jueves, 5 de marzo de 2009

Vindicación del laicismo

A mi juicio pocas cosas son tan íntimas como el sentimiento religioso, el que lo tenga o lo repudie no creo que necesite de un apoyo grupal y precisamente por eso tiendo a ser reacio a cualquier institucionalización de la religiosidad, desconfío de toda religión y sobre todo y en tanto en cuanto, dogmatice, solidifique sus ideas para utilizarlas como ariete contra los demás o para cimentar todo tipo de precarias estructuras bien sean políticas bien sean morales. Las religiones son humanas, demasiado humanas de modo que yo comparto el apotegma de Siddhartha: Si ves a Buda, mátalo.

En cualquier caso lo que yo quiero y con lo que me conformo es que en la esfera pública, me refiero en concreto y únicamente la que le compete al estado, ningún tipo de ideología (anti)religiosa tenga cabida de forma que cada cual pueda desarrollar su (ir)religiosidad sin problema.

Sin embargo, no faltan quienes no sólo hacen de su (ir)religiosidad un acontecimiento social –con todo el derecho del mundo- sino que además quieren que esta socialización inunde todos los ámbitos sociales, incluido la política. Esta última opción me parece cuando menos peligrosa cuando más atávica ya que la neutralización de la religión en el ámbito estatal, la neutralidad del estado en el ámbito religioso me parece el gran logro social de la humanidad de la última media docena de siglos. Con esto estamos hablando del laicismo que no afirma que la religión deba quedarse en casa sino que no debe entrar al parlamento, sí a la calle, sí a la televisión, sí a la plaza, sí a los periódicos, sí a la radio pero no al parlamento.

Quienes buscan introducirla allí lo hacen en función de falaces razones varias. Principalmente que creen que dado que la religión fundamenta la moral siendo estos fundamentos máximas morales que deberán estar incluidos en el corpus de leyes del estado.

Ahora bien, dos miembros cualesquiera de una misma sociedad pueden vivir bajo las mismas leyes independientemente de que uno crea que estas se fundamentan desde una divinidad y el otro desde un pacto social. Digamos que en este caso, la política dice qué hay que obedecer, la moral por qué.

Lo que es importante aquí dejar claro es que la política no debe diseñar toda una moral; un estado no puede ni debe imponerla, antes bien, el progreso social sin parangón que hemos venido teniendo nace de la capacidad de mantener abierta la sociedad, una apertura que se fundamentó y se fundamenta en el hecho de distinguir entre norma moral y ley, siendo la primera característica de éticas teleológicas y la segunda meros sostenes materiales de la sociedad, de sus miembros y de su silva variada de comportamientos, en consecuencia, es peligroso y asocial pretender que nuestros criterios teleológicos de la moral se impongan a golpe de ley.

Es evidente que esta actitud bien entendida no busca acabar con el clericalismo, busca que nadie pague por sustentar unas creencias que no son suyas. No nace el laicismo para frenar el clericalismo sino para frenar la ateofobia (o islamofobia, o juedeofobia, o etc.), es decir, nace para respetar y abrigar otras creencias. El laicista podría decir parafraseando a Voltaire:
No estoy de acuerdo con tus creencias pero daría mi vida para que nadie te impusiera otras.
Cierto es la existencia histórica de movimientos políticos –caso de los jacobinos de la revolución francesa- creadores, a la postre, de las vertientes totalitarias habidas en el s.XX, que han entronizado al estado al punto de absolutizarlo. Mas, aceptando que sí, ¿cómo no?, que ciertos valores no están en venta, que han de ser apartados del mercadeo político, asumido todo ello, digo, ¿eso implica que necesitamos del tutorazgo de toda una institución religiosa para su respeto? No necesariamente, pues han existido y existen movimientos políticos, como el liberalismo, que siempre han defendido el carácter absoluto -a veces de forma dogmática, malentendiéndolos- de ciertos derechos como y especialmente el derecho de propiedad de los que ninguna voluntad -sea general o particular- tiene derecho a derribar.

Y ni que decir tiene que no necesitamos a ninguna institución religiosa no ya para fundamentar la ley sino para una participación política continua, para el ajuste de valores temporales, ya que nos basta el ejercicio de la teoría política, de una ciencia política, a quien, sin necesidad de entrar en gordianos debates estériles entre religiones que nos abocarían a una imposible dilucidación de cuáles son los principios fundamentales correctos, le basta con desplegar una ligera malla anudada -con las leyes funcionando a modo de nodos- que se preocupe meramente con sostener, no dirigir, la sociedad; cribar, no encauzar los comportamientos humanos.

Ahora bien, en caso de un inevitable choque de intereses entre las leyes y una moral maximalista cualesquiera –caso de la eutanasia y la moral católica, por ejemplo- tenemos que ser firmes. Rafael Reig da un buen ejemplo a este respecto. Cito:

¿Se puede ser ciudadano y creyente? Pues depende: creyente ¿en qué? ¿Creyente en Charles Manson y buen ciudadano? Yo diría que no. Si uno cree que la degollación de vírgenes es indispensable para la salvación de la humanidad, tiene dos opciones: A) si está convencido de que la ley de su Dios está por encima de la ley civil común a todos, puede coger y degollar a alguna vecina (doncella, a ser posible), en cuyo caso deja de ser buen ciudadano; o B) mantener su sagrada fe en la intimidad de su espíritu, abstenerse de tirar de navaja y confiar en que la sociedad algún día vea la luz y acepte el sagrado sacrificio ritual. Sólo en el caso B podrá el creyente ser un buen ciudadano (aunque como una regadera, eso sí).

Es evidente que para hacer sostenible la sociedad sólo podemos aceptar casos como el B, que no se puede permitir que cada cual desoiga las leyes porque lo considere contrario a sus ideas, creencias, deseos, paranoias pues correríamos el riesgo de hacerlas inanes.

En mi opinión el enfoque laicista aquí implica que hay que respetar las leyes mientras estas no sean cambiadas democráticamente, que no cabe ningún tipo de objeción religiosa, que la ley debiera ser acogida incluso por un creyente aún cuando estas choquen con sus principios pues pensemos que si yo tengo unos deseos que chocan con los deseos de otro entoncs lo lógico es que cedamos mutuamente en aras de la convivencia. Esa política de respetar lo público también es laicismo y esa voluntad de ceder, de ser laicista no tiene nada que ver con los deseos o creencias con los que se parta sino con la preocupación de no cerrar la sociedad, de sectarizarla y de buscar la reforma legal sólo apoyándose en teorías políticas, no en religiosas, porque además las primeras por su adhesión meramente intelectual permiten un debate con victorias parciales e inclusivas, las segundas no, las segundas promueven polarizaciones exclusivistas de tipo binario, de tipo todo o nada.

En conclusión, el laicismo busca que en la política no aparezcan y por tanto, no prevalezcan unas creencias u otras pero sólo, y este es el quid de la cuestión, sólo lo busca en la política. Fuera de ella quien busque acabar con creencias ajenas será otra cosa, un fanático tal vez, que en lo político puede coincidir con el laicista pero no es uno de ellos, al igual que no es el vegetariano alguien que quiera equiparar los derechos de los animales con los de los humanos a pesar de que coincida con aquellos que sí lo hacen en el rechazo a llevar a los animales al plato de comida.

6 comentarios:

Malena dijo...

En mi opinión el enfoque laicista aquí implica que hay que respetar las leyes mientras estas no sean cambiadas democráticamente, que no cabe ningún tipo de objeción religiosa, que la ley debiera ser acogida incluso por un creyente aún cuando estas choquen con sus principios pues pensemos que si yo tengo unos deseos que chocan con los deseos de otro entoncs lo lógico es que cedamos mutuamente en aras de la convivencia.

Me recordó a Kant. Opina lo que quieras, pero obedece.

Héctor Meda dijo...

Pues fíjate que no comulgo con la burocrática visión de la moral que tuvo el siempre puntual paseante de Konigsberg pero en lo referente a la sociedad sí que necesita de una conducción más ordenada, ¿no?

Otra cosa es que admito que cuando una ley es totalmente arbitraria y totalmente contraria al sentir social no acaba sino constantemente obviada, caso de la piratería de pelis y demás, por ejemplo.

José Luis Ferreira dijo...

No veo nada de malo en querer eliminar algunas creencias de la sociedad. Yo quisiera eliminar la superstición, el racismo y unas cuantas cosas más (si yo tuviera una escoba ...). Simplemente no debe hacerse exterminando a sus creyentes, censurando su medios de comunicación (bueno, según que creencia, lo hacemos constitucionalmente), adoctrinando a los niños u otro tipo de violencia.

Si desaparece alguna creencia, que sea por el ejemplo, diálogo, convencimiento,...

Tampoco veo nada de malo en querer exponer algunas creencias. Simplemente no debe hacerse exterminando a sus no creyentes, censurando sus medios o adoctrinando a los propios hijos.

Aclaro que no entiendo por adoctrinamiento la explicación de los principios y leyes que constituyen la sociedad abierta y democrática.

Algunos laicistas se conforman con separar iglesia y estado. Otros, además, querrán convencer a los que creen sin motivo (y lo llaman fe) de que no tienen motivo para creer.

Pascual González dijo...

Hola Héctor. En primer lugar enhorabuena por el magnífico blog. Ademas de eso, te padso el testigo de un meme sobre el proceso de Bolonia y la filosofía. Yo lo recibí de Antes de las cenizas, a quien le llegó de Phibloógsopho.

Héctor Meda dijo...

Hola,

Pascual,

Siento no poder seguir tu meme pero es que no conozco lo suficiente el plan de Bolonia y no digamos el estado acutal de las facultades de filosofía -que nunca he pisado- como para realizar una opinión fundamentada. Espero que sepas perdonarme el feo.

José Luis,

No veo nada de malo en querer eliminar algunas creencias de la sociedad

No, claro. Todo depende de las formas: civilizadas o no. Otro tema sería el evaluar si merece la pena mas lo que quiero recalcar principalmente es que el laicismo se cifra principalmente en negar nomás a la religión la entrada en el parlamento.

En cuanto al proselitismo del escepticismo diré que bien, que toda actividad intelectual que se haga vía argumentaciones bienvenida será pero para mi insisto es importante recalcar que tal actividad no es inherente al laicismo el cual no es más que un enfoque político.

José Luis Ferreira dijo...

Hector:

No estaba pensando en proselitismos (lo asocio a testigos de Jehová o mormones yendo de puerta en puerta, o a adoctrinamiento de niños en madrasas y catequesis), sino en discusiones sanas en el ágora pública.

Por lo demás estoy de acuerdo en que son dos cosas distintas. Una separar religión y Estado y otra debatir ideas. La primera está en el ámbito de la política, la segunda también está en ese y, además, en muchos otros. Del privilegio que goza la religión en estos otros ámbitos es que nace la posición de muchos laicistas para querer eliminarlo.