(Venimos de aquí)
En filosofía, hay una antiquísima tradición occidental, ya casi abolida, de vislumbrar al ser humano de forma dual, cuerpo y mente, alma y cuerpo. Tal perspectiva parece casi re-inaugurarse luego de leer el siguiente caso que nos relata Sacks, el de una mujer a quien de repente se le desvanece su sexto sentido, el de la propiorecepción, y se muestra entonces incapaz de mover los músculos de su cuerpo con la precisión de antes. Dicen que, o al menos hasta ahora, lo difícil no es conseguir que un brazo robótico agarre una pelota sino que sostenga un huevo y, lógicamente, que lo haga sin romperlo. Desaprender el control del cuerpo, en este caso por lesión neurológica, nos invita a reflexionar sobre el tácito manejo que tenemos sobre nuestro "yo" y cómo éste se construye no de una forma cibernética, esto es, recopilando información sensorial a través de nuestros sentidos; sino sentida, esto es, nuestras sensaciones son esencial y literalmente vividas. Nuestras sensaciones no nos informan, nos hacen ser.
Hay que anotar, es cierto, que un manejo de nuestro cuerpo es sólo posible porque ya nuestra propia mente tiene incorporada en su ser la, digamos, dimensión corporal, incidiéndose así en la tupida relación existente entre cognición y corporeidad. El caso que lo ilustra perfectamente es el de los miembros fantasmas: perder un brazo, un dedo, una pierna, cualquier miembro corporal, y sentir de repente y a pesar de la mutilación, un dolor venido de justo ese inexistente miembro mutilado. Y esto, que podría, que de hecho, es una molestia, una ilusión mental de caracter torturante ("Me creo en el infierno, luego estoy en él" Rimbaud dixit), paradójicamente, constituye la llave de paso, es más, la única vía posible para el manejo de un miembro artificial: solo sobre la ilusión o tenencia de un dolor fantasmal de, por ejemplo, una pierna, es posible la utilización de una pierna artificial. Un hecho nada trivial si se tiene en cuenta que somos cyborgs, que nuestra tecnología es medio simbionte a través del cuál nos mejoramos pero que, por lo visto, no nos puede refundir, hacer trascender.
Otra caso particularmente memorable aparece el día en el que un político, cuyo discurso estaba siendo emitido a través de la televisión, era recibido con carjacadas y pitorreos en el sanatorio por parte de los pacientes con afasia verbal. Esta dolencia impide una comprensión cabal de lo que quiere decir un texto y los que la padecen, si quieren ser capaces de comunicarse, se obligan a tener que fijarse en los otros parámetros concomitantes de un discurso como la gestualidad o el tono de voz. Consecuentemente: resultaba que la burlesca gestualidad y altísona voz del político era entendida por estos pacientes como un acto escénico hecho para reír. También había allí, y con poética simetría, una mujer con afasia tonal incapaz de leer los tonos emocionales o escuchar los gestos connotantes de una persona y que, con su concentrada fijación sobre la simple lógica de un texto, asimismo encontraba deshilachado y absurdo el discurso del político. Hay que preguntarse entonces porque la gente sana sí acaba hechizada con los políticos. Tal vez porque no atendemos ni a una dimensión ni a otra del discurso y esa desatención nos pierde, o tal vez porque socialmente toleramos la inverosimilitud dramática y la mentira piadosa en asuntos importantes o tal vez porque, como sugiere Sacks, simplemente deseamos ser engañados y no hay más.
Termino con último caso memorable aunque el libro, huelga decir, contenga algunos más también harto interesantes. El paciente Ray padece el sindrome de Tourette. Este un sindrome que se caracteriza por dejar al sujeto que la padece a merced de "un exceso de energía nerviosa y una gran abundancia y profesión de ideas y movimientos extraños: tics, espasmos, poses peculiares, muecas, ruidos, maldiciones, imitaciones involuntarias y compulsiones de todo género, con un humor extraño y juguetón y una tendencia a juegos de carácter extravagante y bufonesco". Afortunadamente, en principio diremos que afortunadamente, la enfermedad tiene un tratamiento que hace posible paliar la incidencia de tales tics. Sin embargo, curiosamente nos encontramos que Ray, después de empezar a tomar la medicación, siente que se le ha extirpado una vertiente de su personalidad de la que estaba satisfecho, una dimensión que le hacía ingeniosamente extrovertido, incluso un instrumentista de jazz, en concreto al tambor, terriblemente bueno, prodigioso sobre todo a la hora de realizar una jam session. A ojos de una tercera persona, Ray estaba poseído pero desde su propia perspectiva, su síndrome era como una suerte de plug-in cognitivo que, a pesar de su incontrolabilidad, le habilitaba nuevas conductas ante todo creativas. Finalmente se llega a una suerte de solución salomónica y Ray y Sacks acuerdan que la medicación sólo se tomará durante la semana y en el finde, Ray podrá liberar su vertiente rabelaisiana. Ray justificará que él simplemente es una persona escindida quien a diferencia del resto, tiene que recurrir a neurofármacos para transitar de una personalidad -con toda su estabilidad neuroquímica y bagaje propio de impulsos y sensaciones- a otra. En sus propias palabras dirá:
Finalmente, el caso de Ray nos invita también a preguntarnos si nuestra personalidad es un rol compacto, hilvanado voluntad mediante, o bien una silva variada de conductas y ritos sociales que no se dejan fundamentar en nada, salvo si acaso, en un concreto mapa neuroquímico habido en un concreto trance puntual.
En filosofía, hay una antiquísima tradición occidental, ya casi abolida, de vislumbrar al ser humano de forma dual, cuerpo y mente, alma y cuerpo. Tal perspectiva parece casi re-inaugurarse luego de leer el siguiente caso que nos relata Sacks, el de una mujer a quien de repente se le desvanece su sexto sentido, el de la propiorecepción, y se muestra entonces incapaz de mover los músculos de su cuerpo con la precisión de antes. Dicen que, o al menos hasta ahora, lo difícil no es conseguir que un brazo robótico agarre una pelota sino que sostenga un huevo y, lógicamente, que lo haga sin romperlo. Desaprender el control del cuerpo, en este caso por lesión neurológica, nos invita a reflexionar sobre el tácito manejo que tenemos sobre nuestro "yo" y cómo éste se construye no de una forma cibernética, esto es, recopilando información sensorial a través de nuestros sentidos; sino sentida, esto es, nuestras sensaciones son esencial y literalmente vividas. Nuestras sensaciones no nos informan, nos hacen ser.
Hay que anotar, es cierto, que un manejo de nuestro cuerpo es sólo posible porque ya nuestra propia mente tiene incorporada en su ser la, digamos, dimensión corporal, incidiéndose así en la tupida relación existente entre cognición y corporeidad. El caso que lo ilustra perfectamente es el de los miembros fantasmas: perder un brazo, un dedo, una pierna, cualquier miembro corporal, y sentir de repente y a pesar de la mutilación, un dolor venido de justo ese inexistente miembro mutilado. Y esto, que podría, que de hecho, es una molestia, una ilusión mental de caracter torturante ("Me creo en el infierno, luego estoy en él" Rimbaud dixit), paradójicamente, constituye la llave de paso, es más, la única vía posible para el manejo de un miembro artificial: solo sobre la ilusión o tenencia de un dolor fantasmal de, por ejemplo, una pierna, es posible la utilización de una pierna artificial. Un hecho nada trivial si se tiene en cuenta que somos cyborgs, que nuestra tecnología es medio simbionte a través del cuál nos mejoramos pero que, por lo visto, no nos puede refundir, hacer trascender.
Otra caso particularmente memorable aparece el día en el que un político, cuyo discurso estaba siendo emitido a través de la televisión, era recibido con carjacadas y pitorreos en el sanatorio por parte de los pacientes con afasia verbal. Esta dolencia impide una comprensión cabal de lo que quiere decir un texto y los que la padecen, si quieren ser capaces de comunicarse, se obligan a tener que fijarse en los otros parámetros concomitantes de un discurso como la gestualidad o el tono de voz. Consecuentemente: resultaba que la burlesca gestualidad y altísona voz del político era entendida por estos pacientes como un acto escénico hecho para reír. También había allí, y con poética simetría, una mujer con afasia tonal incapaz de leer los tonos emocionales o escuchar los gestos connotantes de una persona y que, con su concentrada fijación sobre la simple lógica de un texto, asimismo encontraba deshilachado y absurdo el discurso del político. Hay que preguntarse entonces porque la gente sana sí acaba hechizada con los políticos. Tal vez porque no atendemos ni a una dimensión ni a otra del discurso y esa desatención nos pierde, o tal vez porque socialmente toleramos la inverosimilitud dramática y la mentira piadosa en asuntos importantes o tal vez porque, como sugiere Sacks, simplemente deseamos ser engañados y no hay más.
Termino con último caso memorable aunque el libro, huelga decir, contenga algunos más también harto interesantes. El paciente Ray padece el sindrome de Tourette. Este un sindrome que se caracteriza por dejar al sujeto que la padece a merced de "un exceso de energía nerviosa y una gran abundancia y profesión de ideas y movimientos extraños: tics, espasmos, poses peculiares, muecas, ruidos, maldiciones, imitaciones involuntarias y compulsiones de todo género, con un humor extraño y juguetón y una tendencia a juegos de carácter extravagante y bufonesco". Afortunadamente, en principio diremos que afortunadamente, la enfermedad tiene un tratamiento que hace posible paliar la incidencia de tales tics. Sin embargo, curiosamente nos encontramos que Ray, después de empezar a tomar la medicación, siente que se le ha extirpado una vertiente de su personalidad de la que estaba satisfecho, una dimensión que le hacía ingeniosamente extrovertido, incluso un instrumentista de jazz, en concreto al tambor, terriblemente bueno, prodigioso sobre todo a la hora de realizar una jam session. A ojos de una tercera persona, Ray estaba poseído pero desde su propia perspectiva, su síndrome era como una suerte de plug-in cognitivo que, a pesar de su incontrolabilidad, le habilitaba nuevas conductas ante todo creativas. Finalmente se llega a una suerte de solución salomónica y Ray y Sacks acuerdan que la medicación sólo se tomará durante la semana y en el finde, Ray podrá liberar su vertiente rabelaisiana. Ray justificará que él simplemente es una persona escindida quien a diferencia del resto, tiene que recurrir a neurofármacos para transitar de una personalidad -con toda su estabilidad neuroquímica y bagaje propio de impulsos y sensaciones- a otra. En sus propias palabras dirá:
Tener el sindrome de Tourette es delirante, es como estar borracho siempre. Con el Haldol todo es tedioso, uno se vuelve normal y sobrio, y ninguna de las dos situaciones es de verdadera libertad, ustedes los "normales", que tienen los transmisores adecuados en sus cerebros, tienen todos los sentimientos, todos los estilos, siempre a su disposición: seriedad, frivolidad, lo que sea más propio. Nosotros, los que padecemos tourettismo, no: nos vemos forzados a la frivolidad por nuestro síndrome y nos vemos forzados a la seriedad cuando tomamos Haldol. Ustedes son libres, tienen un equilibrio natural: nosotros hemos de sacar al máximo partido de un equilibrio artificial.Aún admitiendo nuestro mayor control o la mayor amplitud, en un específico momento, de nuestra paleta de estados anímicos; me resulta inevitable pensar aquí en la ubicuidad de, por lo menos, drogas blandas como el alcohol en las noches de fin de semana y me resulta entonces inevitable pensar en dónde y en quién ve Ray un neuroequilibrio natural.
Finalmente, el caso de Ray nos invita también a preguntarnos si nuestra personalidad es un rol compacto, hilvanado voluntad mediante, o bien una silva variada de conductas y ritos sociales que no se dejan fundamentar en nada, salvo si acaso, en un concreto mapa neuroquímico habido en un concreto trance puntual.
5 comentarios:
No sé... Me parece que hay algunas falacias de conclusión apresurada, sobre todo en el primer caso de esta segunda parte. Habría que reexaminar el argumento.
Pero el caso de Ray me parece fascinante. Desde luego, su idea de que nosotros somos "libres" es una ilusión: nosotros también somos esclavos de nuestra neuroquímica.
No sabía que existía la "falacia de conclusión apresurada". Este tipo de falacia se acomete, por lo visto, cuando se olvida que -como leí una vez- "plural de anécdota no es datos".
Me alegro, al menos, de que el caso Ray te despierte las mismas conclusiones. Y es que para un cafeinómano irredento como un servidor, la idea de equilibrio natural resulta inverosímil
Bueno, de hecho, creo que la falacia de conclusión apresurada agrupa un montón de tipos diferentes de falacia. Desde luego, una de las más comunes se produce en la inducción, cuando de un número insuficiente de casos se extrae una conclusión universal. Pero no me refería aquí a eso, sino más bien a sacar una conclusión que queda demasiado lejos de las premisas. En este caso, creo que no poder controlar el propio cuerpo no permite concluir de inmediato que la pérdida de ese control es la pérdida del propio ser uno mismo. Probablemente esté reconstruyendo mal el argumento planteado, pero espero aclarar qué es lo que me parece apresurado.
Pero con Ray estoy completamente de acuerdo. Tal vez ni siquiera haya que pensar en drogas blandas como la cafeína, sino en algo tan simple como estar en ayunas o haber comido demasiado azucar. Sí, el equilibrio natural... Más bien, "normalidad manejable".
No niego que tenga razón pero es que el propio concepto de ser es etéreo y confuso (y ya sabe que tengo un post cachondeándome de cualquier intento de definirlo). Supongo que lo quise decir es que nuestros miembros extienden nuestra cognición (como las gafas nuestra vista) aunque tampoco habría que llevar demasiado lejos, demasiado literalmente, el concepto espacial aquí insinuado en la metáfora...
La verdad es que estoy de acuerdo, pero creo que se llega a la conclusión demasiado rápidamente (dos adverbios... qué mal).
Publicar un comentario