jueves, 18 de diciembre de 2008

Reivindicación del derecho natural

Ya hice en su momento una defensa del derecho natural entendido como el derecho que mejor se ajusta a la naturaleza humana. Un derecho, en consecuencia, de claras raíces biológicas tan deudor de Aristóteles como de Darwin.

Quisiera en esta breve nota, retomar y refundar aquella defensa valiéndome para ello de los retales dejados por otros discursos míos. En definitiva, nada nuevo. Sobre todo quiero recordar y hacer entender por qué es relevante que nuestras leyes sean iusnaturalistas y por qué no es de extrañar que algunos pensadores no sólo religiosos sino que adeptos incluso a los credos naturalistas, como Larry Arnhart, lo defiendan.

En realidad se podría hablar de un derecho natural para cada especie de animal que sea social. Los instintos morales que mantienen ligada a una comunidad tienen una indudable raíz biológica analogable con el instinto del lenguaje, como bien nos recuerda Hauser (reseña del libro).

Estos instintos que operan como cauce de nuestra socialización podrían conformar en su conjunto un corpus de cuyo estricto cumplimiento el derecho estuviese encargado. Así se podría hablar de la naturaleza, pongamos, de la termita o terme y de su derecho natural. Un derecho natural que podría ser transcrito en palabras en caso de que este necesitase de una imposición política y no fuera algo que surge de facto en estos insectos sociales.

Para ilustrar este hecho, E.O Wilson, en su magnífico libro Consiliencia, le inventa un discurso a un cabecilla terme que tuviera la intención de justificar, palabra mediante, la situación político-legal de la colonia. Antes de citarlo, sería bueno recordar que en los comportamientos usuales de cualquier colonia de termes se incluiría el celibato por parte de los obreros, el intercambio de bacterias simbiontes a través de la ingestión de las heces, el uso de secreciones químicas (feromonas) para comunicarse y un rutinario canibalismo de pieles mudadas así como de miembros de familia que estén o bien heridos o bien muertos. Dicho esto, el discurso de nuestra termita estadista, al parecer de EO Wilson, bien podría ser así

Desde que nuestros antepasados, los termes macrotermitinos, alcanzaron un peso de diez kilogramos y un cerebro mayor durante su rápida evolución a lo largo del período terciario tardío, y aprendieron a escribir con escritura feronomal, el saber de los termes ha elevado y refinado la filosofía ética. Ahora es posible expresar con precisión los imperativos de la conducta moral. Tales imperativos son autoevidentes y universales. Son la esencia misma de la termitidad. Incluyen el amor por la oscuridad y la profundidad, las penetrales saprofíticas y basiodiomicéticas del suelo; la centralidad de la vida de la colonia en medio de la riqueza de la guerra y del comercio con otras colonias; la santidad del sistema fisiológico de castas; la maldad de los derechos personales (¡la colonia lo es TODO!); nuestro profundo amor por los hermanos reales a los que se permite reproducirse; el gozo del sonido químico; el placer estético y la profunda satisfacción de comer heces del ano de nuestros compañeros de nido después de la muda de nuestra piel; y el éxtasis del canibalismo y la cesión de nuestro propio cuerpo cuando estamos enfermos o heridos (es más dichoso ser comido que comer).

Fue Aristóteles el primero en notar que el ser humano es un animal político de forma que las ciencias biológicas podrían –más bien deberían- informar a las ciencias políticas. No obstante, es obvio que, dada la increíble plasticidad cerebral del ser humano, nuestras servidumbres biológicas nos constriñen en mucha menor medida, casi al borde de lo irrelevante, que al resto de las especies. Las culturas humanas son desquiciadamente disímiles (Umberto Eco nos cuenta que estudiosos africanos que nunca habían estado en Occidente fueron llevados a describir tanto a la provincia francesa como a la sociedad boloñesa, y dos de las observaciones que más les habían asombrado se referían al hecho de que los europeos llevasen de paseo a sus perros así como que se pusieran desnudos a la orilla del mar), en consecuencia, la moral -como cualquier otro producto cultural, como cualquier otra institución social- escapa al intelecto, no digamos ya a la sistematización por parte de cualquier filósofo independientemente de lo tenaz que fuere.

Queda como solución y como consuelo, el anotar aquellos universales culturales que sí sean, cabe esperar, de indudable naturaleza genética dado su carácter global siendo la misión del derecho, podríamos decir, aislarlos y hacerlos impugnables. En definitiva, escoger una estrategia más humilde y pretender distinguir sólo la ética de máximos de la ética de mínimos ya que, como ya señalé en otro post

un gran hallazgo, tal vez el gran hallazgo, que ha civilizado y hecho progresar a las sociedades es la distinción entre norma moral y ley jurídica así como su mutua y pacífica convivencia.

En aquella nota traté de explicar por qué fue tan beneficioso para la humanidad aquella distinción. Asumida esta premisa quedaría buscar un derecho que supiese distinguir entre precepto moral –que sirve de contenido a las éticas de máximos- y ley; algo, por cierto, que no consigue el iuspositivismo, algo, en consecuencia, que necesita del concurso de un derecho con un pedigrí más naturalista.

Para demostrar esta última afirmación necesitaríamos de la teoría del derecho que podría ser entendida como

la rama de la filosofía del derecho que, análogamente a la epistemología en la filosofía de la ciencia, intenta definir qué es y qué no es derecho. Esto es, (...) encontrar un criterio de demarcación para separar lo jurídico de lo no jurídico

Pues bien, tal demarcación, tal frontera entre lo jurídico y lo no jurídico, entre lo ilegal y lo (in)moral pero legal sería aportada por una herramienta característica de los etólogos, entroncándose así el derecho con las ciencias biológicas. Hablamos de las Estrategias Evolutivas Estables (EEE).

Expliquemos qué es una EEE. Según la Wikipedia es una

estrategia que, si es adoptada por una población, no puede ser invadida por ninguna otra estrategia alternativa. El concepto es un refinamiento del equilibrio de Nash. La diferencia entre un equilibrio de Nash y una EEE es que un equilibrio de Nash puede existir a veces por la suposición de que la previsión racional evita que los jugadores utilicen una estrategia alternativa sin costes a corto plazo, pero que finalmente será vencida por una tercera estrategia. Una EEE está definida de manera que se excluyen tales equilibrios, y asume solo que la selección natural evita que los jugadores utilicen estrategias que lleven a recompensas menores

Es fácil colegir que las leyes simplemente buscarían vetar todos aquellos comportamientos que hiciesen materialmente imposible la convivencia (como sucede con el robo, asesinato, etc...), es decir, tamizaría los comportamientos sociales, vetando aquellos que no permiten desarrollar las Estrategias Evolutivas más estables conforme a la naturaleza humana -incluida sus instintos morales.

Las leyes, ahora con una clara raigambre naturalista, habrían de ser coactivamente impuestas puesto que su inviolabilidad nos protege de lapidar, de hacer insostenible –insostenible desde el punto de vista biológico, no cultural, ni religioso, ni etc- la supervivencia de la sociedad a largo plazo.

Por contra, las costumbres o preceptos morales quedarían al albur de las prescripciones libremente escogidas y autoimpuestas de cada individuo de la sociedad, esto es, no recibirían sanciones penales. Así la adúltera habrá pecado, al sentir de mucha gente, mas no será lapidada. Dicho de otro modo, los preceptos morales han de ser vigentes en la medida en que las sociedades crean en la utilidad que su prescripción conlleve, no en la medida en que sean de obligado cumplimiento.

Habrá quien le niege el título de natural a estas leyes porque nuestra naturaleza es, precisamente, capaz de violarlas. Mas la validez de una ley no queda impugnada a razón de una efectividad meramente estadística (basta pensar en la científica mecánica cuántica) sino cuando no es capaz de regularizar y por tanto describir el comportamiento de su objeto de estudio.

También habrá quien nos recuerde el carácter dispar de nuestras culturas. Mas el estado babélico de nuestras lenguas no niega nuestro instinto del lenguaje; análogamente las culturas no pueden reimplementar, redefinir una colección de instintos surgida hace eones tan sólo pueden ayudar al individuo a saber utilizar sus instintos morales que, como los del lenguaje, pueden quedar atrofiados por el desuso. Pero además, la naturaleza humana no nos ha hecho ni ángeles ni demonios, como no nos ha hecho políglotas, sino que nos otorga la posibilidad de ser o lo uno o lo otro. Esto significa que el ser humano tiene la posibilidad tanto de ser bueno como de ser malo, como de ser ambas cosas, todo dependerá de cómo use su órgano moral, el cuál tiene por función la de socializar aunque, dado el carácter no siempre socializado del individuo y no siempre incluyente de esa socialización -lo que se explicaría con el concepto de de circulo moral-, es fácil prever que a veces, sí, el ser humano será malo. Tales casos podemos solucionarlos apelando al derecho, también a la educación moral. Escogeremos la última solución cuando cabe la persuasión, la empatía; la primera, cuando, sin alegría pero con firmeza, sólo pueda funcionar el garrote.

6 comentarios:

Daniel Vicente Carrillo dijo...

en consecuencia, la moral -como cualquier otro producto cultural, como cualquier otra institución social- escapa al intelecto, no digamos ya a la sistematización por parte de cualquier filósofo independientemente de lo tenaz que fuere.

Bueno, yo no diría tanto. Leibniz argumentó de un modo memorable contra este tópico que tanta fuerza tomó en la tardoilustración (un tópico antiilustrado en el fondo).


Esto significa que el ser humano tiene la posibilidad tanto de ser bueno como de ser malo, como de ser ambas cosas, todo dependerá de cómo use su órgano moral

Te detienes en lo que para mí es la parte más misteriosa del problema: el porqué del uso discordante e inconsistente de las facultades morales en el hombre.

Por lo demás, un artículo muy veraz y bien estructurado.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Lamento informarte, sin embargo, de que el discurso termítico es inmoral, y no en un sentido humano, sino absoluto. En especial cuando se pronuncia sobre el "profundo amor" que deberá inspirarles:

el éxtasis del canibalismo y la cesión de nuestro propio cuerpo cuando estamos enfermos o heridos (es más dichoso ser comido que comer)

Pero no hay forma de demostrar que este supuesto deber sea tal. La caridad bien entendida empieza por uno mismo. Si la sociedad de termitas fuera realmente superior a la suma de sus individualidades, no dependería de sus sacrificios hasta ese punto, como no dependen los dioses de aquello que se les inmola. Y si no lo es, entonces no tiene un derecho natural sobre sus partes, que deben mantener con ella una relación de reciprocidad equitativa, según lo enuncia la regla de oro (no hacer a los demás ni esperar de ellos lo que no queramos que nos hagan o no estemos dispuestos a hacer).

Mi opinión sobre todo esto es que el verdadero bien y el verdadero mal no están sujetos en su origen a la inteligencia ni al instinto, sino a la voluntad como forma de obediencia a un criterio externo que sólo se puede conocer por sus efectos.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

En un lema: El mal por el mal es contranatural; el bien por el bien es sobrenatural.

Héctor Meda dijo...

Hola irichc,

Apuntas varias cosas, así que por partes:

Respecto a la imposibilidad de sistematizar o no la moral:

En primer lugar, no sabía que fuera una idea característica de la tardoilustración sino que la adjudicaba como original de Hayek y de su empeño en bajar los humos a los ilustrados, a los racionalistas constructivistas.

En segundo lugar, cuando hablo de que la moral escapa al intelecto me refiero quiero decir realmente que la moral in totum escapa al intelecto (el propio Leibniz, en el texto que me pasas, afirma que no se puede axiomatizar toda la geometría y como el no poder hacerlo no le quita carácter científico) lo cuál no es óbice para que sí se puedan extraer unos principios generales de la misma pero a posteriori, tal como dice el propio Leibniz, al mirarnos a nosotros mismos y ver lo que nos produce tristeza, o lo que sea.

Respecto al el porqué del uso discordante e inconsistente de las facultades morales en el hombre:

Lo obvié porque no es necesariamente relevante para el tema de la (in)existencia del derecho puesto que esto último tiene una explicación social y lo primero, una individual.

Sin embargo, el tema lo insinuo en el post y aunque necesitaría de un post exclusivamente dedicado a responderlo, a responder por qué somos malos bien se pudiera adelantar que la moral era inútil en los tiempos en que a Adán no le habían tocado las costillas y que fue a posteriori, cuando se vió en un entorno social, cuando Adán tuvo que desarrollar ciertos órganos como el de la moral.

Órganos que tienen su uso y su efectividad en la medida en que se ejerciten y quieran ser ejercitados, esto es, la efectividad vendrá dada por la medida en que el individuo quiera socializarse y no coloque otros intereses suyos -pongamos el plácer- por encima de esa prioridad.

Respecto al tema de las termitas:

Ciertamente es un tema muy interesante. La cuestión es que esos sentimientos de amor los "tienen" (¡fíjate en el entrecomillado!) las termitas pues así se comportan sin protestas ni revoluciones. Dices que el verdadero bien y el verdadero mal no están sujetos en su origen a la inteligencia ni al instinto, sino a la voluntad como forma de obediencia a un criterio externo que sólo se puede conocer por sus efectos y tal vez sea así, pero los efectos se conocen al conducirnos por nuestros instintos. El propio Leibniz afirma que sin distinguir entre tristeza y alegría, una distinción que es subjetiva e instintiva, no cabría una conducción moral.

Vayamos a la ciencia-ficción e imaginemos una raza alienígena, los insectores por ejemplo, y tratemos de imaginarlos en contacto con nosotros.
¿Pensaríamos que su derecho es inmoral, tan inmoral como, pongamos, aquellos incas y aztecas que sacrificaban a humanos, tan inmoral, por tanto, como para justificar y promover su exterminio?

En cualquier caso, tal vez esto se desvíe del tema por cuanto estamos preguntándonos ya no si hay una ética natural humana sino de una ética natural o ética general; mejor te respondo en tu blog pues veo que también allí has sacado el tema.

Hugo dijo...

No creo estar preparado para debatir en este tema (y quizá en ningún otro) pero quería... bueno, más que nada suscribir lo que has escrito. Temas más relevantes no abundan, si es que los hay :D Además, posts como este me vienen de perlas. Si no lo habéis leído todavía, recomiendo La ciudad y el hombre, de Leo Strauss. El ensayo que Strauss dedica a la Política de Aristóteles es muy pertinente.

Un saludo iusnaturalista :D

Héctor Meda dijo...

Hola Hugo,

Gracias por comentar.

Antes que nada, quiero dejar constancia que aquí nadie está preparado para debatir este tema por eso escribimos en blogs y no hacemos papers académicos :-P

Y estoy de acuerdo en la relevancia del tema. Estamos sufriendo una inflación jurídica y no acabamos de encontrar, más bien no acabamos de aceptar, un criterio que nos deje claro donde se acaba la legislación y empieza la ética particular del individuo.

Respecto a Strauss: No, no lo he leído. Es un autor al que le tengo ganas y ahora que lo mencionas aún tengo más motivos para leerlo. Gracias por la recomendación

Saludos