viernes, 27 de abril de 2012

(Des)anclando el lenguaje

En definitiva, la conjetura someramente descrita hasta aquí, consiste en notar que las tecnologías -posibilitadoras, en última instancia, de nuestra cultura e instituciones (y cuyo avance resulta esencial)- inciden en nuestra naturaleza transmutándola de manera que ahora se puede decir que nacemos (siendo poco más que simios) dentro de una crisálida netamente biológica y que, en nuestro proceso de inmersión en la cultura, nuestra naturaleza, en una metamórfosis nunca vista en el reino animal, paulatinamente hibrida de un sustrato netamente biológico a otro tecnobiológico dando lugar a un nuevo y raro ser vivo: el homo machina.

No obstante, esto tiene un corolario porque si la tecnología modifica la estructura cognitiva de la gente entonces ésta sufrirá de los mismos problemas que adolecen a la tecnología, a saber:
Hay quien lo llama fenómeno QWERTY. ¿Por qué son esas las primeras letras del teclado? No porque sea el mejor diseño sino porque hace muchos años se convirtió en estándar, y lo hizo, más que por sus méritos, por un fenómeno de realimentación positiva. Si hay una proporción algo mayor de teclados QWERTY, merece la pena aprender a escribir con ellos, y si la gente aprende a escribir con ellos, se comprará máquinas con ese teclado, con lo que cada vez aumenta la proporción de esos teclados, etc. Es lo que en inglés se llama lock-in: un diseño se queda “anclado”, a menudo un poco por azar, y no hay manera de cambiarlo ya por otros. Ejemplos clásicos son el ancho de las vías, o el estándar VHS de video frente al Betamax.
Teniendo en cuenta, además, que tecnología no es solo aquello compuesto de chips y electricidad, como dije, sino que también se cifra en instrumentos tales como el lenguaje o el dinero (a la postre otro señalizador semiótico que permite una intercoordinación de agentes -en este caso- económicos), entonces tenemos el problema de los anclajes trasladado al lenguaje, y efectivamente, no otra cosa venían a decir los nominalistas con su flatus vocis, esto es, que conceptos como coche, rojo, ciudad del norte, pero todos, sin excepción, son hiperónimos, si se quiere, agregadores heterógeneos de una panoplia de realidades concretas en última instancia dísimiles.
No quiero destripar el libro porque es preferible leerlo y bucear en sus magníficas páginas, pero sí quiero resaltar el acto de rebeldía que supone escribir un libro así. Es un grito de insurrección, un puñetazo encima de la mesa de los dogmáticos, un ya no me callo más, ya hemos tragado mucho en el fútbol sobre el control, los datos, los tests, las mediciones, las cifras para controlar lo incontrolable, mesurar lo inmensurable. Se acabó. La inercia no puede continuar. Vivimos centrifugados por la incertidumbre y la inteligencia reside en saber convivir con esa certeza, no en construir certezas que nos hagan creer que no existe la incertidumbre

[Juan Manuel Lillo en el prólogo al libro de Oscar Cano, El Modelo de Juego del F. C. Barcelona]
Es el mismo razonamiento que propone Hayek para explicar el inminente colapso -o cuando menos su tecnología obsolescente y descoordinadora- de cualquier economía programada como la soviética frente a una descentralizada economía capitalista, es decir, la distinción entre conocimiento articulable, el saber-qué, por tanto implementable en el lenguaje; y conocimiento tácito, el sabér-cómo, por tanto no articulable en un lenguaje, quiere decirse, conocimiento que no puede subirse a esa ancestral nube de datos que es la institución del lenguaje y esto, claro, significa que lo que esté sucediendo en un determinado lugar, lo que se puede conocer para luego actuar, desde un determinado lugar no puede enteramente ser enviado a una central para que ésta coordine desde allí, o de lo contrario, si se insiste, se crearan economías de escala a base de una utilización masiva del fenómeno -ya antes descrito del lock-in- y eso, y a la postre, implica una progresiva ineficiencia en la toma de decisiones, ahora, si se insiste en una adecuada estructura descentralizada, propondrá Hayek, con una óptima capilaridad informativa, se podrán deshacer los anclajes -lock-in-, que están obstruyendo el acoplamiento dinámico de los agentes intervinientes.
Existe desde hace unos años una organización internacional llamada Transcultura que propicia una "antropología alternativa". Llevó a estudiosos africanos que nunca habían estado en Occidente a describir el interior francés y la sociedad de Bolonia, y les aseguro que cuando nosotros los europeos leímos que dos de las observaciones más sorprendentes se referían al hecho de que los europeos sacan a pasear a sus perros y que se desnudan a la orilla del mar, bueno, la mirada recíproca comenzó a funcionar de ambas partes, y surgieron discusiones interesantes.

[Umberto Eco en Miserias de la guerra. Guerra santa: Pasión y Razón]
Esto mismo viene a registrar Tim Harford -siguiendo explícitamente a Hayek- en su magnífico libro, Adáptate, donde muestra -y a través de múltiples y variadas casuísticas- cómo la permanente evolución de la realidad obliga a una estructura reactiva mucho más dúctil de lo que ciertas centradas economía de escala permiten, esto es, para sobrevivir una entidad (biológica o individual, económica o social) debe atenerse básicamente a tres principios, brevemente, uno, intentar cosas nuevas, dos, hacerlo a una escala en la que se pueda sobrevivir al fracaso, tres, aprender de los propios errores; por lo mismo, una estructura distante cuya conocimiento del problema devenga a ciegas, o sea, exclusivamente de una tecnología como las estadísticas o más en general el lenguaje, es decir, un mando monopolico exclusivamente guiado a ciegas acabará por, a fuerza de trabajar sobre estáticos anclajes, colapsar ante la mucho más dinámica realidad; y el magnífico ejemplo que primero pone Harford es el de la guerra de Irak y cómo en ésta volvieron las cosas a su cauce, por aproximádamente 2007, sólo cuando la altamente vertical cadena de mando y con visión arriba-abajo, o sea a ciegas, estuvo vigente; momentos durante los cuales, se dieron surrealidades como que el Secretario de Defensa, a la sazón Donald Rumsfeld, se negase a admitir la existencia de insurgentes irakíes cuando aquello que resultaba evidente para todo aquel que contemplara la situación desde allí.

Afortunadamente, el general McMaster, y contra todo orden venido desde arriba, ideó una serie de propuestas in situ como establecer puestos de control a lo largo de la ciudad para garantizar la seguridad norteamericana en un acto que luego fue sucesivamente emulado por otros generales como, ejemplarmente, David Petraeus, quien más tarde ascendería a comandante en jefe en Irak (hoy día jefe de la CIA) y quien terminó siendo considerado como el salvador del ejercito estadounidense en Medio Oriente, no obstante, si esto es cierto, y así lo demuestran al parecer los hechos históricos, no lo sería porque su gestión desde Casa Blanca fuera más eficiente sino más descentralizada, esto es, era más consciente de las limitaciones tecnológicas, operativas, de liderar monopólicamente una ofensiva a miles de kilómetros de distancia y por lo tanto más proclive a saber delegar poder, saber habilitar capacidad de decisión, es decir, su éxito no devino de un par de ideas sobre cómo controlar Irak sino de una serie de actos encaminados a rediseñar la estructura de control y mando del ejército. (Merece la pena escuchar con detalles -no con mis lock-in, mis conceptos- esta historia transmitida por Tim Harford).
Esto es el fin de mi cuento. En vez de ofrecer algunas de mis opiniones acerca de la naturaleza y causas de las depresiones en los Estados Unidos, simplemente he creado una depresión y he permitido que usted mire. Espero que usted la encuentre convincente en sus propios términos: lo que he dicho que sucedería en el parque como resultado de mis manipulaciones podría suceder de hecho. Si este es el caso, entonces usted estará de acuerdo en que aumentando el número de entradas por dólar podemos generar una expansión en el parque. Sin embargo, claramente no podríamos generar una expansión domingo tras domingo por este método. Nuestro experimento funcionó sólo porque nuestras manipulaciones cogieron a todos por sorpresa. Podríamos haber evitado la depresión dejando las cosas como estaban, pero no podríamos utilizar la manipulación monetaria para generar un nivel permanentemente más alto de prosperidad en el parque. La claridad con que estos efectos se pueden ver es la principal ventaja de operar en mundos simplificados y ficticios.

La desventaja, se debe conceder, es que nosotros no estamos interesados realmente en comprender y prever las depresiones en parques de atracciones hipotéticos. Estamos interesados en nuestra propia sociedad bastante más complicada. Para aplicar el conocimiento que hemos obtenido acerca de las depresiones en el Parque de Kennywood, debemos estar dispuestos a argumentar por analogía de lo que sabemos acerca de una situación a lo que querríamos saber acerca de otra situación bastante diferente. Y, como todos sabemos, la analogía que una persona encuentra persuasiva, su vecino bien puede encontrarla ridícula.

Bien, por esto es por lo que personas honestas pueden discutir. No sé lo que uno puede hacer, excepto tratar de contar cuentos cada vez mejores, para proporcionar la materia prima de analogías mejores y más instructivas . ¿Cuánto más podemos liberarnos de los límites de la experiencia histórica para descubrir las maneras en que nuestra sociedad puede funcionar mejor que en el pasado? En todo caso, eso es lo qué los economistas hacen. Somos narradores, operando mucho tiempo en mundos de ficción. No encontramos que el reino de la imaginación y las ideas es una alternativa a, o una retirada de, la realidad práctica. Al contrario, es la única manera que hemos encontrado para pensar seriamente acerca de la realidad.


[Robert E. Lucas, Jr. en Lo que hacen los economistas, 9 de Diciembre de 1988]
De hecho, un elemento axial en cualquier empresa, pongamos un banco, es la estructura de control e incentivos que canaliza, criba, o deja inventar acciones soldadescas alineadas con los intereses de la propia empresa y piensa si no, insisto, en un banco, es decir, medita, suponiendo estés en el alto mando del mismo, qué arquitectura de control protocolario debieras desarrollar para que tus soldados de batallón, los banqueros de cada sucursal, evaluen correctamente la conveniencia o no de la entrega de un crédito a un nuevo empresario y eso, claro, sin olvidar que si otorgas un cuadro de mando defectuoso a tu banquero de sucursal (un cuadro de mando donde evaluar paso a paso y de forma finita, es decir, algorítmicamente, la concesión de un crédito) el error, por pequeño que sea, se acabará multiplicando por todos aquellos soldados tenidos en tu haber, quiere esto decir, pequeños errores pueden implicar grandes colapsos.

A nada que reflexiones, te darás cuenta que todo algortimo crediticio -llamémoslo así- implica de suyo un trade-off entre una política de concesión conservadora, lo cual implica un menor número de quiebras pero también una menor conquista de exitosos proyectos empresariales inesperados; y una política más liberal donde todo negocio innovador y distintivo quedará acreditado pero también aquellos proyectos cuya aprobación se dió solo por los negativos sesgos psicológicos (v.gr: ludopatía) del banquero; necesitándose para lo primero una mayor centralización mientras que para lo segundo sería el empleado el que quedaía con el control absoluto de la situación.

Como bien sabrás si has ido a pedir tal tipo de préstamos, la solución tecnológica dispensada al uso son los juego de guerra económicos, vulgarmente llamados Planes de empresa o Planes Económicos, de forma que un cliente potencial debe rellenar dicho algoritmos a través de una hoja de cálculo en donde, por decir un caso, debe dejar mostrado que si gasta un veinticinco por ciento de su presupuesto inicial en materia prima y calcula unos ingresos mensuales de taitantos y habida cuenta de un margen variable bruto de nosequé, la empresa pasa a ganar dinero bruto al de nosécuándo, claro, una vez dispuesta la estructura financiera o si se quiere una vez implementadas las fórmulas que conectan los costes de la materia prima con los beneficios netos o el pago a proveedores con la tesoreía dispuesta de forma que modificado un parámetro al instante se modifique el otro; se puede jugar (de ahí, obviamente lo de llamarle juegos de guerra) al estilo "qué pasaría si" poniendo por ejemplo una subida dos porcentual del iva y ver entonces si los beneficios se sostienen igual. En fin, buscar, y mirar qué pasa con, los cisnes negros

Para el banquero es muy útil este tipo de juegos (aunque dudo que en la práctica lo jueguen sino que básicamente lo miran por encima) pero también para el propio cliente potencial pues puede convencerse a sí mismo de forma "objetiva" si su emprendizaje va a tener éxito o más bien depende de unas condiciones ecológicas muy concretas.

Y sin embargo, y a pesar de la buena intención de dicha tecnología, los supuestos asumidos a modo de anclaje en todas estas casuísticas suelen ser bastante especulativos y, hay que decirlo, en absoluto objetivables, al menos absolutamente, quiero decir y por dar ejemplo concreto, alguien puede hacer todos los estudios de mercado que se quiera (con todo el coste siquiera en tiempo, por cierto, que ello supone) pero, en última instancia, sin haber asentado la marca ni hecho ningún marketing efectivo de un producto realmente existente; el margen de error calibrando los futuros ingresos de la empresa ya debe ser tenido en cuenta y con eso y con la consecuente variable ingresos mensuales, gran parte del dominó económico se asemejará más bien a un castillo de naipes; y eso por no hablar de variables enteramente desprovistas de adecuado marcaje, como el iva, puesto que éstas están sujetas a la voluntada inapelable de agentes económicos, en este caso el gobierno, con estructuras decisorias opacas (por decirlo finamente).

¿Por qué se permiten -mejor dicho, exigen- estos juegos (nunca más a propósito)? Porque le aseguran al Alto Mando de la capital que sus batallones no se van a dejar seducir por proyectos alocados, o sea, imponen un concreto lenguaje retórico a los clientes (nada de parrafadas ni sermones, dáme, números) sólo a través del cuál tienen que dejarse convencer los banqueros, una retórica, eso sí, que por su fosilizada estructura persuasiva dejará fuera a los envenenados proyectos kitsch aunque también, huelga decirlo, aquellos innovadores, vanguardistas. No resultará extraño decir entonces que, casi todas aquellas empresas que han revolucionado su campo de juego, han empezado siendo financiadas por inversores ángel, primero, capitales de riesgo después, pero o sea, nunca por macroentidades financieras con estructuras de control abajo-arriba, siempre, por el contrario, por agentes económicos cuyos juicios pueden ser hechos a pie de campo (con a posteriori toda la ayuda tecnológica que se quiera, claro), es decir, con posibilidad logística de aprovisionamiento de conocimiento tácito.

Esto es algo curioso ya que cuando uno contempla los trabajos de economistas, en fin, uno ve que evalúan la compleja y dinámica realidad social en base a, efectivamente, lo has adivinado, juegos de guerra económicos, vamos, modelos matemáticos; y es que para de tratar de convencer a sus colegas y para tratar de no dejarse convencer por sus propias ideologías (estructura de incentivos perversa); casi exclusivamente hacen uso de utillaje matemático al punto de llegar a entenderse éste como una suerte de protolenguaje libre de toda ambiguedad y todo ornamento inútil, en fin, toda una ingenuidad epistemológica que dicho lo cual esto no quita que las mates efectivamente funcionen, claro pero por otras razones más relacionadas con cuestiones tecnológicas, esto es, la implementación de estructuras económicas de escala que permiten un notable manejo voluminosos de datos hasta que, es evidente, el desacople por culpa de los estáticos lock-in hace improductiva la teoría, el modelo, el jueguecito.

Al principio de todo otra vez, y al principio de todo, y por cierto siempre es, la deixis.

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