viernes, 13 de mayo de 2011

El mundo es un escenario

...quería acostarla [a su perra con cáncer] en la paja...hasta el alba...ella no quería acostarse como yo lo hacía...se negó...quería estar en otro sitio...del lado más frío de la casa y encima de unas piedras...se acostó muy a gusto...empezó a jadear...era el final...me lo habían dicho, no lo creía...pero era verdad, se había situado en la dirección del recuerdo, de donde había venido, del norte, de Dinamarca, el morro hacia el norte, vuelta al norte...una perra fiel a su modo...fiel a los bosques de sus escarceos, Korsör, allá arriba...fiel también a la vida atroz...los bosques de Meudon le sabían a poco...murió tras dos...tres pequeños jadeos...oh, muy discretos...sin quejarse...por decirlo así...en una posición realmente hermosa, como en pleno salto para fugarse...pero sobre un costado, abatida, acabada...el morro hacia los bosques de sus escarceos, allá arriba de donde venía, allá donde había sufrido...¿quién sabe?

Sí, he visto muchas agonías...aquí...allá...en todas partes...pero con mucho no tan hermosas, discretas...fieles...lo que molesta en la agonía de los hombres son los fastos...el hombre siempre acaba en un escenario...hasta el más sencillo


La última observación de Sobre la certeza fue escrita el 27 de abril, el día antes de que Wittgenstein perdiera por fin la conciencia. El día anterior había sido su sesenta y dos cumpleaños. Sabía que sería el último. Cuando Mrs.Bevan le regaló una manta eléctrica, diciendo, mientras se la ofrecía: "Que cumplas muchos más", él la miró con dureza y replicó: "No cumpliré ninguno más." A la noche siguiente, después de que él y Mrs.Bevan regresaran de su paseo nocturno al pub, se puso muy enfermo. Cuando el doctor Bevan le dijo que sólo viviría unos pocos días más, exclamó: "Bien". Mrs.Bevan se quedó con él la noche del 28, y le dijo que sus amigos más íntimos de Inglaterra llegarían al día siguiente. Antes de perder la conciencia, le dijo a Mrs.Bevan: "Dígales que mi vida fue maravillosa."

Página 521 del libro Ludwig Wittgenstein, de Ray Monk

Pero sólo Glenn consiguió lo que los tres nos habíamos propuesto, y Glenn, a fin de cuentas, abusó incluso de nosotros para alcanzar su fin, pensé, abusó de todo, aunque fuera inconscientemente, para convertirse en Glenn Gould, pensé. Nosotros, Wertheimer [que llegaría a suicidarse] y yo, habíamos tenido que renunciar para dejar campo libre a Glenn. Esa idea no la consideraba en absoluto en aquel momento como el absurdo que ahora me parece, pensé. Pero Glenn, cuando vino a Europa y asistió al curso de Horowitz, era ya el genio, y nosotros, en esa misma época, éramos ya los fracasados, pensé. En el fondo, yo no había querido convertirme en virtuoso del piano, todo lo relativo al Mozarteum y sus contextos había sido para mí sólo un subterfugio para liberarme de mi auténtico aburrimiento del mundo, de mi, ya muy temprano, hastío de la vida. Y en el fondo, Wertheimer actuaba como yo, y por eso, como suele decirse, no fuimos nadie, porque no habíamos pensado en absoluto querer ser alguien, a diferencia de Glenn, que quería ser Glenn Gould a toda costa y tuvo que venir a Europa nada más que para abusar de Horowitz, para ser el genio que ansiaba y anhelaba más que cualquier otra cosa, por decirlo así, un pasmo mundial del piano.

Página 53 del libro El Malogrado, de Thomas Bernhard

Al final de las vacaciones Wittgenstein "de pronto anunció un plan de lo más alarmante". [Se cita a David Pinsent:]
A saber: que debería exiliarse y vivir algunos lejos de todas las personas que conoce -digamos en Noruega-. Que debería vivir enteramente solo y por su cuenta -una vida de ermitaño- y no hacer nada más que trabajar en lógica. Sus razones para ello me resultan muy extrañas, pero no hay duda de que para él son muy reales: en primer lugar creer que en tales circunstancias trabajará más y mejor que en Cambridge, donde dice que su constante propensión a la interrupción y a las distracciones (como por ejemplo los conciertos) resulta un terrible obstáculo. En segundo lugar cree que no tiene derecho a vivir en un mundo antipático (y naturalmente muy pocas personas le son simpáticas), un mundo en el que perpetuamente siente desprecio hacia los demás y los irrita a causa de su temperamente nervioso sin ninguna justificación para ese desprecio etc.; como por ejemplo ser realmente un gran hombre y haber hecho una obra realmente buena.
Parte del razonamiento resulta familiar: si va a comportarse como Beethoven, entonces debería, al igual que Beethoven, producir una obra realmente grandiosa. Lo que es nuevo es la convicción de que tal cosa es imposible en Cambridge.

Página 97 del libro Ludwig Wittgenstein, de Ray Monk

13 comentarios:

Leandro dijo...

¿Cómo te está yendo con Bernhard?

Héctor Meda dijo...

Empecé (gracias a dios) con "El sobrino de Wittgenstein" que me gustó y mucho, y me gustó, digo, y tal vez sobre todo, su prosa tan alucinada y repetitiva con la que se le confiere al texto un carácter muy marcado y muy logrado.

Pero recién seguí con El Malogrado (aquí citado) y me da la sensación de ser un libro escrito alla Bernhard pero sin su gracia, más bien tirando de sus rasgos característicos pero rebajándolos a trucos efectistas (v.gr: su característicos bucles, esas líneas de texto trufadas de palabras repetidas y que parecían en "El sobrino..", esos abscesos de melancólica cólera, son reptidos ad nauseam aquí y sin ton ni son y sistemáticamente, a mi parecer). Y eso por no hablar de que en este libro es más diletante y a veces parece que no va, no quiere ir, a ninguna parte más allá de hablar de los celos de su amigo (en ese punto, sería bueno registrar que tal vez el nodo de toda la historia sea el texto citado, donde se clarifica el por qué del comportamiento tan malogrado de El Malogrado).

Creo, por resumir los dos libros, que estamos ante un autor interesante con una voz muy clara y definida y que por tanto transmite una emoción muy particular (¿una suerte de Sebald avinagrado? Tendría que leer más a este último pero veo deudas claras de éste con aquel) pero que, como todos aquellos que andan en la onda de Beckett, su minimalismo puede resultar cargante por repetitivo si no se maneja con inteligencia o directamente, si se abusa de su lectura continuada. Conste, en definitiva, que agradezco de veras la recomendación: por sobre todo se ve a un autor con personalidad en la escritura y eso -en estos momentos- es lo que buscaba.

Te cito una opinión de Bernhard que, en el anterior post, al citarlo también, ha desencadenado una interesante polémica:
Qué más da lo que yo escriba; en resumidas cuentas siempre son catástrofes. Esto es lo deprimente del destino del escritor: nunca consigues trasladar al folio lo que has pensado o imaginado; la mayoría se pierde durante el traslado. Lo que llegas a plasmar no es más que un pálido y ridículo reflejo de lo que habías imaginado. Esto es lo que más deprime a un autor como yo. En el fondo no puedes comunicarte. Todavía no lo ha conseguido nadie. En alemán mucho menos; es una lengua envarada y torpe, en el fondo horrible. Es una lengua espantosa que mata todo lo que es ligero y maravilloso. Lo único que se puede hacer, es sublimarla con el ritmo, confiriéndole musicalidad. Lo que escribo nunca corresponde a lo que he imaginado.

Esto enlaza y mucho con el último post que colgaste sobre McCarthy y su bíblica prosa

Leandro dijo...

Yo me imaginé, por eso te había recomendado primero al Sobrino, pese a que El Malogrado estaba más en consonancia con tus aficiones musicales. Con todo, no he leído un libro de Bernhard que me haya disgustado, aunque, como muchos otros escritores, bien lo notaste, está definido ya por una prosa personalísima que puede jugarle en contra. Creo que Bernhard hilvanaba entre Joyce y Proust, con el hilo del alemán. Es extraordinario el trabajo del traductor, Miguel Sáenz, que logra hacer llegar esa "sublimación con el ritmo" al castellano, al menos hasta hacerlo notable y bello, no sé si equiparable al original, que no puedo leer.

Héctor Meda dijo...

Bueno es que Glenn Gould (igual es eso) no pertenece a mis aficiones musicales jajaja Más bien me parece que quiere pasar por encima a Bach. Otra cosa que me disgusta: su provincianismo, esto es, el (venir a) decir: me gusta Bach y sólo Bach y el resto no sabe hacer música. A mi me pasa con Shakespeare ese fanatismo, vale, pero ¡ah! no desprecio al resto, todo lo contrario, no veo en aquel lo que no hay en estos sino que justamente veo en todos estos lo que hay maravillosamente sintetizado en aquel y me asustaría si eso no me pasara y creo que sería (mal)sintomático de mi percpeción y, curioso, en el propio libro de El Malogrado, dice el narrador que no le gusta sino la literatura oscura del tenor de Dostoievski y que incluso le cansan las descripciones y narraciones de historias, etc. Pues bien, eso me irrita de la persona narradora, por eso se me hace antipático (en el sentido de seducción intelectual no, obviamente, en el de compañero de juergas), por ese provincianismo, elitista al cabo, snob después de todo, y es más, estaba pensando, a propósito de este libro, sacar a colación un diálogo intertextual en donde (implícitamente) se criticara esa recurrencia topográfica, en lo que a sensibilidades se refiere, de algunos creadores. Hablo de ese volver una y otra vez al mismo sitio pero luego quejarse del cierre laberíntico del mundo ¿sí? Decía Einstien que recurrimos al arte y a la ciencia (lo cité) como una manera de descansar la mirada frente al sobrestimulante entorno. Un poco a la manera, dirá, de como recurrimos, como ciudadanos de urbes ruidosas y sobrepobladas, al campo, al paisaje para así descansar la mirada y aligerezar la mente (recuerda la peli Away with words que tu comentabas y que yo cité). Pero tal actitud tiene bastante de narcotizante y de evasión y en este punto el propio Bernhard reincide en ello al insistir (en El Malogrado pero tambien en "El sobrino...": supongo que será una idea suya propia y personal) en el efecto entontecedor del campo y es que, por seguir con la metáfora, hay que ir y volver al campo y a la ciudad y quedarte en ese camino intermedio y no en un extremo narcotizante o avasallador (Un gran momento de "El sobrino..." es cuando se narra el carácter estrictamente viajero de Wittgenstein, cuando se narra como éste hombre sólo disfrutaba viajando y que cuando llegaba a un lugar ya se sentía extraño y con ganas de volver a marchar)

De ahí mi crítica a todos los que vienen desde Beckett, los minimalistas, los cuáles, caen a veces, como digo, en el provincianismo porque sus universos, entonteciendo como todos los universos artificiales, lo hacen más por cuanto son más sobrios, menos poblados, menos falsamente infinitos. Dirá el mismo irlandés afrancesado en cierta ocasión:

"Comprendí que Joyce había llegado tan lejos como pudo en la dirección de un mayor conocimiento y del control de ese aluvión de material. Siempre estaba añadiendo cosas: no hay más que fijarse en las pruebas constantes que da de ello. Yo comprendí que mi camino, al contrario, era el empobrecimiento, la renuncia y emancipación del conocimiento; era restar más que sumar."

Loable actitud que abrió muchos caminos en el bosque, sin dudarlo, pero también, como recién traté de argumentar, tiene sus efectos nocivos.

No sé si estarás de acuerdo, la verdad, nunca he sabido de tu opinión sobre Beckett...

En el caso de El Malogrado, como te digo, pienso que el universo es demasiado cerrado pero, vale, también puede ser que como lo leí seguido de El sobrino de Wittgenstein, simplemente la comparación me lo malogró :D

Héctor Meda dijo...

Y ¡hey! lo de la prosa personalísima va por la misma línea de peligrosidad, es decir, el riesgo de que, como te manejas siempre igual, acabas siempre en los mismos lugares, con las mismas atmósferas, en definitiva, con los mismos descubrimientos una y otra vez, y una y otra vez, pero vamos, por principio, a mi el descubrimiento de una forma nueva y distinguible de escribir algo, me parece comparable, no sé, a la felicidad de por ejemplo encontrar una filosofía rejuvenecedora. En realidad, más. Además, tengo la sensación de que en Sequenzas, como tu mismo me anotastes en cierta ocasión, en ciertos tipos de anotaciones bien tipificadas, no todas, creo, he practicado una prosa repetiva y redundante, si bien más histérica, menos elegante, menos apolínea, con precisamente cierto aire familiar a la de Bernhard (y creo que por idénticas razones tanto de consideración a la lengua como dramáticas) que me han hecho especialmente receptivo a las maneras del alemán.

Así que bueno, y en resumen y termino, si sabes de más autores con prosas tan personales, en fin, no dudes en recomendármelos porque, además, mi conocimiento de la literatura canónica posterior a la guerra mundial es bastante pobre.

Sierra dijo...

Vaya, qué interesante entrada. No le perdonaré que haya puesto sus sacrílegas manos sobre De un castillo a otro antes que yo... ¡no he conseguido encontrarlo! Es uno de los pocos que me faltan. Por cierto que mientras leía la cita no podía ver el nombre del libre, y me dije «¡esto suena a Céline!». Solo él sabe usar los puntos suspensivos de ese modo.

Disfruté muchos las citas.

Sierra dijo...

Por cierto, a propósito de Bach... Creo que le he comentado alguna vez lo incómodo que me pone su música. No soy muy buen oyente de música barroca. Pero acabo de agenciarme una compilación de Viktor Tretiakov, uno de los grandes de la época soviética, aunque menos conocido que Oïstrakh y Kogan. Está en Brilliant, como parte de los archivos rusos históricos (de hecho, de la misma colección tengo a Oïstrakh y alguna otra cosa que ahora no recuerdo). Todavía no he tenido oportunidad de oírlo entero, pero recién la interpretación más sorprendente de la sonata No. 1 en sol menor (BWV 1001) y voy por mitad del famoso concierto para dos violines en re menor, igualmente bueno.

En fin, búsqueselo en Youtube, Tretiakov.

Sierra dijo...

Ah, ¡y puesto a hacer recomendaciones! No sé cómo olvidé comentárselo, pero encontré esto, y es... en fin, me dejó loco.

http://www.youtube.com/watch?v=NDXx7V0JPJs

Obviamente, tiene que oírlo entero, pero ese segundo movimiento es particularmente increíble.

Héctor Meda dijo...

Me alegro que gustasen las citas. ¿Sería interesante, por cierto, un texto de ficción (pongamos un monólogo) escrito así, esto es, que saltase de un escenario a otro (fíjese que todos los textos citados son referidos a hechos, no ideas) y que su hilo conductor, hilvanador, lo tuviera que imponer el lector? ¿Cómo lo véis?

Y bueno, sobre Bach, bueno, la verdad es que, como mal oyente de fugas y como mal oyente, con afortunadas excepciones, de música vocal, el grueso de la obra del Cantor se me resiste, un poco pero se me resiste y cierto es que, a excepción de las obras para teclado, con las cuáles, se puede tener ciertao libertinaje tímbrico, la música barroca se escucha mucho mejor con instrumentación historicista y la de Bach, en este punto, no es una excepción sino, tal vez, su mejor demostración.

De Enescu nada sabía, la verdad, y por lo que se lee de su biografía y se oye de su octeto, debió de ser un gran compositor de violín (seguro su instrumento favorito jeje)

Item más para terminar: ¿ha probado a entrar en foros de música clásica para enterarse de las mejores versiones disqueras de determinadas obras musicales? Interesantes también las discusiones

Sierra dijo...

Huy, no, le tengo más miedo a los foros que a la lepra. En mis años mozos participé mucho en ellos, hasta que me di cuenta de que por leer tanta estupidez —cosa inevitable, cuando la palestra está abierta a todo el mundo— uno acaba también por decir estupideces. De todos modos, para mí tienen poco sentido las recomendaciones de discos particulares, porque normalmente acabo por comprar lo que encuentro y no lo que busco. La cadena nacional de disquerías es harto pobre en su catálogo de clásicos, y lo que tienen es por azar. El azar no obsta a la calidad, pero conviene recorrer las filas de discos atento a los encuentro afortunados antes que buscar algo particular. La alternativa es, desde luego, encargarlos en alguna tienda especializada o por internet, pero es bastante caro. (No pude resistirme, sin embargo, a encargar ese octeto de Enescu).

En cuanto a Enescu, está muy infravalorado. Efectivamente, lo suyo es el violín, y su sonata Nº3 para el instrumento es mi obra favorita del repertorio en el género. Le dejo (al final) una versión que acabo de encontrar en Youtube donde toca él mismo, acompañado nada menos que de Dinu Lipatti. Me encanta su todo misterioso, exótico y... bueno, raro. Es como respirar aire purísimo, en una tundra o un desierto, helado o cálido.

Tengo la impresión de que los compositores que tienen su base en las cuerdas y no en el piano piensan la música de forma completamente distinta. Son mucho menos machacones, finísimos y elegantes, mucho más sofisticados. También, mucho menos conocidos. (Estoy pensando en Enescu, claro, como en Ysaÿe y, naturalmente, en Paganini, aunque este último sea un caso particular como quiera que se lo mire).

Soy absolutamente contrario a la idea de interpretar la música barroca en instrumentos antiguos. Como decía, me cuesta oírla; pero si es en instrumentos arcáicos me es absolutamente imposible. La música no debiera ser un testimonio histórico, sino una creación viva. Además, nuestros instrumentos son considerablemente mejores, y no cabe duda de que ellos los habrían usado de tenerlos. ¿O acaso debiéramos tocar Mozart en un piano de entonces, con apenas timbre, dispuesto a desarmarse al primer martillazo, en lugar de en un Steinway?

No sé si le veo sentido a la idea del texto de ficción que propone. ¿Para qué? Es lo que habría que preguntarse antes de escribir una sola letra de cualquier cosa: ¿para qué?



http://www.youtube.com/watch?v=xa81jz43CdI

Héctor Meda dijo...

Ho sé, no sé, hay que tener en cuenta que los compositores, después de todo, no fabrican partituras sino sonidos y estos los conciben en base a una determinada instrumentación de particular colorido.

Es cierto que los instrumentos modernos son, cuanto más modernos, menos limitados pero es justo ese límite tecnológico lo que, para mi, hace más intersante el historicismo, quiero decir y por ejemplo, nunca se nota más claro y mejor la impresionante paleta de colores que gastaba Mozart que cuando le pones al frente de un pianoforte y no un Steinway del que, después de Debussy o Rachmaninov o etc, le queda como demasiado grande.

Haría una excepción con Beethoven con quien, no sé si por la sordera o por su desmesurado vanguardismo, uno siente que sí que se le quedan pequeños sus instrumentos contemporáneos.

De todas formas, tampoco haría un dogma de esto. Simplemente es porque a veces uno se encuentra que la frialdad suscitada por cierta obra devino no por su autor, sino por su instrumento/instrumentante.

Termino: mutatis mutandi pasa lo mismo con la literatura porque ¿quién quiere leer v.gr a Quevedo en castellano moderno? Mejor dicho, ¿quién se atreve a leerlo así? Eso sí, seguro que todos los no-castellanoparlantes lo leen traducido a un idioma moderno...

Leandro dijo...

Bueno, llego tarde e interrumpo otra conversación. Seré breve, entonces: Beckett, para diferenciarse de lo barroco de Joyce, se salió del inglés y buscó el vacío. Acertó en una voz especial para comunicar ciertas cosas, y de ese semillero salió mucha buena literatura, como la de Pinter o la de Ionesco. No me parece necesariamente un camino estéril: como tantos otros caminos literarios, tiene su aplicación especifíca. No todo puede expresarse a través de Shakespeare, pese a lo que diga Bloom, jeje.
Respecto a la "prosa personalísima", recuerdo ahora lo que decía Abelardo Castillo: "Cuidado con Borges, Kafka, Proust, Joyce, Arlt, Bernhard. Cuidado con esas prosas deslumbrantes o esos universos demasiado intensos. Se pegan a tus palabras como lapas". Hay muchos escritores así, en el castellano también. Carpentier es uno, basta con leer el comienzo de "Concierto barroco":

De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de plata; de plata los jarros de vino amartillados por los trabajadores de la plata; de plata los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de algas; de plata los saleros, de plata los cascanueces, de plata los cubiletes, de plata las cucharillas con adorno de iniciales... Y todo esto se iba llevando quedamente, acompasadamente, cuidando de que la plata no topara con la plata, hacia las sordas penumbras de cajas de madera, de huacales en espera, de cofres con fuertes cerrojos, bajo la vigilancia del Amo que, de bata, sólo hacía sonar la plata, de cuando en cuando, al orinar magistralmente, con chorro certero, abundoso y percutiente, en una bacinilla de plata, cuyo fondo se ornaba de un malicioso ojo de plata, pronto cegado por una espuma que de tanto reflejar la plata acababa por parecer plateada...

Otro es, te lo había mencionado antes, Onetti, que de alguna manera es equivalente a McCarthy y a Faulkner.

Héctor Meda dijo...

Nunca interrumpes, Leandro, en todo caso enfatizas el carácter polifónico de todo buena conversación.

Pero, por favor, que no se me malinterprete, ¿eh? La obra de Beckett, en global, merece una alta consideración aunque sólo fuera por su capacidad para horadar caminos nuevos. Lo que me pasa es que no podría, ni a él (ni a sus epígonos), leerlos de forma continuada durante mucho tiempo: me empacharía y sospecho que ésto me sucede no (solo) por mi culpa sino por su estrategia minimalista. (Toda estrategia tiene sus pros y contras, claro está y nada que objetar)

Y vamos, sin duda estoy de acuerdo en que no sólo Shakespeare hizo, o sólo como él se hace, Literatura y explicar esto no es baladí pues como ya dije en cierta ocasión (creo), el concepto de talento no es más que un hiperonónimo del que habría que especificar, luego, su concreta materialización y con esto quiero decir, que el catalogar a alguien, pongamos, como "el mayor talento musical de la historia" no es decir, en el fondo, nada pues no especificamos si hablamos de un primoroso sentido del ritmo, armonía, estructura arquitectónica, etc.; parámetros todos ellos que a su vez se pueden descomponer o combinar o etc. Otro tanto con cualquier arte, escritura incluido.

Este punto es el que me hace disentir del concepto de canon de Bloom pues no entiendo que en definitiva la literatura, mejor dicho, la estética, la belleza sea algo tan monolítico, tan platónico, arquetípico, una sola cosa que permita solo una única instanciación. Si yo situo al Bardo en el centro del canon, tal que Bloom, es por su mayor riqueza, su sensación de infinitud, en suma, su heterogenidad y así lo vino a defender, muy agudamente, el propio Joyce a quien cuando le preguntaron por un escritor al que llevar a una isla desierta dijo que dudaría al principio entre Shakespeare y Dante pero finalmente se llevaría al inglés por ser más rico y variado. Eso es lo que me pasa con Beckett (y sospecho entonces que al propio Joyce, gustándole sus discípulo, le pasaría lo mismo): me parece más repetitivo, más homogéneo, más previsible, si bien, qué duda cabe, es un gran escritor, no se me malinterprete, ¿eh?.

Creo que haberte visto defender esto mismo a propósito del Finneganas, ¿no? algo así como buscar no ser provincianos y tener abiertos los ojos a diferentes tipos de lecturas.

Y dices bien lo de pegarse como lapas y el más claro exponente es el de Borges y es que si hubiera que alabar de una forma sintética y breve la recepción de la obra borgesiana, yo apostaría por señalar la cantidad de escritores adeudados con el argentino por su modo de escribir. Eso sí, ya no sé si esto es anecdótico, habría que estudiar cómo es posible que unas prosas bien elaboradas se pegan (v.gr: Borges) y otras, tan igualmente esplendorosas (v.gr: Carpentier) resultan inimitables. Pasa con Bernahard y Sebald: ambos escriben bien pero sólo el primero contagia (a mi al menos). Lo cual, quede claro, no demerita al segundo. Simplemente me parece algo curioso y supongo que tendrá que ver por el carácter igual más amanerado o caricaturizable de unos u otros. No sé.

¡Ah!, también leí a Pinter: otro descubrimiento: nunca pensé, la verdad, que se pudiera crear, y sólo a base de diálogos, unas atmósferas tan kafkianas.