Ahora bien, ¿cómo sintetizamos la variedad aparentemente irreducible del comportamiento humano?
Supongamos que tenemos un sujeto A que siente repulsión de al hecho de tener sexo con su madre. Dicha repulsión le es tan natural y tan descartable como a una piedra caer al vacío.
Por el contrario, el sujeto B siente deseos sexuales hacia su madre pues de todo hay en la viña del Señor, pues bien, dicha aspiración sexual también le es tan natural y tan descartable, una vez más, como a una piedra caer al vacío.
No obstante, sólo A realiza un acto moral natural porque lo natural es algo proveniente, no de una mayoría estadística, sino de una lógica biológica dictada por los genes.
El comportamiento o deseo de B es una mutación no adaptativa -a razón de que si mezclase mis genes con los de mi madre éstos se degradarían- que para que no prolifere y pervierta, tal que una célula cancerígena en proceso de metástasis, al cuerpo de la sociedad hay que instaurar una moral que censure aquellos comportamientos que son contranaturales.
Un inciso. Hay una diferencia sustancial -cuando menos una- entre una piedra y un ser humano y es que éste es un agente intencional que puede, a diferencia de una piedra, ser objeto de una estructura de incentivos (papel reservado al Derecho) que le permita ser disuadido de sus fines ergo su comportamiento no es cualitativamente idéntico en su inexorabilidad ergo con él sí es efectivo un código moral y es que el hombre es un agente cibernético que, a diferencia de un ser inerte, es capaz de cambiar su comportamiento (un cambio que no tiene por qué ser indeterminista) en función de la información que extraiga del entorno.
Es por todo esto que el estudio de un extraterrestre de cómo es nuestra moral, qué prácticas forman parte de dicho conjunto y cómo éste afecta a nuestra conducta será diferente al estudio de, pongamos, evaluar por qué las piedras caen al suelo.
No obstante, hoy lo importante es recalcar el carácter eminentemente social del instinto moral que se percibe de forma obvia cuando se analiza por qué surgió éste, a saber:
Para mantener unido a un grupo de humanos y que estos se desarrollen de forma sinérgica.
Me explico y escojo ahora el caso de una violación sexual: Cuando yo siento repulsión a la idea de violar a alguien entonces soy tan libre para tener o quitar dicha repulsión como una roca el caerse al suelo pero es que además el instinto moral contrario a violar no sólo me afecta a mi vida amorosa sino que, al ser moral, también incide sobre el actuar de los demás por lo que cuando alguien intenta violar a alguien entonces también se me activa el sentimiento de repulsión y es por ello que al disponer todos de dicho instinto y al pretender plasmarlo no sólo en nuestras conductas sino en la del resto de la sociedad se acaba creando en ésta una moral punitiva, instanciándose en una ley que prohíbe dicho actuar y consiguiendo con ello proteger no sólo que nuestras conductas se vuelvan inadaptativas sino también las de el resto de la sociedad.
Pensemos para ilustrar este punto en las consecuencias sociales de no sólo no querer acostarnos con nuestros familiares sino de no permitir que tal conducta sea realizada por otros individuos de la sociedad: conseguiremos no sólo que nuestros genes se degraden sino que tampoco los del resto de la sociedad.
He ahí donde comienza la sinergia.
Para volver a la analogía de las rocas: el instinto moral no sólo fuerza a caer a las rocas sino que también existe para que no proliferen en los alrededores mutaciones no adaptativas de rocas ingrávidas. Con esto, el conjunto de rocas que conforman la sociedad consigue sortear mejor, de un modo grupal y sinérgico, los avatares de la selección natural.
Aceptado todo esto se deduciría que lo que posibilita la dimensión social a la especie humana -así como su sostenimiento- no es el amor, al menos no exclusivamente, sino que éste sería la otra cara de la moneda, el otro platillo de la balanza con el que conseguir el equilibrio social, la contraparte de lo que implica la moral, a saber: el poder, el poder de imponer unas determinadas prácticas que consideraríamos naturales o morales al cuerpo entero de la sociedad so pena de que ésta quede igual de desintegrada que una desenraizada hojarasca dejada al albur de una tempestuosa Madre Naturaleza.
Dicho afán de poder, dicho afán de buscar que todas las personas vivan bajo unas -mínimas- pautas morales determinadas, aventuro sería el germen del Estado más concretamente del monopolio de la coacción.
Visto así, nada de inmoral habría en dicho monopolio, antes bien la moral sería su condición sine qua non pues éste fue en su nacimiento fruto de la instintiva consecuencia de intentar desterrar precisamente todo lo inmoral de la sociedad. El contrato social, en suma, no sería más que un fenotipo extendido, la lógica materialización de nuestra dimensión moral; tan natural como la familia, el lenguaje, el dinero, el mercado.
Es por todo ello que el reto de cualquier sociedad sería el conseguir una apertura que le posibilite una progresión dinámica aunque también el evitar política mediante que dicha apertura no degenere en una ciega lapidación de los fundamentos del hasta ahora habido progreso social, moral, humano.