viernes, 4 de marzo de 2011

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero I

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, del neurólogo Oliver Sacks, es un libro catálogo de casos clínicos donde pacientes afectados por lesiones neurológicos se deben a una reconstitución de su modus vivendi. Si generalmente se analizan las influencias sociales, a la postre culturales, que de arriba-abajo moldean, coaccionan, el carácter de un individuo; aquí nos encontramos la perspectiva justo contraria: el análisis de cómo nuestras características neurobiológicas habilitan nuestra praxis cognitiva. Como el propio Sacks lo bautiza, estamos estudiando una neurología de la identidad.

En todos los casos descritos, el autor fue el médico que atendió a los pacientes quien, ante la imposibilidad de revocar unas lesiones neurológicas incurables, trató de buscar el modo de adecuar sus vidas a su nueva situaciónes, es decir, hablamos de una suerte de terapia existencial y estamos por tanto inmersos en un terreno fronterizo que bien podría llamarse neuropsicología.

Como el libro tiene naturaleza episódica, como tu paciencia límites precisos, no seré exhaustivo en el registro de casos pero sí espero exponer una muestra representativa de los mismos.

El primero da título al libro. Un hombre afectado de una extraña afasia visual es incapaz de alcanzar una visión de conjunto de lo que tiene ante sus ojos y de este modo se ve obligado a tirar de detalles aislados (v.gr: identifica a Einstein en una foto pero porque identifica su bigote y su cabello característico, no porque reconozca su cara ó bien, lunares y cicatrices varias le recuerden que esa cara del espejo es su cara, algo, por cierto, importante cuando unos se va a afeitar) para lograr entender qué es lo que tiene ante sus ojos. Este sujeto vive pues en el reino platónico donde los objetos no son sino agregados de Ideas o Figuras puras y así, ante una cosa enfrentada a sus ojos y obligado a describirla, dirá por ejemplo que es una "superficie continua plegada sobre sí misma" con "cinco bolsitas que sobresalen", o conjeturará que es "un monedero para monedas de cinco tamaños" y etc. y etc. pero no será capaz de identificar la hecceidad, la singularidad objetual de lo que tiene ante sus ojos, no será capaz de entender, en suma, que esta ante un guante de beisbol.

No obstante, como el paciente es un buen músico de fino oído, mediante melodías canturreadas, ha logrado, digamos, etiquetar ciertos comportamientos, hacerlos reconocibles, si bien, "si hay algo que le interrumpe y pierde el hilo musical", contará su señora esposa, "se paraliza del todo, no reconoce la ropa...ni su propio cuerpo" pero, en general, "canta canciones para la comida, para vestirse, para bañarse, para todo" porque "no puede hacer nada si no lo convierte en una canción". La historia, como se ve, recuerda a los casos de sordos de nacimiento quienes, gracias a la enorme plasticidad de nuestro cerebro, logran que la gestualidad asociada a lenguaje sordomudo pase a estar implementada por la zona cerebral que de normal se encarga del lenguaje, es decir, hablan con las manos literalmente, al menos literalmente desde la perspectiva del cerebro. Otro tanto diremos del caso que nos ocupa quien, aunque por un descuido puede fallar en la identificación (v.gr: en un momento dado las pistas, los pequeños detalles de su campo visual, le conminan a creer que su mujer es un sombrero y a poco le arranca el cuello), en general, logra recuperar la necesaria hecceidad con la que poder manejarse gracias a superponer a su campo visual un primoroso sentido del oído. Queda para la reflexión, sobre todo para aquellos que se dicen platonistas, por qué de otro modo, por qué sin hecceidad, una vida, una vida humana normal, resultaría imposible.

Tenemos el caso contrario, es cierto, tenemos el caso funesto y funesiano, de alguien que gracias a su descomunal memoria es incapaz de abstraerse de los detalles y pensar en un nivel menos detallista que el de el-aquí-y-ahora pero para explicar esto ya tenemos el discurso borgesiano sobre el rigor de la ciencia.

El siguiente caso a tratar implica a un paciente con síndrome de korsakov. El sujeto afectado por este síndrome, generalmente por un exceso de alcohol, tiene dañado el tejido cerebral encargado de la memoria y por tanto su capacidad retentiva, desde cierto momento de su vida, es limitada, limitada al punto de que cualquier cosa que se le dijera o se mostrase se le olvidará al cabo de unos segundos. No es que, en el caso que nos ocupa, el paciente no lograra registrar datos en su memoria sino que las huellas dejadas por las impresiones eran demasiado fugaces y más si concurrían además otros estímulos que pudieran distraerlo. Sucedía así que este paciente, Jimmie, se creía aún un joven cadete militar y si era capaz durante al menos un tiempo no encontrar elementos, como mobiliario o enfermeras del hospital, que revocasen su noción sobre dónde estaba, bien podría entonces sortear la crisis existencial. Las palabras de Hume: "no somos más que un amasijo o colección de sensaciones diversas, que se suceden a otras con una rapidez inconcebible y que se hallan en un movimiento y flujo perrennes", como dice el propio Sacks, definen mejor a Jimmie que a nosotros y aunque nuestro paciente no parecía darse cuenta de su carencia, al contrario de un mutilado de pierna o brazo; la constante inventiva correctora de disonancias cognitivas a la que se veía abocado permanentemente, por desgracia, le boicoteaban cualquier conato de serena felicidad.

Para solucionarlo, al principio Sacks trata de fijar la atención de Jimmie mediante la ejecución de algún tipo de actividad mental que no requiriera un uso excesivo de memoria. Hablamos de juegos como los damas o similares. Pero acabado el juego, levantado el telón, las sensaciones se desvanecen y si bien Jimmie lograba, había logrado, evadir por un momento los continuos desvanecimientos de la realidad, no había conseguido, empero, que tales juegos afectaran a su estado anímico. Podríamos decir, no sé si desacertadamente, que las narrativas inherentes a aquellos juegos de mesa no afectaban a su coctel neuroquímico más alla de la duración del juego. Sin embargo esta historia tiene un final que podríamos calificar, no sé si generosamente, de feliz puesto que, Sacks, luego de comprobar cómo a Jimmie las disposiciones rituales llevadas a cabo durante el transcurso de una misa le afectaban beneficiosamente y aún incluso acabado el juego, decide probar con la música, con el arte, y nota cómo también con estos juegos, gracias a su estructura narrativa, es capaz de concentrar su atención puesto que cada instante remite a otro pero es que además, tanto la música como el arte y a diferencia de los otros juegos, regala una sensación, un nuevo estado anímico más bien, que queda como agradable resabio final.

Jimmie, en definitiva, deambula por cada instante en búsqueda obsesiva de una escala temporal propicia para su volátil estado cognoscitivo. Sacks:
Jimmie, tan perdido en el tiempo "espacial" extensional, estaba perfectamente organizado en el tiempo "intencional" bergsoniano; lo fugaz, insostenible como estructura formal, era perfectamente estable, se sostenía perfectamente, como arte o voluntad. Además había algo que persistía y que sobrevivía. Si bien lo "fijaba" brevemente una tarea o un rompecabezas, un juego o un cálculo, por el estímulo puramente mental, se desmoronaba en cuanto terminaba esa tarea, en el abismo de la nadam su amnesia. Pero si se trataba de una atención emotiva y espiritual (la contemplación de la naturaleza o el arte, oír música, asistir a misa en la capilla), la atención, su "talante" su sosiego, persistía un rato, así como una instropección y una paz que rara veces mostró por lo demás en su periodo de estancia en la Residencia, quizás ninguna.
Creo que fue George Gurdjieff, quien decía que el alma no es a priori inmortal sino que ésta necesita ser cristalizada durante el transcurso de la vida de modo que solo algunos logran la inmortalidad. Tales heréticas consideraciones vienen a concluir el caso Jimmi:
Hace ya nueve años que conozco a Jimmie y neurológicamente no ha cambiado en absoluto. Aún tiene un síndrome de Korsakov gravísimo, devastador, es incapaz de recordar cosas aisladas más de unos segundos y tiene una profunda amnesia que se remonta hasta 1945. Pero humanana y espiritualmente es a veces un hombre completamente distinto, no se siente ya agitado, inquieto, aburrido, perdido, se muestra profundamente atento a la belleza y el alma del mundo, sensible a todas las categorías kierkegaardianas... y estéticas, a lo moral, lo religioso, lo dramático. La primera vez que le vi me pregunté si no estaría condenado a una especie de espuma "humeana", una agitación carente de sentido sobre la superficie de la vida, y si habría algún medio de trascender la incoherencia de su enfermedad humeana. (...). Quizás haya aquí una enseñanza filosófica además de una enseñanza clínica: que en el síndrome de Korsakov o en la demencia o en otras catástrofes similares, por muy grandes que sean la lesión orgánica y la disolución humeana, persiste la posibilidad sin merma de reintregración por el arte, por la comunión, por la posibilidad de estimular el espíritu humano: Y éste puede mantenerse en lo que parece, en principio, un estado de devastación neurológica sin esperanza.
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7 comentarios:

Malena dijo...

Lo leí hace un tiempo y me resultaron muy interesantes las reflexiones que hace Sacks a propósito de sus pacientes.
El problema es que al libro se le notan mucho los años, llegando incluso a asociar el autismo con las vacunas. Hay muchos huecos en la teoría, o simplemente errores, que sólo hemos podido ir descubriendo con los años. De todos modos es un gran libro.

Héctor Meda dijo...

La verdad es que el libro me vino en el momento justo. Creo que era Witti, en el prólogo del Tractatus, quien dijo que su libro sólo sería interesante a aquellos que ya se hubieran planteado los problemas allí tratados (razón por la cual, la filosofía tiene a tener su lectura genealógica, es decir, no es normal pasar de Heidegger a Witti sino, por ejemplo, a Nietzsche)

Y los mismos problemas traté (o descubrí) viendo cómo mi perro pasea por el mundo (pensamientos que deposité en el post de Sequenzas linkado) así que cuando leí el libro sentí un grato deja vú...

Por cierto, eso de que está desactualizado el libro me recuerda a una pregunta que en su momento planteé y que viene muy bien para todos aquellos que deploran la ficción o, como Eduard Punset, afirman que la ciencia es la única noticia y hablo de saber si un lector del siglo XIX de divulgación científica (con su éter y su espacio y tiempo absoluto y su determinismo laplaceano) se diferenciaba en algo de un lector de ciencia-ficción o de Steampunk

Leandro dijo...

El libro podrá estar de alguna manera pegado a su tiempo, como todos los libros que están recostados en algún aspecto tecnológico, pero por un lado creo que las reflexiones que dispara son válidas hoy. Por otro lado, la psiquiatría, como bien nota Sacks, está completamente perdida en estos días: de la cuantificación de emociones a la simplificación por patrones de comportamiento compatibles con los requerimientos económicos de las corporaciones médicas estadounidenses.

Héctor Meda dijo...

Precisamente estos días me encontré con una conocida a la que recomendé el libro luego de oírle decir que quería ser psiquiatra puesto que es desde ese área desde donde se da la frontera, aún sin explorar, entre psique y cuerpo.

A mi, por el contrario, y desde la distancia de un profano, cuidado, se me antoja imposible una perspectiva bisagra entre mente y cuerpo que no tenga, conocimientos mínimos al menos, de la arquitectura neurofisiológica. De todas formas, hay que aclarar que los físicos y matemáticos nos tienen muy mal acostumbrados y la ciencia no avanza siempre rampante y con unas áreas delimitadas.

Último ítem referido a la cualidad retro del libro: la verdad es que lo noté tanto pero también es verdad que casi desde el principio tome cada caso clínico como una ficción borgesiana en donde el rigor no es estrictamente necesario. Creo que así el libro permanece.

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Leandro dijo...

No estoy muy seguro de entenderte. Aquí en la Argentina, al menos, el psiquiatra es el que ve las enfermedades desde el punto de vista neurofisiológico (digamos, el que todo lo pretende curar con fármacos) y el psicólogo el que actúa, según su disciplina (freudiana, lacaniana, cognitiva, conductual, etc.), sobre el individuo, el sujeto de las emociones. El libro de Sacks, de alguna manera, quiere ser un acercamiento de la psiquiatría al sujeto, como era en la época de Freud (un alejamiento de la consideración del DSM-IV, digamos). También yo leí los libros de Sacks desde una perspectiva literaria, una literatura menos abstracta que Funes el Memorioso porque uno de alguna manera sabe que fueron personas, pero sin dudas más cerca de lo libresco que de un diario de patologías.

Héctor Meda dijo...

Bueno, lo que yo tengo entendido es que el psiquiatra tiene su arsenal únicamente en la neurofarmacología y los casos que presenta Sacks, donde la lesión es neurológica y no tiene tratamiento físico, demuestra que a veces sigue habiendo necesidad de tratamiento aún no pudiendo ser este sino psicológico. Lo que me gusta de Sacks, digo, es que sabe que con el tratamiento neuroquímico (v.gr: a algunos pacientes les da dopamina) no se termina la consulta médica y de ahí lo de llamar a su modus operandi neuropsicología