miércoles, 6 de octubre de 2010

Teodicea

Si Dios no existiera, ¿habría alguna diferencia?

La vida sería comprensible. Sería un alivio. La muerte como extinción de la vida. La disolución del cuerpo y el alma. La crueldad, la soledad y el temor, serían cosas claras y transparentes.

El sufrimiento es incomprensible y no requiere explicación. No hay creador. Ni continuación de la vida. Ni designio.

Diálogo sacado de una escena de la película Los comulgantes creada por Ingmar Bergman

Si prestamos atención a lo que hacemos en la vida cotidiana cada vez que respondemos a una pregunta con un discurso que resulta aceptado por un interlocutor como una explicación encontraremos dos cosas: a) que lo que hacemos es proponer una reformulación de la situación particular de nuestra praxis del vivir en términos de otros elementos de nuestra praxis del vivir; y b) que nuestra reformulación de nuestra praxis del vivir es aceptada por el interlocutor como una reformulación de su praxis del vivir.

Entonces, por ejemplo, la afirmación "tú has sido hecho por tu madre en su panza" se convierte en una explicación, cuando un niño la acepta como una respuesta a su pregunta "Madre, ¿cómo nací?". En otras palabras, la vida cotidiana nos revela que es el observador quien acepta o rechaza un enunciado como reformulación de una situación en particular de su praxis del vivir; es, en términos de elmentos de otras situaciones de su praxis del vivir, quien determina en qué medida un enunciado es una explicación.

Al hacer eso, el observador acepta o rechaza una reformulación de su praxis del vivir como una explicación, según satisfaga o no un criterio explícito o implícito de aceptabilidad que él aplique a través de su modo de escuchar. Si el criterio de aceptabilidad resulta aplicable, las reformulaciones de la praxis del vivir es aceptada y se transforma en una explicación; la emoción o el estado de ánimo del observador cambian de la duda a la satisfacción; y él termina de formular incesantemente la pregunta. Como resultado, cada manera de escuchar del observador, que constituye un criterio para aceptar reformulaciones explicativas de la praxis del vivir, define un dominio de explicaciones; y los observadores que pretenden acptar las mismas explicaciones para sus respectivas praxis del vivir, sostienen implícitamente estar operando en el mismo dominio de praxis del vivir.

Por lo tanto, y más allá de que nos demos cuenta de esto o no, los observadores nunca escuchamos en el vacío; siempre aplicamos algún criterio de aceptabilidad en particular para cualquier cosa que escuchamos (veamos, toquemos, olamos..., o pensemos), aceptándola o rechazándola según satisfaga o no este criterio en nuestra escucha. Por cierto, esto está teniendo lugar ahora con el lector de este artículo.

Humberto Maturana en el libro Construcciones de la experiencia humana

Dostoyevski dijo en una ocasión "Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos". Estas palabras acudían continuamente a mi mente cuando conocí a aquellos auténticos mártires [presos, como el narrador, de un campo de concentración] cuya conducta, sufrimiento y muerte en el campo fue un testimonio vivo de qu ese reducto de íntima de la libertad interior jamás se pierde. Puede afirmarse que fueron dignos de su sufrimiento: el modo cómo lo soportaron supuso una genuina hazaña interior: Y es precisamente esta libertad interior la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido.

Una vida activa cumple con la finalidad de presentar al hombre la oportunidad de desempeñar un trabajo que le proporciona valores creativos; una vida de contemplación también le concede ocasión de desplegar la plenitud de sus vivencias al experimentar la conmoción interior de la belleza, el arte o la naturaleza. Pero también atesora algún sentido la vida huérfana de creación o vivencia, aquella que sólo admite una única posibilidad de respuesta: la actitud erguida del hombre ante su destino adverso, cuando la existencia le señala inexorablemente un camino. En esas condiciones, al hombre se le cierran las posibilidades de realizar valores de creación o de vivencia, pero aun así la vida continúa ofreciendo un sentido. En síntesis, cualquiera de los distintos aspectos de la existencia conserva un valor significativo, el sufrimiento también. El realismo nos avisa de que el sufrimiento es una parte cosustancial de la vida, como el destina y la muerte. Sin ellos, la existencia quedaría incompleta.

La principal preocupación de los prisioneros se resumía en esta pregunta: ¿Sobreviviremos al campo de concentración? De no ser así, aquellos y atroces y continuos sufrimientos ¿para qué valdrían? Sin embargo, a mí personalmente me angustiaba otra pregunta: ¿Tiene algún sentido estos sufrimientos, estas muertes? Si carecieran de sentido, entonces tampoco lo tendría sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en salvarse o no, es decir, cuyo sentido dependiera del azar del sinnúmero de arbitrariedades que tejen la vida en un campo de concentración, no merecería la pena ser vivido.

Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido

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