domingo, 18 de julio de 2010

¿En qué se diferenciaba un lector de divulgación científica del s.XIX, con su física pre-relativista y pre-cuántica, de un lector ocioso?

4 comentarios:

Helenista dijo...

Me permito pegar un pedazo de un cuento que dejé inconcluso:

"Tiene una amiga, mi madre, que la invitó hace algún tiempo a conformar un book club, institución que es tan tentador como injusto despreciar; lo primero por las excelentes bromas que pueden gastar a su costa los intelectuales —el despreciativo deleite del profesor Humbert Humbert—, lo segundo porque el argumento que convierte estos book clubs en objeto de burla es que posee a sus integrantes el mismo impulso, ingenuo y apasionado, que puede llevar a un gran académico —al hombre que ha entregado toda su vida a las bellas letras o la filosofía más estricta, sin permitirse jamás una falta al rigor intelectual— a acercarse a la ciencia a través de un libro divulgativo, con grandes y bonitas ilustraciones —diseño muy moderno— como las que dan vida a los libritos de Hawking. Una persona así, sin duda seria y autoexigente en sus propias materias, se entregará alegremente a la lectura de folletines divulgativos, creyendo incluso que con eso se separa definitivamente de sus colegas que carecen de esta curiosidad, porque por formación carece de la capacidad de notar que lo que para él es un estudio ocasional, divertido y ligero, pero sin embargo muy enriquecedor, es para el científico tan vital como lo es para el académico una obra de título esotérico, a medias destruida por el tiempo y el olvido, palimpsesto infravalorado por generaciones de hombres nada ignorantes que la consideraron indigna de sobrevivirles, que tiene para él, sin embargo, para el académico que lee folletines como los de Flammarion a principios del siglo pasado, la desmesurada importancia del centro de todas sus investigaciones ——que es también, por una ley de la intelectualidad a la que se ha echado tierra sin conseguir ocultarla, el centro de sus preocupaciones —pues un auténtico intelectual no se permite estar preocupado por asuntos de menos vuelo que una obra ignota del siglo X que a nadie más importa— y, por consiguiente, de su vida. Esto no quita derecho al académico a reírse para callado de su mujer —si se ha casado por mediocridad y miedo a ser superado, ora por estar fastidiado con el repetitivo discurso de todas las mujeres que conoció dignas del epíteto de la inteligencia, ora porque ella fue durante un tiempo realmente bella o, sencillamente, porque era pobre y no podía aspirar a otra cosa—, si la ve partir a reunirse un sábado con sus amigas para la sesión del book club".

Héctor Meda dijo...

Me gusta el fluir del texto y el efecto disonante y a la postre armonizador de los guiones.

Por cierto, y ésta es otra confirmación, Sierra, en sus textos el personaje que más me interesa conocer y escuchar siempre es el narrador. Muy proustiano eso pero es una sensación que uno tiende a asociar como característico del ámbito más desmesurado y menos tirante de la novela.

Sierra dijo...

En efecto, el título de este cuento (que dejé poco más allá de este párrafo) es Pequeña proustiana, aunque pensé que me lo diría justamente por las rayas. Ya sabía yo que la raya el el más exquisito de los signos de puntuación, pero lo que hace Proust con ellas no tiene nombre: ¡es magnífico! En cualquier caso, a pesar de que el sujeto que elegí para el texto —no mi madre, sino su amiga— era perfectamente proustiano, y digno del más suyo de los análisis, no conseguí darle a la prosa la graciosa elegancia, la ligerezza, aun del más descuidado de sus párrafos.

Ah, ¡Proust! A veces pienso que podría pasarme toda la vida sin leer otra cosa que Proust, Shakes y los griegos que le causan a usté tanta indiferencia. ¡Sería feliz!

Héctor Meda dijo...

Quiero pensar que necesita ser autocrítico y/o no parecer soberbio porque si no le diré que, oiga, no me sobredimensione, por favor, la eufonía proustiana -a no ser que me diga que lo lee original- porque, además, aún siendo incuestionablemente característica de su escritura, no sólo a eso se reduce su estética. Créame su texto mola, si acaso, le hubiera puesto algunos acordes, entiéndase, adjetivos más rebuscados pero lo digo como actitud previa no teniendo en mente ninguna expresión verbal concreta y no sabiendo si se ajustaría al perfil sicológico del narrador. En Proust lo que maravilla es esa manera de figurar las escenas, como si fueran impresionistas, y estoy pensando, por ejemplo, en la celebérrima y celebradísima escena en donde se conoce y describe a Albertina y su grupo por primera vez.

Por último: firmaría su último párrafo si me quita a los griegos y pone a Borges.