lunes, 30 de marzo de 2009

El Nomoteta

Llegados a este punto [de la lectura de la Biblia], y sólo entonces (2, 19, y ss), Dios "formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves de lo cielos y los condujo ante el hombre para ver qué nombre les daba; y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre les diera". La interpretación de este fragmento es extraordinariamente delicada.

De hecho, aquí se propone el tema, común a otras religiones y mitologías, del Nomoteta, es decir, del primer creador del lenguaje pero no queda claro con qué criterio puso nombre Adán a los animales, ni tampoco la versión de la Vulgata, sobre la que se ha formado la cultura europea, contribuye a resolver la ambigüedad, sino que por el contrario prosigue diciendo que Adán llamó a los distintos animales nominibus suis, palabras que, traducidas por “con sus nombres”, no resuelven el problema: ¿significa que Adán los llamó con los nombres que ellos esperaban por algún derecho extralingüístico, o con los nombres que ahora nosotros (en virtud de la convención adánica) les atribuimos? ¿El nombre que les dio Adán es el nombre que debía tener el animal a causa de su naturaleza, o el que el Nomoteta decidió asignarles arbitrariamente ad placitum, instaruando así una convención?

Otra cosa que se olvidó fue el hecho de que, contra toda probabilidad, se había creado una ballena a varios Kilómetros por encima de la superficie de un planeta extraño. Y como, naturalmente, ésa no es una situación sostenible para una ballena, la pobre criatura inocente tuvo muy poco tiempo para acostumbrarse a su identidad de ballena antes de perderla para siempre. Esta es una relación completa de sus pensamientos desde el instante en que comenzó su vida hasta el momento en que terminó.

«¡Ah...! ¿Qué pasa? -pensó.

»Hmm, discúlpeme, ¿quién soy yo?

»¿Hola?

»¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es el objeto de mi vida?

»¿Qué quiere decir quién soy yo?

»Tranquila, cálmate ya... ¡Oh, qué sensación tan interesante! ¿Verdad? Es una especie de... bostezante, hormigueante sensación en mi... mi.... bueno, creo que será mejor empezar a poner nombre a las cosas si quiero abrirme paso en lo que, por mor de lo que llamaré un argumento, denominaré mundo, así que diremos en mi estómago.

»Bien. ¡Oooh, esto marcha muy bien! Pero ¿qué es ese ruido grandísimo y silbante que me pasa por lo que de pronto voy a llamar la cabeza? Quizá lo pueda llamar... ¡viento! ¿Es un buen nombre? Servirá..., tal vez encuentre otro mejor más adelante, cuando averigüe para qué sirve. Debe ser algo muy importante, porque desde luego parece haber muchísimo. ¡Eh! ¿Qué es eso? Eso..., llamémoslo cola; sí, cola. ¡Eh! Puedo sacudirla muy bien, ¿verdad? ¡Vaya! Uy! ¡Qué magnífica sensación! No parece servir de mucho, pero ya descubriré más tarde lo que es. ¿Ya me he hecho alguna idea coherente de las cosas?

»No.

»No importa porque, oye, es tan emocionante tener tanto que descubrir, tanto que esperar, que casi me aturde la impaciencia.

»¿O el viento?

»¿Verdad que ahora hay muchísimo?

»¡Y de qué manera! ¡Eh! ¿Qué es eso que viene tan de prisa hacia mí? Muy deprisa. Tan grande, tan plano y redondo que necesita un gran nombre sonoro, como... sueno...ruedo... ¡suelo! ¡Eso es! Ese sí que es un buen nombre: ¡suelo!

»Me pregunto si se mostrará amistoso conmigo.»

Y el resto, tras un súbito golpe húmedo, fue silencio.

6 comentarios:

Hugo dijo...

Magnífica la selección de los dos fragmentos, el segundo ilumina bastante al primero :D

Un saludo.

Héctor Meda dijo...

Me alegro que te haya gustado la comparación Hugo.

De todas formas, espero que la deriva humorística del segundo texto no esconda la seriedad de la pregunta primera. Seriedad que, efectivamente, responde el segundo texto bajo su capa humorística.

La cuestión es ¿somos así? ¿como la ballena del texto? ¿vamos poniendo nombres contingentes a lo que nos encontramos en nuestra caída libre al vació o por el contrario tenemos un don para identificar y nombrar verdades absolutas?

Saludos Hugo

Jesús Cotta Lobato dijo...

Aunque no sé si me salgo un poco del asunto, no sé si has oído hablar de la teoría de no sé qué filólogo soviético que creía que había una lengua madre común a las lenguas indoeuropeas, semíticas y camíticas. La llamó nostrático e incluso aventuró algunas palabras en nostrático.
Quizá los animales tienen un nombre en el cielo, igual que los religiosos adoptan uno cuando renuncian al mundo. Un abrazo

Héctor Meda dijo...

Buen apunte. Si los animales tienen o no un nombre en el cielo es a lo que apunta el texto de Eco en su contexto original.

Déjame decir una boutade:

En cierto modo se podría decir que todo el pensamiento occidental desde la filosofía fisicalista hasta la teología escolástica pasando por la ciencia ontológicamente neutra tiene en común su creencia en que los animales tienen su nombre en el cielo, vamos, que el nombre es aprehensible con algún lenguaje sea matemático, verbal, etc.

Por el contrario el pensamiento oriental se engloba perfectamente en el aforismo: El Tao que puede nombrarse no es el Tao eterno

Yo soy más orientalista. Me parece que incluso la Biblia apunta lo mismo pues el Nomoteta no es el propio Dios sino Adán, el humano y falible Adán pero, en fin, no quiero aburrirte con divagaciones teológicas.

Y a propósito: no, no he oído hablar del nostrático
:-(

Pero ahora sí :-P así que gracias por la referencia. Ah! y también por el comentario.

José Luis Ferreira dijo...

¿Sabéis si alguien vende toallas de la Guía? Ya sabéis, la única cosa imprescindible para hacer autoestop por la galaxia.

Karl Lazaro dijo...

El viernes vi la peli del autoestopista, el sábado descubrí quién fue Gödel, el domingo estaba viendo videos de McKenna, hoy caí acá. Que loco mundo.
Un abrazo