Esbozos de una biografía shakesperiana
"Pero ¿por qué sólo música", me preguntó la señora C. "Si todo esto fuera de origen psicótico, ¿no oiría también voces?"
Le repliqué que sus alucinaciones no eran psicóticas, sino neurológicas, llamadas alucinaciones "de liberación". Dada su sordera, la parte auditiva del cerebro, privada de su input habitual, había comenzado a generar una actividad espontánea propia, que adquiría la forma de alucinaciones musicales, sobre todo recuerdos musicales de su vida anterior. El cerebro necesita permanecer incesantemente activo, y si no obtenía su estímulo habitual, ya fuera auditivo o visual, creaba su propio estímulo en forma de alucinaciones.
Le repliqué que sus alucinaciones no eran psicóticas, sino neurológicas, llamadas alucinaciones "de liberación". Dada su sordera, la parte auditiva del cerebro, privada de su input habitual, había comenzado a generar una actividad espontánea propia, que adquiría la forma de alucinaciones musicales, sobre todo recuerdos musicales de su vida anterior. El cerebro necesita permanecer incesantemente activo, y si no obtenía su estímulo habitual, ya fuera auditivo o visual, creaba su propio estímulo en forma de alucinaciones.
Las convicciones de Freud sobre la importancia del desarrollo infantil tiñeron también su opinión sobre la actividad creativa. Freud estaba impresionado por los paralelos entre el niño que juega y el artista creativo. Él mismo lo expresó así una vez:
¿No podríamos decir que cada niño que juega se comporta como un escritor creativo, en cuanto que crea un mundo propio (...)?... El escritor creativo hace lo mismo que el niño que juega. Crea un mundo de fantasía que toma muy en serio -es decir, que reviste de gran cantidad de emoción- al tiempo que lo separa nítidamente de la realidad.
Los estudios de Chase y Simon (...), Simon y Gilmartin (...) y Simon (...) han mostrado que lo que distingue a los jugadores expertos de ajedrez de los principiantes no son diferencias en los procesos de juego, sino más bien diferencias en la base de conocimientos sobre la que los expertos podían apoyarse con éxito. Los investigadores calcularon que un gran maestro de ajedrez debe de tener un repertorio de cincuenta mil posiciones en el tablero, y que desde este archivo percibe las nuevas jugadas, y gracias a él extrae más información que un novato. Frey dice que un gran jugador (...) no es un pensador profundo, sino un gran perceiver, un hábil perceptor. (...).
Los grandes creadores han tenido descomunales memorias para su arte. (...). Sin embargo, la memoria, para ser creadora, debe ser una memoria creadora.
Los grandes creadores han tenido descomunales memorias para su arte. (...). Sin embargo, la memoria, para ser creadora, debe ser una memoria creadora.
Los niños tienen dotes naturales para la dramatización y son muy capaces de imaginar escenas y personajes extraídos de sus lecturas; Shakespeare sólo fue excepcional porque conservó dichas habilidades hasta el final de su vida, lo que apunta a (...)
Comentarios
Aclaro que la anotación nació con la idea de, como todos los 23 de abril, hacer algún apunte referido a Shakespeare y éste, ¡ay!, era lo más decente que tenía a mano.
Nada contra el talento, por cierto, pero creo que éste es demasiado distante para entender mucho y es que y por ejemplo, hablar de talento musical es no especificar si éste refiere al ritmo, al timbre, a la armonía; o bien hablar del talento de un pintor es no especificar si éste es bueno con los colores, las formas, etc.
Considerando esto, se da uno cuenta de que no se puede ver a Matisse (color) esperando un Picasso (formas) o viceversa; o bien escuchar un Debussy (color/timbre) esperando un Beethoven (formas/armonía) o viceversa.
Pienso que otro tanto pasa con la literatura y que el talento musicoverbal de Joyce, por ejemplo, invita a que su lectura se realice con diferentes expectativas que la de Proust cuyas habilidades -sospecho- eran más analitico-psicológicas (estilo El mentalista) y esto es algo que se ve fácil en sus respectivas biografías (Joyce y su afición a los juegos musicales ó Proust de antropólogo por todos los salones de París).
Pues bien, pienso que una biografía shakesperiana de-cen-te (¡¿las hay?!) debiera ahondar en cómo y cuál era el talento distintivo de Shakespeare y así legar al lector una mejor hermeneútica del canon shakesperiano.
De todas formas, en este post apenas arrejunto ideas casi al tuntún, si bien, espero seguir algún día de estos...
Claro que hay patrones. Muy entendible es que Proust se sintiera interesado por la antropología y Joyce por la polifonía musical; pero cometemos siempre un error al buscar explicaciones causales de algunas características de la psique. ¿Era Beethoven genial porque sordo/padre abusivo? No podemos experimentar con los genios del pasado, no podemos reproducir a Beethoven menos un aspecto. Falta la famosa tabla de ausencias de Bacon para hacer afirmaciones categóricas sobre la causa del genio.
Piénselo así. Es esperable que un niño que de adulto será un gran escritor pase muchas horas de la infancia enfrascado en libros. Esto podría deberse a que sus padres están distanciados emocionalmente. Es una explicación razonable... Sin embargo, también podría deberse el distanciamiento emocional de los padres a que el niño pasa demasiado tiempo enfrascado en libros y no busca su afecto. Podemos elegir cualquiera de ambas explicaciones, pero aquí se nos muestra que no son más que interpretaciones, y en cuanto a interpretaciones, entia non sunt multiplicanda preter necesitatem. La más económica de todas las explicaciones es el ciego azar.
Ciertamente es una idea romántica... pero no un romanticismo que hubiese gustado a los optimistas del siglo XIX.
Sí, la nuestra es una época romántica, pero pesimista. Solo que aún no lo sabe.
No obstante, ya le digo que me conformaría con enfocarlo más nítidamente en torno al talento. Otro ejemplo: hay un documental de Frank Gehry en donde cuando se nos cuenta parte de su vida. Donde se nos cuenta cómo Gehry hizo un cursillo de cerámica de joven y que le impactó vivamente. Y ahora resulta que visto desde la luz del ceramista, las innovaciones de un edificio como el Guggenheim quedan mejor entendidas puesto que se le puede ver a este museo como si alguien lo hubiera moldeado con unas manos gigantes de ceramista...y otro tanto con otros edificios suyos y entonces desde ahí, desde esa anotación biográfica, podriamos incluso hipotetizar lo distintivo de Gehry.
Yo creo que algo así sí es exigible en una biografía. Algo así como: ¿qué tiene de especial este hombre? ¿qué aporta él que no otros y cómo y cuándo lo desarrolló?
Llegamos al final de la cadena a un lugar donde no nos quedan causas a las que recurrir.
Es como el origen del universo. «¡Es el big bang!». ¿Y la causa de eso? «Pues no sé, Dios». ¿Y la causa de Dios? «Pues... Dios mismo, ¡más Dios!»- - - En lugar de retrotraer tanto la cadena, asumamos de una vez el rol del azar, de los accidentes.
El genio, si es algo, es un accidente.
En cuanto al aporte de los genios... ¿dónde buscarlo, sino en la propia obra? ¿Y por qué necesita la obra de una causa?
Yo no diría que una obra deba tener causa alguna como sí un agente intencional detrás y es más, será desde digamos su estrategia textual desde donde debemos juzgar el éxito de su quehacer, es decir, de la obra.
En Shakespeare, por ejemplo, hay cierta dejadez por los detalles históricos y, el hecho de que plagiara (entrecomillemos esto, por favor) las tramas de su obra, debe apuntar a algo que por lo pronto fijo es que carecía de interés personal en la creación de historias y que por tanto consideraba que (y disfrutaría con) la creación de personajes era su fuerte.
Por encarnar lo implícito escrito en el diálogo intertextual y por tanto facilitar la crítica descarnada, brevemente diré:
Recuerdo haber oído a un criminal decir haber fantaseado de niño con ser Darth Vader porque satisfacía su anhelo de dominio absoluto. Los niños, en general, acostumbran a sobrepoblar fantasticamente sus vidas. Sin ir más lejos, hará unos días pasé cerca de unos niños jugando al fútbol y me encontré la ya típica estampa de un chaval con el balón narrando(se) en alto, como si un comentarista, el partido mientras que a la vez se hacía pasar (como casi siempre hoy día) por Messi. Esto es algo bastante normal y la conexión con la actividad escritora me parece un agudo hallazgo por parte de Freud.
Se trata todo esto, sospecho, de encandilarse de ciertos roles y de sus engalanadas emociones adyacentes a los mismos y tengo para mi que algo de esto tuvo Shakespeare desde niño (como todos) y aún de adulto (como apunta Ackroyd), sean cuales sean las razones (de las cuáles yo me abstengo de pronunciar) que provocaron dicha permanencia aún en la madurez.
A este respecto, Ackroyd sí comenta (aunque yo le censure) que de esa permanencia de lo fantástico se desprende cierta decepción con el mundo adulto. Esta tésis se asemejería a la borgesiana en su Everything and Nothing, si bien, de un tiempo hasta esta parte, he empezado a descreer de la verosimilitud de una persona así, sin identidad (con independencia de que su figuración, como la de Funes (igualmente imposible) sea intelectualmente estimulante), y a este respecto los casos de Korsakov relatados por Sacks me parecen ejemplares (no es sostenible la estabilidad emocional de alguien que se ve obligado a fabular para desenfrentar la realidad)
Este es un tema interesante que, como digo, me he abstenido de continuar.
Sí que he continuado (y sigo de este modo con la escritura activa del diálogo intertextual) la veta referida a qué ganancia pudo haber recibido Shakespeare de haber continuado jugando al teatro y aquí aparece, finalmente, la referencia a los hiperexpertos jugadores de ajedrez que reconocen jugadas como quien reconoce caras (esta comparación es literal y oída en un documental sobre superdotados). Agrego precisar que el reconocimiento que adjudico a Shakespeare no se trataría de arquetipos platónicos fijos y estáticos a la manera en que una jugada de ajedrez se parece a otra de forma nítida y precisa, sino que se trataría de parecidos de familia (witti dixit) para cuyo reconocimiento y fijación se necesita una memoria creadora (a este respecto fíjese el parecido de familia entre el carácter de Yago y el de Edgar o el de Hamlet y Jacque o etc pero también fíjese como Shakespeare recogía mediocres obras ajenas de mediocres personajes y conseguía engrandecerlas de la manera menos insospechada y sin romper, no obstante, la familiaridad con la obra antigua (razón por la cual, dicho sea de paso, los expertos han logrado pillarle sus plagios)
Leandro, expones una poética perspectiva muy propia de un microrrelato aunque no sé si es real, quiero decir, no sé si es humanamente posible tal desprendimiento...Curiosamente, otra de mis hipótesis detectivescas (aquí hay una interesante veta epistemológica en esto de biografizar) es que la definitiva retirada del bardo en el 13 se debió a una depresión fruto de ver cómo toOodo el trabajo de su vida era hecho cenizas por obra y gracia de un accidental fuego que se zampó todo El Globo. Todo parece indicar que las partituras (hat tip) de las obras moraban sólo donde podrían ser ejecutadas, esto es, en el teatro, ¿no?
De todas formas y aunque la extensión desaforada de ciertas obras como Hamlet hacen pensar que estaban hechas no solo para ser interpretadas y aunque en los sonetos se trate el tema de la posteridad y aunque seguro el bardo sabría de su valía aunque todo esto, digo, es cierto que un tema como la inmortalidad literaria, el anhelo de inmortalidad literaria más concretamente, me resulta como anacrónico adjudicárselo a alguien tan antiguo...aunque aquí me pueda tal vez una visión demasiado romántica sobre la originalidad del romántico siglo XIX
Queda la duda, aún no tratada y aún no resuelta, de cómo un adulto, sin duda inteligente, podría tener, aún de mayor, una imaginación tan infántil... Otro misterio, supongo
Es natural, de todas maneras, que nos queden dudas. Sabemos tanto sobre alguien como Dante, siglos antes de Shakespeare, y no sabemos casi nada de este niño que creó una obra tan extraordinaria e influyente.
Y respecto a Stratford, ¡estás tan cerca! El Globe de Londres está reconstruido, se pueden ver obras de Shakespeare en él.
Hablas de Dante, por ejemplo, y pienso en las veces que se ha querido tapar su sin-gu-lar relación Beatriz como una especie de alegoría místicointelectual o, más ejemplarmente, nuestro amadísimo Borges de quien se ha llegado a decir que pisó demasiada biblioteca y muy poca calle, algo que jamás hubieran dicho los "husmeadores de calzoncillos" (Fernando Savater dixit) de no conocer su biografía. Como no dijeron eso mismo, de hecho, del donjuanesco Bioy Casares quien, por cierto, tiene una obra igual adoleciente de los mismos defectos que la borgesiana pero no robustecida con todas las mismas virtudes y, sin embargo, nadie jamás dirá de su obra, como te digo, algo así como que le faltase sensualidad.
La vida de los escritores, sus miserias humanas, nos contagian ciertos sesgos que enferman la lectura de sus obras y por eso digo que es una fortuna que del literato más variado y más veces profundo nos sea permitido una lectura pura, sin sesgos, sin la convicción de estar ante un católico numantino, un comunista execrable o un erudito de libros ignorante de la vida. Shakespeare es lo que queramos y, justo por ello, como nos recordaba agudamente H.Bloom, él nos lee cada vez que lo leemos y lo prueba que cada uno lo imagina de un modo peculiar y distinto (recuerdo ahora, por ejemplo, que alguién descreía de cualquier rastro de biografismo en los sonetos porque "Shakespeare era lo suficientemente pragmático como para, a diferencia de Keats, no enamorarse platónicamente de nadie" Por cierto, pobre Keats de quién sí conocemos su biografía, como podemos comprobar)
En ese sentido, yo, personalmente, sí lo veo ambicioso y ansioso y es que, como leí en cierta ocasión, alguien que perpetra una cuarentena de obras en apenas veinte años tiene que tener una previa y ambiciosa intención de hacerlo. Esto, por cierto, me recuerda un poco al tema de Messi de quien dicen que "juega con la misma tensión que los niños" (él mismo en entrevistas se escuda en esa idealidad) pero a mi resulta imposible un estado de excelencia en cualquier profesión sin un nítido tenso afán de autosuperación, de probatura de los límites aunque, eso sí, no negaré como extraña y harto misteriosa la paulatina retirada del bardo.... aunque, bueno, como la sorprendente retirada de Jordan igual, no? XD
P.d: El Malogrado de Bernhard y El Montaplatos, El invernadero, Una noche de juerga (todo en 1 libro) de Harold Pinter. Buena compra, ¿no? Luego "Cartas a un joven novelista" de Vargas Llosa y dos libros inéditos del maestro Proust (otro del que, esta vez sí, rehuso leer biografías porque lo deben de poner de pervertido y depravado para arriba), a saber: Celos y El escándalo Lemoine