La criatura kantiana
Fue tal planteamiento lo que le lleva a ser considerado el padre de la filosofía moderna. Básicamente su moral se cifra en afirmar que
la razón teórica formula juicios frente a la razón práctica que formula imperativos. Estos serán los pilares en los que se fundamenta la ética formal kantiana. La ética debe ser universal y, por tanto, vacía de contenido empírico, pues de la experiencia no se puede extraer conocimiento universal. Debe, además, ser a priori, es decir, anterior a la experiencia y autónoma, esto es, que la ley le viene dada desde dentro del propio individuo y no desde fuera. Los imperativos de esta ley deben ser categóricos y no hipotéticos que son del tipo "Si quieres A, haz B".
I. Nunca debo actuar si no es de tal manera que pueda también querer que mi máxima se convierta en ley universal
II. Actúa de tal manera que nunca trates a la humanidad en tu propia persona o en la de cualquier otro, como un simple medio sino siempre al mismo tiempo como un fin.
Además nos regala una plantilla con la que una criatura kantiana al uso es capaz de crear un imperativo categórico:
1. Una persona enuncia un principio que expresa las razones de su acción.
2. Luego reformula este principio como una ley universal que según él se aplica a todas las demás criaturas (racionales) con una disposición similar
3. Luego estudia la viabilidad de esa ley universal a partir de lo que conoce del mundo y de la totalidad de las otras criaturas racionales que piensa que la ley tiene posibilidades de funcionar.
4. Luego responde a la pregunta: ¿debo o puedo actuar según este principio en este mundo?
5. Si su respuesta al punto 4 es sí, la acción es moralmente lícita.
A nada que se mire no es muy difícil encontrar circunstancias en donde esos principios tan bien construidos o bien se desechan o bien se cumplen pero sin convicción moral. Ni siquiera es necesario buscar escenarios en donde una vida tuviera que ser cercenada en aras de un bien mayor (para ello necesitaríamos aplicar argumentos utilitaristas que no siempre suscitan consenso) podríamos, incluso, tratar de tumbar tales principios haciendo uso de casos triviales.
Bien es cierto que ciertos filósofos morales, siguiendo mutatis mutandi una máxima periodística, no dejan que la realidad les estropee un racional principio ético. Pero vamos a intentarlo y para ello hablaremos de la mentira.
A primera vista no es difícil concluir desde presupuestos kantianos que la mentira es inmoral dado que el principio de que todo el mundo debe decir la verdad en todo momento propicia relaciones estables donde no se dan juegos de suma cero entre los participantes. Tal principio cumple los cinco puntos arriba reseñados para convertirse en imperativo categórico. Sin embargo, antes de jurarle a esta norma fidelidad eterna en la pobreza y en la riqueza, en la salud y enfermedad, démonos una pausa y reflexionemos seriamente en los monstruosos partos que podría realizar nuestra imaginación a modo de acciones si contrajéramos nupcias con esta norma. Para ilustrarlo escuchemos una historia relatada por Hauser en su libro:
Cuando mi padre era un muchacho en la Francia ocupada por los alemanes, una chica le avisó de que los nazis iban a ir al pueblo y que si él era judío podía esconderse en su casa. A pesar de su reticencia a declararse judío, confío en la chica y fue a su casa.
Cuando los nazis llegaron y preguntaron si estaban escondiendo judíos, la chica y sus padres dijeron que no y, por suerte, se libraron de más pesquisas. Tanto la chica como sus padres se mintieron. Si hubieran sido verdaderas criaturas kantianas, habrían tenido la obligación de declarar la presencia de mi padre. Yo, al menos, me congratulo que a veces los kantianos renuncien a su código.
Entiendo de todo esto que son nuestros instintos morales los que nos proporcionan una auténtica visión moral quedando las máximas categóricas como lentes correctoras de tal visión no como suplentes de las mismas porque, en el fondo, el problema de la criatura kantiana –y sus aún peores imitaciones minimalistas- es que es ciega, ciega por culpa de una axiomática ignorante de todo contexto que la invita a confundir el mapa con el territorio.
Comentarios
http://www.arbil.org/112meno.htm
Parece que en supuestos tan extremos como el que planteas la desproporción entre la injusticia que se causa y la que se intenta evitar permitiría la infidelidad al principio enunciado. Pero ¿y si tales fueran la regla en lugar de la excepción? ¿No implicaría la abrogación de facto de toda moral y la instauración de la mentira?
Pedro Abelardo, criticando a los estoicos, argumentaba que no todos los pecados son iguales, y que deben juzgarse según la intención del agente. Precisamente por ello expuso que hacer el mal a sabiendas es incorrecto e inexcusable, con independencia de que lo deseemos o no, y de que hallemos o no placer en la consecución de dicho mal.
En el Evangelio encontramos también muchos pasajes en favor de la integridad de carácter. "Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás es apto para el reino de Dios". "Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará". En otra parte dijo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida", etc.
Si tenemos el deber de decir siempre la verdad, incluso a precio de nuestra vida, ¿cómo podría librarnos de él la compasión hacia el otro? ¿Acaso la vida del prójimo vale más que la propia? Al "sed prudentes" hay que añadir el "no resistáis al mal", esto es, no devolváis mal por mal. Mentir es siempre un acto malicioso, pues nadie miente en la ignorancia.
Si entendemos el bien como ausencia del mal es fácil concluir que todo lo que finiquite el mal (en el ejemplo, la persecución nazi de los judíos) es trabajar por el bien aunque por el camino se realice un mal menor (la mentira). Esto sería básicamente o bien utilitarismo o bien consencuencialismo.
También puedes entender el mal como ausencia del bien, esto es, de un fin virtuoso -y entender la ética como eudemonología- y entonces nos veríamos inmersos en que si queremos X entonces debemos realizar Y o sea que nos veríamos inmersos en una ética material sujeta a imperativos hipotéticos, contextualizados, no a imperativos categóricos ciegos de todo contexto.
En cuanto a Kant, fue si no el primero -el así lo creía- sí, desde luego, alguién que contrarió a Platón, Aristóteles o Aquino porque como se explica perfectamente aquí: Las éticas que hemos visto hasta ahora [Platón, Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, etc] son heterónomas, es decir, la obligación moral se nos impone como algo proveniente del exterior (Dios) o de nuestra pro pía naturaleza (esencia), no elegida por nosotros. También pueden ser calificadas como éticas materiales, puesto que establecen un contenido de la acción moral que se explícita en forma de imperativos hipotéticos del tipo: si quieres X, debes hacer Y, donde X representa el bien, fin o valor determinado (la felicidad, el placer, Dios) que está en la base de la moralidad.
Kant dará un «giro copernicano» a la reflexión sobre la ética, que dejará ser material y heterónoma para convertirse en una ética formal y autónoma. En su Crítica de la razón práctica, el filósofo alemán parte de un Faktum moral, que es un hecho de razón: todos tenemos conciencia de ciertos mandatos que experimentamos como incondicionados o como imperativos categóricos, que revisten la forma: debes hacer X, Este imperativo es una ley universal a priori de la razón práctica, que no manda hacer nada concreto ni prescribe ninguna acción: no nos dice qué debemos hacer (ética material), sino cómo debemos obrar (ética formal), para que nuestro comportamiento pueda ser universalizable convertirse en ley para todo ser racional. La ética formal kantiana busca su justificación en la propia humanidad del sujeto al que obliga, excluyendo toda condición.
Además creo que el bien (en el caso que hablamos, no mentir) que perpetua un mal (la persecución nazi de los judíos) pierde toda condición virtuosa. Y si no piensa en la mentira como si fuera algo hecho en defensa propia. Si se puede matar (acto malvado) a alguien en defensa propia ¡¿cómo no mentir?!
Saludos
Y me detengo aquí porque el tema requiere no sólo mucho más espacio sino mucho más estudio del que he hecho.
Un saludo afectuoso.
PD: obviamente, San Agustín también era un racionalista con un apriori ideológico por delante. Precisamente el que pretendió "proteger" Kant, a mi criterio, reservándolo explícitamente como tema no racionalizable.
La verdad es que antes era bastante kantiano algo que me ayudó a ser estafado por Rothbard, por ejemplo.
Sin embargo, de un tiempo para aquí si que es verdad que me he vuelto bastante empirista y sin embargo, sigo creyendo que ciertas ideas de Kant eran correctas como su idea del a priori que encaja con, me parece a mi, con la idea de que tenemos patrones cognitivos innatos insertados en nuestra cabeza a resultas de su valor adaptativo siendo el ejemplo más claro la causalidad.
Ahora bien, es curioso que alguien que criticase tan agudamente a la razón pura por idealizadora -en su sentido peyorativo- acabase creando una ética formal que a la postre, si realmente es ejercitada con rigor, se vuelve inmoral.
Saludos
¿Cómo lo ves por tu parte?
Bueno iba a hacer unos posts más sobre el tema, sobre las diferentes criaturas morales que existen pero desde ya te adelanto que la tesis principal de Hauser en el libro citado en este post me convence y dicha tesis viene a decir que nuestro cerebro tiene un órgano moral análogo al de lenguaje y que es por ellos que somos capaces de implementar diferentes lenguajes, diferentes morales.
Una moral concreta no me parece innata como tampoco lo es el inglés en los ingleses pero sí creo que sin un harwdare previo ni los ingleses hablarían ni nosotros seríamos otra cosa que sicópatas sin entrañas.
Otra cosa es que ese órgano moral tenga dentro de sí ciertos principios concretos e irrenunciables o que tenga en una sola moral su correcta encarnación. A estas dos últimas ideas sí me muestro escéptico.