jueves, 7 de julio de 2011

Contra las ficciones pastoriles

Recientemente se me hizo clara esta idea nada más verle a una tía cierta publicación suya en el facebook.

Me pasaba al verla a la noche, de fiesta, haciéndose fotitos constantemente con las amigas como si estuviera viviendo un momento inolvidable; pintarrajeada y vistiendo vestidos maxicortos y sobrecomplementados como si estuviera en una fiesta hollywodiense; gritando y cantando cada canción como si estuviera en un concierto multitudinario; y en fin, actuando de esa manera tan sobredramatizada y tan artificiosa tradicional como la de aquellas mujeres plañideras en funeral, típicas de los noticiarios amarillos, o de los terrorismos palestinos, que se desgarran la ropa, lloran y gritan a viva voz y que, no por ello se negará que están tristes, pero sí desde luego se ve cómo exteriorizan su tristeza en unos términos y gestos ya aprehendidos y socializados y desde luego ni naturales ni propios. Aquí, en España, hemos derogado esas lloriqueras protocolarias, aclaro, pero aún tenemos una asignatura pendiente con su extremo contrario, mismamente, en el último mundial de fútbol no faltó quién más o menos criticara al seleccionador Del Bosque por celebrar el gol final del mundial apenas apretando el puño.

No es nada extraño esto. Los pequeños, si uno se fija bien, aprenden por emulación, esto es, necesitan socializarse para luego arramblar desde el mundo de los adultos los gestos y actitudes que a continuación utilizarán en beneficio propio. A mi chiqui prima, sin ir más lejos, cada vez que le hago chinchar, logro que me levante amenazador el dedo índice y enarque la ceja derecha mientras, severa y pausadamente, me advierte que hoy estoy muy tonto. Su madre, ni que decir tiene, se cabrea igual con ella. Los niños, por decirlo escandalosamente, a través de nosotros aprenden a emocionarse, no en vano, los psicológos recuerdan que las emociones surgen de una preconsciente evaluación contextualizada de un estímulo, no aparecen sin más, sin mediación de nuestra cognición, quiero decir.

Somos, me atrevo a resumir, como actores que acumulamos micropapeles heterogéneos con el afán de mapear las situaciones desconocidas, esto es, no solo al acogernos a un papel, a un guión, logramos ya saber qué decir -pienso ejemplarmente en los ascensores y sus charlas sobre climatología-, sino que al hacerlo se consigue además proyectar sobre el momento, por así decirlo, un sedativo escenario reconocible en donde poder explayar a gusto nuestra personalidad y, al igual que en una partida de ajedrez, luego de reconocerle al adversario una jugada por fin memorizada, podemos entonces saber cuál estrategia seguir; podría concluirse, en resumidas cuentas, que simplemente todo el mundo es un escenario.

Y el papelón de aquella mujer cuando está de marcha, me dije en una ocasión de éstas, es harto reconocible pues definitivamente, diría yo, se cree estar en un anuncio veraniego de cervezas. Fue toda una sorpresa, una suerte de sincronicidad, cuando ella colgó en su facebook un video anuncio veraniego de cervezas con un subtexto en el que venía a pedirle a su novio tener un verano juntos tal que así. Irónicamente, el anuncio de marras, cursi a más no poder, tiene un oscuro intringulis evidentemente omitido.

Estas ficciones pastoriles, plastificadas y serializadas industrialmente, jalonando y poblando el universo pop de la ficción, acaban por ser poco más que un mismo esqueleto levemente maquillado y a duras penas variado, y sin embargo, funcionan siempre a todo trapo como recién me anoté.

Hace poco, ahora me acuerdo, me bajé Amor y otras drogas y, a pesar de estar supuestamente basada en hechos reales, me bastó echar para adelante y para atrás el video, y contemplar unos primeros escarceos sexuales, un ni-sí-ni-no, la estabilidad emocional, el desencuentro y ya en los últimos fotogramas, un desenlace feliz; para sentir haber tenido vista la película y no habiéndola tenido vista todavía. Seguramente, me digo, la eficacia de estos pastiches radica en la resonancia arquetípica y mitificable de nuestros protagonistas al igual que, a fuerza de ver tantas películas nuevoyorquinas, puede llegar uno a sentirse en la gran manzana cada vez que pide en un bar un café para llevar y sale con él a toda prisa hacia el trabajo -hay en facebook una página que mofa esta ensoñación.

Esta industrialización de la ficción ha sido frecuentemente parodiada. Su peligroso embelesamiento no tanto. De las películas policíacas, mismamente, tenemos toda la serie de Agárralo como puedas parodiando dicho tipo de películas; toda la serie de Scary movie parodiando las películas de terror y tenemos también, por otro lado aunque menos multitudinariamente, las parodias pero también homenajes a un género como es el caso de la celebérrima Con la muerte en los talones, que empieza parodiando las películas de espías y acaba siendo, involuntariamente y a mi juicio, una película de espías; o la infravaloradísima El último gran héroe, que empieza siendo una brillante parodia del cine de acción y acaba deliberadamente convirtiéndose en una -deficiente, me temo- película de acción. En este último film, no obstante, se encuentra levemente un elemento novedoso distintivo, a saber, la paulatina degradación destructiva del pastiche afectando en lo personal a un protagonista, Schwarzenegger para más señas, quien se creía estar verdaderamente en una peli de acción. La parodia, justo por ello, alcanzará tintes dramáticos, y sin embargo, me temo, no reverberantes para el espectador, pues, chiflados aparte, nadie se cree nunca estar en una película de acción. Pero a pesar de esto, insisto, esta parodia, por lo que atesora de personaje evolutivo, ya alcanza por ello un matiz nuevo para el cine contrapastiche y remite así a una famosa obra literaria de similar planteamiento dramático e inigualable desempeño estílistico. Hablo obviamente de Madame Bovary.

En esa obra decimonónica se desarrolla el paulatino encuentro con la realidad de una vulgar burguesa llama Emma, quien, a fuerza de leer romanticismos espumosos y tragar con cotidianidades indigeribles, acaba saltando de un marido a un amante y de ese amante al marido y del marido a otro amante y finalmente del amante al vacío, arsénico mediante, claro. Si pudiera acercarme aún más a la cabeza de Madame Bovary, encontraría primero, seguramente, el fascinante embeleso que generan ciertas románticas ficciones y luego, ya en la realidad y como el papel y sólo el papel lo aguanta todo; el triste reverso de una situación existencial harto más rica, es decir, menos manejable, que el simple mapa eslogan de una buenista ficción pop.

A propósito de este idealismo confundido, se ha dicho con obstinación contumaz, patrocinado en parte por el propio Flaubert, que Bovary es quijotesca y que replica el mismo drama que Alonso Quijano.

Pero a mi ver, esto es falso de toda falsedad y se ve muy claramente cuando....

4 comentarios:

Sierra dijo...

Digamos, haciendo un obsceno ceteribus paribus, que hay tres niveles de ficción respecto a la realidad.

El primero de ellos, el bucólico, románticón, pastoril, engañoso. A esta ficción recurrimos para escapar de la realidad, para olvidarnos momentaneamente de los problemas. En dosis ligeras, a nadie le hace mal; en dosis pesadas, es como el alcoholismo: idiotiza.
Ojo que tengo contra los zelotes que aborrecen esta clase de ficción el mismo prejuicio que tengo contra quienes no beben alcohol (por razones, claro, que no sean médicas o de naturaleza similar). Normalmente son personas que se toman a sí mismas demasiado en serio.

Luego, el nivel intermedio: el drama. La comprensión del drama ha cambiado muchísimo, desde sus albores en Shakespeare. Los maestros absolutos de este nivel son Ibsen y Chejov (pondría también a Proust... pero Proust es otra cosa enteramente diferente si se lo examina en todos sus niveles).

El drama moderno trata de parecerse a la vida. Esta tal vez no sea la expresión más afortunada, y pueden hacércele muchas críticas, pero quedémonos con ella por mor de la brevedad. Atención, que parecerse a la realidad no es nunca sinónimo de realismo. La teoría mimética de Aristóteles es muy incomprendida, pero en realidad es a eso a lo que me refiero. Por ser mimético, y no meramente imitativo, el drama tiene el potencial de alcanzar los más elevados niveles de expresión artística. El drama quiere decir la vida tal como es.

El problema del drama es que, como la misma realidad de la cual es recreación —y, por ello mismo, este problema es inescapable—, es casuístico. De un drama pueden sacarse conclusiones universelaes con tanta propiedad como de un hecho cualquiera de la vida, es decir: sin propiedad alguna, hablando en términos de inducción lógica. Cada drama es un hecho aislado, nos dice, como La nariz, de Gogol: «¡estas cosas suceden!».

Sierra dijo...

Por eso el drama es, sin duda, la forma de ficción más flexible. ¡Casi cualquier cosa puede suceder! Naturalmente, no hablo de sucesos que ocurran de hecho (todo el mundo sabe que la única propiedad definitiva de lo que sucede de hecho es el aburrimiento).

Pero, la casuística. Sucede algo, y puede ser muy interesante, pero no deja de ser una cosa que sucedió y ya, y quizás suceda con una cierta regularidad estadística, pero ese es un dato sin verdadera importancia.

Nótese que no lo señalo como un defecto del drama. Es una característica que le es propia, la casuística, y de ella provienen tanto sus virtudes como sus defectos, como forma de arte.

En el tercer nivel —aquí seguramente es donde pisaré callos—: la tragedia.

La tragedia es el antónimo de la ficción bucólica. Nadie escapa a la tragedia. Nadie olvida sus problemas con la tragedia.

Pero la tragedia se diferencia también del drama, con total independecia del resultado de la historia que se cuente (en ello no radica la diferencia). Después de todo, muchos dramas acaban en desastre, y unas pocas tragedias tienen finales... no "felices", pero al menos no-catastróficos.

La diferencia es que si el drama dice la vida tal como es, la tragedia dice lo que la vida es, o qué es la vida. Espero que se entienda la diferencia lógica. Es como decir: «los primeros cinco números cardinales son 1, 2, 3, 4 y 5», en el drama, y «X= 0 < N < 6», en la tragedia.

Desde luego, esta triple distinción es más que deficiente. No solo las definiciones lo son, sino que también deja muchas cosas fuera, como la farsa, la comedia auténtica, etc.

¿Pero a qué voy con esto?

Si rechazamos la ficción bucólica por las razones expuestas en este post, creo que acabaremos, inevitablemente, por quedarnos solo con la tragedia. Porque aquí no se critica de la ficción pastoril el que nos muestre gente siempre sonriente y feliz, que también hemos puesto las películas de acción en el mismo saco, sino que no nos digan de la vida lo que es. Y el drama tampoco hace eso. El drama nos muestra casos de vida, pero no la vida.

Todo el que me conoce sabe que daría el corazón por la boca con tal de escribir una tragedia. Pero, por dios, ¡qué aburrida sería la vida si solo tuviésemos tragedias!


"inglesse"
"freye"

Sierra dijo...

Notas

1) Me he dado una vuelta inmensa para decir algo tremendamente sencillo. No sé si valía la pena, pero está hecho.

2) Desde luego, y contra mi costumbre, utilizo aquí "tragedia" en un sentido muy amplio. Tan amplio que incluso obras como El corazón de las tinieblas podrían considerarse en cierta medida trágicas. (Ahora mismo no se me vienen más ejemplos).

Héctor Meda dijo...

Estoy de acuerdo peero...no creo que existan abstemios de lo fictipop... Es una cuestión de resistencia: uno no puede jugar a fútbol continuamente y a veces, se debe escuchar música de segundo plato mientras se conduce o se charla en un bar y entonces dicha música debe estar adaptada a esas deficitarias atenciones. (A la gente que pone como hilo musical a Mozart, Beethoven o lo que sea, a esa, repito, yo sí que las quemaría viva después de haberla torturado largamente)

Dicho esto, su distinción, bien mirada, no es equivocada, me parece a mi, si acaso cambiaría la política baustimal y pasaría a llamar melodramatismo a lo que ud. llama drama y drama a lo que ud. llama tragedia, más que nada, para dejar libre una palabra, tragedia, para un tipo de dolorosa realidad que escapa a la asimilación.

Me explico, según entendí decir a Kundera, el drama es aquello que surje por un gordioano conflicto irresoluble entre dos personas cargadas equitativamente de razón, por ejemplo, el empresario que tiene en su fábrica un agujero de deudas que amenaza su patrimonio, que se debe a la bancarrota y al cierre del chiringuito frente al empleado de esa empresa que necesita del trabajo para la manutención de su familia. Hay conflicto pero no hay culpable claro.

La tragedia es el horror, como lo llama Kundera (ahora me acuerdo que a lo anterior lo llama tragedia) y refiere los conflictos que no tiene explicación ni razón de ser desde ningún punto de vista, caso de los terremotos o, tal vez, los campos de concentración (Hace poco Von Trier decía comprender en parte -o algo así- a Hitler: creo que quería decir que vislumbraba un drama en la tragedia u horror del nazismo)

De todas formas, ya sabe que a mi me gusta más enfocar la perspectiva desde los personajes en vez de las historias y en ese sentido, yo atacabaa las ensoñaciones romanticoides, esto es, como la publicidad engañosa éstas no producen sino disonancias cognitivas