Nabokov, en su
Introducción del libro Curso de Literatura europea, recordaba que un buen lector no tendría por qué identificarse con el héroe.
Ciertamente, y a pesar del carácter caprichoso con que el ruso abordaba los juicios literarios, aquí coincido plenamente y es más, creo que es al empezar a leer con madurez la ficción cuando uno empieza a compartir esta máxima. No será casualidad, a mi ver.
Esto me recuerda a
Seinfeld (temporada 5º capítulo 21º), quien en un episodio, junto con su novia, pero también junto a Kramer, Elaine, George Costanza y su aún no estrenada pareja; se desplazan, todos ellos, juntos, a una residencia en Hampton para que una amiga, recién convertida en madre, los acoja y puedan así ver a su bebé.
Resultará que luego ya allí, en la casa de Hampton, a la novia de Constanza, sin él delante, la verán haciendo topless Seinfeld y Kramer. George, paranoico, incapaz de digerir la anécdota, toma este adelanto -todavía
no la intimó- como una afrenta de tintes cosmokármicos y se autoimpone, en justa venganza, la obligación de ver desnuda a la novia de Seinfeld. En balde entrará a destiempo en la habitación del amigo y luego, ya por oscura casualidad o bien perversa causalidad, Seinfeld equivoca la orientación de la casa y manda a su novia, en vez de al baño, al cuarto de Constanza, recién salido de la piscina, ahora desnudo, y claro, dadas las gélidas circunstancias, George no está a la altura del encuentro y ya está temiendo el cotilleo a su novia.
Todo el resto del capítulo, George se las pasará, tenaz y obsesivo, insinuando, nunca explicitando, cómo el agua encoge por ejemplo las camisetas, y que eso, nadie lo dude, faltaría más, es culpa del agua y solo del agua y por supuesto, de nada más.
No, la novia no termina la noche allí. Se marchará por una ignota urgencia y tal vez -nunca se sabrá- fruto de una cruel confesión, pero tal vez -posiblemente- harta de un Constanza desbordado y en consecuencia desbordante. "Tranqui, machote" le llega a susurrar Seinfeld en una de éstas.
No andará muy lejos Elaine en forma y fondo y ella también destruirá una relación ni recién empezada. El médico del bebé, en visita rutinaria, luego de ser presentados, juzga literalmente arrebatadora a Elaine, desgraciadamente, otro tanto dirá del bebé -unánimemente considerado por todos los huéspedes, dicho sea de paso, como un ser horrible. ¿Qué pasó aquí? Elaine se debe enzarzar entonces en una investigación sobre quién es verdaderamente arrebatador y si dijo aquello de que el monstruoso bebé lo era, sólo como elogio de cortesía o bien porque lo pensaba verdaderamente y entonces simplemente tendría mal gusto.
Se lo vendrá a confirmar el pediátra, le dirá que a veces se piropea a la gente pero sólo por resultar amable. No obstante, a Elaine entonces le queda la duda de averiguar con quién empataba el médico si con ella o con la familia anfitriona y su bebé. La comunicación no avanzará entre ellos mientras no quede desopacado ese punto. La comunicación no avanzará entre ellos.
Basta ver un sólo capítulo de Seinfeld para registrar cómo sus protagonistas, a razón de unas mentalidades que van de lo paranoico a lo pefeccionista compulsivo, gestionan terriblemente las relaciones, las cuales, no se dan sin aristas ni fricciones sino que en su desarrollo se vienen a destruir desde dentro y además y para más inri, desde el bando de ellos, aún no habiendo habido la intención.
Como comedia de situación al uso, plagada de treintañeros y con intención de durar lo máximo posible; Seinfeld se debe a unos parámetros fijos de guión, incluyendo entre otras cosas, una continuada rotación de personajes secundarios, tramas y situaciones y demás utillaje, y esto y en definitiva, obliga a unos treintañeros promiscuos y donjuanes pero, y aquí viene la diferencia, mientras que en otras series como ejemplarmente Friends, las relaciones se renuevan sin fricción alguna, sin ninguna -necesidad de- autocrítica porque nada estructural a los personajes las boicotea; en Seinfeld, precisamente es de la incapacidad de perpetuar una relación, desde donde emerge su humorismo. Friends, por el contrario, se nos quiere hacer atractivo por lo que tiene de seductor la vida de sus personajes. Friends es justo lo contrario a Seinfeld; es a la vida real, los castillos Disney a la arquitectura medieval.
En un sentido trivial, sí, es cierto, Seinfeld es menos realista. No, no es creíble que una maldita sopa concilie tanta muchedumbre. Caso de un
célebre capítulo. Pero lo que le sigue, pero esa dejación de dignidad dadas ciertas situaciones, esa disolución de los lazos de amistad impuestos ciertos dilemas; es totalmente creíble, se me antoja terriblemente veraz, y revela, una vez más, barajadas ya las cartas premisa de la ficción, un afán por el realismo friccional de una serie en estado (casi) perpetuo de gracia.
No es muy difícil lograr que los telespectadores admiren, anhelen imitar, ambicionen superar, al don juan Joey (Friends) -sin ir más lejos hoy día tenemos a su no menos admirable émulo, e igual o más de admirado, en la persona de
Barney Stinson-, pero es que el producto es terriblemente fácil de vender pues apela a nuestros impulsos más elementales, dicho esto, comercialmente es mucho más complejo y artísticamente es mucho más meritorio y, sobre todo, más reverberante para el espectador; encontrar cómo el paronoico antihéroe George Constanza tiene telespectadores que, con humillación vergonzante pero deleite humorístico, se sienten -a veces, ¡dios mío!
sólo a veces- involuntariamente reconocidos en él. No nos vemos como él -a no ser que tengamos una gravísima depresión terminal- pero nos reconocemos a veces, es decir, nos dice lo que no somos capaces de oír y no lo que creemos ser o desearíamos comprar.
Seguramente será inevitable el consumo
pop y digo será inevitable porque en última instancia todos tenemos nuestros vectores de expectativas. A mi, lo confesaré, me gusta entre otros
El Mentalista, quien con envidiable pericia, es capaz de auscultar hasta el fondo la mente de cualquier persona, al punto de parecer omnisciente, el logro de parecer tiritero, pero, esa misma virtud, ese don, no se dice, pero se ve o se intuye, lograría legar a su poseedor una irreparable preocupante sensación, pues contemplaría, a todo el mundo y sin excepción, con la misma eficacia predictiva con que cualquiera vislumbra las acciones de los previsibles niños y al tiempo y en consecuencia, uno, de ser así, acabaría sintiéndose rodeado de gente inmadura y previsible, automatizada y aislada, en suma, acabaría sintiéndose rodeado de soledad. Con mis chiqui primas y mi perro, yo soy un mentalista. Con chiqui mis primas y mi perro, no me siento plenamente acompañado.
Nada impide a Constanza ser un Joey, un don juan, un ligón, vamos, -de hecho, su historial de ligues en la serie es bastante más extenso de lo que aporta el aval de su porte y apariencia-, no trato de inocularme en consecuencia una pesimista perspectiva de la realidad sino fomentar, por así decirlo, la letra pequeña de todo rol vital y auscultar las dobleces y reversos de las situaciones aparentemente pastoriles y así, por insistir el ejemplo, los problemas personales de Constanza no se resuelven mágicamente aún con todo su donjuanismo pues en él, y en todos, concurren solapadamente otras circunstancias que, como el diablo de la fábula, siempre pone pegas al cumplimiento contractual de cualquier deseo.
Y no, no se trata tampoco de decirme, por favor, que ser un don juan, por ejemplo, tiene su lado malo o barateces del mismo jaez. Se trata, más bien, de insistirme, con esto que me digo, que hay que desencantar el mundo. En marketing se habla y se advierte de la disonancia de un producto cuando el comprador siente decepción después de encontrar cómo el producto comprado no era lo que él había sospechado debía ser según la publicidad, y esta sensación que busca evitar un buen marketing, queda a mi entera responsabilidad, sin embargo, como consumidor de ficción pues lo idílico, me temo, no se aisla y se vende con quirúrgica propiedad y toda vez que éste se expande y ramifica por laberintos insospechados que esquinan la inconcreta mirada previsora; resultará en consecuencia peligrosa la mitomanía.
Pero por cierto, no es indeliberada la asimilación de los productos de ficción pop con el marketing engañoso. Se hace campaña, las más de las veces desde la ignorancia económica, contra logos y marcas y sin embargo, probablemente más letal, seguramente más ubicuos; son los productos arquetípicos que recorren las sociedades a modo de hilos titiriteros.
Recientemente se me hizo clara esta idea nada más verle a una tía cierta publicación suya en el facebook... (
Continua aquí)
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(SEINFELD y CONSTANZA queriendo saber, a través de ELAINE, si las mujeres saben lo del encogimiento por el frío)
ELAINE (extrañada): "Peroooo, ¡¿se os encoge?!"
SEINFELD: "Como una tortuga aterrada"
ELAINE (Pausa dubitativa) : "Pero, ¡¿por qué se os encoge?!"
CONSTANZA (Sentándose, hundido, casi entre lagrimas): "Encoge y ya está..."