En mi corta lista de problemas filosóficos, el cuarto lugar lo ocupa el argumento del designio (proyecto, intención). Este tema fue una de las pruebas clásicas de la existencia de Dios. La existencia de un reloj implica la existencia de un relojero. Este tema estaba en el corazón de la lucha entre los creacionistas y los evolucionistas del siglo XIX. Los que ganaron la batalla fueron los evolucionistas. Las variaciones genéticas al azar más la selección darwiniana se mostraron como causas suficientes de la evolución biológica. La ciencia excluyó el tema del designio porque hace uso de causas teleológicas. Durante cien años, los biólogos han estado extirpando apasionadamente todo intento de revivir viejas doctrinas creacionistas. Sin embargo, el argumento del designio aún tiene algún mérito como principio filosófico. Yo propongo que adjudiquemos al designio el mismo estatus que al principio antrópico, expulsado de la ciencia pero tolerado en la metaciencia.
Esto se debe a que el desarrollo de los sistemas adaptativos complejos puede ser considerado fruto de un orden espontáneo pero la existencia de tal desarrollo sólo se puede dar cuando dichos sistemas se mueven sobre un repertorio limitado de opciones lo cual no obsta para que tales parámetros que constriñen su desarrollo no hayan podido surgir espontáneamente pero sí que sólo en virtud de la existencia de los mismos tales sistemas pueden evolucionar. En biología tales parámetros los aporta, en terminología de Mayr, la biología funcional -biología celular, genética, etc.- Biología funcional que está regida por leyes inviolables sólo desde las cuáles se ha podido desarrollar una evolución biológica.
Es decir, aunque a nivel biológico el por qué de la aparición de diseños altamente complejos lo resuelve maravillosamente el algoritmo evolutivo aportado por Darwin sin apelar a ningún Hacedor, esta herramienta matemática sólo es eficaz para el tratamiento de problemas evolutivos en sistemas restringidos por unas reglas dadas siendo absurdo creer que un universo pudiera evolucionar ya que precisamente la evolución biológica necesita previamente de una física con leyes regulares, unas leyes regulares que consecuentemente no pueden ser explicadas a su vez con la teoría darwiniana sin caer en un regressus ad infinitum.
En definitiva el problema del diseño o designio sigue en pie, la cuestión de por qué nuestras leyes físicas y no otras sigue incólume a pesar y después de Darwin, por lo tanto
El argumento del designio es teológico, no científico. Tratar de comprimir la teología en los moldes de la ciencia es un error. Considero que este argumento es válido en este sentido. El universo muestra evidencias de las actividades de la mente en tres niveles. El primero es el nivel de los procesos físicos elementales de la mecánica cuántica. En la mecánica cuántica, la materia no es una sustancia inerte sino un principio activo, que está eligiendo constantemente entre posibilidades alternativas de acuerdo a las leyes probabilísticas. Cada experiencia cuántica fuerza a la naturaleza a tomar decisiones. Parece que la mente, en cuanto se manifiesta por la capacidad de elegir, es, hasta cierto punto, inherente a cada electrón. El segundo nivel en el que detectamos las operaciones de la mente, es el de la experiencia humana directa. Nuestros cerebros parecen utensilios para la amplificación de los componentes mentales de las elecciones cuánticas hechas por las moléculas en el interior de nuestras cabezas. Somos el segundo gran paso en el desarrollo de la mente. Aquí viene el tema del designio. Existen evidencias procedentes de los hechos peculiares de las leyes naturales de que el universo como totalidad es hospitalario para el desarrollo de la mente.
Si le es dado un tiempo suficiente, la vida puede adaptarse a cualquier medio ambiente.
El argumento aquí no es más que una extensión del principio antrópico a escala universal. Es razonable, entonces, creer en la existencia de un tercer nivel de la mente, el componente mental del universo. Si creemos en este componente y lo llamamos Dios, podemos decir entonces que somos pequeñas piezas del instrumental mental de Dios.
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