lunes, 25 de abril de 2011

Ethos

Los psicólogos que han estudiado el ajedrez mencionan con frecuencia "el sentido del peligro" entre las cualidades que debe tener un gran maestro, y que le permite atender las posibilidades más importantes, sin perder tiempo en analizar trivialidades. En 1991 Kasparov, (...), se enfrentó con (...) Deep Thought. El jugador humano ganó a la máquina, a pesar del gran poder de cálculo que ésta tenía, y de la eficacia del programa. Cuando le preguntaron a Kasparov cuál había sido el fallo de la computadora, respondió: "No tiene sentido del peligro." Por carecer de sentimientos, el ordenador no sabía distinguir lo esencial de lo accidental, por lo visto.
(...)
Lo diré con cierta brusquedad: "Los sentimientos son el modo como aparecen en la conciencia grandes bloques de información integrada, que incluyen valoraciones." La inteligencia se las ingenia para manejar mucha información de una vez. Los esquemas para apropiarnos de la realidad se hacen cada vez más amplios. El hombre tiene una asombrosa capacidad de utilizar información tácita, es decir, no explícita. Las palabras remiten a los conceptos vividos, que son una acumulación de informaciones de variada procedencia, que soy incapaz de desplegar del todo. Ignoramos lo que nuestra memoria guarda. (...). Lo que vemos nos revela lo que somos, porque sólo captamos lo que sabemos captar, y, por lo tanto, el mundo que experimentamos es un retrato nuestro en negativo.

(...), los sentimientos son el modo como un bloque de información se manifiesta, al interpretar un dato recibido de la experiencia. Somos conscientes (...) de ese conjunto de informaciones, y nos cuesta mucho esfuerzo desenvolver todo lo contenido en un sentimiento.


Anthony Storr nos ofrece un buen ejemplo de disociación en La música y la mente: "Hace muchos años hice de "conejillo de indias" para un colega que investigaba los efectos de la mescalina. Mientras estaba bajo su influencia, escuché música en la radio. El efecto fue que intensificó mis respuestas emocionales al tiempo que abolía mi percepción de la forma. La mescalina hacía que un cuarteto de Mozart resultara tan romántico como Chaikovski. Era consciente de la cualidad vibrante y el palpitante de los sonidos que me llegaban; de la mordedura del arcon en la cuerda; de cómo apelaba directamente a mis emociones. En contraste, la apreciación de la forma quedó enormemente menguada. Cada vez que se repetía un tema, llegaba como una sorpresa. Los temas podían ser individualmente fascinantes, pero había desaparecido la relación entre ellos. Todo lo que quedaba era una serie de melodías sin vínculos de conexión: una experiencia agradable, pero también decepcionante.

Página 343n del libro Musicofilia, de Oliver Sacks

Sin embargo, la memoria, para ser creadora, debe ser una memoria creadora. Esta tautología de apariencia tan idiota es un pretexto para destacar dos ideas. Una: La memoria tiene que tener una índole dinámica. Otra: La memoria debe ser manejada dentro de un proyecto creador, (...). Proust no consiguió un estilo trufando su memoria de textos ajenos, desde luego. Únicamente cuando los textos se aprenden como matrices, se lee como escritor, lo aprendido puede transformarse en un sistema productor de ocurrencias. Esto le ocurría a Proust, que podía copiar sin dificultad cualquier estilo literario:
Tan pronto como comienzo a leer un autor determinado, adivino la melodía bajo las palabras de su canción, melodía que es distinta en cada escritor. Y esto me permite escribir parodias, porque tan pronto se oye la melodía de un escritor, las palabras fluyen por sí mismas.


66. Considera, por ejemplo, los procesos que llamamos "juegos". (...). ¿Qué hay común a todos ellos? (...) Pues si los miras no verás por cierto algo sea común a todos, sino que verás semejanzas, parentescos y por cierto toda una serie de ellos.
(...)
Y el resultado de este examen reza así: Vemos una complicada red de parecidos que se superponen y entrecruzan.

67. No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la expresión "parecidos de familia"; pues así es como se superponen y entrecruzan los diversos parecidos que se dan entre los miembros de una misma familia.

Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas

Los estudios de Chase y Simon (...), Simon y Gilmartin (...) y Simon (...) han mostrado que lo que distingue a los jugadores expertos de ajedrez de los principiantes no son diferencias en los procesos de juego, sino más bien diferencias en la base de conocimientos sobre la que los expertos podían apoyarse con éxito. Los investigadores calcularon que un gran maestro de ajedrez debe de tener un repertorio de cincuenta mil posiciones en el tablero, y que desde este archivo percibe las nuevas jugadas, y gracias a él extrae más información que un novato. Frey dice que un gran jugador (...) no es un pensador profundo, sino un gran perceiver, un hábil perceptor.


Allan Synder ha propuesto que un proceso similar "de abajo arriba", más que un plan global u organizador, es típico de la creatividad autista, donde, al igual que con la demencia frontotemporal, podría darse una extraordinaria facilidad para los patrones visuales o musicales, pero un pobre desarrollo del pensamiento verbal y abstracto. Podría darse un continuidad entre la patología evidente, como el autismo y la demencia frontotemporal, y la expresión del "estilo" normal. En el caso de un compositor como Chaikovski, por ejemplo, la composición surgía de la melodía, tenía un número infinito rondándoles constantemente por la cabeza; esto parece muy distinto de las grandes ideas musicales, las estructuras arquitectónicas típicas de las composiciones de Beethoven.

"Nunca trabajo en abstracto", escribió Chaikovski, "el pensamiento musical nunca se me aparece si no es con una forma externa adecuada." El resultado, observó Robert Jourdain, era "una música con una textura superficial espléndida, pero de una estructura superficial".

Página 378n del libro Musicofilia, de Oliver Sacks

sábado, 23 de abril de 2011

Esbozos de una biografía shakesperiana

"Pero ¿por qué sólo música", me preguntó la señora C. "Si todo esto fuera de origen psicótico, ¿no oiría también voces?"

Le repliqué que sus alucinaciones no eran psicóticas, sino neurológicas, llamadas alucinaciones "de liberación". Dada su sordera, la parte auditiva del cerebro, privada de su input habitual, había comenzado a generar una actividad espontánea propia, que adquiría la forma de alucinaciones musicales, sobre todo recuerdos musicales de su vida anterior. El cerebro necesita permanecer incesantemente activo, y si no obtenía su estímulo habitual, ya fuera auditivo o visual, creaba su propio estímulo en forma de alucinaciones.

Página 75 del libro Musicofilia, de Oliver Sacks

Las convicciones de Freud sobre la importancia del desarrollo infantil tiñeron también su opinión sobre la actividad creativa. Freud estaba impresionado por los paralelos entre el niño que juega y el artista creativo. Él mismo lo expresó así una vez:
¿No podríamos decir que cada niño que juega se comporta como un escritor creativo, en cuanto que crea un mundo propio (...)?... El escritor creativo hace lo mismo que el niño que juega. Crea un mundo de fantasía que toma muy en serio -es decir, que reviste de gran cantidad de emoción- al tiempo que lo separa nítidamente de la realidad.


Los estudios de Chase y Simon (...), Simon y Gilmartin (...) y Simon (...) han mostrado que lo que distingue a los jugadores expertos de ajedrez de los principiantes no son diferencias en los procesos de juego, sino más bien diferencias en la base de conocimientos sobre la que los expertos podían apoyarse con éxito. Los investigadores calcularon que un gran maestro de ajedrez debe de tener un repertorio de cincuenta mil posiciones en el tablero, y que desde este archivo percibe las nuevas jugadas, y gracias a él extrae más información que un novato. Frey dice que un gran jugador (...) no es un pensador profundo, sino un gran perceiver, un hábil perceptor. (...).

Los grandes creadores han tenido descomunales memorias para su arte. (...). Sin embargo, la memoria, para ser creadora, debe ser una memoria creadora.


Los niños tienen dotes naturales para la dramatización y son muy capaces de imaginar escenas y personajes extraídos de sus lecturas; Shakespeare sólo fue excepcional porque conservó dichas habilidades hasta el final de su vida, lo que apunta a (...)

Página 109 del libro Shakespeare: La biografía, de Peter Ackroyd