jueves, 6 de noviembre de 2008

Sapientia melior auro

Desde la década de los noventa se ha popularizado un concepto, denominado Gestión del Conocimiento, que al aplicarse en las organizaciones pretende captar el conocimiento y experiencia personal existente entre sus miembros con el objetivo de convertirlos en un recurso disponible para cualquier otro miembro de la organización.

El objetivo es hacer tangible el capital intelectual de la empresa de forma que así como una empresa intenta amortizar su capital y reinvertir en él cuando sea necesario, también podría (más bien deberá) amortizar el capital intelectual de cada empleado, esto es, deberá conseguir que la experiencia de cada trabajador, lo que le permite, en definitiva, llegar a ser un experto se haga extensible para el resto de la organización de forma que se consigue tanto que los novatos aprendan rápido de los expertos como que la marcha de alguien, v.gr: por jubilación, no resulte lesivo para el futuro de la empresa.

El cómo (mediante, por ejemplo, registro de las lecciones aprendidas, Benchmarking, Knowledge Acquisition, Intranet, Comunidades de prácticas, un largo etc) es el objetivo de la gestión del conocimiento y que nadie dude de que, actualmente, crear, formar y difundir el conocimiento en la empresa, es considerado como un factor decisivo en la competitividad de las organizaciones porque este puede ser un bien (propiedad intelectual), un servicio (valor agregado) o una mercancía.

La gestión del conocimiento se volvió relevante, además de posible, a raíz de un artículo seminal escrito en 1995 por Nonaka y Takeuchi en donde distinguían dos dimensiones de conocimiento: Conocimiento tácito y Conocimiento explícito.

El éxito empresarial conseguido por la gestión del conocimiento demuestra la validez de la diferencia entre ambas dimensiones de conocimiento aunque es curioso comprobar cómo en los círculos informáticos se asume que -poniéndose de manifiesto así que la Ciencia no es un imperio de conocimiento ininterrumpido sino que consta más bien de islas intermitentemente comunicadas- esa distinción fue originalmente ideada por Nonaka y Takeuchi cuando lo verdaderamente cierto es que esa demarcación forma parte del núcleo de la crítica realizada por la escuela austríaca de economía a la planificación económica comunista y tiene, por tanto, una largo recorrido histórico en la ciencia económica.

Brevemente. Mises hizo la distinción entre conocimiento de eventos únicos y conocimiento de clase en 1920 en su argumentario contra las economías planificadas que promueven los sistemas comunistas. El cambio en la terminología que pasaría a llamar al conocimiento de eventos únicos como tácito lo introduciría Polanyi. El cuál en un libro daba un ejemplo de conocimiento de ese tipo, a saber, el que aprende a montar en bicicleta tratando de mantener el equilibrio moviendo el manillar al lado hacia el que comienza a caerse y causando de esta forma una fuerza centrífuga que tiende a mantener derecha la bicicleta, todo ello sin que prácticamente ningún ciclista sea consciente ni conozca los principios físicos en los que basa su habilidad; lo que el ciclista, por contra, más bien utiliza es su sentido del equilibrio, que de alguna forma le indica de un modo no verbal, no tangible, no intersubjetivo de qué manera ha de comportarse en cada momento para no caerse. Así tenemos en el ciclista un ejemplo y un uso de conocimiento tácito.

El problema, y la razón por la que la Gestión del Conocimiento se hace ardua, es que el conocimiento tácito no es fácilmente verbalizable dado que ni nuestra cognición (y por ende la intencionalidad de nuestras acciones) no puede ser determinada por el lenguaje.

Como bien señaló Chesterton en su momento:

El hombre sabe que hay en el alma tintes mas desconcertantes, mas innumerables y mas anónimos que los colores de una selva otoñal... cree, sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo

Cortázar pondría de manifiesto la inefabilidad de ciertos conocimientos de forma humorística en varios textos como en Instrucciones para subir una escalera o en Instrucciones para llorar.

Termino mi aburrida divagación sobre la Gestión del conocimiento y comienzo otra protagonizada por Stephen Kosslyn y su principio de simulación de la realidad explicado en su artículo What shape are a German Sheperd's?
[¿Qué forma tienen las orejas de un pastor alemán?].

El principio de simulación de la realidad es como se denomina al hecho de que al utilizar imágenes mentales como sustitutos de los objetos factuales de algún modo conseguimos producir el mismo impacto en la mente y en el cuerpo que produciría el hecho mismo de ver realmente ese objeto. Así ciertos neurocientíficos han encontrado que, al imaginarnos realizar una actividad concreta, conseguimos mejorar realmente nuestro ejercicio de la misma.

Resulta interesante señalar que sobre esta singularidad neurofisiológica se fundamenta el éxito de la emotividad proporcionada por todo el arte narrativo, desde las películas de terror de serie B hasta las obras maestras, y lo hace porque al recrearnos en nuestra imaginación las escenas logramos ser el personaje protagonista, averigüar cómo hace lo que hace, aprender su know how, en la medida, eso sí, en que esa narración nos reconstruya la acción de forma verosímil. Y todo ello, el sentir, ¡no!, el vivir la realidad del personaje, sin necesidad de que sus acciones, sentimientos, impulsos, esperanzas, sean verbalizadas.

No es de extrañar la profusión, a largo de los siglos, de novelas pertenecientes al género del Bildungsroman porque sólo las narraciones pueden dar cuenta del o mejor dicho, hacer accesible a una tercera persona el carácter íntimo de temas como la evolución moral o sicológica de alguien. No es de extrañar y de hecho, la asociación con el conocimiento tácito es ahora tan evidente que el siguiente párrafo se lo puede imaginar el lector.

Vuelvo al tema inicial con el que abría este post con la esperanza de volverlo coherente. ¿Te sorprenderás si te digo que los expertos en gestión del conocimiento están cada día más interesados en una determinada técnica de comunicación llamada storytelling que no es ni más ni menos que contar historias para transmitir ideas y compartir conocimiento?. Si a todo esto recordamos que las principales religiones del mundo -¿y qué hay más indecible que la experiencia religiosa?- se han revelado narraciones mediante entonces es fácil constatar con ello que la literatura, lejos de ser meramente una distracción para diletantes constituye un modo, acaso el mejor, de conseguir (o legar) sabiduría.

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