Éticas bestiales o cómo matar un mosquito con una falaz escopeta
Vaya por delante que no soy taurino. En absoluto. Y no lo soy porque grosso modo a mi, el ver sufrir a un animal, me cortocircuitea ipso facto cualquier placentera experiencia que, por lo demás y sin haberla visto en condiciones, me parece hiperbólico el considerarla "estética".
No obstante comulgo con los aficionados que defienden la tauromaquia ante aquellos críticos que homologan la vida de los animales con la de los humanos.
Una razón convincente para este temporal alianza: no hay que sobrevalorar la precisión de nuestras herramientas morales: los juicios éticos surgen de una imposición de nuestro órgano moral cuando se gatillan ciertas percepciones que la evolución ha obligado a que sean referidas a los seres humanos y que, de forma exaptativa, también afectarán, sobre todo si la cultura lo potencia, a seres parecidos a los humanos.
Por eso a nadie le da pena matar mosquitos pero sí toros, a nadie serpientes, a todos perros, gatos, simios; y lo que digo es que los bestialistas, cuando imponen la no matanza de determinados animales pero sancionan la de algunos otros entonces están instaurando un arbitrario criterio demarcativo que, bien podrá ser emocionalmente compartido por un servidor, pero no racionalmente.
Entendida como filosofía moral y llevada por su propia lógica, el bestialismo nos impondría una terrible conducta: la de aquellos jainitas que iban barriendo allá por donde caminaban no fueran a matar a un bichito, a un igual.
No obstante comulgo con los aficionados que defienden la tauromaquia ante aquellos críticos que homologan la vida de los animales con la de los humanos.
Una razón convincente para este temporal alianza: no hay que sobrevalorar la precisión de nuestras herramientas morales: los juicios éticos surgen de una imposición de nuestro órgano moral cuando se gatillan ciertas percepciones que la evolución ha obligado a que sean referidas a los seres humanos y que, de forma exaptativa, también afectarán, sobre todo si la cultura lo potencia, a seres parecidos a los humanos.
Por eso a nadie le da pena matar mosquitos pero sí toros, a nadie serpientes, a todos perros, gatos, simios; y lo que digo es que los bestialistas, cuando imponen la no matanza de determinados animales pero sancionan la de algunos otros entonces están instaurando un arbitrario criterio demarcativo que, bien podrá ser emocionalmente compartido por un servidor, pero no racionalmente.
Entendida como filosofía moral y llevada por su propia lógica, el bestialismo nos impondría una terrible conducta: la de aquellos jainitas que iban barriendo allá por donde caminaban no fueran a matar a un bichito, a un igual.
Comentarios