jueves, 28 de julio de 2011

Sobre el crecimiento ecónomico

Un pesimista es un imbécil antipático y un optimista, un imbécil simpático porque ninguno de los dos sabe lo que va a pasar
-- Bertrand Russell (1872-1970)

Ciertamente, la creencia de un crecimiento ilimitado dada una determinada situación tecno-económica es falsa. Pero, así como antiguamente el petróleo era visto como algo ponzoñoso y desagradable hasta descubrirse su utilidad carburante; así también pudiera ser que lo que ahora vemos como deshecho y basura, al cabo, se convierta en un recurso energético más y las posibilidades de crecimiento hayan de recalcularse otra vez.

Similar a la cuestión de la esperanza de vida media: ¿quién sabe qué pasará hasta, pongamos, 2030, como para saber si entonces no tendremos que recalcular -gracias un milagroso descubrimiento médico, por culpa de un funesto virus mortífero- nuestra esperanza de vida desde ahora prevista?

Consecuentemente, no deberíamos hablar de crecimiento económico ilimitado, es cierto, aunque sí podríamos, más bien deberíamos hablar de, crecimiento desconocido.

Y esto no es ver el vaso ni medio lleno ni medio vacío. Esto es no poder vaso alguno y -lo que tal vez es más importante- no creer a quien nos afirme verlo.

lunes, 11 de julio de 2011

Metaficción

Pero a mi ver, esto es falso de toda falsedad y se ve muy claramente cuando el Quijote -lo recuerda Kundera- es invitado por un aldeano a su casa, donde vive con su hijo poeta y éste rapidamente se da cuenta de la locura del nuevo huésped guardándose, por lo tanto, cierta distancia con él. Pero cuando más tarde Don Quijote le inste al joven a que haga gala de su arte, éste obedezca, recite su poesía y finalmente, luego de ser elogiado por el caballero andante, olvide brevemente su locura y celebre su inteligencia lectora; se nos revelará al instante que no menos disfraz y no menos locura tiene (casi) el poeta que el Quijote. ¿Quién es, pues, el loco? ¿El loco que elogia el lúcido o el lúcido que cree en el elogio del loco?, se pregunta con razón Kundera.

Lo que yo entiendo, entonces, es que el poeta se disfraza, como he dicho, se reviste de poeta con la misma insconsciencia y con la misma necesidad con que Alonso Quijano, de un modo más pintoresco e insostenible, lo hace de caballero andante y esto me recuerda, por cierto, a casos reales, sin ir más lejos, el del lucídisimo -sin discusión- James Joyce, quien, a la edad de veintitantos y aún no habiendo escrito nada, y al encuentro con su compatriota Yeats, le espeta despectiva y memorablemente aquello de "¿37 años? Eso pensé, lo conocí demasiado tarde. Es demasiado viejo para que pueda ayudarle".

No muy lejos en soberbia de dudosa base igual origen andaba Beethoven cuando, sin tampoco haber publicado ningún sonido memorable y después de sufrir la importuna descortesía de un tal conde Razumovsky, Rasmussen o Rasnoséqué, al que daba clases de piano en la época en que aún era capaz de hacerlo; no tuvo reparos en recordarle quién verdaderamente era él, no tuvo reparos en espetarle aquellas ya célebres palabras de usted es príncipe por azar, por nacimiento pero en cuanto a mí, yo soy por mí mismo pues hay miles de príncipes y aún más habrá, pero Beethoven sólo hay uno.

En ambos casos -pero no se dude: hay más-, esa actitud elitista y neoaristrocrática tiene por objetivo sostener un autoestima, desbrozar una voluntad y, sobre todo, contener una sentido que de lo contario se desbordaría fruto de los vaivenes de la vida. Teniendo un (por) qué, dijo memorablemente Nietzsche, da igual el cómo e incluso esto parece válido para los casos más extremos como campos de concentración nazi, y de hecho lo contaba Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido, quien decía que, como no se podía jugar la carta de la creatividad, ni ejecutar meramente el papel de la supervivencia -al tiempo aquellos que lo hacían acababan por dejarse ir perdidos como bestias domesticadas sueltas de nuevo al campo-, sólo aquellos que creían en lo religioso, que se creían mártires de un destino adverso del que estoicamente se yerguerían; lograban sobrevivir.

Hay parecidos de familia, bien mirado, entre éstas ensoñaciones, las de Joyce aguantando la indiferencia de su pueblo, las de Beethoven soportando la sordera, las del Quijote aguantando befas y pedradas, y aquellas que -según lo afirma la leyenda- populaban en la Roma precristiana o en la Edad Media, donde algunos cristianos torturados fueron capaces de asimilar experiencias atroces con la sola fuerza de su fe. Caso mítico, recuerdo ahora, el del famoso santo, nombre olvidado, quemándose boca arriba y con naturalidad alucinada decidiendo informar a sus torturadores estar por un lado bien frito y que se me de entonces la vuelta por favor. Dicho esto, hoy día, a mi ver, en el entorno moderno actual, con una escéptica cultura arraigada en ubicuidad, es imposible, absolutamente improbable, que un enteógeno tan eficaz, un fervor religioso tan carente de fisuras, florezca en una persona cuerda con esa alucinante rotundidad. Tal vez, eso sí, un disminuido, un lesionado mental o un imberbe mental, quiero decir, un niño, puedan digerir sin fricción alguna, de forma compacta y sin necesidad de evolucionarlas, tamañas ensoñaciones.

Este es el caso de la película La vida es bella donde un padre arribado a un campo nazi se ve obligado a hacer creer a su compañero de desgracias, a su hijo pequeño, que todo aquello no es más que un concurso para ganarse un tanque. Con esa increíble historieta, ahora el niño, mudado en jugador competitivo, y el campo en mero lugar de juego; conforman juntos un escenario de partida en donde todo, desgracias y fatigas, penurias y tragedias, adquieren sentido a la luz de una esperanza, una narrativa, ahora justificante de todo. En el film se podrían percibir, como en el juego de las cajas chinas, dos historias, una la del campo nazi, otra la del concurso del tanque, solo que en esta ocasión, y a diferencia de por ejemplo Las mil y una noches, las historias no concurren secuencialmente sino de forma fugada, simultáneamente pero sin jerarquía entre ellas, es decir, como una red de cajas chinas.

No se está muy lejos, yo tampoco, cuidado, de la alucinación del niño de la peli de Benigni, en serio, la locura no arrasa la totalidad de la cabeza de una persona, es un todo o nada, sino, como la dialéctica enfermedad salud, hay puntos débiles desde donde medrar -caso de los lucídisimos Joyce o Beethoven, tan learianos ellos, pero también otros casos ilustrados en otros personajes del Quijote, el mismo poeta citado antes, o incluso el bueno de Sancho Panza que pareciera querer una ismo sólo para satisfacer, pensaba mientras lo leía, sus ansias materiales pero que luego, cuando se le ve de engañado gobernador, lo vemos creerse el rey Salomon redivivo, no menos anhelante que el Quijote en desfacer entuertos y reencauzar el mundo.

En el Quijote, por lo tanto, también tenemos historias dentro de historias, la de Sancho aviniéndose en gobernador por ejemplo, o la de Alonso en caballero andante, ejemplarmente, pero a diferencia de La vida es bella, aquí no concurren de forma compacta las locuras pues Quijano no es un niño, como tampoco lo era el poeta, Sancho o, más históricamente, Viktor Frankl, Joyce o Beethoven; aquí hay crisis de fe, sobre todo al final del libro, momentos de desamparo, momentos en donde la historia del tanque se funde con el campo nazi y entonces la polifonía de narraciones, sentimos, debería verse como burbujas que crecen, a veces contagian -pobre Sancho al final-, pero finalmente se confunden con el resto de historias, entorpeciéndose entre sí, mientras se deshacen y expanden, como agua sobre agua (Borges dixit), olas en el mar. No estamos muy lejos, bien mirado, de los enfermos Korsakov.

Ahí está la verdadera metaficción cervantina y es desde esta perspectiva y sólo desde esta perspectiva, desde donde se puede considerar a la obra cervantina como la novela metaficticia por excelencia. No en la confusa red de traductores, editores, copias piratas, Cide Hamete Benengeli y demás juegos de artificio, juegos de mano deslumbrantes, encaminados eso sí, y a mi ver, a desautorizar cualquier opinión, bien sea del narrador, bien del escritor, que se pretenda base física y objetiva desde donde comandar cualquier juicio psicológico, despectivo o no, empático o no, a cualquier personaje de la novela, como principalmente el Quijote.

Lo que se tiene en la novela por excelencia, al contrario, es una red cambiante de burbujas chinas desprovistas de sostén para así mostrar de esta manera, y de qué manera, que todos nosotros, no solo Don Quijote, somos una red autosostenida de ficciones porque si bien El Quijote, cierto es, retoma satíricamente los pastiches caballerescos, con toda su gallardía y donaire, con toda su misión heroica y encomiable; en Cervantes, a diferencia de los parodistas de disfraces pastoriles, y en semejanza a la peli de Schwarzenegger; la crítica a la ficción serializada no se pretende finiquitadora, antes bien, participa del homenaje y, lo que tal vez es más importante, el protagonista de la obra cervantina disfruta en todo momento de la convicción sedante de creerse caballero andante -siempre recuerdo de él la envidiable compostura con la que encaja todos los fracasos cabellerescos-; y es que y en definitiva, en el Quijote no se critica a una ficción pop concreta sino que se busca mostrar, a veces parodiar pero otras tantas incitar, cómo nuestras personalidades son un tumulto heterogéneo, aunque necesario como flora intestinal, de roles varios falsamente discretizados en arquetipos ficticios y Cervantes aquí, y a mi ver, y a diferencia de algunos apologistas de Bovary, no defenderá entonces des-idealizar la realidad, naturalizarla, volverla cabal; sino simplemente criticará, eso sí, la artificiosidad carnavelesca de ciertas ficciones elenco a la par que defiende la necesidad genérica y evolutiva de las mismas atravesando toda la psique humana.

jueves, 7 de julio de 2011

Contra las ficciones pastoriles

Recientemente se me hizo clara esta idea nada más verle a una tía cierta publicación suya en el facebook.

Me pasaba al verla a la noche, de fiesta, haciéndose fotitos constantemente con las amigas como si estuviera viviendo un momento inolvidable; pintarrajeada y vistiendo vestidos maxicortos y sobrecomplementados como si estuviera en una fiesta hollywodiense; gritando y cantando cada canción como si estuviera en un concierto multitudinario; y en fin, actuando de esa manera tan sobredramatizada y tan artificiosa tradicional como la de aquellas mujeres plañideras en funeral, típicas de los noticiarios amarillos, o de los terrorismos palestinos, que se desgarran la ropa, lloran y gritan a viva voz y que, no por ello se negará que están tristes, pero sí desde luego se ve cómo exteriorizan su tristeza en unos términos y gestos ya aprehendidos y socializados y desde luego ni naturales ni propios. Aquí, en España, hemos derogado esas lloriqueras protocolarias, aclaro, pero aún tenemos una asignatura pendiente con su extremo contrario, mismamente, en el último mundial de fútbol no faltó quién más o menos criticara al seleccionador Del Bosque por celebrar el gol final del mundial apenas apretando el puño.

No es nada extraño esto. Los pequeños, si uno se fija bien, aprenden por emulación, esto es, necesitan socializarse para luego arramblar desde el mundo de los adultos los gestos y actitudes que a continuación utilizarán en beneficio propio. A mi chiqui prima, sin ir más lejos, cada vez que le hago chinchar, logro que me levante amenazador el dedo índice y enarque la ceja derecha mientras, severa y pausadamente, me advierte que hoy estoy muy tonto. Su madre, ni que decir tiene, se cabrea igual con ella. Los niños, por decirlo escandalosamente, a través de nosotros aprenden a emocionarse, no en vano, los psicológos recuerdan que las emociones surgen de una preconsciente evaluación contextualizada de un estímulo, no aparecen sin más, sin mediación de nuestra cognición, quiero decir.

Somos, me atrevo a resumir, como actores que acumulamos micropapeles heterogéneos con el afán de mapear las situaciones desconocidas, esto es, no solo al acogernos a un papel, a un guión, logramos ya saber qué decir -pienso ejemplarmente en los ascensores y sus charlas sobre climatología-, sino que al hacerlo se consigue además proyectar sobre el momento, por así decirlo, un sedativo escenario reconocible en donde poder explayar a gusto nuestra personalidad y, al igual que en una partida de ajedrez, luego de reconocerle al adversario una jugada por fin memorizada, podemos entonces saber cuál estrategia seguir; podría concluirse, en resumidas cuentas, que simplemente todo el mundo es un escenario.

Y el papelón de aquella mujer cuando está de marcha, me dije en una ocasión de éstas, es harto reconocible pues definitivamente, diría yo, se cree estar en un anuncio veraniego de cervezas. Fue toda una sorpresa, una suerte de sincronicidad, cuando ella colgó en su facebook un video anuncio veraniego de cervezas con un subtexto en el que venía a pedirle a su novio tener un verano juntos tal que así. Irónicamente, el anuncio de marras, cursi a más no poder, tiene un oscuro intringulis evidentemente omitido.

Estas ficciones pastoriles, plastificadas y serializadas industrialmente, jalonando y poblando el universo pop de la ficción, acaban por ser poco más que un mismo esqueleto levemente maquillado y a duras penas variado, y sin embargo, funcionan siempre a todo trapo como recién me anoté.

Hace poco, ahora me acuerdo, me bajé Amor y otras drogas y, a pesar de estar supuestamente basada en hechos reales, me bastó echar para adelante y para atrás el video, y contemplar unos primeros escarceos sexuales, un ni-sí-ni-no, la estabilidad emocional, el desencuentro y ya en los últimos fotogramas, un desenlace feliz; para sentir haber tenido vista la película y no habiéndola tenido vista todavía. Seguramente, me digo, la eficacia de estos pastiches radica en la resonancia arquetípica y mitificable de nuestros protagonistas al igual que, a fuerza de ver tantas películas nuevoyorquinas, puede llegar uno a sentirse en la gran manzana cada vez que pide en un bar un café para llevar y sale con él a toda prisa hacia el trabajo -hay en facebook una página que mofa esta ensoñación.

Esta industrialización de la ficción ha sido frecuentemente parodiada. Su peligroso embelesamiento no tanto. De las películas policíacas, mismamente, tenemos toda la serie de Agárralo como puedas parodiando dicho tipo de películas; toda la serie de Scary movie parodiando las películas de terror y tenemos también, por otro lado aunque menos multitudinariamente, las parodias pero también homenajes a un género como es el caso de la celebérrima Con la muerte en los talones, que empieza parodiando las películas de espías y acaba siendo, involuntariamente y a mi juicio, una película de espías; o la infravaloradísima El último gran héroe, que empieza siendo una brillante parodia del cine de acción y acaba deliberadamente convirtiéndose en una -deficiente, me temo- película de acción. En este último film, no obstante, se encuentra levemente un elemento novedoso distintivo, a saber, la paulatina degradación destructiva del pastiche afectando en lo personal a un protagonista, Schwarzenegger para más señas, quien se creía estar verdaderamente en una peli de acción. La parodia, justo por ello, alcanzará tintes dramáticos, y sin embargo, me temo, no reverberantes para el espectador, pues, chiflados aparte, nadie se cree nunca estar en una película de acción. Pero a pesar de esto, insisto, esta parodia, por lo que atesora de personaje evolutivo, ya alcanza por ello un matiz nuevo para el cine contrapastiche y remite así a una famosa obra literaria de similar planteamiento dramático e inigualable desempeño estílistico. Hablo obviamente de Madame Bovary.

En esa obra decimonónica se desarrolla el paulatino encuentro con la realidad de una vulgar burguesa llama Emma, quien, a fuerza de leer romanticismos espumosos y tragar con cotidianidades indigeribles, acaba saltando de un marido a un amante y de ese amante al marido y del marido a otro amante y finalmente del amante al vacío, arsénico mediante, claro. Si pudiera acercarme aún más a la cabeza de Madame Bovary, encontraría primero, seguramente, el fascinante embeleso que generan ciertas románticas ficciones y luego, ya en la realidad y como el papel y sólo el papel lo aguanta todo; el triste reverso de una situación existencial harto más rica, es decir, menos manejable, que el simple mapa eslogan de una buenista ficción pop.

A propósito de este idealismo confundido, se ha dicho con obstinación contumaz, patrocinado en parte por el propio Flaubert, que Bovary es quijotesca y que replica el mismo drama que Alonso Quijano.

Pero a mi ver, esto es falso de toda falsedad y se ve muy claramente cuando....

Oda al antihéroe

Nabokov, en su Introducción del libro Curso de Literatura europea, recordaba que un buen lector no tendría por qué identificarse con el héroe.

Ciertamente, y a pesar del carácter caprichoso con que el ruso abordaba los juicios literarios, aquí coincido plenamente y es más, creo que es al empezar a leer con madurez la ficción cuando uno empieza a compartir esta máxima. No será casualidad, a mi ver.

Esto me recuerda a Seinfeld (temporada 5º capítulo 21º), quien en un episodio, junto con su novia, pero también junto a Kramer, Elaine, George Costanza y su aún no estrenada pareja; se desplazan, todos ellos, juntos, a una residencia en Hampton para que una amiga, recién convertida en madre, los acoja y puedan así ver a su bebé.

Resultará que luego ya allí, en la casa de Hampton, a la novia de Constanza, sin él delante, la verán haciendo topless Seinfeld y Kramer. George, paranoico, incapaz de digerir la anécdota, toma este adelanto -todavía no la intimó- como una afrenta de tintes cosmokármicos y se autoimpone, en justa venganza, la obligación de ver desnuda a la novia de Seinfeld. En balde entrará a destiempo en la habitación del amigo y luego, ya por oscura casualidad o bien perversa causalidad, Seinfeld equivoca la orientación de la casa y manda a su novia, en vez de al baño, al cuarto de Constanza, recién salido de la piscina, ahora desnudo, y claro, dadas las gélidas circunstancias, George no está a la altura del encuentro y ya está temiendo el cotilleo a su novia.

Todo el resto del capítulo, George se las pasará, tenaz y obsesivo, insinuando, nunca explicitando, cómo el agua encoge por ejemplo las camisetas, y que eso, nadie lo dude, faltaría más, es culpa del agua y solo del agua y por supuesto, de nada más.

No, la novia no termina la noche allí. Se marchará por una ignota urgencia y tal vez -nunca se sabrá- fruto de una cruel confesión, pero tal vez -posiblemente- harta de un Constanza desbordado y en consecuencia desbordante. "Tranqui, machote" le llega a susurrar Seinfeld en una de éstas.

No andará muy lejos Elaine en forma y fondo y ella también destruirá una relación ni recién empezada. El médico del bebé, en visita rutinaria, luego de ser presentados, juzga literalmente arrebatadora a Elaine, desgraciadamente, otro tanto dirá del bebé -unánimemente considerado por todos los huéspedes, dicho sea de paso, como un ser horrible. ¿Qué pasó aquí? Elaine se debe enzarzar entonces en una investigación sobre quién es verdaderamente arrebatador y si dijo aquello de que el monstruoso bebé lo era, sólo como elogio de cortesía o bien porque lo pensaba verdaderamente y entonces simplemente tendría mal gusto.

Se lo vendrá a confirmar el pediátra, le dirá que a veces se piropea a la gente pero sólo por resultar amable. No obstante, a Elaine entonces le queda la duda de averiguar con quién empataba el médico si con ella o con la familia anfitriona y su bebé. La comunicación no avanzará entre ellos mientras no quede desopacado ese punto. La comunicación no avanzará entre ellos.

Basta ver un sólo capítulo de Seinfeld para registrar cómo sus protagonistas, a razón de unas mentalidades que van de lo paranoico a lo pefeccionista compulsivo, gestionan terriblemente las relaciones, las cuales, no se dan sin aristas ni fricciones sino que en su desarrollo se vienen a destruir desde dentro y además y para más inri, desde el bando de ellos, aún no habiendo habido la intención.

Como comedia de situación al uso, plagada de treintañeros y con intención de durar lo máximo posible; Seinfeld se debe a unos parámetros fijos de guión, incluyendo entre otras cosas, una continuada rotación de personajes secundarios, tramas y situaciones y demás utillaje, y esto y en definitiva, obliga a unos treintañeros promiscuos y donjuanes pero, y aquí viene la diferencia, mientras que en otras series como ejemplarmente Friends, las relaciones se renuevan sin fricción alguna, sin ninguna -necesidad de- autocrítica porque nada estructural a los personajes las boicotea; en Seinfeld, precisamente es de la incapacidad de perpetuar una relación, desde donde emerge su humorismo. Friends, por el contrario, se nos quiere hacer atractivo por lo que tiene de seductor la vida de sus personajes. Friends es justo lo contrario a Seinfeld; es a la vida real, los castillos Disney a la arquitectura medieval.

En un sentido trivial, sí, es cierto, Seinfeld es menos realista. No, no es creíble que una maldita sopa concilie tanta muchedumbre. Caso de un célebre capítulo. Pero lo que le sigue, pero esa dejación de dignidad dadas ciertas situaciones, esa disolución de los lazos de amistad impuestos ciertos dilemas; es totalmente creíble, se me antoja terriblemente veraz, y revela, una vez más, barajadas ya las cartas premisa de la ficción, un afán por el realismo friccional de una serie en estado (casi) perpetuo de gracia.

No es muy difícil lograr que los telespectadores admiren, anhelen imitar, ambicionen superar, al don juan Joey (Friends) -sin ir más lejos hoy día tenemos a su no menos admirable émulo, e igual o más de admirado, en la persona de Barney Stinson-, pero es que el producto es terriblemente fácil de vender pues apela a nuestros impulsos más elementales, dicho esto, comercialmente es mucho más complejo y artísticamente es mucho más meritorio y, sobre todo, más reverberante para el espectador; encontrar cómo el paronoico antihéroe George Constanza tiene telespectadores que, con humillación vergonzante pero deleite humorístico, se sienten -a veces, ¡dios mío! sólo a veces- involuntariamente reconocidos en él. No nos vemos como él -a no ser que tengamos una gravísima depresión terminal- pero nos reconocemos a veces, es decir, nos dice lo que no somos capaces de oír y no lo que creemos ser o desearíamos comprar.

Seguramente será inevitable el consumo pop y digo será inevitable porque en última instancia todos tenemos nuestros vectores de expectativas. A mi, lo confesaré, me gusta entre otros El Mentalista, quien con envidiable pericia, es capaz de auscultar hasta el fondo la mente de cualquier persona, al punto de parecer omnisciente, el logro de parecer tiritero, pero, esa misma virtud, ese don, no se dice, pero se ve o se intuye, lograría legar a su poseedor una irreparable preocupante sensación, pues contemplaría, a todo el mundo y sin excepción, con la misma eficacia predictiva con que cualquiera vislumbra las acciones de los previsibles niños y al tiempo y en consecuencia, uno, de ser así, acabaría sintiéndose rodeado de gente inmadura y previsible, automatizada y aislada, en suma, acabaría sintiéndose rodeado de soledad. Con mis chiqui primas y mi perro, yo soy un mentalista. Con chiqui mis primas y mi perro, no me siento plenamente acompañado.

Nada impide a Constanza ser un Joey, un don juan, un ligón, vamos, -de hecho, su historial de ligues en la serie es bastante más extenso de lo que aporta el aval de su porte y apariencia-, no trato de inocularme en consecuencia una pesimista perspectiva de la realidad sino fomentar, por así decirlo, la letra pequeña de todo rol vital y auscultar las dobleces y reversos de las situaciones aparentemente pastoriles y así, por insistir el ejemplo, los problemas personales de Constanza no se resuelven mágicamente aún con todo su donjuanismo pues en él, y en todos, concurren solapadamente otras circunstancias que, como el diablo de la fábula, siempre pone pegas al cumplimiento contractual de cualquier deseo.

Y no, no se trata tampoco de decirme, por favor, que ser un don juan, por ejemplo, tiene su lado malo o barateces del mismo jaez. Se trata, más bien, de insistirme, con esto que me digo, que hay que desencantar el mundo. En marketing se habla y se advierte de la disonancia de un producto cuando el comprador siente decepción después de encontrar cómo el producto comprado no era lo que él había sospechado debía ser según la publicidad, y esta sensación que busca evitar un buen marketing, queda a mi entera responsabilidad, sin embargo, como consumidor de ficción pues lo idílico, me temo, no se aisla y se vende con quirúrgica propiedad y toda vez que éste se expande y ramifica por laberintos insospechados que esquinan la inconcreta mirada previsora; resultará en consecuencia peligrosa la mitomanía.

Pero por cierto, no es indeliberada la asimilación de los productos de ficción pop con el marketing engañoso. Se hace campaña, las más de las veces desde la ignorancia económica, contra logos y marcas y sin embargo, probablemente más letal, seguramente más ubicuos; son los productos arquetípicos que recorren las sociedades a modo de hilos titiriteros.

Recientemente se me hizo clara esta idea nada más verle a una tía cierta publicación suya en el facebook... (Continua aquí)

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(SEINFELD y CONSTANZA queriendo saber, a través de ELAINE, si las mujeres saben lo del encogimiento por el frío)

ELAINE (extrañada): "Peroooo, ¡¿se os encoge?!"

SEINFELD: "Como una tortuga aterrada"

ELAINE (Pausa dubitativa) : "Pero, ¡¿por qué se os encoge?!"

CONSTANZA (Sentándose, hundido, casi entre lagrimas): "Encoge y ya está..."