viernes, 27 de abril de 2012

(Des)anclando el lenguaje

En definitiva, la conjetura someramente descrita hasta aquí, consiste en notar que las tecnologías -posibilitadoras, en última instancia, de nuestra cultura e instituciones (y cuyo avance resulta esencial)- inciden en nuestra naturaleza transmutándola de manera que ahora se puede decir que nacemos (siendo poco más que simios) dentro de una crisálida netamente biológica y que, en nuestro proceso de inmersión en la cultura, nuestra naturaleza, en una metamórfosis nunca vista en el reino animal, paulatinamente hibrida de un sustrato netamente biológico a otro tecnobiológico dando lugar a un nuevo y raro ser vivo: el homo machina.

No obstante, esto tiene un corolario porque si la tecnología modifica la estructura cognitiva de la gente entonces ésta sufrirá de los mismos problemas que adolecen a la tecnología, a saber:
Hay quien lo llama fenómeno QWERTY. ¿Por qué son esas las primeras letras del teclado? No porque sea el mejor diseño sino porque hace muchos años se convirtió en estándar, y lo hizo, más que por sus méritos, por un fenómeno de realimentación positiva. Si hay una proporción algo mayor de teclados QWERTY, merece la pena aprender a escribir con ellos, y si la gente aprende a escribir con ellos, se comprará máquinas con ese teclado, con lo que cada vez aumenta la proporción de esos teclados, etc. Es lo que en inglés se llama lock-in: un diseño se queda “anclado”, a menudo un poco por azar, y no hay manera de cambiarlo ya por otros. Ejemplos clásicos son el ancho de las vías, o el estándar VHS de video frente al Betamax.
Teniendo en cuenta, además, que tecnología no es solo aquello compuesto de chips y electricidad, como dije, sino que también se cifra en instrumentos tales como el lenguaje o el dinero (a la postre otro señalizador semiótico que permite una intercoordinación de agentes -en este caso- económicos), entonces tenemos el problema de los anclajes trasladado al lenguaje, y efectivamente, no otra cosa venían a decir los nominalistas con su flatus vocis, esto es, que conceptos como coche, rojo, ciudad del norte, pero todos, sin excepción, son hiperónimos, si se quiere, agregadores heterógeneos de una panoplia de realidades concretas en última instancia dísimiles.
No quiero destripar el libro porque es preferible leerlo y bucear en sus magníficas páginas, pero sí quiero resaltar el acto de rebeldía que supone escribir un libro así. Es un grito de insurrección, un puñetazo encima de la mesa de los dogmáticos, un ya no me callo más, ya hemos tragado mucho en el fútbol sobre el control, los datos, los tests, las mediciones, las cifras para controlar lo incontrolable, mesurar lo inmensurable. Se acabó. La inercia no puede continuar. Vivimos centrifugados por la incertidumbre y la inteligencia reside en saber convivir con esa certeza, no en construir certezas que nos hagan creer que no existe la incertidumbre

[Juan Manuel Lillo en el prólogo al libro de Oscar Cano, El Modelo de Juego del F. C. Barcelona]
Es el mismo razonamiento que propone Hayek para explicar el inminente colapso -o cuando menos su tecnología obsolescente y descoordinadora- de cualquier economía programada como la soviética frente a una descentralizada economía capitalista, es decir, la distinción entre conocimiento articulable, el saber-qué, por tanto implementable en el lenguaje; y conocimiento tácito, el sabér-cómo, por tanto no articulable en un lenguaje, quiere decirse, conocimiento que no puede subirse a esa ancestral nube de datos que es la institución del lenguaje y esto, claro, significa que lo que esté sucediendo en un determinado lugar, lo que se puede conocer para luego actuar, desde un determinado lugar no puede enteramente ser enviado a una central para que ésta coordine desde allí, o de lo contrario, si se insiste, se crearan economías de escala a base de una utilización masiva del fenómeno -ya antes descrito del lock-in- y eso, y a la postre, implica una progresiva ineficiencia en la toma de decisiones, ahora, si se insiste en una adecuada estructura descentralizada, propondrá Hayek, con una óptima capilaridad informativa, se podrán deshacer los anclajes -lock-in-, que están obstruyendo el acoplamiento dinámico de los agentes intervinientes.
Existe desde hace unos años una organización internacional llamada Transcultura que propicia una "antropología alternativa". Llevó a estudiosos africanos que nunca habían estado en Occidente a describir el interior francés y la sociedad de Bolonia, y les aseguro que cuando nosotros los europeos leímos que dos de las observaciones más sorprendentes se referían al hecho de que los europeos sacan a pasear a sus perros y que se desnudan a la orilla del mar, bueno, la mirada recíproca comenzó a funcionar de ambas partes, y surgieron discusiones interesantes.

[Umberto Eco en Miserias de la guerra. Guerra santa: Pasión y Razón]
Esto mismo viene a registrar Tim Harford -siguiendo explícitamente a Hayek- en su magnífico libro, Adáptate, donde muestra -y a través de múltiples y variadas casuísticas- cómo la permanente evolución de la realidad obliga a una estructura reactiva mucho más dúctil de lo que ciertas centradas economía de escala permiten, esto es, para sobrevivir una entidad (biológica o individual, económica o social) debe atenerse básicamente a tres principios, brevemente, uno, intentar cosas nuevas, dos, hacerlo a una escala en la que se pueda sobrevivir al fracaso, tres, aprender de los propios errores; por lo mismo, una estructura distante cuya conocimiento del problema devenga a ciegas, o sea, exclusivamente de una tecnología como las estadísticas o más en general el lenguaje, es decir, un mando monopolico exclusivamente guiado a ciegas acabará por, a fuerza de trabajar sobre estáticos anclajes, colapsar ante la mucho más dinámica realidad; y el magnífico ejemplo que primero pone Harford es el de la guerra de Irak y cómo en ésta volvieron las cosas a su cauce, por aproximádamente 2007, sólo cuando la altamente vertical cadena de mando y con visión arriba-abajo, o sea a ciegas, estuvo vigente; momentos durante los cuales, se dieron surrealidades como que el Secretario de Defensa, a la sazón Donald Rumsfeld, se negase a admitir la existencia de insurgentes irakíes cuando aquello que resultaba evidente para todo aquel que contemplara la situación desde allí.

Afortunadamente, el general McMaster, y contra todo orden venido desde arriba, ideó una serie de propuestas in situ como establecer puestos de control a lo largo de la ciudad para garantizar la seguridad norteamericana en un acto que luego fue sucesivamente emulado por otros generales como, ejemplarmente, David Petraeus, quien más tarde ascendería a comandante en jefe en Irak (hoy día jefe de la CIA) y quien terminó siendo considerado como el salvador del ejercito estadounidense en Medio Oriente, no obstante, si esto es cierto, y así lo demuestran al parecer los hechos históricos, no lo sería porque su gestión desde Casa Blanca fuera más eficiente sino más descentralizada, esto es, era más consciente de las limitaciones tecnológicas, operativas, de liderar monopólicamente una ofensiva a miles de kilómetros de distancia y por lo tanto más proclive a saber delegar poder, saber habilitar capacidad de decisión, es decir, su éxito no devino de un par de ideas sobre cómo controlar Irak sino de una serie de actos encaminados a rediseñar la estructura de control y mando del ejército. (Merece la pena escuchar con detalles -no con mis lock-in, mis conceptos- esta historia transmitida por Tim Harford).
Esto es el fin de mi cuento. En vez de ofrecer algunas de mis opiniones acerca de la naturaleza y causas de las depresiones en los Estados Unidos, simplemente he creado una depresión y he permitido que usted mire. Espero que usted la encuentre convincente en sus propios términos: lo que he dicho que sucedería en el parque como resultado de mis manipulaciones podría suceder de hecho. Si este es el caso, entonces usted estará de acuerdo en que aumentando el número de entradas por dólar podemos generar una expansión en el parque. Sin embargo, claramente no podríamos generar una expansión domingo tras domingo por este método. Nuestro experimento funcionó sólo porque nuestras manipulaciones cogieron a todos por sorpresa. Podríamos haber evitado la depresión dejando las cosas como estaban, pero no podríamos utilizar la manipulación monetaria para generar un nivel permanentemente más alto de prosperidad en el parque. La claridad con que estos efectos se pueden ver es la principal ventaja de operar en mundos simplificados y ficticios.

La desventaja, se debe conceder, es que nosotros no estamos interesados realmente en comprender y prever las depresiones en parques de atracciones hipotéticos. Estamos interesados en nuestra propia sociedad bastante más complicada. Para aplicar el conocimiento que hemos obtenido acerca de las depresiones en el Parque de Kennywood, debemos estar dispuestos a argumentar por analogía de lo que sabemos acerca de una situación a lo que querríamos saber acerca de otra situación bastante diferente. Y, como todos sabemos, la analogía que una persona encuentra persuasiva, su vecino bien puede encontrarla ridícula.

Bien, por esto es por lo que personas honestas pueden discutir. No sé lo que uno puede hacer, excepto tratar de contar cuentos cada vez mejores, para proporcionar la materia prima de analogías mejores y más instructivas . ¿Cuánto más podemos liberarnos de los límites de la experiencia histórica para descubrir las maneras en que nuestra sociedad puede funcionar mejor que en el pasado? En todo caso, eso es lo qué los economistas hacen. Somos narradores, operando mucho tiempo en mundos de ficción. No encontramos que el reino de la imaginación y las ideas es una alternativa a, o una retirada de, la realidad práctica. Al contrario, es la única manera que hemos encontrado para pensar seriamente acerca de la realidad.


[Robert E. Lucas, Jr. en Lo que hacen los economistas, 9 de Diciembre de 1988]
De hecho, un elemento axial en cualquier empresa, pongamos un banco, es la estructura de control e incentivos que canaliza, criba, o deja inventar acciones soldadescas alineadas con los intereses de la propia empresa y piensa si no, insisto, en un banco, es decir, medita, suponiendo estés en el alto mando del mismo, qué arquitectura de control protocolario debieras desarrollar para que tus soldados de batallón, los banqueros de cada sucursal, evaluen correctamente la conveniencia o no de la entrega de un crédito a un nuevo empresario y eso, claro, sin olvidar que si otorgas un cuadro de mando defectuoso a tu banquero de sucursal (un cuadro de mando donde evaluar paso a paso y de forma finita, es decir, algorítmicamente, la concesión de un crédito) el error, por pequeño que sea, se acabará multiplicando por todos aquellos soldados tenidos en tu haber, quiere esto decir, pequeños errores pueden implicar grandes colapsos.

A nada que reflexiones, te darás cuenta que todo algortimo crediticio -llamémoslo así- implica de suyo un trade-off entre una política de concesión conservadora, lo cual implica un menor número de quiebras pero también una menor conquista de exitosos proyectos empresariales inesperados; y una política más liberal donde todo negocio innovador y distintivo quedará acreditado pero también aquellos proyectos cuya aprobación se dió solo por los negativos sesgos psicológicos (v.gr: ludopatía) del banquero; necesitándose para lo primero una mayor centralización mientras que para lo segundo sería el empleado el que quedaía con el control absoluto de la situación.

Como bien sabrás si has ido a pedir tal tipo de préstamos, la solución tecnológica dispensada al uso son los juego de guerra económicos, vulgarmente llamados Planes de empresa o Planes Económicos, de forma que un cliente potencial debe rellenar dicho algoritmos a través de una hoja de cálculo en donde, por decir un caso, debe dejar mostrado que si gasta un veinticinco por ciento de su presupuesto inicial en materia prima y calcula unos ingresos mensuales de taitantos y habida cuenta de un margen variable bruto de nosequé, la empresa pasa a ganar dinero bruto al de nosécuándo, claro, una vez dispuesta la estructura financiera o si se quiere una vez implementadas las fórmulas que conectan los costes de la materia prima con los beneficios netos o el pago a proveedores con la tesoreía dispuesta de forma que modificado un parámetro al instante se modifique el otro; se puede jugar (de ahí, obviamente lo de llamarle juegos de guerra) al estilo "qué pasaría si" poniendo por ejemplo una subida dos porcentual del iva y ver entonces si los beneficios se sostienen igual. En fin, buscar, y mirar qué pasa con, los cisnes negros

Para el banquero es muy útil este tipo de juegos (aunque dudo que en la práctica lo jueguen sino que básicamente lo miran por encima) pero también para el propio cliente potencial pues puede convencerse a sí mismo de forma "objetiva" si su emprendizaje va a tener éxito o más bien depende de unas condiciones ecológicas muy concretas.

Y sin embargo, y a pesar de la buena intención de dicha tecnología, los supuestos asumidos a modo de anclaje en todas estas casuísticas suelen ser bastante especulativos y, hay que decirlo, en absoluto objetivables, al menos absolutamente, quiero decir y por dar ejemplo concreto, alguien puede hacer todos los estudios de mercado que se quiera (con todo el coste siquiera en tiempo, por cierto, que ello supone) pero, en última instancia, sin haber asentado la marca ni hecho ningún marketing efectivo de un producto realmente existente; el margen de error calibrando los futuros ingresos de la empresa ya debe ser tenido en cuenta y con eso y con la consecuente variable ingresos mensuales, gran parte del dominó económico se asemejará más bien a un castillo de naipes; y eso por no hablar de variables enteramente desprovistas de adecuado marcaje, como el iva, puesto que éstas están sujetas a la voluntada inapelable de agentes económicos, en este caso el gobierno, con estructuras decisorias opacas (por decirlo finamente).

¿Por qué se permiten -mejor dicho, exigen- estos juegos (nunca más a propósito)? Porque le aseguran al Alto Mando de la capital que sus batallones no se van a dejar seducir por proyectos alocados, o sea, imponen un concreto lenguaje retórico a los clientes (nada de parrafadas ni sermones, dáme, números) sólo a través del cuál tienen que dejarse convencer los banqueros, una retórica, eso sí, que por su fosilizada estructura persuasiva dejará fuera a los envenenados proyectos kitsch aunque también, huelga decirlo, aquellos innovadores, vanguardistas. No resultará extraño decir entonces que, casi todas aquellas empresas que han revolucionado su campo de juego, han empezado siendo financiadas por inversores ángel, primero, capitales de riesgo después, pero o sea, nunca por macroentidades financieras con estructuras de control abajo-arriba, siempre, por el contrario, por agentes económicos cuyos juicios pueden ser hechos a pie de campo (con a posteriori toda la ayuda tecnológica que se quiera, claro), es decir, con posibilidad logística de aprovisionamiento de conocimiento tácito.

Esto es algo curioso ya que cuando uno contempla los trabajos de economistas, en fin, uno ve que evalúan la compleja y dinámica realidad social en base a, efectivamente, lo has adivinado, juegos de guerra económicos, vamos, modelos matemáticos; y es que para de tratar de convencer a sus colegas y para tratar de no dejarse convencer por sus propias ideologías (estructura de incentivos perversa); casi exclusivamente hacen uso de utillaje matemático al punto de llegar a entenderse éste como una suerte de protolenguaje libre de toda ambiguedad y todo ornamento inútil, en fin, toda una ingenuidad epistemológica que dicho lo cual esto no quita que las mates efectivamente funcionen, claro pero por otras razones más relacionadas con cuestiones tecnológicas, esto es, la implementación de estructuras económicas de escala que permiten un notable manejo voluminosos de datos hasta que, es evidente, el desacople por culpa de los estáticos lock-in hace improductiva la teoría, el modelo, el jueguecito.

Al principio de todo otra vez, y al principio de todo, y por cierto siempre es, la deixis.

martes, 24 de abril de 2012

De la formalización del lenguaje

Parece claro, no obstante, que existe una paulatina desafección a los argumentos verbales y un mayor acercamiento a las matemáticas al entenderse éstas como una suerte de protolenguaje libre de toda ambiguedad y todo ornamento inútil, en fin, toda una ingenuidad epistemológica que, dicho lo cual, no quita que las mates, efectivamente, funcionen, claro.

Pero a mi ver, y a bote pronto, aventuro que existen un par de entrelazadas razones para justificar dicho éxito, esto es, y primeramente, división de trabajo, y quiero decir, y por pensar en un mundano partido de fútbol como ejemplo simplón pero seguro efectivo, un partido del que se hubiera llegado a decir que Fulanito lo jugó cansado, pongamos; la cuestión ésta entonces, si se mira bien, se puede dilucidar simplemente observando todos los sprints y recorridos realizados por el jugador en el campo y luego, y teniendo a la vez presentes todos sus sprints y recorridos por el cesped hechos en otros partidos; es cuando se podra, ahora sí, certificar s el jugador anduvo más cansado de lo normal o no, o no fue para tanto y todo fue producto de una impresión ilusoria, ahora, este proceder, y recordando juicio no sería ni ambiguo ni subjetivo; resulta menos exigente que el anterior en recursos cognitivos porque establece un proxy (a la postre un lock-in) como el número de metros recorridos (factor no estrictamente causante de cansancio pues aquí también pueden entrar otros elementos distorsionantes como mismamente la velocidad de los sprints, etc) para evaluar de forma precipitada pero útil si, en comparación con otros partidos, el futbolista corrió más o menos. Digamos que la matemática o la estadística de partidos, de uno a uno de todos los partidos, hace el trabajo sucio, de campo, como un soldado, robot automatizado; que permite la producción o manipulación serial de datos en términos de un volumen pues ciertamente muy superior al acometido motu proprio.

En la misma línea, y segundamente, como dicha serialización de percepciones resulta funcionarial entonces puede ser reproducida por otra persona, es decir, como determinar si un jugador anduvo cansado o no, conocer su nivel de cansancio, no supondrá un ejercicio excepcional de analogía metafórica, especulación de tanta creatividad que sólo resulte persuasivo para un par de lectores sagaces, todo lo contrario; cualquiera podrá entonces confrontar los datos y entender el simplísimo mecanismo causal que va de éstos a la conclusión de que, efectivamente, Fulanito (no) estuvo cansado aquel partido, quiero decir, e incluso siguiendo la analogía futbolera, si la existencia de un marcador hace que el juego del fútbol se vuelva un conflicto de resolución garantizada. Habrá un ganador definitivo y absoluto. Dos propiedades infrecuentes en conflictos real. (...) Hay un ganador. El conflicto se ha resuelto, en el caso de aplicar una ligazón con la matemática y los datos, se pretende, y se consigue y bastante bien, algo similar con las disputas retóricas, esto es, el poder decir en un momento dadO algo así como ya no hay más discusión posible porque los datos te acaban de quitar la razón.

lunes, 23 de abril de 2012

Cómo acabar de una vez por todas con el ajedrez por correspondencia [Woody Allen]

Mi querido Vardebedian:

Hoy tuve el gran disgusto, al revisar mi correspondencia de esta mañana, de enterarme que mi carta del 16 de septiembre, que contenía mi vigésimo segundo movimiento (caballo cuatro rey), me había sido devuelta debido a un pequeño error en el sobre —precisamente, la omisión de su nombre y residencia (¿cuan freudiano puede uno llegar a ser?), amén de olvidarme del sello. Nadie ignora que últimamente he estado un tanto desconcertado debido a una irregularidad en la Bolsa y, pese a que ese día, el dieciséis de septiembre, la culminación de una prolongada caída en espiral hizo volar las acciones de Antimateria Amalgamada de la tabla de valorizaciones y redujo de un solo golpe a mi agente de seguros a una auténtica piltrafa, no tengo excusas para mi negligencia y monumental ineptitud. Metí la pata. Perdóneme. El hecho de que usted no se percatara de que faltaba una carta indica un cierto despiste por su parte, que yo, por la mía, atribuyo a su impaciencia, pero Dios sabe que todos cometemos errores. Así es la vida. Y el ajedrez.

Pues bien, aclarado el error, debo hacer una pequeña rectificación. Si usted tuviera la amabilidad de transferir mi caballo al cuarto escaque de su rey, pienso que podremos seguir adelante con nuestro pequeño juego de modo más exacto. El anuncio de jaque mate que usted hiciera en su carta de hoy, creo que es, con toda honestidad, una falsa alarma, y, si usted reexamina las posiciones a la luz del descubrimiento de esta mañana, se dará cuenta de que su rey es el que está próximo al mate, expuesto y sin defensas, un blanco inmóvil para mis alfiles depredadores. ¡Irónicas son las vicisitudes de esta pequeña guerra! El destino, enmascarado en oficinas de correspondencia extraviada, crece omnipotente y —voilà!— la suerte ha dado una voltereta. Una vez más, le ruego que acepte mis más sinceras excusas por este infortunado descuido y quedo, ansioso, a la espera de su próximo movimiento.

Le adjunto mi cuadragésimo quinto movimiento: mi caballo come su reina.

Atentamente,

Gossage



Gossage:

He recibido esta mañana su carta relativa al movimiento cuarenta y cinco (¿su caballo come mi reina?) y asimismo su prolongada explicación acerca de la elipsis de mediados de septiembre que sufriera su correspondencia. Veamos si le comprendo correctamente. Su caballo, al que yo retiré del tablero semanas atrás, usted ahora afirma que debiera estar en el cuarto escaque del rey a consecuencia de una carta perdida en la correspondencia hace veintitrés movimientos. No estaba al tanto de que hubiera ocurrido semejante percance y recuerdo perfectamente cuando usted llevó a cabo el vigésimo segundo movimiento que, me parece, fue su torre seis reina, que luego fue, por consiguiente, liquidada durante un gambito suyo que fracasó trágicamente.

En este momento, el cuarto escaque del rey está ocupado por mi torre, y, como usted no tiene alfiles, pese a la carta perdida en correos, no alcanzo a comprender qué pieza piensa utilizar para comer mi reina. A lo que, creo, usted se refiere, dado que la mayoría de sus piezas están bloqueadas, es solicitar que mueva su rey cuatro alfil (su única posibilidad), arreglo que me he tomado la libertad de hacer. por lo que contraataco en el movimiento de hoy, mi cuadragésimo sexto, como a su reina y dejo a su rey en jaque. Ahora su carta está más clara.

Pienso que los últimos movimientos que quedan del juego podrán llevarse a cabo con sobriedad y presteza.

Suyo.

Vardebedian



Vardebedian:

Acabo de leer su última nota, en la que comunica un estrambótico movimiento cuarenta y seis por el cual usted saca mi reina de un escaque por el que hace once días no ha pasado. Por medio de un cálculo paciente, pienso que he encontrado la causa de su confusión y falta de comprensión de hechos, sin embargo, evidentes. Que su torre esté en el cuarto escaque del rey es algo tan imposible como dos copos de nieve idénticos; si usted se remite al movimiento noveno del juego, comprobará que hace ya mucho tiempo que perdió la torre. Fue evidentemente aquella audaciosa operación suicida la que deshizo su frente de ataque y que le costó ambas torres. ¿Qué hacen, pues, en el tablero en este momento?

Para su consideración, le ofrezco mi versión de lo sucedido: la intensidad de los intercambios salvajes y precipitados del vigésimo segundo movimiento le dejaron en un estado de leve distracción, y, en la ansiedad que sintió por mantenerse en sus cabales en ese momento, no se percató de que llegaba mi carta y, en cambio, movió sus piezas dos veces otorgándose de ese modo una ventaja injusta, ¿no le parece? Este incidente ya pertenece al pasado, y volver a trazar nuestros pasos sería tediosamente dificultoso, por no decir imposible. En consecuencia, considero que la mejor manera de rectificar todo este asunto es permitirme la oportunidad de hacer ahora dos movimientos consecutivos. Lo justo es lo justo.

Por tanto, en primer lugar, tomo su alfil con mi peón. Luego, como este movimiento deja a su reina sin protección, también se la cojo. Pienso que ahora podemos proceder con los últimos movimientos sin dificultades.

Atentamente,

Gossage



P.S. Le adjunto un diagrama que muestra de forma exacta cómo está el tablero en este momento para su conocimiento en la última jugada. Como puede ver, su rey está atrapado, sin protección y solitario en el centro. Saludos,

G.



Gossage:

Ayer recibí su última carta y, pese a que era levemente incoherente, creo comprender el motivo de su devaneo. Después de haber estudiado el diagrama que adjunta, me resultó obvio que, en las últimas seis semanas, hemos estado jugando dos partidas de ajedrez absolutamente distintas (yo, de acuerdo con nuestra correspondencia; usted, según unas normas muy genuinas en lugar de hacerlo según el sistema racional ya existente). El movimiento del rey, que supuestamente se extravió en correos, hubiera sido imposible en el vigésimo segundo movimiento, porque, en aquel momento, la pieza estaba en el borde de la última fila, y el movimiento que usted describe lo hubiera enviado sobre la mesa del café, al lado del tablero.

En cuanto a permitirle llevar a cabo dos movimientos consecutivos para recuperar el que supuestamenle se extravió en correos, sin duda es una broma de su parte, amigo. Aceptaré el primer movimiento (usted come mi alfil), pero no puedo permitir el segundo, y, como es mi turno, contraataco comiéndome su reina con mi torre. El hecho de que usted me comunique que no tengo torres significa muy poco en la realidad, porque sólo necesito echar un vistazo al tablero para verlas vivas en plena batalla, rebosantes de astucia y vigor.

Por último, el diagrama que usted sueña que es igual al tablero señala obviamente que ha recibido mayor influencia de los Hermanos Marx que de Bobby Fisher, y, si bien es astuto, poco dice en su favor después de la lectura de El ajedrez según Nimzowitsch que usted se llevó de mi biblioteca el invierno pasado oculto debajo de su abrigo de alpaca. Le sugiero que estudie el diagrama que le adjunto y que reajuste su tablero según esas indicaciones; así, quizás, podamos terminar el juego con cierto grado de precisión.

Confío en usted,

Vardebedian



Vardebedian:

Sin intención de prolongar un asunto, ya de por sí confuso (sé que su reciente enfermedad ha dejado su estado de salud, por lo general robusto, un tanto debilitado provocando a veces una pérdida de todo contacto con la realidad), debo aprovechar esta oportunidad para deshacer el sórdido laberinto de circunstancias antes de que progrese de forma irrevocable hacia una conclusión kafkiana.

De haber sabido que usted no era lo suficientemente caballero como para permitirme recuperar el segundo movimiento, no habría, en mi movimiento cuarenta y seis, permitido que mi peón se apoderara de su alfil. De hecho, según su propio diagrama, estas dos piezas están ubicadas de tal forma que lo hace imposible, obligados como estamos a las normas establecidas por la Federación Mundial de Ajedrez y no por la Comisión de Boxeo del Estado de Nueva York. Sin poner en duda que su intención fue constructiva al coger mi reina, ahora yo afirmo que sólo se puede llegar al desastre cuando usted se arroga el poder arbitrario de la decisión y empieza a actuar como un dictador, enmascarando los errores tácticos con duplicidad y agresión (una costumbre que usted mismo condenó en nuestros líderes mundiales en su monografía «De Sade y la no– violencia»).

Por desgracia, ya que el juego no se ha detenido, no me ha sido posible calcular con exactitud dónde debería colocar el alfil cogido por error; sugiero que lo dejemos en manos de los dioses: cierro los ojos y lo coloco sobre el tablero, si ambos aceptamos el lugar fortuito en que pueda aterrizar. Debo agregar un elemento vital a nuestro encuentro. Mi movimiento cuarenta y siete: mi caballo se come a su alfil.

Atentamente,

Gossage



Gossage:

¡Qué extraña su última carta! Bien intencionada, concisa, y, sin embargo, con todos aquellos elementos que podrían pasar, en ciertos cenáculos intelectuales, por lo que Jean–Paul Sartre describió tan brillantemente como la «nada». Uno, de inmediato, queda conmovido por una profunda sensación de desespero, algo que recuerda esos diarios que a veces dejaron los exploradores moribundos y perdidos en el Polo, o las cartas de aquellos soldados alemanes en Stalingrado. ¡Es fascinante comprobar hasta qué punto puede desintegrarse la razón cuando se enfrenta a una siniestra verdad ocasional y huye en desordenada retirada para mejor materializar un espejismo y construir defensas precarias contra el asalto de una realidad demasiado terrible!

Tal como están las cosas, amigo mío, acabo de pasar la mayor parte de esta semana intentando aclarar el ovillo de pretextos lunáticos que conforman su correspondencia en un esfuerzo por ajustar el asunto y lograr que nuestra partida finalice simplemente de una vez por todas. Su reina no existe. Dígale adiós. Lo mismo sucede con sus torres. Olvídese completamente de uno de los alfiles porque yo me lo comí. El otro está situado en una posición tan desoladora, lejano y ajeno a la acción principal, que no cuente con él, o se llevará un disgusto que le partirá el corazón.

En cuanto al caballo, que usted perdió sin vuelta de hoja pero que se niega a ceder, lo he colocado otra vez en la única posición concebible, permitiéndole de ese modo la más increíble de las heterodoxias desde que, hace ya tanto tiempo, los persas se sacaran de la manga esta pequeña diversión. Está en el séptimo escaque de mi alfil y, si usted, durante el lapso suficiente, puede mantener en orden sus facultades alteradas, se percatará de que esta pieza codiciada ahora bloquea el único camino que tiene su rey para escapar a mi irresistible movimiento en forma de tenaza. ¡Qué ironía! ¡Su complot egoísta se ha resuelto en ventaja para mí! ¡El caballo, fascinado, regresa al campo de batalla y torpedea su final de partida!

Mi movimiento es alfil, cinco caballo, y predigo jaque mate en un solo movimiento.

Cordialmente,

Vardebedian



Vardebedian:

Es obvio que la tensión nerviosa constante, además de la energía empleada en defender una serie de torpes y desesperanzadas posiciones de ajedrez, ha terminado por desbarajustar la delicada maquinaria de su aparato psíquico y ha hecho que su comprensión de los fenómenos externos sea en este momento un tanto lamentable. No queda otra alternativa para remover la tensión antes de que usted termine con una lesión permanente.

Caballo —¡sí, caballo!— seis reina. Jaque.

Gossage



Gossage:

Alfil cinco reina. Jaque mate.

Lamento que la competición haya sido demasiado difícil para usted, pero, si puede servirle de consuelo, le diré que, después de haber observado mi técnica, varios maestros locales de ajedrez han desistido de presentarme batalla. Si usted quiere una revancha, le sugiero que hagamos un intento con el scrabble, un juego al que me intereso desde hace poco y que, espero, no suscite tantas protestas.

Vardebedian



Vardebedian:

Torre ocho caballo. Jaque mate.

En vez de atormentarle con nuevos detalles acerca de mi jaque mate, como creo que es usted esencialmente un hombre honrado (algún día, alguna forma de terapia me dará la razón), acepto su invitación para el scrabble muy complacido. Tenga listo su tablero. Ya que usted jugó blancas en ajedrez y, por lo tanto tuvo la ventaja del primer movimiento (de haber conocido sus limitaciones, le hubiera dado más satisfacciones), creo tener derecho al primer movimiento. Las siete letras que acabo de descubrir son O, A, E, J, N, R, y Z (una mezcla sin futuro que debe garantizar, hasta al más suspicaz, la integridad de mi elección). Sin embargo, afortunadamente, un extenso vocabulario, unido a una cierta afición por lo esotérico, me han permitido poner un orden etimológico a lo que, a una persona menos culta, hubiera parecido un absurdo. Mi primera palabra es «ZANJERO». Búsquela en el diccionario. Ahora colóquela, horizontalmente, con la E en el cuadrado del centro. Cuente con cuidado, sin olvidarse del doble puntaje por ser el primer movimiento y del bono de cincuenta puntos que me corresponde por el uso de las siete letras. El marcador ahora está 116 a 0.

Su turno.

Gossage

viernes, 13 de abril de 2012

Inversión cultural (2/2)

¿Practican el sexo las ideas? Algunos pensadores como el optimista racional británico Matt Ridley dicen que sí: toda nueva idea es la combinación de ideas anteriores. Los hermanos Wright mezclaron la tecnología de la bicicleta, los principios que mantienen a los cometas en el aire y el motor de gasolina para inventar el primer avión. Ray Kroc fusionó la cadena de montaje de Henry Ford con la hamburguesa para inventar MacDonalds. Larry Sanger combinó la enciclopedia, con internet y con las ganas que tiene la gente de ser protagonista para inventar Wikipedia. Es lo que los economistas llaman: innovación combinatoria.

[Xavier Sala i Martin en su blog Random Thoughts]

Supongo que la única respuesta convincente que podría incentivar a un economista (o un biólogo, o un físico, o un pintor, o un etc) a que leyera, invirtiera en, otra área ajena a su core business tendría que nacer masticada del hecho empíricamente verificado de que, de hecho, todas las empresas tienden a diversificar sus áreas de inversión en aras de reducir riesgos, esto es, no quieren mantener todos sus huevos en la misma huevera, ahora, si estas promiscuas prácticas no acaban por debilitar el negocio sólo podría deberse a que en el ejercicio de la diversificación se encontraron sinergias, quiero decir, si una empresa, pongamos, de alquiler de maquinaria de construcción puede ampliar su cartera de negocios a, pongamos, un servicio de grúas -consiguiendo así contener su exposición al sector de la construcción, esto es, lograr aumentar la tipología de clientes-; si puede ampliar a ese sector, repito, es porque podría utilizar la flota de camiones grúa que mueve la maquinaria que alquila de una obra a otra, puede reutilizar, digo, para simultáneamente servir a otra clientela de forma que el coste fijo que supone mantener esa flota de camiones lo costea a medias el negocio alquiler y el negocio grúa, y esto, y por cierto, este ahorro de costes, digo, es lo que puede otorgarle ventaja competitiva respecto al resto de empresas de alquiler de maquinaria y al resto de empresas de alquiler de grúas -de hecho, esta sinérgica diversificación es bastante corriente por aquí.

Pues bien, si nos fijamos bien, otro tanto puede suceder, de hecho sucede, con las actividades intelectuales, esto es, pueden quedar compartiendo costes fijos, flotas terminológicas, para así poder ahorrar gastos en memoria y pienso por ejemplo y por escoger un caso al azar, en la permanente retroalimentación, sobre todo en los últimos tiempos, entre la economía institucionalista (“El ser humano es un agente que atiende a incentivos y para ello estructura estrategias interactivas”) y la biología evolucionista o, y termino, el origen del estado y la arquitectura de los sistemas inmunológicos, es más, si el empresario fetén origina su excelencia en la capacidad de encontrar sinergias aún desapercibidas entre dos negocios aparentemente distantes, bien podríamos decir y más en general, que el agente creativo por excelencia es aquel que es capaz de encontrar inesperados parecidos de familia, se quiere decir, es capaz de encontrar una figura gestáltica que agrupe de forma fulmínea, por tanto reduciendo costes memotécnicos e incrementando beneficios explicativos; la mayor silva posible de realidades heterogéneas. (Gould pensaba lo mismo sobre lo característico del genio y le parecía ejemplar en este punto el cómo había quedado transformado el apocalíptico discurso economicista de Malthus, gracias a la genial intuición de Darwin, en una explicación mecanicista del origen de las especies)

La cultura, a mi ver, es el horóscopo resultante de tales figuradas agrupaciones constelares, vamos, no es más que el catálogo de nodos de nuestra economía cultural, una economía de red, claro, y esto implica, recordemos, que cuanto más densas sean las relaciones dentro de la red, mayor es el retorno para todos los participantes ya que las interacciones son cada vez más capital intensivas, esto es, por cada vez que un objeto cultural recibe interacción en otro lugar, el valor de aquel aumenta ya que estamos añadiendo más capital intelectual al universo hipertextual original.

En este punto sería bueno recordar que en una red lo que importa no es tanto la calidad individual de los nodos, el fetichismo idolátrico hacia estos; sino la cantidad de conexiones sinérgicas que se genera entre ellos pero porque es la densidad de relaciones lo que hace que la red sea más sólida y no sus nodos que bien pueden disolverse y luego rehacerse, de hecho, es lógico que esto suceda así, se estructure de este modo la cultura digo, pues, como bien vienen a avisarnos los neurocientíficos actuales, nuestra propia memoria funciona en red (nuestros recuerdos más recordados son aquellos más citados, vamos, como funciona google, esto es, las páginas más relevantes son las más páginas más indexadas), y por la misma, y después de todo, podríamos decir que el canon cultural no es más que la memoria de la humanidad, es decir, lo que merece ser recordado aunque sobre todo, yo recordaría aquí, que el canon es algo que cada vez demanda ser rerecordado, esto es, creativamente recordado; por lo tanto abolido, luego reinventado.

Sea como sea, desde la provinciana perspectiva no se puede ver nada, quiero decir, a la pregunta de por qué un economista (o un biólogo, o un físico, o un pintor, o un etc) debiera leer otra cosa que no sea su área de negocio, la respuesta solo puede ser, y recordando ese adagio de que el árbol no te deja ver el bosque; que no existe el árbol, no existe la economía (la biología, la física, la pintura, la etc.) y solo hay un bosque que merece (y puede) ser recordado -so pena si no de acabar entrando uno en bancarrota (intelectual).