miércoles, 25 de febrero de 2009

Más allá de la ciencia

En los comentarios de un post anterior se me objetó grosso modo que el instinto religioso surge de forma natural y que dicho origen natural le impedía cualquier conexión trascendentalista. A lo que objeté que la perocepción de las matemáticas también surge de forma natural pero es la eficacia de estas lo que apunta a una verdad trascendental.

En la misma línea se me achacó que el concepto de una divinidad personaliforme –que no se colegía realmente del post- surge de un instinto natural de necesidad de certidumbre a lo cual objeté que si dicha certidumbre fuera eficaz lo sería porque tendría un contenido -lo que nos da la certidumbre, v.gr, que la vida tenga sentido- que en la medida en que fuera eficaz lo sería por las mismas razones que las matemáticas, una vez más, las cuales surgen también para proporcionar certidumbre y cuya veracidad cuando son eficaces parecen remitirnos a un reino platónico.

Mas como dicho testeo no puede realizarse de forma científica sino personal, comenzó un debate que yo creo pone de manifiesto las debilidades de lo que se denomina cientificismo.

Antes que nada quiero aclarar dos cosas.

Uno. Aclaro que existen más vías de adquisición y transmisión de conocimientos no científicos que el religioso, vías que van desde la experiencia -ampliamente admitida- al arte –menos admitida-. Si escojo lo religioso, máxime cuando las otras vías son vías de acceso a un conocimiento sin duda real, es en aras de crear y avivar la polémica.

Dos. Aclaro que el método científico es esencial para una constante apropiación progresiva de conocimiento, no -¡cuidado!- para su mera existencia. Su uso, cuando es factible, es más que recomendable es un imperativo social. Es evidente que una proposición científica, por ejemplo, una matemática; nos proporciona mucha más certidumbre que una que no lo es, como por ejemplo, una religiosa ya que hay que pensar en la comunidad científica como una red de consejeros que te protegen del error. Una vez que estás bajo su manto tu protección, este aumenta exponencialmente. Así funciona, eso es la certidumbre. Si eres capaz de verbalizar una proposición verdadera entonces puedes utilizar el método científico para encumbrarla a unos grados de certidumbre inigualables. Algo que no le pasa a Robinson Crusoe que jamás puede conseguirlo dada su solitaria situación mas con Crusoe se ve que no es la proposición en sí lo que da certidumbre sino su público para lo que necesitamos, digamos, un puesta en escena. Y verbalizarlo, como veremos, ya es también una puesta en escena, una puesta en escena a nosotros mismos.

Trataré de demostrar que no siempre es posible conseguir esa puesta en escena lo cual no niega la veracidad de la proposición aunque sí menoscaba su grado de certidumbre.

Ya entrando en materia empezaré por un texto de Popper en donde el filósofo afirma (y coincido con él) que Robinson Crusoe por el carácter solitario de su existencia jamás podría hacer ciencia pero (y esto lo añado yo) sí que podría captar ciertas verdades.

El cientificista, por contra, -y aquí defino contra quien lucharé en esta anotación- negará la existencia de cualquier conocimiento no emanado del método científico ya que según la RAE el cientificismo es (2º acepción): Teoría según la cual los únicos conocimientos válidos son los que se adquieren mediante las ciencias positivas. El cientificista, en consecuencia, tendrá que negar que Robinson Crusoe pueda tener conocimiento alguno.

Hay quienes hacen frente al cienticifismo a razón de que consideran que la ciencia es descriptiva pero no normativa y por tanto es inútil para la articulación de una moral, sin ir más lejos. Aclaro que no estoy del todo acuerdo. Creo que la frontera entre hechos normativos y hechos descriptivos puede difuminarse en un número sustancial de casos. Ciertamente el saber que es capaz de construir la bomba atómica no puede ser el mismo que determina el valor de su uso pero la cuestión es adivinar si su valor de uso puede ser determinado por métodos científicos y yo creo, como intenté demostrar en este post, que sí cabe un análisis científico de enunciados prescriptivos.

En donde pienso que el cienticifismo falla es en por lo menos dos puntos.

Cuando hablamos del primer punto, hablamos de los límites de la ciencia, hablamos de la ignorancia de los mismos por el cienticifismo. Hablamos de la incapacidad de la ciencia de analizar otros hechos que aquellos que no sean regulares. Hablamos de la arrogante ceguera del cienticifismo por afirmar que no existen otros tipos de hechos.

Cuando hablamos del segundo punto, hablamos de la propia naturaleza indagativa de la ciencia que al preguntarse exclusivamente por el cómo deja, a no dudar, preguntas sin responder que el cienticifismo considera, una vez más injustificadamente, sin sentido. Esto último, lo he tratado (más bien Freeman Dyson) en un post.

En suma, yo le critico al cienticifismo una metafísica que dice no tener y que dice no tener para así poder librarse de la tutela de la filosofía.

Su metafísica radicaría en creer en un universo legalista donde todo está perfectamente reglado siendo la ciencia el único método válido de encontrar tales leyes.

Hay que recordar que sí, que la ciencia es como un juego, y sus reglas son sus presupuestos metodológicos:

El juego de la ciencia prescribe que no se puede recurrir a explicaciones sobrenaturales (ni a causas finales, ni introducir "fantasmas en la máquina"...), igual que el ajedrez prescribe que el alfil se tiene que mover en diagonal.

Mas lo que considera el cientificista, injustificadamente, es que tales reglas del juego basten para explicar todas las jugadas habidas en la realidad no necesitándose, por tanto, otro juego (v.gr: religión, arte) para dar cuenta de otros conocimientos.

Sin embargo, la ciencia aún siendo un juego muy hermoso no es autoconsistente. John Barrow ha señalado con ironía que si una religión se define como un sistema de pensamiento que exige creer en verdades no demostrables, entonces ¡la matemática es la única religión capaz de demostrar que es una religión! Y es que ¿lo que en cierto modo vino a decir Gödel no es que lo natural no es totalmente explicable en virtud, precisamente, de su naturalidad? Lo confirma Wolpert con sus investigaciones.

Con la misma opinión están Maturana y Varela quienes tienen una teoría de la cognición llamada Teoría de Santiago, explicada en el libro El Árbol del conocimiento, en donde niegan que nuestra cognición realice una representación mental de un mundo independiente y predeterminado (¡por tanto no hay hechos objetivos!) sino que más bien produce el alumbramiento de un mundo (Maturana dixit).

Lo que un organismo particular da a luz en el proceso vital no es el mundo sino un mundo determinado y siempre dependiente de la estructura del organismo. Puesto que los organismos individuales dentro de una misma especie tienen estructuras parecidas entonces alumbran mundos similares.

Así quien crea únicamente en la verdad de la ciencia a razón de su eficacia olvida que no es que vivamos en un mundo natural porque así lo percibimos, sino que percibimos de esa determinada manera el mundo porque, según la Teoría de Santiago,

lo percibido del mundo exterior correspondería a una construcción hecha por el observador a partir de su estructura y tiene que ver con su historia de cambios estructurales, más que con el agente que perturba sus sistemas sensoriales, que en sí mismo no tiene el poder de generar los cambios de estado que tuvo el sistema que observa. Así, una aprehensión objetiva del entorno es imposible por la misma constitución estructural de los seres vivos, que sólo pueden procesar de su entorno aquello que su estructura permite.

Son nuestros mecanismos científicos quienes nos producen, no descubren, una realidad natural.

En suma, lo que afirma la teoría de Santiago a propósito de nuestra cognición se parece, por cierto, a la metáfora de Cortázar del pseudópodo al considerar que nuestras representaciones son segregaciones de un órgano que al igual que con la bilis del hígado no representan una realidad ahí dada. Es decir, el cerebro no construye representaciones naturales del mundo, sino que el raciocinio surge de nuestra intelección que no es más que una excreción, una excreción, sí, adaptativa, útil pero que no aprehende la sustancia real de lo real, valga la redundancia, tal y como traté de demostrar en este post.

Piensa en esto, piensa así, piensa en el surgimiento de nuestra intelección y en su irrelevancia para la eficacia de un entendimiento de la naturaleza real de la naturaleza, piensa que con la misma ineludible letanía instintiva con que una araña construye su telaraña, nosotros segregamos un hilo de Ariadna con el ingenuo fin de convertir este laberíntico mundo en un lugar habitable pero desde Gödel sabemos que la textura matemática resultante de nuestra cognición no es lo suficientemente resistente como para contener la complejidad de, y por tanto sonsacar un molde de, la realidad. Un molde de la realidad que no le es posible sacar a ningún método de adquisición de conocimiento y por tanto a ningún método le es dado dilucidar qué conocimientos de tal forma adquiridos son verdaderos y qué otros conocimientos adquiridos de esta otra no lo son.

Esto se conoce como objetividad ente paréntesis:

Maturana advierte de la incapacidad de distinguir entre el error y la ilusión de una vivencia en el momento en que ocurre. Por lo tanto todo es vivido como real al momento de vivirlo, y es una operación de abstracción posterior la que otorga este carácter a cualquier experiencia, que a su vez se basa en otra experiencia cuyo carácter de realidad también está sujeto a las mismas reglas. Así, las explicaciones que un observador construye están también cimentadas en su historia de cambios estructurales, que puestas en el lenguaje se construyen en base a distinciones hechas en él por una comunidad en particular. Los consensos científicos sobre la verdad, entonces, tendrían una validez restringida, y el argumento de la objetividad no resultaría válido para sostener que la verdad científica tiene un carácter privilegiado frente a otras formas de concebir la realidad

Aquí hay que precisar que es verdad que parece difícil creer en un platonismo, en un lugar de verdades trascendentales, si hacemos caso a la teoría de Santiago mas si bien la estructura de la realidad física que percibimos es dependiente de nuestra estructura cognitiva, ya que como dice Maturana: una aprehensión objetiva del entorno es imposible por la misma constitución estructural de los seres vivos, que sólo pueden procesar de su entorno aquello que su estructura permite; el hecho que dicha aprehensión objetiva del entorno sea imposible no obsta para que -aquí es donde yo meto la cuña platónica- no exista. Antes bien, en la medida en que nuestra estructura cognitiva funcione, sea adaptativa, implicará que, aún ignorando cuál es, la estructura última del universo es degenerada con la nuestra.

¿Y qué es la degeneración? Lo explica Edelman en su libro El universo de la consciencia:

En los sistemas seleccionales [aquellos sistemas que evolucionan por un proceso de selección] comparten una notable propiedad que es tan única como esencial para su funcionamiento: En estos sistemas, suelen existir muchas vías diferentes, que no son necesariamente estructuralmente idénticas, para la producción de un resultado particular. Denominamos degeneración a esta propiedad.

Y, luego de encontrar degeneración desde en el ADN hasta en la mecánica cuántica, acaba sentenciando:

Concisamente, la degeneración se refleja en la capacidad de componentes estructuralmente distintos de producir resultados parecidos.

Según esta definición entiendo que, por ejemplo, las teorías gravitatorias de Einstein y Newton son degeneradas y entiendo que nuestra estructura cognitiva es degenerada -¡no idéntica! ¡no isomórfica!- con la del universo. Una sombra, que diría el Platón cavernario, de aquella.Es en ese sentido es como yo articulo mi particular platonismo.

Nuestros conocimientos serán verdaderos en la medida en que sean degenerados con la estructura del universo aún no pudiéndose demostrar nunca que dichos conocimientos sean objetivamente verdaderos.

Si la ciencia es eficaz en sus indagaciones es porque maneja una estructura cognitiva, a saber, la computación que, hasta el momento, ha dado cuenta de innumerables fenómenos físicos pero dicha estructura no puede agotar la realidad, y dicha estructura matemática, de hecho, no agota nuestra cognición siendo, empero, la usada por la ciencia porque es la única que permite utilizar el método científico mas sería un triste ejercicio de miopía sentenciar que dicha estructura cognitiva es la única que utilizamos en nuestras vidas para adquirir conocimiento.

Cabe preguntarse entonces 1)cómo son esas formas de adquisición de conocimiento y 2)por qué sus resultados no son emulables por la ciencia. O dicho de otra manera: ¿cómo y desde dónde ensanchar los límites cognitivos postulados por el cienticifismo?

A 1) diré que entiendo que aquellos fenómenos cuyas estructuras subyacentes sea computables sólo serán aprehensibles por estructuras cognitivas que sean a su vez computables. Tales fenómenos serán articulables de forma verbal. Por ejemplo: en proposiciones matemáticas.

Pero 2) pueden existir fenómenos cuya estructura subyacente NO sea computable entonces sólo serán aprehensibles por estructuras cognitivas que sean a su vez "algo más que" computables. Tales fenómenos no serían articulables en el sentido de verbalizables.

Pues bien, creo que nuestro órgano lingüístico y sólo dicho órgano es computable pero no el resto de nuestra cognición (v.gr: Steven Pinker asevera de forma displicente en el libro El instinto del Lenguaje que el pensamiento no se agota con el lenguaje) siendo por ello que tenemos intuiciones no computables, ideas no verbalizables, que para incrustarlas en el lenguaje necesitamos dinamitarlo, dinamizar el significado del signo logrando así que el texto no sea semánticamente preciso, coherente, pero sí articulador de ideas no computables.

Ahí es donde yo veo que entra la poesía, el mito y no es de extrañar que todas las religiones hayan sido o críticas con el lenguaje -sobre todo las orientales aunque ellas lo llamen razón- o exuberantes de un lenguaje no denotativo, un lenguaje poético -véanse las tres religiones del libro, de un libro de ficción-

Pero, ¿existen tales conocimientos? Y si existen ¿por qué no pueden ser validados de forma científica?

Por supuesto que existen tales conocimientos, son lo que llamamos conocimientos tácitos. Cortázar relata en un texto muy gracioso cuáles son las instrucciones para subir las escaleras. Obviamente no consigue dar con ellas, no consigue verbalizarlas pero existen ya que hacemos uso de ellas cada vez que subimos una escalera.

El por qué se resiste este tipo de conocimiento a ser tratado por el método científico es una buena forma de entender cómo y cuándo se articula el método científico. Un ejemplo:

Imagina que un mono ve entrar tres leones a una cueva. Al rato ve salir otros dos. Sabe de una forma tácita que la proposición "3 -2 = 1 es verdadero" y por tanto queda un león en la cueva. No obstante no es capaz de expresar verbalmente dicha proposición porque no tiene el don del lenguaje, en consecuencia, no es capaz de presentar ese conocimiento a la comunidad de monos para que lo discuta lo cual no es óbice para que sí pueda validar de una forma empírica pero subjetiva –el resto de la comunidad simiesca no sabría qué está validando- si el conocimiento de que "3 -2 = 1 es verdadera" es cierto en el caso de que entre en la cueva.

La eficacia de los conocimientos científicos surge de nuestra capacidad de articularlos de forma intersubjetiva –tal es el don precisamente antibabélico de la palabra-, no sólo de aprehenderlos (lo cual nos diferenciaría del mono del ejemplo) mientras que la efectividad de un conocimiento tácito no es articulable y por tanto testable de forma intersubjetivamente empírica. Por eso creo que en lo que respecta a la religiosidad (o cualquier otro contenido tácito) cada cual debe probar si tal o cual sentimiento de religiosidad (tal o cual conocimiento tácito, v.gr: subir escaleras) le sirve y si no desecharlo siendo eso algo que queda al albur de cada uno, siendo eso algo sobre lo que la ciencia poco puede decir -al menos por el momento.

Ahora bien, yo no afirmo que se pueda colegir objetivamente de forma irrebatible algo de cualquier pensamiento -independientemente de su naturaleza (sea tácito o no).

De hecho no tengo dudas de que el método científico, además, añade más certidumbre a nuestros conocimientos. Lo que afirmo es que existen ciertos conocimientos, que manejamos siempre (desde nuestro subir las escaleras hasta nuestro afirmar que el perro de las 3.14 es igual al de las 3.15), que al no dejarse verbalizar no pueden ser presentados a la comunidad científica sucediendo con dichos conocimientos que sólo caben ser validados (toda validación no verbal es empírica) de una forma subjetiva de modo que, por ejemplo, el mono puede entrar en la cueva para validar la proposición "3-2=1 es verdadero", proposición, sin embargo, que al no poder ser verbalizada no puede presentarla a la comunidad científica para que le ayude también a validarla -se encontraría como Robinson Crusoe en la isla: manejando sólo verdades reveladas (Popper dixit).

Ahora imagínate que los tres leones han salido de la cueva. El mono puede decir que la proposición "3-3=0 es verdadero" que conoce pero no puede articular verbalmente -intersubjetivamente- y por tanto tiene tanta validez como una alucinación onírica y por tanto pasar de ella pero no puede afirmar que es falsa y en cualquier caso su falsación quedaría únicamente bajo su poder.

Yo no digo, por seguir con la metáfora, que haya fieras en esa cueva, digo, que la validación de si hay o no hay fieras -dado el singular carácter del conocimiento de esa proposición- impide un juicio método científico mediante.

El mono cientista no entraría a la cueva porque no puede asegurarle el método científico si su conocimiento no verbalizable de las matemáticas es verdad o es una falsa intuición. Si bien es cierto que nada le asegura al mono que de entrar y ver que no hay fieras esto haya sido porque realmente y no casualmente la proposición "3-3=0" es verdadera por eso nunca se puede afirmar objetivamente nada. El cientificista dirá (por eso no me gusta, por acomodado) que sólo se fía de lo que diga el método científico. Por lo tanto, no es, o al menos no únicamente, que la necesidad de certidumbre ha creado el concepto de una divinidad personaliforme sino que ha creado y fomentado el desarrollo del método científico ya que lo que ocurre es que la sensación de seguridad es agradable, produce adictivas endorfinas, siendo precisamente lo que da seguridad el método científico mas cuando este no alcanza a describir otras cosas entonces algunos deciden, prefiriendo la seguridad antes que la búsqueda de la verdad, que no hay nada que decir pero la certidumbre no afecta a la verdad objetiva de algo sino a nuestra capacidad de aprehenderla, confundir esto es el error del cientificismo, de hecho, cuando podemos vislumbrar casos imaginarios (como el del mono anumérico, o el del solitario Robinson Crusoe) en los que ciertos conocimientos que desde nuestra posición sabemos verdaderos pero no pueden ser validados de forma científica desde el marco de actuación imaginado por el caso entonces descreer de ellos, como implicaría una actitud cientificista, se revela como el gran error de miopía que es esa filosofía.

Entendiendo esto no es de extrañar entonces que, dada nuestra preferencia a veces acrítica por la certidumbre, en tanto en cuanto se explique lo que es el método científico aparezcan más y más cientificistas que se quedarán sólo en el método científico como garante de verdad porque este el único método de indagación que da una certidumbre social. No es de extrañar, tampoco, que la otra mayoritaria alternativa sea la aceptación sin ningún tipo de indagación espiritual previa de una colección de dogmas de alguna religión al uso.

Ambas opciones, por cierto, me parecen a mi igual de apocadas al quedarse en la certidumbre para no avanzar en la conquista de una verdad, por lo visto, más precaria cuanto más profunda.

lunes, 23 de febrero de 2009

Conservadurismo Darwinista

El pensador Larry Anhart defiende un interesante tipo de conservadurismo llamado conservadurismo darwiniano en el que la moral tendría una raíz natural surgida darwinianamente frente a las éticas reveladas defendidas por el conservadurismo al uso, el religioso.

Una ética natural, como decimos, que no teme a la falacia naturalista y de la que se deriva un derecho natural que se cifraría en que

las leyes simplemente buscarían vetar todos aquellos comportamientos que hiciesen materialmente imposible la convivencia (como sucede con el robo, asesinato, etcétera), es decir, tamizaría los comportamientos sociales, vetando aquellos que no permiten desarrollar las Estrategias Evolutivas más estables conforme a la naturaleza humana -incluida sus instintos morales.

Sería, por tanto, un conservadurismo que tiene presente la naturaleza humana de la que da cuenta las ciencias naturales entroncándose así su perspectiva de la política con la propugnada por Aristóteles que empezaba definiendo al ser humano como animal, sí animal, político. Tal perspectiva ha sido bautizada como biopolítica y podría entenderse como la ciencia de la coacción. Si bien es cierto que dicha ciencia puede parecer pecar de un reduccionismo excesivo no es estrictamente correcto afirmar que la naturaleza biológica es irrelevante en ámbitos simbólicos como el sociopolítico.

Por el contrario, partir de la naturaleza biológica -mas digo partir, no estancarse en ella- no es en absoluto algo estéril sino que es el mejor modo de determinar el marco que no se puede traspasar, las restricciones que indudablemente no se pueden violar, es admitir que el hombre no es una tabla rasa, que existe cierto comportamiento innato que una educación no puede extirpar por tenaz que sea el ejercicio de ingeniería social.

Pero es que además, y sobre todo, la biopolítica sería una ciencia interdisciplinaria que apelaría no sólo a la biología sino a la historia, a la moral de la nación, a las costumbres locales, a un largo etcétera que conjuntadas de forma consiliente servirían como cuadro de mando para guiar, que no fijar, el actuar del político conservador.

Otro ítem más a tener en cuenta del conservador darwinista es que entiende que todas las instituciones sociales han surgido espontáneamente, se han desarrollado de forma darwinista y por tanto como todo producto de la evolución

están por encima de la razón [porque] los diseños evolutivos son reacios a la ingeniería inversa, es decir nunca podemos estar seguros de cuales son todas las razones que llevan a que un diseño sea así.

Pero funcionan y el control social a través de la razón no. Esa es la triste conclusión de varios siglos de experimentos de ingeniería social.

Por lo tanto aparece una repulsión a todo cambio revolutivo, que no evolutivo, pero no porque está bien todo como está sino porque la complejidad de las instituciones sociales obliga a ser cuidadoso con cualquier cambio ya que, como nos enseñan las matemáticas del caos, una modificación minúscula puede acarrear consecuencias mayúsculas e inesperadas lo cual no es óbice, repito, para aceptar acríticamente (como los monos de la parábola/experimento) lo dado sino que toda modificación, toda ingeniería social, habrá de ser gradualista en aras de que las modificaciones no sean funestamente irreversibles.

Por último pero no menos importante, ni que decir tiene que una perspectiva política que entienda toda institución social garante y dadora de bienestar y progreso como una apadrinada más de la mano invisible, deberá ser tremendamente respetuosa, que no indiferente, con el libre mercado. Hay que precisar, una vez más, que aquí no se habla de un mero dejar hacer al mercado con el consiguiente peligro de que aparezcan cancerígenas pautas de comportamiento que lo puedan colapsar (veánse las normas bancarias para el engaño subprime) sino que hay que preocuparse de que constantemente el mercado quede regido por aquellos principios naturales del derecho cuya eficacia evolutiva haya quedado demostrada.

Añadir también que el límite exacto de donde empieza la coacción política y acaba la eficacia no teledirigida de una economía libre es, sigue siendo, difícil de vislumbrar pero es la economía austríaca la más capacitada para verlo en tanto en cuanto ve a la economía de igual modo que la biología, a saber, como una ciencia histórica que depende de narrativas históricas y probabilidades que no pueden ser reducidas a la física y la química.

Hay que dejar claro que lo que Anhart quiere demostrar no es que el darwinismo nos deba abocar al conservadurismo sino que, todo lo contario, este debe reformarse a la luz de las ciencias naturales.

Aunque no me suscribiría a todas las ideas de Anhart, considero que es un buen comienzo para una ciencia política auténticamente científica y como hayekiano me parece muy interesante la ideología aquí descrita puesto que, a mi juicio, lo que llama Anhart conservadurismo darwiniano es la misma concepción político-económica que tuvo Hayek y si bien este se consideraba liberal, no conservador, ello no obsta para que pensemos que no hubiera participado de un conservadurismo similar al de Anhart ya que las razones argüidas del austriaco para rechazar el conservadurismo afectaban y sólo afectan al religioso siendo además la ideología liberal una visión socioeconómica que a la luz del conservadurismo darwinista puede ser hayekianamente criticada.

Crítica que se articularía en que el liberalismo, lejos de ser anti-ideólogico, tiende ciegamente a buscar colocar en la sociedad más libertad independientemente de su viabilidad, de la naturalidad de la organización sociopolítica que proponga pues, recordemos, el hombre no es una tabla rasa al que se le puede incrustar en cualquier organización social sin consecuencias.

De este modo recoge el mismo error en su comportamiento que la izquierda moralista con el concepto de igualdad o el mismo conservadurismo religioso con sus innegociables valores morales.

Me refiero a que tales teorías realizan planificaciones políticas de arriba-abajo, en contraste a la más eficiente -en aras de conseguir complejidad- conducción abajo-arriba (bottom-up) característica de la evolución darwinista.

Me refiero al insensato proceder de escoger un concepto cualesquiera –en el caso, pongamos, del liberalismo sería la libertad- y tratar de segregar desde ese concepto toda una teoría política en torno sólo a, para encumbrar y proteger sólo a, dicho concepto de modo que la teoría política así articulada acaba por ser un traje a su medida pero no del de la naturaleza humana y de sus instituciones; de modo que la teoría política así articulada acaba siendo, más que una objetiva manera de entender la sociedad, un medio para colar nuestros ensoñaciones utópicas de un modo aparentemente científico.

sábado, 21 de febrero de 2009

Omega el No Cognoscible

El gran Leibniz atribuía una cualidad mística a la raíz cuadrada de -1, viéndola como la manifestación del espíritu divino y llamándola este anfibio entre ser y no ser. Fue Gauss quien le dio existencia objetiva acabando así con siglos de especulación sobre la naturaleza exacta de los números complejos. Aún más inquietante y más digno del epíteto de Leibniz de espíritu divino es el omega descubierto por Chaitin.

Lean para comprobarlo a Paul Davies en La mente de Dios, pág. 122:

Una aplicación divertida de la teoría de información algorítmica concierne a un número no computable, llamado omega, que Chaitin define como la probabilidad de que un programa de ordenador se detenga, si su entrada consiste sencillamente en una cadena aleatoria de ceros y unos. La probabilidad de algo es un número entre 0 y 1: el valor 0 corresponde a algo imposible y el 1 a algo inevitable. Claro está que omega será próximo a 1, ya que la mayoría de las entradas aleatorias le parecerán basura al ordenador, y se detendrá rápidamente, mostrando un mensaje de error. Sin embargo, puede demostrarse que omega es algorítmicamente incompresible, y su expansión decimal o binara es completamente aleatoria tras los primeros pocos dígitos. Así pues, los n primeros dígitos en la expresión binaria de omega contienen la respuesta al problema de n qué programas de n dígitos se detendrán y cuáles correrán para siempre.

Charles Bennett ha señalado que muchos de los problemas abiertos de más enjundia en la matemática, tales como el último teorema de Fermat, admiten formulación como problemas de parada, porque conjeturan que algo no existe (en ese caso un conjunto de números que satisfagan el teorema de Fermat). La computadora tiene simplemente que buscar un contraejemplo. Si lo encuentra, se detendrá: si no lo encuentra, seguirá funcionando para siempre. Más aún, la mayor parte de los problemas más interesantes podrían codificarse en programas de unos miles de dígitos de longitud. De manera que el conocimiento de los primeros miles de dígitos de omega ¡nos daría acceso a la solución de todos los problemas matemáticos pendientes de ese tipo, así como a la de otros de complejidad similar que pudieran formularse en el futuro! Engloba una inmensa cantidad de sapiencia en un espacio reducidísimo, escribe Bennett, en tanto en cuanto sus primeros pocos millares de dígitos, que se pueden escribir en un pequeño trozo de papel, contienen la respuesta a más cuestiones matemáticas de las que pudieran formularse en el universo entero.

Por desgracia, al ser no computable, el número omega jamás será revelado por métodos constructivos, por mucho que lo intentemos. Así pues, carentes de revelación mística, nunca nos será dado conocerlo. E incluso si nos fuera dado omega por revelación divina, no lo reconoceríamos como tal porque, al ser aleatorio, no nos parecería especial en ningún sentido. Sería tan sólo una maraña de dígitos sin esquema alguno. Váyase usted a saber si no estará escrito un fragmento significativo de omega en algún libro de texto en alguna parte.

La sabiduría contenida en omega es real, pero oculta para siempre para nosotros por las restricciones de la lógica y las paradojas de la autorreferencia. Omega el No Cognoscible es quizá la contrapartida moderna de los números mágicos de los antiguos griegos. Bennett es decididamente poético acerca de su significado místico:
A través de la historia, filósofos y místicos han buscado una clave compacta de la sabiduría universal, un fragmento finito de texto que, una vez conocido y comprendido, proporcionara la respuesta a todas las preguntas. La Biblia, el Corán, los libros místicos secretos de Hermes Trismegistus y la Cábala medieval de los judíos han sido contemplados bajo esa perspectiva.

Las fuentes de sabiduría universal están protegidas del uso casual por ser difíciles de hallar, difíciles de entender, una vez halladas, y su uso peligroso, tendiendo a contestar más preguntas, y más profundas, de las que el usuario deseara formular. Al igual que Dios, el esotérico libro es simple y a la vez indescriptible, omnisciente, y transforma a todos cuantos lo conocen… Omega es, en muchos aspectos, un número cabalístico. Por la razón humana se puede conocer su existencia, mas no conocerlo. Para conocerlo en detalle, uno tendría que aceptar su secuencia no computable de dígitos como artículo de fe, igual que las palabras de un texto sagrado
.

lunes, 16 de febrero de 2009

(contra)argumentaciones sobre la (in)existencia de Dios

El mayor hechicero -escribe memorablemente Novalis- sería el que hechizara hasta el punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autónomas.

¿No sería ése nuestro caso?

Yo conjeturo que así es. Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso.


Jorge Luis Borges, Discusión, Avatares de la tortuga

A lo largo de la historia para dar cuenta de la existencia de esa tímida entidad llamada Dios se han esgrimido innumerables argumentos.

Tal vez los más famosos sean los dados por Santo Tomás de Aquino en sus cinco vías y el argumento ontológico de San Anselmo que originalmente quedaría expresado así:

1.Todo ser humano tiene la idea de un ser superior tal que no existe ningún otro ser mayor que él que pueda ser pensado

2.Pero lo que existe en la realidad, es mayor que lo que existe sólo en el pensamiento, porque la existencia en lo real supone una perfección más que la mera existencia intra - mental.

3.Si ese ser tal que nada mayor que él puede concebirse existiera sólo en la inteligencia, este mismo ser del que nada mayor puede ser concebido sería tal que algo mayor que él podría ser concebido, pero ello es contradictorio.

4.Ergo, dicho ser existe.

Pero en vano. Los argumentos de Santo Tomás han sido fuertemente discutidos y el de San Anselmo ha sido hasta parodiado siendo mi burla preferida la de Douglas Gasking:

1.La creación del mundo es el logro imaginable más maravilloso.

2.El mérito de un logro es el producto de: a)su calidad intrínseca, y b)la capacidad de su creador.

3.Cuanto mayor sea la discapacidad (o minusvalía) del creador, más impresionante será el logro.

4.La minusvalía más formidable de un creador sería su inexistencia.

5.Por lo tanto, si suponemos que el Universo es el producto de un creador existente, podemos concebir un ser aún más grande, a saber, uno que lo creó todo sin existir.

6.Un Dios existente, por tanto, no sería un ser tan grande que uno más grande no pudiera concebirse, porque un creador incluso más formidable e increíble sería un Dios que no existiera.

Por tanto:
7.Dios no existe.

En general de todas las formas de abordar la existencia de Dios, la del argumento ontológico, que es aquel que pretende demostrar la existencia de una divinidad mediante una argumentación apriorista; de todas las formas de abordar la existencia de Dios, repito, la del argumento ontólogico es la que probablemente esté predestinada a acabar en fracaso independientemente de su articulación porque como sabiamente apuntó Hume:

Es un absurdo evidente pretender demostrar un hecho como necesario, o pretender demostrarlo con cualesquiera argumentos a priori. Nada es demostrable salvo si su contrario implica una contradicción. Nada que sea distintivamente concebible implica una contradicción. Cualquier cosa que concebimos como existente igualmente la podemos concebir como inexistente. No hay, por tanto, ser alguno cuya inexistencia implique una contradicción. En consecuencia, no hay ser alguno cuya existencia sea demostrable a priori.

Si bien ello no ha impedido que tal argumento haya sido implementado de diversas maneras a lo largo de la historia haciendo uso desde la reducción al absurdo hasta la lógica modal como hizo Gödel. Personalmente, mi preferido es el Argumentum ornithologicum de Borges.

Ahora bien, los ateos también tienen su propio arsenal de argumentaciones encaminado a demostrar la inexistencia de Dios siendo en este aspecto tal vez los más destacables aquellos surgidos del materialismo filosófico de Gustavo Bueno que vienen a decir a grandes rasgos que el concepto de Dios es tan imposible como un dodecaedro regular y todo ello porque sus atributos son o bien contradictorios o bien falaces.

Contra este ateísmo cabe destacar la sensatez desde el bando contrario de la teología negativa la cuál es una vía teológica que niega toda comprensión de la Divinidad pues para esta vía

lo que conocemos y comprendemos nunca es lo divino, sino una entidad finita. De aquí se deduce que sólo podemos decir de Dios lo que no es: que no es un género, ni una especie, y que está más allá de todo lo que podemos conocer y concebir.

Los seguidores de Bueno llaman a este recurso el cerrojo metafísico pero no lo es si nos fijamos bien en lo que significa lo natural y lo que se intuye significaría lo sobrenatural.

Nuestra cognición y en general cualquier atributo nuestro nace como producto de la evolución y todo producto de la evolución sobrevive al ser adaptativo. En el caso de nuestro cerebro al ser un sistema capaz de cambiar y aprender de la experiencia resulta convertirse en un sistema adaptativo complejo debiéndose su éxito adaptativo a ser y a haber sido capaz de identificar regularidades en el entorno siendo por lo tanto nuestra cognición, en esencia, un identificador de regularidades, regularidades que consideramos naturales de modo que nuestro pensamiento sólo puede ser naturalista -al menos su módulo articulable.

En consecuencia, Dios (cualquier dios) siempre será, en la medida que lo intentemos describir de forma sobrenatural, contradictorio porque poder pensar algo sobrenatural sería como tratar de levitar tirándonos de los pelos.

En suma, ¡por supuesto que la idea de Dios es contradictoria! pero lo es porque nuestra cognición sólo es capaz de articular de forma consistente razonamientos naturales, o lo que es lo mismo y como se verá más adelante, razonamientos computables siendo el fenómeno de la Providencia un fenómeno incomprensible e incompresible, algorítmicamente incompresible de cuya naturaleza estamos gödelianamente impedidos de hablar, también impelidos a hacerlo.

Este modo de ataque a la teología que acabamos de comentar sería el ateísmo esencialista, un ateísmo que piensa que la idea de Dios es en sí misma imposible. Junto a él se encuentra el ateísmo existencialista -mayormente anglosajón- que únicamente ve altamente improbable la existencia de Dios de forma que quienes defienden este ateísmo en general simplemente prefieren afirmar que en los juicios en los que se dilucida la existencia de una entidad, la carga de la prueba la han de tener aquellos que crean en su existencia de modo que así se evita la proliferación de entidades inverosímiles. Así cuando un creyente pide a un ateo que se le demuestre la inexistencia de Dios y si no es capaz sentencia que es tan creyente como él, el ateo podrá contraargumentar preguntando si quien no cree en los unicornios (duendes, hadas, espaguetti voladores, etc.) también es igual de creyente. A este respecto Dawkins tiene una frase ingeniosa y lapidaria, a saber:

Todos somos ateos respecto a la mayoría de dioses en los que la humanidad ha creído alguna vez. Algunos simplemente vamos un dios adelante.

Quien mejor expresó esta idea fue Russell y lo hizo creando uno de esos mitos filosóficos (como la caverna, como el genio maligno) que hacen que merezca la pena leer filosofía, que incluso la expanden para convertirla en un arte sujeto a una percepción estética. Hablamos de la tetera:

Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes.

Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores.

Tal es el argumente ateísta por antonomasia.

Dawkins, convencido de que desde Darwin no se sostiene que un ser superior haya creado el mundo, formulará otro argumento ateísta en su libro el El Espejismo de Dios valiéndose para ello de la selección natural. La idea viene a decir

que un hipotético diseñador cósmico, requeriría, incluso, una mayor explicación que el propio fenómeno que intenta explicar, y como cualquier teoría que explica la existencia del universo debe ser una "Grúa", algo equivalente a la selección natural, antes que un gancho colgado del cielo que meramente pospone el problema.

Usa el argumento de la improbabilidad, para lo cual introduce el término "truco del Boeing 747 definitivo", para sugerir que "Dios casi con seguridad no existe": "Sin embargo, si es estadísticamente improbable lo que intentas explicar mediante un diseñador, el diseñador en sí mismo es más improbable aún. Dios es el Boeing 747 definitivo".

Personalmente considero que, como bien se explica magníficamente aquí, los argumentos ateístas existencialistas -tipo Russell con la tetera o Dawkins con la grúa celestial- están desatinados porque luchan contra un Dios entendido como una entidad más, tal que Zeus en un Olimpo o algo así, que se incrusta en la realidad con la única diferencia de que tiene poderes para modificarla.

Y en general creo que todos los argumentos -bien sean a favor bien sean en contra- que se han dado cita en esta anotación tienen el mismo problema de desenfoque porque la cuestión no es tanto demostrar la existencia de una entidad cualesquiera sino adivinar si la realidad en la que estamos sumergidos es natural -esto es, que se puede predecir, aunque sea teóricamente, leyes naturales mediante- o es más amplia, al punto de sobrenatural, siendo en este caso su comportamiento analogable de modo metafórico al de un Dios que opera sobre ella.

Dios no sería una entidad más. Dios sería, de existir, igual a una realidad sobrenatural, es decir, más realidad frente a una realidad meramente natural. La diferencia es cualitativa no cuantitativa por lo que no importa el número de entidades que existan o dejen de existir.

Lo que quiero decir es que una realidad sobrenatural que alegorizamos como una realidad con Dios, digamos, es una realidad más compleja, compleja al punto de incognoscible, que una realidad sin él, esto es, una realidad meramente natural; de forma que lo que hay que averiguar no es tanto si existe fulanito o menganito si no si nuestra realidad es autoconsistente desde presupuestos naturalistas o no, o simplemente se deja naturalizar hasta cierto punto.

Sé que en estos momentos estarás pensando en la navaja de Occam. Una visión científico-racional, dirás, busca minimizar el número de creencias.

El naturalista dirá además que sólo se deben aceptar aquellas realidades que puedan ser aprehendidas por la experiencia. Mas dicha experiencia tendrá que ser validada de forma intersubjetiva, supongo, pues no puede tener el mismo estatus epistemológico la percepción de una piedra cayendo que una aparición mariana de modo que para ello recurrimos al método científico, el cual, lo que hace a grosso modo es postular aquellas entidades comprensibles por la razón y afirmar que sólo ellas existen siendo de este modo que el naturalista acaba considerando a la naturaleza, esto es, a todos los fenómenos naturales, como el principio único y absoluto de lo real.

No obstante dicho principio tendría que demostrar para ser verdadero que todo el Universo es encuadrable dentro del marco de un fenómeno natural, mejor dicho, que todo el Universo es natural, autoconsistente, de lo contrario el Naturalismo, como filosofía insuficientemente efable, no estaría autorizada para sentenciar qué es o no es lo real.

Veámoslo. Supongamos que tenemos una serie infinita de números:

0, 2, 4, 6, 8, 10, ...

Dicha serie pude ser representada, comprimida a pesar de su infinitud, con la fórmula:

m = 2 *n,

donde n es cualquier número entero de modo que con la susodicha fórmula somos capaces incluso de predecir el siguiente número de la serie: "12"

Lo que acabamos de hacer no es sino comprimir una serie de datos en un algoritmo de esta manera dadas unas series de datos -en nuestro caso los seis primeros números de una serie- podemos utilizar una serie de pasos finitos para adivinar cuál será el siguiente número de la serie.

Esta y no otra es la empresa científica, a saber, comprimir de una manera algorítmica a modo de explicación una cadena de hechos siendo el resultado de este ejercicio lo que llamamos ciencia. La mentada cadena de hechos es el fenómeno natural que al ser explicable -compresible algorítmicamente- es susceptible de ser autenticada como natural de forma que la visión racional y científica de la realidad se basa en la creencia -que la hay- de que todo el Universo es algorítmicamente compresible.

John Barrow lo apunta también en su más que recomendable libro Teorías del Todo (pág.11):

Sin el desarrollo de compresiones algorítmicas de datos toda la ciencia quedaría reducida a un mero afán coleccionista de sellos, a la indiscriminada acumulación de todo hecho disponible.

La ciencia está fundada sobre la creencia de que el Universo es algorítmicamente compresible y la moderna búsqueda de una Teoría del Todo es la expresión última de esa creencia, la fe en que existe una representación abreviada de la lógica que se esconde tras las propiedades del Universo, susceptible de ser escrita en forma finita por los seres humanos

Por lo tanto una visión científico-racional de la existencia es también una creencia más. De hecho si admitimos con Dawkins que desde Darwin el ateo tiene razones intelectuales para ser ateo, se podría decir que desde Gödel ya no las tiene.

Así es, cualquier empresa estrictamente racional que pretenda reducir todo el operar del Universo a una teoría físicomatemática sabemos, desde los teoremas de incompletitud, que está condenada al fracaso porque -Barrow, otra vez, al final del libro-:

No toda característica del mundo es, o bien enumerable, o bien computable. (...) [Por lo tanto] No hay fórmula capaz de encerrar toda la verdad, toda la armonía, toda la simplicidad. Ninguna Teoría del Todo puede, siquiera, proporcionar una visión total porque a través de todo nos llevaría a no ver nada en absoluto

Esto se debe a que, como ya he dicho unas líneas más arriba, si nuestro cerebro ha resultado ser un éxito evolutivo ha sido a resueltas de haberse convertido en un excelente detector de patrones y por tanto haberse especializado en identificar regularidades de un modo que entendemos como naturalista. Tales patrones que identificamos como naturales lo son en virtud de nuestra idiosincrática cognición que, al menos en su capacidad de articular un lenguaje intersubjetivo, es posiblemente un sistema de procesamiento de la información estructuralmente idéntico a una máquina de Turing (o computadora digital) con sus consiguientes limitaciones y tales limitaciones cognitivas nos impiden aseverar que el Universo tenga nomás que fenómenos naturales, computables, algorítmicamente compresibles, en definitiva, que el Universo sea natural, pues no hay medida para lo natural que no sea la humana y tal medida es limitada.

Así lo cree también Paul Davies, en su libro La Mente de Dios, donde recoge y comparte la misma idea citando, por ejemplo, al físico Russell Stannard (pág. 157):

Una genuina Teoría del Todo debe explicar no sólo cómo nuestro universo entró en la existencia, sin también por qué es el único tipo de universo que era posible, por qué podía haber tan sólo un conjunto de leyes físicas.

Este objetivo se me antoja ilusorio...Esta falta inherente, inevitable, de completitud debe reflejarse en cualquier sistema matemático que sirva de modelo a nuestro universo. En tanto que criaturas pertenecientes al mundo físico, nosotros estaremos incluidos como parte del modelo. En consecuencia, nunca seremos capaces de justificar la elección de axiomas en el modelo ni, por lo tanto, las leyes físicas a las que esos axiomas corresponden. Ni nos será dado conocer todas las proposiciones verdaderas que pueden formularse acerca del universo

Así el propio Davies dirá que

la búsqueda de una genuina Teoría del Todo que eliminase toda contingencia y demostrase que el mundo físico debe necesariamente ser como es, parece condenada al fracaso por argumentos de consistencia lógica. Ningún sistema racional puede demostrar que sea, a la par, consistente y completo

Y por último citará al filósofo Thomas Torrance el cual advierte que

no hay razón intrínseca en el universo por la que éste deba existir o ser como es; por consiguiente nos estamos engañando si pensamos que con nuestra ciencia natural podremos establecer que el universo sólo pudo haber sido tal cual es.

En conclusión, la existencia del universo y de sus leyes siempre será un misterio para nuestra intelección computacional, un misterio que aventuro se debe a que, contra el sentir común y contra el sentido común, el determinismo -la causalidad- y por extensión lo que llamamos una ley natural, es nomás que un esquema cognitivo innato que nos naturaliza el entorno de forma que lo natural en lo real existe en virtud de nuestra cognoscibilidad pero al no poder extenderse dicha naturalización in totum a toda la realidad se demuestra que esta es, a veces en lo superficial, siempre en lo fundamental, algo más, algo diferente, que esta es, en última instancia, sobrenatural.

viernes, 13 de febrero de 2009

El problema del propósito último del universo

Venimos de aquí. Estamos con Freeman Dyson en su magnífico libro Infinito en todas las direcciones:

El último de los cinco problemas filosóficos es el de las metas finales. Aquí el problema es tratar de formular alguna afirmación del propósito último del universo. En otras palabras, el problema es leer la mente de Dios. Intentos anteriores no han tenido éxito. Uno de los intentos más agudos está en el Libro de Job. La respuesta de Dios a Job desde el seno de la tempestad no fue muy alentadora. Sin embargo, estoy en muy buena compañía cuando vuelvo a hacer las preguntas que hiciera Job. ¿Por qué sufrimos? ¿Por qué el mundo es tan injusto? ¿Cuál es el sentido del dolor y la tragedia? Me gustaría tener respuesta para estas preguntas, respuestas que, incluso si no penetraran demasiado en la mente de Dios, fueran válidas para nuestro nivel infantil de comprensión. Mis respuestas se basan en una hipótesis que es una extensión tanto del principio antrópico como del argumento del designio. La hipótesis es que el universo está construido de acuerdo al principio de la máxima diversidad. Este principio opera tanto a nivel físico como mental. Dice que las leyes de la naturaleza y las condiciones iniciales son tales como para hacer al universo lo más interesante posible. Como resultado de ello, la vida es posible pero no demasiado fácil. Siempre que las cosas se vuelven monótonas, algo nuevo surge para desafiarnos e impedirnos establecer un nuevo hábito. Todos los ejemplos que hacen difícil la vida están alrededor de nosotros: impactos de cometas, épocas glaciales, armas, plagas, fisiones nucleares, ordenadores, sexo, pecado y muerte. No todos los desafíos se pueden vencer, y entonces es cuando tienen lugar las tragedias. La máxima diversidad lleva con frecuencia al máximo estrés. Al final sobrevivimos, pero sólo a duras penas.

La hipótesis de la máxima diversidad encaja con la idea de que la obra de Gödel fue, a la postre, una gran noticia para la comunidad científica. Lo dejará escrito unas cuantas páginas más atrás en el libro:

Este descubrimiento de Gödel sobresaltó a muchos matemáticos(...) porque destruyó, de repente y para siempre, la esperanza de que podrían resolver los problemas decidiendo, por un procedimiento sistemático, la verdad o falsedad de cualquier enunciado matemático. Una vez pasado el shock, los matemáticos se dieron cuenta (...), al negarles la posibilidad de un algoritmo universal que ordenara todas las preguntas, les daba, en lugar de ello, la garantía de que las matemáticas no morirán jamás. No importa cuánto progresen las matemáticas (...) siempre habrá preguntas frescas para formular e ideas frescas para descubrir

Y siguiendo con esa línea de razonamiento Dyson sueña con que la física sea igual, que siempre podamos estar descubriendo nuevas ideas, formulándole al universo nuevas preguntas y que este siempre nos sorprenda con algo nuevo como si fuera una película cuya belleza y duración resultara interminable necesitándose para ello que el universo sea precisamente Infinito en todas las direcciones.

Si bien, a nada que nos fijemos en la historia de la filosofía, constataremos que esta idea de vindicar la diversidad no es nueva; siendo defendida, verbigracia, por Leibniz para justificar la existencia del mal comparando para ilustrarlo a una biblioteca que constase de mil volúmenes, siendo esos mil volúmenes mil ejemplares de la Eneida (postulando la Eneida como el libro perfecto); con una biblioteca en la cual hubiera, no sólo la Eneida, sino obras muy inferiores a ella de forma que la biblioteca primera, compuesta de mil ejemplares de la Eneida, sería inferior a la Segunda biblioteca ya que esta sería superior en variedad a aquella.

No obstante, esta metáfora obvia el carácter meramente objetual, no sintiente, de los libros. Por contra, como el propio Borges explica

para un hombre, ser malvado, ser estúpido y ser, acaso, condenado al infierno, es un mal; de modo que este argumento de la variedad no parece muy convincente.

Análogamente

Se ha usado, también un argumento tomado de la pintura; se ha dicho que en un cuadro hay pequeñas zonas oscuras, opacas, y que estas zonas son necesarias para la armonía del conjunto. Se ha dicho que en la música puede haber discordancias -es el mismo argumento repetido- pero, este argumento carece de valor si pensamos en un ser humano, si pensamos que ninguno de nosotros querría ser el peor volumen de la biblioteca, una discordancia o una mancha oscura.

De modo que la explicación de Borges del libro de Job -y por ende del sufrimiento en el universo y su relación con la divinidad y con un hipotético plan suyo para nosotros- será coincidente con la de Max Brod y se cifrará en notar la presencia final en el libro citado de dos monstruos, Leviatán y Behemot, a través los cuales, según Borges,

Dios declara, (...), que El es inescrutable, es decir, que la naturaleza de Dios no tiene por que ser comprendida por el hombre.

Hablar de la justicia o de la bondad de Dios ya es una suerte de atrevimiento: es aplicar una medida humana a la divinidad. Creo que Huxley dice "...no hay ninguna razón para que un hombre inteligente en el siglo XX comprenda al universo, es decir, comprenda a Dios..." y creo que el verdadero, aunque acaso inconsciente propósito del Libro de Job, fue insistir en lo inexplicable e inescrutable de Dios. Dios no se justifica, declara su poder, evoca los ejemplos del Behemot y del Leviatán, no dice una palabra de la razón de las pruebas a que ha sometido a Job por su diálogo con el diablo.

En suma para Borges, para Brod, para muchos, el libro de Job afirma que sí cabe un propósito divino para esta humanidad pero este a todos luces permanece(rá) ignorado por los humanos pudiéndose así asumir la existencia del dolor, de la tragedia, en suma de lo diverso, sólo -como dije una vez- en aras de seguir evolucionando, esto es, como acicate y guía para seguir acercándonos a conseguir el susodicho propósito misterioso sucediéndonos a todos tal vez lo que en el hermoso microrrelato de Borges, Inferno, 1, 32, se nos cuenta qué le sucedió a Dante.

Sin embargo, tal comportamiento de la providencia me recuerda al debate que la tradición (a través de una entrevista a Frank J Tipler) nos cuenta tuvieron Leibniz y Newton.

El primero descreía de una divinidad intervencionista porque hubiera sido similar a un relojero que ante una chapuza se ve obligado a introducirse en la realidad para deshacer el desaguisado, en consecuencia, Dios creó un mundo perfecto innecesitado de todo arreglo. Mas como le reprocha sabiamente Newton, una Deidad inane sería como tener un rey cuyas acciones sus súbditos nunca percibiesen de modo que estos concluirían que de nada les sirve tal rey impasible. Estamos en el apateísmo, efectivamente, ¿por qué (o aún peor: ¿cómo) amar a alguien que no hace nada por nosotros?

Se me ocurren a bote pronto dos respuestas. La primera la obviaré por fantasiosa, por abreviar el texto, por no querer monopolizar esta anotación sobre Dyson con mis divagaciones metafísicas. La segunda necesita del concurso de la fe porque realmente no da respuesta concreta al problema nomás se resume en decir que sí hay intervención pero que dicha intervención no viola las leyes naturales siendo el singular margen de maniobra, que la materia -según la mecánica cuántica- tiene en sus niveles más fundamentales, una pista de dicha potencialidad. No obstante si dicha actuación sirviera para mejorar el mundo entonces nos encontraríamos, una vez más, con un dios chapucero en la planificación previa de su obra.

Sólo puede entenderse todo lo malo y todo lo bueno como parte de un Plan y sólo cabe a dicha intervención entenderla como una forma que tiene la divinidad de afirmar Su Existencia, una existencia que para entender por qué desapercibimos tendríamos que volver una vez más al callejón donde nos atascamos antes; me refiero al relato de Borges sobre Dante, a la idea de que ignora(re)mos el por qué de todo, a la idea de que la máquina del mundo -en virtud de que su autor no quiso ser chapucero, reconvendría yo- es harto compleja para la simplicidad de los hombres.

Tal incognoscible complejidad no disuadirá a Dyson de tratar de algún modo vislumbrar lo que el futuro nos depara:

La expansión de la vida y la humanidad en el universo nos llevará a una vasta diversificación de ecologías y culturas. Al igual que en el pasado, la extensión de nuestro espacio vital en el futuro nos traerá tanto oportunidades para la tragedia como logros. A este proceso de desarrollo no le veo fin. Es inútil que tratemos de imaginar la variedad de experiencias físicas, intelectuales y religiosas que puede alcanzar la humanidad.

Futuro que como en cierta ocasión apunté tendrá que pasar por ciertas metas volantes y cuya meta final ha sido especulada por varios pensadores, desde Teilhard de Chardin que dio en llamarla punto Omega, hasta Frank J. Tipler que dio también en llamarla punto Omega y que se cifraría en que

este proceso debe culminar con una inteligencia artificial casi todopoderosa cuya velocidad de computación y capacidad de almacenamiento informático crecerán del mismo modo exponencialmente, y a un ritmo que impedirá el colapso del universo, proporcionando así un infinito "tiempo virtual", el cual será utilizado para desarrollar simulaciones informáticas de toda forma de vida inteligente que alguna vez haya existido en la historia del universo.

A dicho ejercicio de realidad virtual Tipler lo denomina: la resurrección de los muertos.

Sí es verosímil, al ver nuestra singular evolución, sentenciar que seguiremos nuestro particular proceso de hibridación tecnológica en una metamorfosis de cuyo estado final, empero, tal vez sólo cabe ser poetizado.

De hecho, eso es lo que hace Dyson para terminar su libro y también, por cierto, esta serie de posts sobre ciencia y religión:

Para describir la metamorfosis de la humanidad en cuanto nos embarquemos en nuestro largo viaje hacia al universo, vuelvo a la humilde imagen de la mariposa. Todo lo que puede decirse, ya fue dicho hace mucho tiempo por Dante en el Canto 10 del Purgatorio:

Oh, cristianos soberbios, miserables, débiles,
que enfermos de la vista del entendimiento
os fiáis de vuestros pasos retrógrados.
¿No observáis que somos gusanos
Nacidos para formar la angelical mariposa
que vuela sin impedimentos hacia la justicia?

miércoles, 11 de febrero de 2009

El problema del diseño

Venimos de aquí. Estamos con Freeman Dyson en su magnífico libro Infinito en todas las direcciones:

En mi corta lista de problemas filosóficos, el cuarto lugar lo ocupa el argumento del designio (proyecto, intención). Este tema fue una de las pruebas clásicas de la existencia de Dios. La existencia de un reloj implica la existencia de un relojero. Este tema estaba en el corazón de la lucha entre los creacionistas y los evolucionistas del siglo XIX. Los que ganaron la batalla fueron los evolucionistas. Las variaciones genéticas al azar más la selección darwiniana se mostraron como causas suficientes de la evolución biológica. La ciencia excluyó el tema del designio porque hace uso de causas teleológicas. Durante cien años, los biólogos han estado extirpando apasionadamente todo intento de revivir viejas doctrinas creacionistas. Sin embargo, el argumento del designio aún tiene algún mérito como principio filosófico. Yo propongo que adjudiquemos al designio el mismo estatus que al principio antrópico, expulsado de la ciencia pero tolerado en la metaciencia.

En este punto hay que recordar por qué -contra el sentir común, contra el sentir de muchos, contra el sentir, v.gr, de Dawkins - la teoría darwiniana no desechó para siempre el argumento del designio o diseño porque aunque sí es verdad que ya no necesitamos de un diseñador para explicar la exuberancia creativa de la Madre Naturaleza este principio explicativo no puede ser aplicado en ámbitos de la ciencia más fundamentales como la cosmología.

Esto se debe a que el desarrollo de los sistemas adaptativos complejos puede ser considerado fruto de un orden espontáneo pero la existencia de tal desarrollo sólo se puede dar cuando dichos sistemas se mueven sobre un repertorio limitado de opciones lo cual no obsta para que tales parámetros que constriñen su desarrollo no hayan podido surgir espontáneamente pero sí que sólo en virtud de la existencia de los mismos tales sistemas pueden evolucionar. En biología tales parámetros los aporta, en terminología de Mayr, la biología funcional -biología celular, genética, etc.- Biología funcional que está regida por leyes inviolables sólo desde las cuáles se ha podido desarrollar una evolución biológica.

Es decir, aunque a nivel biológico el por qué de la aparición de diseños altamente complejos lo resuelve maravillosamente el algoritmo evolutivo aportado por Darwin sin apelar a ningún Hacedor, esta herramienta matemática sólo es eficaz para el tratamiento de problemas evolutivos en sistemas restringidos por unas reglas dadas siendo absurdo creer que un universo pudiera evolucionar ya que precisamente la evolución biológica necesita previamente de una física con leyes regulares, unas leyes regulares que consecuentemente no pueden ser explicadas a su vez con la teoría darwiniana sin caer en un regressus ad infinitum.

En definitiva el problema del diseño o designio sigue en pie, la cuestión de por qué nuestras leyes físicas y no otras sigue incólume a pesar y después de Darwin, por lo tanto

El argumento del designio es teológico, no científico. Tratar de comprimir la teología en los moldes de la ciencia es un error. Considero que este argumento es válido en este sentido. El universo muestra evidencias de las actividades de la mente en tres niveles. El primero es el nivel de los procesos físicos elementales de la mecánica cuántica. En la mecánica cuántica, la materia no es una sustancia inerte sino un principio activo, que está eligiendo constantemente entre posibilidades alternativas de acuerdo a las leyes probabilísticas. Cada experiencia cuántica fuerza a la naturaleza a tomar decisiones. Parece que la mente, en cuanto se manifiesta por la capacidad de elegir, es, hasta cierto punto, inherente a cada electrón. El segundo nivel en el que detectamos las operaciones de la mente, es el de la experiencia humana directa. Nuestros cerebros parecen utensilios para la amplificación de los componentes mentales de las elecciones cuánticas hechas por las moléculas en el interior de nuestras cabezas. Somos el segundo gran paso en el desarrollo de la mente. Aquí viene el tema del designio. Existen evidencias procedentes de los hechos peculiares de las leyes naturales de que el universo como totalidad es hospitalario para el desarrollo de la mente.

Al resaltar el carácter hospitalario del universo para la vida, Dyson hace una referencia implícita a lo que él, unas páginas más atrás en el libro, llama la Hipótesis de la Adaptabilidad la cual afirma que

Si le es dado un tiempo suficiente, la vida puede adaptarse a cualquier medio ambiente.

Más en concreto que el universo sea hospitalario no ya sólo a la vida sino al desarrollo de la mente parece enlazarse con la idea primeramente defendida por Chardin de que desde el principio de los tiempos la evolución de la materia ha seguido un inequívoco camino de complejización siendo la última etapa de este camino la consciencia. Un avanzar paulatino, un crecer en complejidad, en desarrollo, que nos hace pensar en el universo como si de un organismo se tratase, ¡el universo está vivo!, siendo su evolución no realmente una evolución sino una ontogenia (Es precisamente en términos de ontogenia como afirman Humberto Maturana y Francisco Varela en el libro De Máquinas y seres vivos (pág.98) que hay que estudiar el desarrollo del universo), una ontogenia de un organismo, de un ente que para Dyson tiene un nombre que sospecho nos resultará familiar:

El argumento aquí no es más que una extensión del principio antrópico a escala universal. Es razonable, entonces, creer en la existencia de un tercer nivel de la mente, el componente mental del universo. Si creemos en este componente y lo llamamos Dios, podemos decir entonces que somos pequeñas piezas del instrumental mental de Dios.

domingo, 8 de febrero de 2009

El problema de la teleología prohibida

Venimos de aquí. Estamos con Freeman Dyson en su magnífico libro Infinito en todas las direcciones:

Mi tercer problema es el problema de la teleología prohibida, el conflicto entre las nociones humanas de los objetivos y las reglas operativas de las ciencias. La ciencia no acepta estilos de explicación aristotélicos, de que la piedra cae porque su naturaleza es terrestre y así le gusta estar en la Tierra, o que el cerebro humano evoluciona porque la naturaleza del hombre es ser inteligente. En ciencia, las causas deben ser locales e instrumentadas. Para la explicación de fenómenos científicos no se aceptan los propósitos, y se prohíben las acciones a distancia, sea ésta espacial o temporal. Especialmente están prohibidas las influencias teleológicas de las metas finales sobre los fenómenos.

Efectivamente, se podría decir que la actitud de los griegos a la hora de hacer teorías era inmanejable, haciéndose imposible una criba de las teorías más verídicas; una imposibilidad que se cifraba en que tales teorías pretendían tener carácter posdictivo, es decir, que pretendían realizar explicaciones a posteriori cuando, como apunté en otra anotación, para que las teorías no se multipliquen, se reproduzcan a modo de tumores, se necesita un firme criterio de demarcación, una suerte de selección natural que exija que sólo sobrevivan aquellas teorías con atributos predictivos, es decir, aquellas que sean capaces de adelantarse a la realidad de forma que paulatina y espontáneamente han ido surgiendo teorías que en aras de ser consideradas científicas, de sobrevivir en el mundo de la ciencia, llevan incorparadas genotipos sujetos a la empiria porque ello facilita enormemente la corrección y adecuación de tales teorías a la realidad, porque sólo manejando los parámetros de tales genotipos se posibilita ganar en precisión en las predicciones, porque sólo desde predicciones rigurosas somos capaces de crear tecnologías donantes de bienestar.

Ahora bien Dyson se pregunta con razón:

¿Cómo podemos reconciliar esta prohibición con nuestra experiencia humana de metas, y con nuestra fe en un propósito universal? Hago posible esta reconciliación restringiendo los alcances de la ciencia. La elección de las leyes de la naturaleza, así como la elección de las condiciones iniciales para el universo, son preguntas que corresponden a la metaciencia. La ciencia debe limitarse a la explicación de los fenómenos en el universo. Cuando las explicaciones van más allá de la ciencia hacia la metaciencia, la teleología ya no está prohibida.

Creo que esta idea concuerda con el espíritu de este post mío o estos dos de Pseudópodo (I, II) en donde se defiende la idea de que la ciencia tiene límites en su alcance descriptivo, en donde se defiende la idea de que la ciencia presupone -y sólo saber operar sobre- una realidad que funciona leyes naturales mediante pero que más allá de tal ámbito natural no hay ciencia sino metafísica o si se prefiere decir con Dyson, metaciencia.

Así, la pregunta, la pregunta más fundamental: ¿por qué las leyes físicas son las que son, cuando podrían ser otras? no parece tener respuesta desde la ciencia.

Seguramente esta deficiencia nace del restringido alcance del esquema determinista pues, en mi opinión, el determinismo es seguramente no tanto el auténtico comportamiento real del universo cuanto un esquema cognitivo innatamente incorporado que nos ha servido/sirve como un instrumento cognitivo tremendamente adaptativo pero que (casi) con seguridad no basta para describir la estructura fundamentadora de la realidad y todo ello, por cierto, porque, como dice incluso un autoproclamado positivista (negritas mías):

no tenemos NI IDEA de qué queremos decir con "causa": afirmamos que X es causa de Y cuando vemos que Y se sigue regularmente de X; los filósofos empiristas de la Ilustración ya aclararon suficientemente que no podemos aplicar "con fundamento" (...) el concepto de causa en situaciones en las que no tenemos constancia empírica de X, de Y, y del hecho de que van unidos por una conexión regular.

Así que, cuando preguntamos por la "causa" del universo, no sabemos QUÉ estamos preguntando, pues lo único que podemos averiguar son las LEYES (o "regularidades") que obedecen las entidades del universo; no hay ningún SENTIDO en el que podamos averiguar (ni siquiera saber qué es lo que estamos intentando averiguar) al preguntar "¿por qué las leyes del universo son las que son?" . Las únicas respuestas posibles consisten en DEDUCIR MATEMÁTICAMENTE esas leyes a partir de otras -que tengamos razones empíricas independientes para pensar que son correctas-; pero entonces, por definición, no podemos preguntar con sentido: "si ya hubiéramos descubierto TODAS las leyes físicas del universo, ¿cómo buscaríamos OTRA LEY que las explicara?".

Otra forma de expresar lo vano de este propósito es darse cuenta de que sólo podemos saber CÓMO son las cosas, no POR QUÉ: una aparente respuesta a un "por qué" no es más que la descripción de un cómo. La ingenua pregunta "por qué" es aplicable sólo al mundo de la vida cotidiana, no al conocimiento de la naturaleza. Esa es la auténtica razón por la que la existencia del universo y de sus leyes "siempre será un misterio": es un misterio porque es una pregunta SIN respuesta, no porque la respuesta sea "misteriosa", y además, accesible a través de una conexión espiritual con el más allá, o algo así.

No. Es un misterio sin respuesta sólo desde la ciencia pero es un misterio abordable desde la metaciencia. Es un misterio con respuesta desde la teleología porque es un misterio que se cifra, como he dicho, en que el determinismo, la causalidad, es nomás que un esquema cognitivo innato que nos naturaliza la realidad pero que al no poder aplicarse in totum a toda ella se demuestra que esta no es tal que así, determinista, que necesitamos de una estrategia indagativa diferente a la de preguntarse meramente por el cómo -que inevitablemente nos aboca a una causa primera no causada- para conseguir más explicaciones, es decir, necesitamos buscar una teorización diferente, plantear de otra manera las preguntas, preguntarnos por el por qué para poder complementar nuestro conocimiento del universo.

Así aparecerá el componente teleológico de cuya efectividad explicativa la ciencia empieza a darse cuenta y Dyson da una muestra de ello:

El ejemplo más familiar de las explicaciones metacientíficas es el llamado principio antrópico. El principio antrópico dice que las leyes de la naturaleza están explicadas si se puede establecer que son como deben ser, de tal forma que permitan la existencia de físicos teóricos que puedan especular acerca de ellas. Sabemos que existen físicos teóricos que pueden especular: por lo tanto, las leyes de la naturaleza deben ser tales que permitan su existencia. Este modo de explicación es francamente teleológico. Lleva a consecuencias no triviales, a restricciones sobre los posibles bloques constructivos del universo, que no tengo espacio aquí para discutir en detalle. A muchos científicos no les gusta el principio antrópico porque les parece un retroceso a la era precopernicana, un estilo de razonamiento aristotélico. Pareciera implicar una concepción del mundo antropocéntrica.

El hecho es que el principio antrópico ha suscitado y suscita numerosas críticas por considerarlo mero creacionismo pero también ha recogido el favor de numerosos e ilustres científicos.

Mi opinión (por lo visto en absoluta única) es que tal vez haya sido algo precipitado el sacar este as de la manga y que tal vez dentro de unos años salga una idea mejor porque todavía considero que la ciencia tiene margen de acción pero en cualquier caso, según Dyson y termino el post

Aceptarlo o no es una cuestión de gustos. Yo, personalmente, lo hallo esclarecedor, concuerda con el espíritu de la ciencia moderna de que poseemos dos estilos complementarios de explicación, el estilo teleológico –que permite asignarle una función a los propósitos del universo- y el estilo no teleológico –que excluye los propósitos de los fenómenos dentro de la jurisdicción estricta de la ciencia-.

viernes, 6 de febrero de 2009

El problema del libre albedrío

Venimos de aquí. Estamos con Freeman Dyson en su magnífico libro Infinito en todas las direcciones:

El problema del libre albedrío es el segundo choque entre la fe y la razón. Schrödinger lo formuló claramente en el epílogo de su libro ¿Qué es la vida? El problema es reconciliar la experiencia humana directa del libre albedrío con una creencia en la causalidad científica. Aquí de nuevo tenemos las mismas tres alternativas para tratar de resolver este conflicto. Pero ahora, tanto la ciencia intolerante como la teología intolerante se oponen al libre albedrío. La interpretación del universo de Jacques Monod como Azar y Necesidad pura, niega el libre albedrío. La teología ortodoxa de un Dios todopoderoso y omnisciente también.

Efectivamente hay teologías que postulan una religión en donde no cabe el libre albedrío. Hay epistemologías que postulan una ciencia que ídem.

No obstante no es cierto que toda teología niegue el libre albedrío, ahí tenemos el célebre ejemplo de Doctor Angélico quien creía que éramos libres a pesar de la omnisciencia de Dios pues este en su eternidad vislumbra nuestra deambular existencial como nuestra mirada la ladera de una corta montaña a la cual podemos ver en toda su extensión.

Tampoco es cierto que la ciencia niegue el libre albedrío, ahí tenemos el libro de Schrödinger, citado por Dyson, para desautorizarlo; lo que sí creo que es importante dejar claro en cualquier caso es que, contra cierto sentir bastante generalizado, la inexistencia de un hipotético libre albedrío no derrumbaría la posibilidad de una ética y ya no digamos un derecho.

Personalmente aunque considero que en el tema del libre albedrío aún cabe la discusión me inclino por una postura contraria al mismo. Brevemente y sin ánimo de ser exhaustivo aunque sí, si se quiere, de polemizar: Creo que el libre albedrío niega una naturaleza humana entendible desde métodos científicos y al negarlo nos sume en la incertidumbre inherente a un ser humano de comportamiento impredecible, inestudiable.

Además y tal vez sobre todo, tal negación borra los cimientos sobre los que se construiría una hipotética evolución futura. Pensemos, si no, en un sistema adaptativo complejo que al ser guiado y sólo al ser guiado por una mano invisible puede evolucionar ganando en complejidad. Ahora fijémonos en uno de esos sistemas, v.gr: el mercado, el cuál es capaz de crear un orden espontáneo, frente a un increativo caos, siempre y cuando exista previamente un imperio de la ley que liquide ciertos comportamientos cancerígenos contraproducentes para el devenir del sistema.

Pues dicho imperio de la ley en el ser humano serían sus restricciones naturales que se cifrarían en tener ciertos instintos que nos habrían posibilitado el surgimiento de ciertas instituciones siendo tal surgimiento sólo entendible como posible si previamente existen unas leyes, esto es, unos instintos que nos empujan en tal o cual dirección porque de lo contrario, me temo, podríamos seguir pintando cuevas.

Esta línea de pensamiento de que hay una naturaleza humana y que al comprenderla podemos mejorar nuestras instituciones sociales ha sido audazmente defendida -entre otros- por Steven Pinker en un gran libro titulado La tabla rasa en donde se mostraba las nefastas consecuencias de negar la naturaleza humana y cómo dicha naturaleza sólo se puede fundamentar desde ciencias más fundamentales -en el sentido de que sirven de cimiento a otras- como, y principalmente, la biología evolutiva.

Tal naturaleza nos posibilita, como he dicho, una progresiva evolución, una paulatina complejización de la sociedad que hasta ahora ha sido un hecho pero choca y todas las generaciones se han encontrado ese choque, con las peligrosas fantasías idealistas que postulan que las sociedades son como el ave fénix que se pueden incendiar mas luego renacerán.

Si la humanidad lucha contra esa pulsión pirómana, que Hayek dio en llamar cientismo arrogante y que tiene en el comunismo o en las teocracias sus históricas encarnaciones fatídicas (hoy hablaríamos del ecologismo misántropo que juzga a la humanidad como una plaga); si la humanidad, digo, lucha contra esa pulsión tal vez si cabe tal avance de la sociedad, tal gradual complejización.

Y para desechar funestos caminos que de seguirlos nos dejarían encallados (del comunismo, v.gr, dirá E.O Wilson: Bella teoría, especie equivocada) necesitamos de una naturaleza humana fija sobre la que se puedan construir teorías naturales por ende científicas siendo por lo tanto nuestra naturaleza aquella que de algún modo nos sirve de guía a donde debemos ir. Tal guía, tal naturaleza, en mi parecer, desaparece si estamos sujetos a un libre albedrío, si flotamos en un éter, si nuestros devenires son tan impredecibles como las trayectorias de las partículas que conforman un gas, un gas incapaz de otra cosa que la de dejarse invadir sistemáticamente por la entropía, por el caos.

Esta opinión me parece coincidente con la de Spinoza quien curiosamente sí creía defender la existencia de un libre albedrío puesto que creía -posición parecida a la que defienden los compatibilistas- que sólo somos libres cuando obramos según nuestra inclinación.

Así, según nos cuenta Borges, uno de los amigos del filósofo neerlandés consideraba que este no defendía de forma consistente el libre albedrío y le solicitó por carta una aclaración. Spinoza le respondió que

cada cosa quiere persistir en su ser: la piedra quiere ser siempre una piedra, el tigre quiere ser un tigre. Spinoza agrega el ejemplo de una piedra que cae desde un alto promontorio y dice que si la piedra pudiera pensar en ese momento, pensaría: "estoy cayendo porque quiero", y que en esa conciencia estriba nuestro libre albedrío

Pero tal vez nos resulte atroz esta visión de nosotros como marionetas, como meros mecanismos de un engranaje superior en importancia y tamaño a nosotros, así que tal vez me equivoque, así que tal vez será mejor que concluyamos con el aún más interesante texto de Dyson no sin antes recomendar que se lea previamente esta anotación en donde se clarifica en qué se basa la postura sociniana defendida por él para así entender mejor unas de las mejores argumentaciones del libre albedrío que se haya realizado y que a la par haya sido consistente con un universo natural:

Para aquellos de nosotros que quisiéramos creer tanto en Dios como en el libre albedrío, la respuesta sociniana es la mejor. Los problemas filosóficos del azar y el libre albedrío están estrechamente relacionados. La teología sociniana se refiere conjuntamente a ambas: el libre albedrío es el acoplamiento del pensamiento humano a procesos de otra forma aleatorios del cerebro. La voluntad de Dios es el acoplamiento del pensamiento universal a procesos que de otra forma serían aleatorios de todo el universo.

lunes, 2 de febrero de 2009

El problema del origen de la vida

Venimos de aquí. Estamos con Freeman Dyson en su magnífico libro Infinito en todas las direcciones:

Primero, el origen de la vida. No es el problema más difícil desde un punto de vista filosófico. La vida, en sus estadios más primitivos, se diferenciaba poco de la química ordinaria. Podemos, al menos, imaginarnos a la vida originándose por procesos ordinarios que los químicos saben calcular. Problemas mucho mayores para la filosofía se originan en estadios posteriores con el desarrollo de la mente, la conciencia y el lenguaje. Como dijo una vez el físico Wigner: ¿Dónde va la alegría de vivir en la ecuación de Schrödinger?.

El problema del origen de la vida es sólo esto: ¿Cómo se puede conciliar una teoría que hace que la vida se origine por un proceso aleatorio, con la doctrina de la vida como parte de un plan de Dios para el universo?

Para esta pregunta hay tres respuestas posibles.

Respuesta 1: Negar que Dios tenga un plan y decir que todo es accidental. Esta es la respuesta de Jacques Monod y de la mayoría de los biólogos modernos. Entonces, Wigner podría preguntar: ¿La conciencia es también un accidente?

El problema es que de los productos darwinistas -nosotros incluidos- no creo que se pueda concluir que sean accidentales, sí desde luego desde instancias biológicas pero es posible que no, por qué no, si los observamos desde la física al entenderlos como consecuencia inevitable de de sus leyes, de las reglas del juego.

Darwin explica el cómo, no el por qué -bueno sí lo hace pero a nivel biológico- ¿por qué no pensar y -me repito- en un resultado predecible, no, desde luego, desde instancias biológicas pero sí, por qué no, desde las instancias de las leyes de la física?

Veamoslo con un ejemplo: si yo tengo unos datos metereológicos iniciales y pretendo con ellos calcular dónde va a suceder un huracán, las matemáticas del caos nos dicen que es muy difícil predecir si va a suceder allá o acullá necesitándose apelar a la estadística para resolver el dilema. Luego es cuestión de azar.

Pero si tuviéramos una supercomputadora, y pudiéramos recopilar los datos iniciales con infinita precisión podríamos colegir dónde se va a originar el huracán porque el caos sí es determinístico.

Lo mismo podría pasar con la evolución, de hecho, está cada vez más demostrado que esta se rige por dinámicas caóticas y que entonces nuestro uso del azar es nomás que un instrumento de obligado uso para explicarla ya que no podemos manejar tanta información como para realizar predicciones determinísticas en dicho campo pero no porque teóricamente estas no sean posibles.

Aunque que concedo que es más que posible que la mecánica cuántica nos haya robado para siempre la ilusión de un universo determinístico.En tal caso, una vez más, volveríamos a la respuesta 1 pero también, como veremos, a la respuesta 2 que da Dyson, a saber:

Respuesta 2: Negar que exista el azar y decir que Dios sabe cómo caerán los dados. Pero entonces, ¿por qué, si la estadística es sólo un manto para cubrir nuestra ignorancia, las leyes estadísticas desempeñan un papel tan fundamental en la física?

En mi opinión, aún si fuera todo accidente, todo azar o todo nacido desde el azar, tanto el punto 1 o como el 2 se extralimitarían en sus conclusiones -si se pretenden científicas- porque la distinción entre azar y Dios es banal pues en rigor ambos son por definición incognoscibles.

Esto se debe a que como excelentemente se explica aquí, para nosotros lo desconocido es el azar; formalmente y citando a Poincare: el azar no es más que la medida de nuestra ignorancia (La Ciencia y la Hipótesis,Libro Primero. Cap. IV). En consecuencia, el azar per se no puede implicar rechazar un funcionamiento teleológico de la realidad sólo una regularidad predecible porque el azar es lisa, mera y llanamente un, ¡el!, límite al conocimiento humano. Más allá de él sólo queda incertidumbre, duda, silencio porque en palabras de Wittgenstein: De lo que no se puede hablar hay que callar.

Queda, empero, una última opción, que es con la que cierro el post pero que no se puede comprender si antes no informo cuál es la postura previa de la que parte y que se resume, en palabras del propio Dyson, en creer que

estamos aquí con algún propósito, que este propósito tiene alguna relación con el futuro, y que trasciende los límites de nuestro conocimiento y comprensión actuales. (...). Si ustedes quieren, pueden ponerle el nombre de Dios a este propósito trascendente. Si es Dios, es un dios sociniano, inherente al universo y creciendo junto a él en poder y conocimiento. Nuestras mentes son no sólo expresiones de su propósito, sino también contribuciones para su crecimiento.

Desde estos presupuestos es fácil entender su siguiente texto en donde explica finalmente cómo encaja el azar, un azar auténtico, en un universo planificado:

Respuesta 3: Decir que el azar no existe porque Dios comparte nuestra ignorancia. Esta es la respuesta de Harsthone [Aquí brevemente explicada su teología (pág.202)], el hereje sociniano. Dios no es omnisciente. Crece junto al universo y aprende a medida que éste se desarrolla. El azar es parte de su plan, y lo usa como nosotros para lograr sus objetivos.