extraños parecidos

...y entra en pregonera estampida hablando por el móvil, simple excusa, me temo, para llamar la atención y, efectivamente, importuna a un cliente sentado en un mesa pero porque sólo quiero, mi vida, dejar las bolsas de la compra aquí, nada más, y para cuando ha entrado gritando en el wáter, rozándome y pegándome en ese roce, yo ya estoy asqueado de su estresante presencia, la de ella y la de todas esas cotorras parlantes incapaces de sumergirse entre la gente sin perturbar el anestesiante fluir dócil de mis zozobras y, bueno, no tardará ni medio minuto en, a la vuelta de los servicios, importunar a otro cliente, sentándose en donde un viejo incapacitado, tartamudo por lo que se le oye en su conversación con ella, que es a viva voz, y que tiene otras taras de inválido por todo acompañante, peaje, al parecer, de una trombosis justito superada y hete aquí, que la pava no ha ganado menos debes al destino, claro, y resulta que también muy sufrida, sí, que viuda, se escucha, que su marido tuvo la misma dolencia pero aquel quedó peor, en un primer momento, inválido del todo y seis años después, el segundo aviso, el fulminante, pero hasta entonces le cuidé y sin queja alguna, ehhhh, porque le quería, mucho pero ya ves, ahora aquí, sin más, no necesito a nadie, no te creas, para qué, mejor sola que mal acompañada, sí, y de repente, como si las doce en un cuento invertido: las campanas suenan, la magia ilusoria se desvanece y una repelente vieja gorda gritona se reconvierte al momento en una soledad aún no atajada, en una igual algo alterada y siento remordimientos de los patológicos pensamientos exhalados apenas segundos atrás porque sospecho habían nacido desde el mismo agrietado foco de infección que los gritos llamativos de esta triste señora.

Comentarios

Sierra ha dicho que…
Hombre, en lo de odiar a la gente es usted un amateur. Su foco de infección no será mucho más que un grano molesto. Los verdaderos virtuosos del odio no dejamos de aborrecer a alguien solo porque se parece un poco a nosotros, al contrario, nos da una razón para detestar aun más, con más saña y ahora con virulencia fortificada.

Odiar a una vieja chillona es algo así como mi precalentamiento misantrópico de la mañana. Luego salgo del café a buscar palomas que patear y perros vagos a los que sisear. Reservo para la tarde mi verdadero comportamiento de ogro.
Héctor Meda ha dicho que…
Bueno, bueno, no me confunda odio con amargura: ¡cuánto mejor es lo primero!