miércoles, 26 de junio de 2013

Sobre la ironía

Yo diría que la ironía pone de manifiesto la necesidad de extender la acotación relevante que pone en funcionamiento un significado, en este sentido, la ironía se entiende solo por el carácter externalista del significado. Por eso mismamente funciona la ley de Poe pero porque sin un contexto que matice o contextualice determinadas expresiones, la función veritativa no puede implementarse. La ironía, en ese sentido, es la demostración de que un contexto puede refundir completamente el alcance significativo de una expresión.
Si lo que hay son juegos de lenguaje superpuestos pero (y en virtud de ser) finitos que, uno a uno, no alcanzarían a describir la totalidad de la Verdad; la ironía todavía se entiende mejor, esto es, sería el modulador por excelencia de los juegos de lenguaje, y justo por ello, dicha figura lingüística no es sin más una distracción retórica, puro adorno hueco, de hecho, y en mi humilde opinión, la mayor muestra de inteligencia es ese saber conducirse detectando la (propia) ironía y no quedarse ciego al (propio) postureo. Es entonces cuando entra el salvífico carácter disolutorio de la risa irónica que creo Kundera identificó y explicó muy bien en su análisis de la nueva comicidad del Quijote.

Pero cuidado, no estoy para nada de acuerdo con esa sabiduría folk que afirma acríticamente lo de que "no tomarse en serio" sea el summum de la sabiduría existencial. Yo más bien suelo entender el dominio de la ironía como la capacidad de no dejarse embelesar por los disfraces, las metáforas, de la vida cotidiana: esa sensibilidad que se da cuenta de que ciertas afirmaciones metáforicas (p.ej: "¿En qué punto de nuestra relación estamos?") depende de ciertos tropos (Las relaciones de pareja entendidas como como un viaje) es extensible no solo a las composiciones verbales sino también los roles y estrategias socializadoras que implementamos en nuestro día a día.

En este último sentido, yo sigo a Lakoff y sus Metáforas de la vida cotidiana y a la teoría de prototipos, y así entiendo la utilidad de la ironía, una utilidad que se me haría imposible de ver en un mundo en donde, efectivamente, la Verdad pueda ser representada (verbalmente) sin fricción alguna.



 

jueves, 6 de junio de 2013

El Kitsch o la caridad hermenéutica

En un libro de Martin Filler (La arquitectura moderna y sus creadores: De Frank Lloyd Wright a Frank Gehry) se pone como ejemplo de icono kitsch el colocar en la mesilla un despertador que fuera la estatua de la libertad solo que obviamente reducida a escala. La cuestión es que en ese contexto, nos dirá, adaptado a esas circunstancias y por tanto perdidas sus formas monumentarias; el objeto carece de todo esplendor estético y su cita, su colocación en el dormitorio; es un gesto naif y pretencioso, en absoluto regido por efectiva intencionalidad alguna. Postureo en suma.

La Arquitectura, sin ir más lejos, acostumbra a esas traslaciones absurdas como un famoso edificio que imita la forma y geometría de un piano y un violín y que se llega a bautizar, cómo no, The Piano House. Un conservatorio cuya literal mímesis desoye cualquier tipo de funcionalidad o estrategia complementaria, quiero decir, las autistas formas exteriores emulan al piano y al violín a despecho de las consecuencias que esto supondrá luego ya dentro, en el diseño interior o incluso afuera, en su simbiósis disonante con el exterior, el ambiente. Esta provinciana necedad ecológica es lo sintomático del kitsch, una cháchara que desoye el contexto. Casos menos esculturales, más elementales pero por lo mismo más ubicuos, son las contraindicaciones narrativas, igualmente sordas, idénticamente disonantes, y hablo de establecer un pasadizo dentro de un restaurante o un bar, y juro que lo he visto, esto es, adentrarse en él, en convencimiento de estar dirigiéndose a los baños, y acabar que al final del pasillo, cuando finalmente las sombras terminan desveladas, un cartel bien grande, han tenido que poner un cartel bien grande, avisando que no, que aquellos no son los servicios, y miras alrededor y, efectivamente, hay puertas hacia otras habitaciones pero son privadas, es decir, los wateres están, claro, claro los hay, y tienen también el mismo pasillo de obertura pero están situados al final, a un lado, del restaurante o del bar. Esto como digo, esta torpeza, este abrupto narrativo, lo he visto no una ni dos veces. El arquitecto que confunde así al personal, siempre me digo, me parece un idiota que no entiende que existe una narración, por así decirlo, que insinua y dirige a un habitante, que tiene que insinuar y dirigir, a un usuario de su edificio, y que si lo confunde con citas kitsch o directamente se salta los puntos focales necesarios para el encuentro; es como si una persona decidamente dejara de comunicarse y acabara degradado en ruidos y gruñidos de nula acción comunicativa. 

Ese lujo autista jamás puede permítirselo un creativo que debe pedir, para que se pueda leer su obra, un nuevo juego de lenguaje, es decir, un proceso comunicativo; y al contrario de un mensaje compacto y preestablecido que, éste sí, se puede permitir cierta ceguera respecto al proceso indagativo del lector. Similar a otro asunto harto veces discutido con gente, y aparentemente trivial, esto es, las americanas, y hablo de cuando se discute sobre si abotonadas o no, pues bien, por pura lógica, si un modista diseña y confecciona una americana, una chaqueta, cualquier prenda, con un botón no pensado para ser abotonado, por fuerza, ese botón sobra, no tiene ningún sentido más allá del postureo (pseudo)estético y es todavía más peligroso que inutil, porque despista, rompe la comunicación, por lo tanto, y lo que llevo tratando de demostrar tiempo ha, es totalmente kitsch. El mismo Chejov establecía que si nada más comenzar un relato aparecía descrita reseñada una escopeta entonces ésta tendría que dispararse, pues de lo contrario, aunque esto no lo decía, la mención a tal escopeta era un comentario kitsch. Al afirmar esto, el escritor ruso estaba contorneando la definición de kitsch, por otro lado inevitable en ocasiones, y ésta es, la incomunicabilidad, la esterilidad comunicativa, el atentado a la caridad hermenéutica, sin la cual, y he aquí el problema, no hay proceso cognitivo, experiencia estética.