Crimen sin castigo
Un gran predicador está enseñando en la plaza del mercado. Y resulta que un marido encuentra pruebas esa mañana del adulterio de su esposa, y la muchedumbre la lleva a la plaza para lapidarla hasta la muerte (...)
El predicador se adelanta y se coloca junto a la mujer. Por respeto a él la muchedumbre se detiene y espera con las piedras en la mano. ¿Hay alguién aquí que no haya deseado a la esposa de otro hombre, al marido de otra mujer?, les dice.
Ellos murmuran y dicen: Todos conocemos el deseo. Pero, Maestro, ninguno de nosotros ha cometido el acto.
El predicador dice: Entonces arrodillaos y dad gracias a Dios porque os hizo fuertes.
Toma a la mujer de la mano y la saca del mercado, y justo antes de que ella se marche, le susurra: Dile al señor magistrado quién fue el que salvó a su amante. Dile que soy su siervo leal.
Así que la mujer vive porque la comunidad está demasiado corrupta para proteger el desorden.
Otro predicador, otra ciudad. Se acerca la mujer y detiene a la multitud, como en la otra historia, y dice: ¿Quién de vosotros está libre de pecado? El que lo esté, que tire la primera piedra.
La gente se avergüenza y olvidan la unidad de su propósito al recordar sus pecados individuales. Algún día -piensan-, puedo ser como esta mujer, y esperaré el perdón y otra oportunidad. Debo tratarla como me gustaría que me tratasen.
Y cuando abren las manos y dejan que las piedras caigan al suelo, el predicador recoge una de ellas, la alza sobre la cabeza de la mujer y golpea con todas sus fuerzas. Aplasta su cráneo y esparce sus sesos por el suelo.
- Yo tampoco estoy libre de pecado - le dice a la multitud -. Pero si dejamos que sólo la gente perfecta cumpla la ley, pronto la ley morirá, y nuestra ciudad con ella.
Así que la mujer muere porque su comunidad era demasiado rígida para soportar su desviación.
La versión más famosa de esta historia es notable porque es rara en nuestra experiencia. La mayoría de las comunidades se encuentran a caballo entre la podredumbre y el rigor mortis, y cuando se desvían demasiado, mueren. Sólo un predicador se atrevió a esperar de nosotros un equilibrio tan perfecto que pudiéramos cumplir la ley y perdonar la desviación. Por eso, naturalmente, le matamos.
Comentarios
Estoy de acuerdo en la necesidad de enmarcar a las sociedades en un contexto dinámico y es que básicamente la idea que transmite el texto es que paulatinamente hay que perdonar ciertas desviaciones a la par que entender que son desviaciones.
Y en cierto modo e históricamente las sociedades se han comportado así. Es decir la dinámica ha sido una paulatina diferenciación de la ley respecto al precepto moral.
Por ejemplo, seguimos entendiendo que el adulterio es inmoral pero ya no lapidamos a la mujer adúltera.
Ahora bien, ¿dónde está el límite? ¿Cualquier acto inmoral (v.gr: asesinato) puede ser perdonado?
En breve (seguramente mañana) voy a publicar un post en donde se cuestiona la idea de que cualquier criminal puede ser reinsertado en la sociedad y que por tanto cualquier desviación puede ser redimida. Es decir que hay desviaciones que deben ser castigadas por la ley.