo quién era, cómo era, pero porque, ahhhh, pero porque realmente no es sino confundida con un fantasma, sí, porque realmente, fruto de un dolor demencial, aquel hombre la amalgamó en su memoria con un fantasma y sin embargo, y no puedo dejar de preguntármelo, cuántas más veces he sido, hemos sido, confundidos con un ideal, con un arquetipo, con una ficción, en suma, con otro fantasma; cuántas veces no fui, no fuimos, breve pero realmente, tal vez no otra hija muerta como en este caso, pero sí una madre sobreprotectora, una exnovia exiliada, una actriz prestigiosa, un pasatiempo más. Tal vez, aventuro, en todas en las que hemos sido queridos, porque tal vez, aventuro, el amor no sea más que eso: una historia de fantasmas.

domingo, 11 de julio de 2010

Antropomorfo

Estaba harto de la explotación caprichosa que los patrones a lo largo de la historia habían perpetrado contra él, contra su familia, contra su pueblo.

Cierto es que sólo ellos podían ofrecerle protección de un entorno violento, sólo ellos posibilitaban su subsistencia, salvarguándolos de una, de lo contrario, impersonal naturaleza y sin embargo, y hasta ahora, y a decir verdad, habían tenido que recompensar aquel trabajo protector cumpliendo órdenes sólo juzgables como atroces.

Habiendo caído en pensar que su nuevo señor era diferente, especial, ahora su reciente orden parecía haberle sacado de aquella ingenua creencia. Estaba harto de tanta explotación caprichosa, harto de tanto sacrificio inhumano, harto; escogería quedar al albur de la naturaleza, desnudo ante la impersonal realidad antes que perpetuar un sistema de vasallaje sólo calificable de esclavista si persistía en exigir cometer tamañas felonías.

La cegada esperanza, empero, le impuso una última concesión, intuyendo, tal vez apresudaramente, tal vez ilusoriamente, que su nuevo señor era diferente, especial, que realmente no le exigiría tamaño despropósito, que seguro se apiadaría de él, que aquello era, después de todo, una prueba de fidelidad. Si bien, llegado el momento, justo antes de llevar a cabo la tarea, si previamente no era ordenado detenerse, él mismo lo haría porque hasta allí había decidido llegar.

Y hasta allí ciertamente llegó la Historia porque en el tenso instante decisivo, el patrón, efectivamente, se apiadó de su súbito mandándole detener su mano, pidiéndole dejar vivo a su hijo, provocando entonces que, exultante, Abraham comprendiera que al fin había encontrado para su pueblo a un Dios hecho a su imagen y semejanza.

jueves, 8 de julio de 2010

El infierno y los otros

Luego de verla aparecer por fin, luego de contemplar su delatora mano, supo del sacrílego crimen cometido.

El peor posible. El único posible. El más imperdonable.

El único imperdonable.

Su borrascoso rostro, su mirada naúfraga, su andar espeso...Sí, ella también lo comprendía.

No sabía cuál era el castigo para tal hórrido acto, no sabía si muerte, si exilio, si reclusión; no sabía sino que aquello implicaría lo más terrible que podría haber: separarse.

Repetir el crimen, conseguir superarlo; repetir el castigo, compartir destino: tales reflexiones y no otras por otros inventadas, fueron las que le incitaron a comerse con valerosa tristeza la manzana ofrecida por Eva.

martes, 6 de julio de 2010

Instrucciones para recrear a Dios

En el futuro, nuestros descendientes descubrieron que la vida, más que una sustancia singular, era materia vertiginosamente organizada. Descubrieron que si le es dado un tiempo suficiente a ésta, podría adaptarse a cualquier medio ambiente y entonces, estos hombres, con sus vanguardistas tecnologías (nanobots, femtotecnología, ...), conseguieron organizar la materia a su particular criterio, liberándola del mareante yugo al que estaba sometida desde el ancestral tsunami primigenio.

Se convirtieron en entes etéros, sin carne, seres mentales: nomás pensaban, nomás computaban, no necesitaban para su existir ningún soporte material, ninguna sustancia concreta, no requerían salvo lo mínimo para sostener su equilibrio energético y como una computadora en red, con sus numerosos nodos intercoordinados descentralizadamente pero unidos funcionalmente, se fusionaron para conformar una sola mente en liza, una sola materia organizada, una materia convertida en la fuerza motriz del universo, en materia infiltrada que ha acabado controlando otra materia al punto de poder cambiar sin restricción alguna las leyes de la naturaleza.

Perturbador panorama en el que quedó ahora el universo pues cualquier ser, cuando actúa, lo que hace es escoger ciertos medios para conseguir determinados fines pero esta humanidad, toda ella una mente hecha dios, no podía actuar porque tenía todos los fines dados y no le quedaba sino dejar que el tiempo pasase sin sentido, inmerso en una silenciosa soledad cósmica, en un errático vagabundeo sin destino.

No obstante hubo una solución liberadora, dejar que un pedacito de realidad se desgajase de ella, recogerlo e insuflarle vida aparte. Y nos queda soñar ahora, por qué no, que, aunque sólo fuera para hacerlo más lúdico, éste Dios no se conformó con ser un mero espectador de ésta nueva compañía.