No estaría de más recordar en esta breve nota por qué el capitalismo funciona y no así el comunismo.
Mi argumentación no pretenderá, por cierto, decretar que el mercado no deba ser regulado, antes bien, el mercado debe nacer después de y ser vigilado por nuestras instituciones morales. Simplemente afirmaré que la mano invisible es el modo más eficiente para generar bienestar.
En este sentido, no es de extrañar que incluso la nueva izquierda, en tanto que socialdemócrata, acepte que el mercado es un método eficiente para crear y distribuir riqueza y cuidado, que la economía no sea dirigible desde instancias superiores de moral elevada lejos de revelarse como una pésima noticia constituye de hecho un valioso salvoconducto que nos libra de tener que elegir entre nuestra libertad individual y el bienestar social.
Para explicar por qué funciona el capitalismo me propongo un lúdico ejercicio consistente en plantear una metáfora y exprimirla hasta sus últimas consecuencias:
El mercado es una supercomputadora encargada de procesar las demandas de los consumidores y convertirlas en los bienes y servicios requeridos por los mismos.Ahora con la ayuda de la ciencia informática tratemos de explicar por qué es mejor el libre mercado.
Frente a la economía planificada del comunismo, que adolecerá de los típicos problemas de la computación centralizada como el alto coste o los cuellos de botella -pensemos en la lista de espera de un hospital público-; la actividad de la mano invisible en el mercado podría ser descrita como una computación distribuida.
A la luz de esta analogía interpretaríamos por hardware aquellas instituciones surgidas espontáneamente que al implementarse en forma de malla o grid consiguen un incremento sustancial del throughput -analogable a las economías de escala- así como posibilita una ampliación indefinida de la computación paralela -analogable a la división del trabajo-.
Por software traduciríamos las acciones llevadas a cabo por los empresarios, las cuáles, tienen un modo más eficiente de ser planificadas o programadas cuando se usa la eXtreme Programming (XP o Programación Extrema).
A diferencia de las obsoletas metodologías de ingeniería del software pesadas que planifican primero y codifican el software después -y que en economía tendrían su paralelo con los planes Quinquenales-, en la novísima Programación Extrema se considera que los cambios de planes sobre la marcha son
un aspecto natural, inevitable e incluso deseable del desarrollo de proyectos. (...) ser capaz de adaptarse a los cambios de requisitos en cualquier punto de la vida del proyecto es una aproximación mejor y más realista que intentar definir todos los requisitos al comienzo del proyecto e invertir esfuerzos después en controlar los cambios en los requisitos.
Un argumento similar utiliza Nassim Taleb cuando afirma, en su libro El Cisne negro (pág.27), preferir al libre mercado frente a otros regímenes económicos porque
la estrategia de los descubridores y emprendedores es confiar menos en la planificación de arriba abajo [down-up] y centrarse al máximo en reconocer las oportunidades cuando se presentan, y juguetear con ellas.
De modo que no estoy de acuerdo con los seguidores de Marx y los de Adam Smith: si los mercados libres funcionan es porque dejan que la gente tenga suerte, gracias al agresivo método del ensayo y error, y no dan a las personas recompensas ni incentivos por su destreza.
Así pues la estrategia es juguetear cuanto sea posible y tratar de reunir tantas oportunidades de Cisne Negro como se pueda.
Efectivamente, el dinero es, ante todo, un medio transmisor de información.
Un caso: Supongamos que hay una catástrofe natural en Macondo que mina las existencias de manzanas hasta tal punto de que, en virtud de la ley de la oferta y la demanda, los vendedores de esta fruta reubican el precio de la misma cien veces por encima del precio que tenía antes del desastre. Imaginemos ahora a la manzana a cien euros. El beneficio para el vendedor resulta gigantesco y mientras se venden a ese precio lo que se está haciendo, indirectamente, es lanzar un mensaje al mercado, es decir, a todos aquellos que también venden manzanas pero a un euro, que "aquí, en Macondo, las manzanas te dan cien veces más beneficios que en cualquier otro lugar". De este modo nos encontraremos que toda una horda de avariciosos fruteros correrán a Macondo con sus existencias equilibrando la oferta con la demanda así como acabando con la escasez de las mismas.
Es importante enfatizar el hecho de que de haberse puesto límites al precio del bien escaso entonces lo que hubiéramos conseguido realmente es distorsionar las señales que espontánemente genera el mercado con la paradójica consecuencia de prorrogar la escasez habida en el mismo. No se necesita, por tanto, de una planificación salvo que queramos acrecentar la catástrofe.
El marxismo, en definitiva, no sirve para gestionar órdenes extensos y complejos. Sólo sería sostenible si se aplicase en comunas aunque en tal caso habría que suponer que el alienante moralismo restrictivo del igualitarismo -tan caro aún a la izquierda- fuera connatural al ser humano mas eso es bastante discutible y es que cuando, por ejemplo, le preguntaron al gran biólogo Edward O. Wilson, cuál era su opinión sobre el marxismo no dudó en su respuesta:
Bella teoría. Especie equivocada.
Por lo que nos dice la informática, parece que los robots tampoco serán la especie adecuada.
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