Acabo de leer un interesante libro titulado ¿En qué creen los que no creen?. Consiste en un diálogo epistolar entre, en mi opinión, el mayor intelectual del mundo por su sentido común y erudición, Umberto Eco y el jesuíta y en su momento papable Carlo María Martini, en donde se trata de recoger los intentos de ambos pensadores de encontrar un marco común tanto para creyentes (más bien católicos practicantes) como no creyentes en una variedad de temas cruciales para la sociedad.
A ese intercambio de opiniones se añade, al final del libro, una serie de autores que, a modo de coro, dan su opinión sobre el desenvolvimiento del diálogo. Esta última parte me propongo obviarla en lo que será una especie de resumen del libro. Un resumen que pongo aquí para, también, incitar la reflexión e intentar fortalecer los posibles puntos comunes que puedan existir entre las dos cosmovisiones antagónicas por antonomasia.
El libro consta de cuatro diálogos. El primer diálogo lo comienza Eco proponiendo como hilo de conversación la obsesión por el Apocalipsis. Una obsesión que el semiólogo italiano considera, en una atrevida afirmación, más acusada en el pensamiento laico que en el religioso dado que los últimos hacen de ese momento una meditación mientras que los primeros, lejos de ignorarlo como pretenden fingir, acaban, en nuestros tiempos, obsesionándose con él.
Luego de anotar todo aquello que puede constituir hoy día un peligro para la supervivencia de la humanidad (contaminación medioambiental, guerra nuclear,...) advierte del riesgo invocado al abandonarse, cuando se siente ese fin cerca, a un milenarismo desesperado. Riesgo que conlleva este actuar por ser el constituyente del gérmen de los superhumanismos, como las herejías gnósticas o, en su versión laica, los totalitarismos, que son los que acaban siempre proponiendo una salvación a aquellos adeptos a una raza, secta o etcétera privilegiada previo pago de su particular holocausto redentor. Es en este momento cuando hay que apelar a una dirección de la historia (incluso, recalca, para aquellos que no creen en la parusía) que nos permita creer que todavía hay un lugar (¿por qué no?) para la esperanza.
Termina la carta el escritor no con ningún tipo de conclusión tajante sino dejando en el aire el interrogante de si existe una noción de esperanza, de la que ha tratado de mostrar su importancia sociológica incluso en el mundo irreligioso, así como si existe una noción de propia responsabilidad en relación al mañana que pueda ser común tanto a creyentes como a no creyentes evitándose así la peligrosa inanidad de quien se coloca ante el televisor mientras ve pasar el tiempo avanzar a pequeños pasos, de día en día, hasta la última silaba del tiempo recordable.
Ahora entra en escena el cardenal Martini. Enunciará tres asertos, a propósito de la historia, que para él resultan definitorios de la misma:
A ese intercambio de opiniones se añade, al final del libro, una serie de autores que, a modo de coro, dan su opinión sobre el desenvolvimiento del diálogo. Esta última parte me propongo obviarla en lo que será una especie de resumen del libro. Un resumen que pongo aquí para, también, incitar la reflexión e intentar fortalecer los posibles puntos comunes que puedan existir entre las dos cosmovisiones antagónicas por antonomasia.
El libro consta de cuatro diálogos. El primer diálogo lo comienza Eco proponiendo como hilo de conversación la obsesión por el Apocalipsis. Una obsesión que el semiólogo italiano considera, en una atrevida afirmación, más acusada en el pensamiento laico que en el religioso dado que los últimos hacen de ese momento una meditación mientras que los primeros, lejos de ignorarlo como pretenden fingir, acaban, en nuestros tiempos, obsesionándose con él.
Luego de anotar todo aquello que puede constituir hoy día un peligro para la supervivencia de la humanidad (contaminación medioambiental, guerra nuclear,...) advierte del riesgo invocado al abandonarse, cuando se siente ese fin cerca, a un milenarismo desesperado. Riesgo que conlleva este actuar por ser el constituyente del gérmen de los superhumanismos, como las herejías gnósticas o, en su versión laica, los totalitarismos, que son los que acaban siempre proponiendo una salvación a aquellos adeptos a una raza, secta o etcétera privilegiada previo pago de su particular holocausto redentor. Es en este momento cuando hay que apelar a una dirección de la historia (incluso, recalca, para aquellos que no creen en la parusía) que nos permita creer que todavía hay un lugar (¿por qué no?) para la esperanza.
Termina la carta el escritor no con ningún tipo de conclusión tajante sino dejando en el aire el interrogante de si existe una noción de esperanza, de la que ha tratado de mostrar su importancia sociológica incluso en el mundo irreligioso, así como si existe una noción de propia responsabilidad en relación al mañana que pueda ser común tanto a creyentes como a no creyentes evitándose así la peligrosa inanidad de quien se coloca ante el televisor mientras ve pasar el tiempo avanzar a pequeños pasos, de día en día, hasta la última silaba del tiempo recordable.
Ahora entra en escena el cardenal Martini. Enunciará tres asertos, a propósito de la historia, que para él resultan definitorios de la misma:
1) La historia posee un sentido, no es un mero cúmulo de hechos absurdos y vanos
2)Este sentido no es puramente inmanente sino que se proyecta más allá de ella, y por lo tanto no debe ser objeto de cálculo, sino de esperanza
3) Esta perspectiva no agota sino que solidifica el sentido de los acontecimientos contingentes: son el lugar ético en el que se decide el futuro metahistórico de la aventura humana
Posteriormente, recogiendo el guante lanzado por Eco con la última pregunta de su carta, admitirá que, y como muestra de su falta de fanatismo, debe haber por fuerza una noción común tanto de esperanza como de responsabilidad porque ha visto a muchos ateos que viven su propio presente dotándole de sentido a la vez que comprometiéndose responsablemente con el futuro.
Mas un fin irremisible, aclara, no ayudaría a valorar de forma crítica todo nuestro pasado siendo de obligada necesidad para ello realizar una reflexión sobre un fin que encauce nuestra atención tanto hacia el futuro, a donde se pueda proyectar nuestras esperanzas, como hacia el pasado, de donde se puede extraer valiosas reflexiones. En este sentido recuerda que el hecho de saber que se está en marcha hacia una meta, así como poder vislumbrar parte de ella, posibilita tanto la corrección como la mejora de nuestras acciones. Mencionará también que solamente nos arrepentimos de aquello que intuimos podemos hacer mejor precisándose para ello habilitar algún tipo de esperanza de mejora. Su idea queda perfectamente resumida en el título de su carta: la esperanza hace del fin un fin.
El segundo diálogo tratará sobre el tema que más polémicas levanta entre laicos y creyentes. El aborto. Eco comienza el diálogo tratando de detectar aquellas coordenadas que son comunes a ambas posturas, anotando que, en general, no es la vida per se (pensemos en bacterias, microbios y ...) lo que se quiere defender sino específicamente la vida humana, siendo capital, por tanto, el delimitar cuándo comienza propiamente.
Llegados a este punto el escritor se muestra prudente al mostrarse ignorante del momento exacto en el que el feto adquiere carácter humano. Lo mejor de la carta de Eco, a mi juicio, es cuando trata de hacer ver que incluso el catolicismo puede (y debe, incluso) atenerse a esta perspectiva sacando a relucir la teoría del Aquinate a propósito del desarrollo del alma que pasa por los sucesivos estados de vegetativa, animal y humana convirtiéndose el feto un ser a defender en el momento en el que tuviera un alma genuinamente humana.
La respuesta de Martini se cifra en decir, como era de prever, que la vida, dado que es algo de sumo valor, tendrá que ser considerada con un máximo respeto no pudiéndose, por tanto, ser afrontada con ligereza y arbitrariedad su comienzo.
No continúo con la exposición del diálogo porque considero que este tema está suficientemente trillado como para esperar que, de repente, pueda encontrarse una solución satisfactoria a ambas posturas máxime cuando el debate, por su propia naturaleza, tiende a desenvolverse en términos maniqueos.
El tercer diálogo, una vez más comenzado por Eco, resulta en cierto modo insustancial por tratar específicamente de la política interna de la institución eclesiástica. En él, nuestro laico escritor pretende, citando, incluso, a la biblia, tratar de argumentar que no hay ninguna razón seria para impedir que las mujeres sean ordenadas sacerdotes. Como es un tema más propio de teólogos y sin especial relevancia sociológica, anotaré, brevemente, sin considerar que con ello desecho gran cosa, la repuesta de Martini que se podría resumir en el título de su carta: La Iglesia no satisface expectativas, celebra misterios.
El cuarto diálogo versa sobre un tema tratado ampliamente en este blog: la fundamentación de la ética. Por primera vez empieza el diálogo Martini dedicándose básicamente a inquirir a su corresponsal dónde encuentra el laico la fundamentación del bien. En un momento dado, llega a preguntar
En realidad, se podría decir que, cuando una ética se ve necesitada de recurrir a ángeles y demonios lo que hace es revelarse, seguramente, como una teoría científicamente arcaica.
Volviendo a la carta (y perdón por la impertinente intromisión); el jesuíta, para responder a la pregunta que él mismo ha planteado, apela con ir más allá de escepticismos y agnosticismos, hacia un Misterio al que entregarse para, en esa entrega, fundar una acción común que posibilite una mayor humanización del mundo.
La respuesta epistolar de Eco, titulada Cuando los demás entran en escena, nace la ética, me resulta soberbia. De verdad, soberbia. Voy a intentar resumirla aunque tenga que cercenar para ello ciertos excursos poéticos que, aunque sutilmente relevantes para la comprensión y matización de su posición, complicarían, aún más, el resumen de sus ideas.
En primer lugar, recuerda que hasta quién mata, estupra, roba o tiraniza lo hace excepcionalmente dado que, durante el resto de su vida, mendiga de sus semejantes su aprobación e inclusión. También aquellos que hacen de la humillación su característico modus operandi pretenden el reconocimiento y la placentera seguridad que otorga el miedo y la sumisión de los demás.
Para mostrar esa necesidad de socialización como inherentemente humana, Eco llegará a plantear un hipotético caso en el que una persona viviera en una comunidad en la que todos hubieran decidido sistemáticamente no mirarle y comportarse como si no existiera; señalando que esa persona, sin duda alguna, enloquecería.
Por lo tanto el escritor concluye afirmando con que basta el instinto natural para que la ética surga espontáneamente. Evidentemente esta postura suscita siempre las mismas reacciones intelectuales: ¿cómo es que entonces ha habido(y hay) culturas que aprueban las masacres, el canibalismo, etcétera? Es entonces cuando nuestro escritor recurre a una suerte de formulación del circulo moral de Singer, afirmando que aquellas comunidades con un comportamiento inmoral (auto)justifican y circunscriben su actuar al restringir el concepto de los demás a la comunidad tribal (o a la etnia o a (rellenar con lo que se quiera) conguiendo con ello poder tratar a los bárbaros como seres inhumanos exentos de alma sin perjuicio de acabar con una conciencia moral atormentada.
En definitiva, hay que basar los principios de una ética laica en un hecho natural y, como tal, recuerdo Eco, para un creyente resultado también de un proyecto divino, (algo que olvidan quienes braman contra una moral de raíz naturalista en base a considerar que contradice sus creencias religiosas). Un hecho natural como la corporalidad y como la idea de sabernos instintivamente poseedores de un alma (o algo que hace las veces de ella) sólo en virtud de la presencia ajena.
Termina la carta preguntándose si el instinto natural, en su justa maduración, no constituye un fundamento que dé garantías suficientes. Pregunta a la que no puedo evitar responder ¿y qué si no da garantías suficientes?, el hecho es que no tenemos otra opción que la de partir de nuestros instintos y tratar de madurarlos.
Mas un fin irremisible, aclara, no ayudaría a valorar de forma crítica todo nuestro pasado siendo de obligada necesidad para ello realizar una reflexión sobre un fin que encauce nuestra atención tanto hacia el futuro, a donde se pueda proyectar nuestras esperanzas, como hacia el pasado, de donde se puede extraer valiosas reflexiones. En este sentido recuerda que el hecho de saber que se está en marcha hacia una meta, así como poder vislumbrar parte de ella, posibilita tanto la corrección como la mejora de nuestras acciones. Mencionará también que solamente nos arrepentimos de aquello que intuimos podemos hacer mejor precisándose para ello habilitar algún tipo de esperanza de mejora. Su idea queda perfectamente resumida en el título de su carta: la esperanza hace del fin un fin.
El segundo diálogo tratará sobre el tema que más polémicas levanta entre laicos y creyentes. El aborto. Eco comienza el diálogo tratando de detectar aquellas coordenadas que son comunes a ambas posturas, anotando que, en general, no es la vida per se (pensemos en bacterias, microbios y ...) lo que se quiere defender sino específicamente la vida humana, siendo capital, por tanto, el delimitar cuándo comienza propiamente.
Llegados a este punto el escritor se muestra prudente al mostrarse ignorante del momento exacto en el que el feto adquiere carácter humano. Lo mejor de la carta de Eco, a mi juicio, es cuando trata de hacer ver que incluso el catolicismo puede (y debe, incluso) atenerse a esta perspectiva sacando a relucir la teoría del Aquinate a propósito del desarrollo del alma que pasa por los sucesivos estados de vegetativa, animal y humana convirtiéndose el feto un ser a defender en el momento en el que tuviera un alma genuinamente humana.
La respuesta de Martini se cifra en decir, como era de prever, que la vida, dado que es algo de sumo valor, tendrá que ser considerada con un máximo respeto no pudiéndose, por tanto, ser afrontada con ligereza y arbitrariedad su comienzo.
No continúo con la exposición del diálogo porque considero que este tema está suficientemente trillado como para esperar que, de repente, pueda encontrarse una solución satisfactoria a ambas posturas máxime cuando el debate, por su propia naturaleza, tiende a desenvolverse en términos maniqueos.
El tercer diálogo, una vez más comenzado por Eco, resulta en cierto modo insustancial por tratar específicamente de la política interna de la institución eclesiástica. En él, nuestro laico escritor pretende, citando, incluso, a la biblia, tratar de argumentar que no hay ninguna razón seria para impedir que las mujeres sean ordenadas sacerdotes. Como es un tema más propio de teólogos y sin especial relevancia sociológica, anotaré, brevemente, sin considerar que con ello desecho gran cosa, la repuesta de Martini que se podría resumir en el título de su carta: La Iglesia no satisface expectativas, celebra misterios.
El cuarto diálogo versa sobre un tema tratado ampliamente en este blog: la fundamentación de la ética. Por primera vez empieza el diálogo Martini dedicándose básicamente a inquirir a su corresponsal dónde encuentra el laico la fundamentación del bien. En un momento dado, llega a preguntar
¿cómo se puede llegar a decir, prescindiendo de la referencia a un Absoluto, que ciertas acciones no se pueden hacer de ningún modo, bajo ningún concepto, y que otras deben hacerse, cueste lo que cueste?Hay que fijarse que Martini pregunta por qué ciertas acciones no se pueden hacer de ningún modo, bajo ningún concepto, y que otras deben hacerse dando ingenuamente por hecho que un ser humano goza de libre albedrío y que no está determinado su actuar. Así que no puedo, en esta ocasión, evitar meter baza y autocitarme al recordar que
los conceptos morales nacen de la propia naturaleza humana y se hacen inviolables en función de los límites puestos por ella pues no podemos trascender nuestra propia naturaleza.Dicho de otro modo, para que la pregunta de Martini tuviera sentido habría que aceptar como cierto que tenemos libre albedrío pero si desechamos esta hipótesis la pregunta de Martini se revela tan banal como cuando en el s.XIX los científicos para explicar cómo se propagaba la luz postularon un éter que, a la postre, se mostró innecesario a la luz de la nueva física.
En realidad, se podría decir que, cuando una ética se ve necesitada de recurrir a ángeles y demonios lo que hace es revelarse, seguramente, como una teoría científicamente arcaica.
Volviendo a la carta (y perdón por la impertinente intromisión); el jesuíta, para responder a la pregunta que él mismo ha planteado, apela con ir más allá de escepticismos y agnosticismos, hacia un Misterio al que entregarse para, en esa entrega, fundar una acción común que posibilite una mayor humanización del mundo.
La respuesta epistolar de Eco, titulada Cuando los demás entran en escena, nace la ética, me resulta soberbia. De verdad, soberbia. Voy a intentar resumirla aunque tenga que cercenar para ello ciertos excursos poéticos que, aunque sutilmente relevantes para la comprensión y matización de su posición, complicarían, aún más, el resumen de sus ideas.
En primer lugar, recuerda que hasta quién mata, estupra, roba o tiraniza lo hace excepcionalmente dado que, durante el resto de su vida, mendiga de sus semejantes su aprobación e inclusión. También aquellos que hacen de la humillación su característico modus operandi pretenden el reconocimiento y la placentera seguridad que otorga el miedo y la sumisión de los demás.
Para mostrar esa necesidad de socialización como inherentemente humana, Eco llegará a plantear un hipotético caso en el que una persona viviera en una comunidad en la que todos hubieran decidido sistemáticamente no mirarle y comportarse como si no existiera; señalando que esa persona, sin duda alguna, enloquecería.
Por lo tanto el escritor concluye afirmando con que basta el instinto natural para que la ética surga espontáneamente. Evidentemente esta postura suscita siempre las mismas reacciones intelectuales: ¿cómo es que entonces ha habido(y hay) culturas que aprueban las masacres, el canibalismo, etcétera? Es entonces cuando nuestro escritor recurre a una suerte de formulación del circulo moral de Singer, afirmando que aquellas comunidades con un comportamiento inmoral (auto)justifican y circunscriben su actuar al restringir el concepto de los demás a la comunidad tribal (o a la etnia o a (rellenar con lo que se quiera) conguiendo con ello poder tratar a los bárbaros como seres inhumanos exentos de alma sin perjuicio de acabar con una conciencia moral atormentada.
En definitiva, hay que basar los principios de una ética laica en un hecho natural y, como tal, recuerdo Eco, para un creyente resultado también de un proyecto divino, (algo que olvidan quienes braman contra una moral de raíz naturalista en base a considerar que contradice sus creencias religiosas). Un hecho natural como la corporalidad y como la idea de sabernos instintivamente poseedores de un alma (o algo que hace las veces de ella) sólo en virtud de la presencia ajena.
Termina la carta preguntándose si el instinto natural, en su justa maduración, no constituye un fundamento que dé garantías suficientes. Pregunta a la que no puedo evitar responder ¿y qué si no da garantías suficientes?, el hecho es que no tenemos otra opción que la de partir de nuestros instintos y tratar de madurarlos.
4 comentarios:
Hola:
No comprendo cómo las reflexiones ajenas y propias tuyas que aparecen aquí arriba ni han suscitado coemntario alguno. ¡Esto no puede ser!, aunque no por ello dejaré estos que siguen, sino porque a mí sí que al menos un par de asuntos me han insitado a hacerlo.
Sin duda, la "conciencia de la vanidad", la de "no trascendencia (individual y "satisfactoria")", la de la "limitación humana (individual y colectiva)", etc., llevan a CIERTOS individuos al "suicidio" (ver la tele hasta que se calcine el cerebro es una forma). Pero a otros, esto les produce "ganas de vivir intensamente y el momento" (o sea, producir para los demás lo menos posible o nada). Y a otros una mezcla de resignación (realismo) y de aceptación de las inclinaciones "trascendentes" propias aunque sus resultados no signifiquen en el futuro lo mismo que uno entiende que deberían significar...
En fin: que el efecto de esa "conciencia" depende de la "psicolgía" del individuo en cuestión, de su grupo y por último de la "psicología dominante" en la sociedad.
Y, en fin también: la idea de "promover" una "esperanza" en particular o hacerlo en general, considerando que "es bueno" o que "evitaría males mayores", etc., no es sino una MANIFESTACION de un deseo de poder para el propio grupo, el que alza el MITO correspondiente, etc.
No me quiero extender, sino, simplemente, insistir en mi tesis de lo que podría llamarse "la intencionalidad que está detrás de las acciones y los pensamientos". Y añadir que todo lo que "causas" y "efectos" conforma puede ser justificado, puede por tanto empujarnos en alguna dirección que tal vez contenga o no un colapso futuro o una mutación global, etc., y sea "valorado" en el futuro como un "paso trascendente".
Dado pues que no se puede tomar como "verdad absoluta" a ninguna de las posturas que componen un discurso sino "asumirlas" y "aceptarla en cuanto mito", tampoco podemos decir al mundo: ¡sed prevenidos! Y claro que lo hacemos a pesar de ello: lo hacemos porque (1) todos somos también fabricantes y oferentes de mitos, y (2) porque ese es el camino que se nos impone "genéticamente"; un camino que va dando de sí... continuidad a través del caos e invención que acaba por constituirse en "única".
El otro punto que me motiva a comentar es el de la moral, pero al respecto sólo diré que coincido en la óptico que lleva a enfocar el tema como RESULTADO evolutivo. Lo que añadiría es el concepto muy iluminador para mi gusto de GRUPO y de GRUPALIDAD (sobre moral y grupo he tocado varios aspectos en mi blog). Justamente, lo de considerar a "los otros" como alienígenas o bárbaros no es una decisión "para justificar la guerra" sino que es PREVIA, por lo que... LLEVA a la guerra. Creo que hay que verlo así. Una causa puesta detrás del efecto sólo obliga a buscar una nueva causa.
Y con este aserto metodológico, me despido hasta la próxima. Espero que alguien más nos brinde sus reflexiones en lugar de seguir enmudeciendo... y quizás desesperando.
Un abrazo.
Hola Carlos,
Me alegro de que al menos a ti los diálogos recogidos te hayan incitado a la reflexión ;-)
A propósito de la ética:
Estoy totalmente de acuerdo con tu apunte.
A propósito de la historia:
Es curioso porque Eco, a pesar de ser ateo, es bastante concesdendiente con la religión al considerarla, de algún modo, inevitable o al menos permisible ya que hace uso de cierta mitología que él considera tanto connatural como balsámica para la humanidad.
Mira este interesante artículo suyo.
Ahora bien, aunque estoy totalmente de acuerdo contigo cuando afirmas que "promover" una "esperanza" (...) que "evitaría males mayores", etc., no es sino una MANIFESTACION de un deseo de poder para el propio grupo, el que alza el MITO correspondiente, hay que precisar que el diálogo entre laicos y creyentes se hace necesario precisamente a raíz de aceptar este hecho y es por eso, para evitar fraticidas luchas de poder (sobre todo en el terreno de la moral social), por lo que resulta urgente buscar una mitología común.
De lo contrario, según Eco, vendrán siempre los superhumanismos, como las herejías gnósticas o, en su versión laica, los totalitarismos, que son los que acaban siempre proponiendo una salvación a aquellos adeptos a una raza, secta o etcétera privilegiada previo pago de su particular holocausto redentor.
Dicho de otro modo, Eco considera que no hay que desechar toda mitología que pueda dar sentido a la historia. Eso es imposible porque (como tu bien sueles apuntar) es connatural al ser humano crear mitos.
Por lo tanto lo que hay que hacer es buscar una mitología que incluya a toda la humanidad (creyentes y no creyentes) de lo contrario cada grupo (secta, raza, etc) propondría el suyo que y siempre en aras de que sirviese sólo para beneficio propio.
Saludos
Bueno... lo que pasa es que en un "objetivo" como ese para "La Humanidad" ya hay Utopía (y eso requiere un Mito, claro) y la Utopía se debe... IMPONER a los demás (grupos desde otro grupo), además de que por el camino de la imposición... se tergiversará (al menos eso ha pasado hasta ahora).
Pero, bueno... es cierto que hay tendencias al DIALOGO y a las ALIANZAS y a LAS CONSECIONES...
Sí, también hay de eso en nombre de la relación de fuerzas y del grado en que ello sea soportable... y cuando algo falle de todo eso... o cuando no se pueda sin grandes costes producir la IMPOSICION... será... la... GUERRA.
Y bueno... como todo interactua en el seno de la complejidad: habrá de todo, y todos sumaremos, restaremos, muultiplicaremos, dividiremos... per secula seculorum.
Saludos de un pesimista... en cierto sentido, que sigue recordando tu buenísima frase acerca del posible infierno que PUEDE estar detrás de la próxima esquina.
Diálogo y alianzas que admito que tienen una efectividad limitada.
Ciertamente el qué se ha de hacer en estos casos, cuando no hay posibilidad de entendimiento (veáse el caso del aborto) resulta díficil de dilucidar...
Y bueno saludos de un pesimista (entiendo que con matices) a... otro pesimista porque creo que el pesimismo es, se podría decir, un valiosísimo método profiláctico que nos ayuda a que nuestras fantasías políticas no degeneren en partos monstruosos.
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