El otro día, viendo una de las mejores series de TV que ha habido nunca: Monk, escuché de boca de uno de los protagonistas recién enviudado exponer su deprimente estado de ánimo con la siguiente salmodia:
Lo consulté en internet. Para mi humillación, para mi tristeza, me había equivocado, me había precipitado. La frase, que citada en su totalidad todavía gana más en esplendor estético, era ésta:
Pero no bastando con eso, en la segunda parte de la cita, y distanciándose entonces de lo que podría ser Macbeth -pensemos en el magnífico monólogo que pronunciará, luego de enterarse que había enviudado-, se percibe una modulación del furor criminal hacia una mayor lucidez, con su consiguiente sensación de impotencia, que tendrá su culminación plástica en una cima de cariz finalmente suicida("pienso sobrellenarte a fuerza de alimento"), reverso tenebroso pero lúcidamente consecuente de la primera y romántica sobrevaloración ("el más exquisito...") del ser perdido.
Esa frase sólo la podría haber firmado Romeo. Estas pocas líneas nos han bastado para sentir ya su pasado aliento romántico, su futura fantasmal presencia, en suma, su rúbrica, que apenas ocupa unos caracteres pero que se escribirá indeleble en nuestra memoria.
Ese es el don shakesperiano pero no acaba aquí.
Leyendo otra vez la frase y contemplando separadamente sus elementos constructores vemos entonces imaginería apocalíptica, hipersensibilidad, animismo religioso, desahogo suicida; ingredientes todos ellos de la futura tragedia que se está cocinando pero también -suprema ironía- rutas mentales por las que gracias a las mismas Romeo había sido capaz de haber vivido tan intensamente, tan felizmente, lo que para otros puede llegar a convertirse con el peso de los años en apenas una trivial experiencia más. Y este punto es vital porque el que los patrones cognitivos de Romeo -como los de cualquier personaje shakesperiano, dicho sea de paso- no generen exclusivamente juegos de suma negativa, no generen exclusivamente círculos viciosos, es lo que hace que todo Shakespeare, que todos los personajes shakesperianos, tengan una estructura cognitiva de paradójica geometría, de imposible figuración, difícil moralismo, obligada rumia.
Bien es cierto que en esta obra, nuestro genio, aún treintañero, para hacer salir todo el jugo a la cognición del protagonista, bien desde del lado positivo, bien desde el negativo; necesitará exprimir la trama de la obra de una forma menos elegante de lo que será normal en él en sucesivas obras.
Da igual, lo relevante aquí, en estos momentos, es ver cómo, en apenas dos líneas, en apenas un par de líneas, el maestro condensa con sobrenatural plasticidad todo el futuro de su personaje que, ahora lo vemos con claridad, de algún modo, de alguna manera, como si fuera una semilla presta a encontrar su adecuada climatología, está ya presente en la percepción que el personaje extrae de lo real, de lo acontecido, de lo vivido, esto es, en la manera en que se enfrenta a lo habido mediante el pensamiento, el diálogo consigo mismo, el lenguaje.
A mi juicio, por esto Shakespeare fue un genio literario sin igual, no porque o no porque sólo, fuera un explorador de la psique humana, así, a secas, sino porque lejos de ser un mero periodista del reino del espíritu, emprendió una empresa de profundidad sin parangón, yendo más lejos que el resto en conseguir hacernos ver cómo, detrás de cada aprehensión del mundo, detrás de cada estar en el mundo, se esconde un patrón cognitivo que es el que criba, acomoda, selecciona, en suma, re-crea dicha estancia, dicha asimilación y lo hará en los términos en que sólo ese molde es capaz de lograr hacerlo encajar en nuestra cabeza.
Aún más lejos, el cisne de Avon nos revelará también que es a través de dicho molde cognitivo desde donde nacerán nuestras futuras tragedias domésticas, revelándonos cómo estamos establecidos en una vecindad con la infelicidad mayor de la que alcanzamos a ver, tal que el genotipo de cualquier especie, el cual, sólo necesita de apenas unas pequeñas perturbaciones ecológicas para revelarse su fatal cercanía con la extinción.
Abominable seno, vientre de muerte, repleto del más exquisito bocado de la tierraY si mal no recuerdo así acababa la cita. Al instante pensé, por su poético tono, por la plasticidad de las imágenes, por el ritmo alcanzado; que Shakespeare era el mejor candidato para otorgarle la autoría de la frase. La naturaleza apocalíptica de las metáforas, henchidas de un dolor vengativo, me instaron ir más lejos y apuntar a Macbeth.
Lo consulté en internet. Para mi humillación, para mi tristeza, me había equivocado, me había precipitado. La frase, que citada en su totalidad todavía gana más en esplendor estético, era ésta:
¡Oh! Tú, abominable seno, vientre de muerte, repleto del más exquisito bocado de la tierra, de este modo haré que se abran tus pútridas quijadas; (Desencajando la puerta del monumento [funerario]) y te sobrellenaré a la fuerza de más alimento.¿Qué quiere expresar quien pronunció esas frases? Aprovechándose de un metáfora animista("vientre de muerte"), el autor que creó tan magnífica expresión, fue capaz de plasmar en el personaje que la pronunciaba, una furia deicida, ya demente, que, al no adherirse a una religión al uso, no hace sino redundar en el carácter eminentemente instintivo, atávico, huérfano de todo intelectualismo sedante, en breve, desnudo, con el que el personaje se enfrenta al dolor.
Pero no bastando con eso, en la segunda parte de la cita, y distanciándose entonces de lo que podría ser Macbeth -pensemos en el magnífico monólogo que pronunciará, luego de enterarse que había enviudado-, se percibe una modulación del furor criminal hacia una mayor lucidez, con su consiguiente sensación de impotencia, que tendrá su culminación plástica en una cima de cariz finalmente suicida("pienso sobrellenarte a fuerza de alimento"), reverso tenebroso pero lúcidamente consecuente de la primera y romántica sobrevaloración ("el más exquisito...") del ser perdido.
Esa frase sólo la podría haber firmado Romeo. Estas pocas líneas nos han bastado para sentir ya su pasado aliento romántico, su futura fantasmal presencia, en suma, su rúbrica, que apenas ocupa unos caracteres pero que se escribirá indeleble en nuestra memoria.
Ese es el don shakesperiano pero no acaba aquí.
Leyendo otra vez la frase y contemplando separadamente sus elementos constructores vemos entonces imaginería apocalíptica, hipersensibilidad, animismo religioso, desahogo suicida; ingredientes todos ellos de la futura tragedia que se está cocinando pero también -suprema ironía- rutas mentales por las que gracias a las mismas Romeo había sido capaz de haber vivido tan intensamente, tan felizmente, lo que para otros puede llegar a convertirse con el peso de los años en apenas una trivial experiencia más. Y este punto es vital porque el que los patrones cognitivos de Romeo -como los de cualquier personaje shakesperiano, dicho sea de paso- no generen exclusivamente juegos de suma negativa, no generen exclusivamente círculos viciosos, es lo que hace que todo Shakespeare, que todos los personajes shakesperianos, tengan una estructura cognitiva de paradójica geometría, de imposible figuración, difícil moralismo, obligada rumia.
Bien es cierto que en esta obra, nuestro genio, aún treintañero, para hacer salir todo el jugo a la cognición del protagonista, bien desde del lado positivo, bien desde el negativo; necesitará exprimir la trama de la obra de una forma menos elegante de lo que será normal en él en sucesivas obras.
Da igual, lo relevante aquí, en estos momentos, es ver cómo, en apenas dos líneas, en apenas un par de líneas, el maestro condensa con sobrenatural plasticidad todo el futuro de su personaje que, ahora lo vemos con claridad, de algún modo, de alguna manera, como si fuera una semilla presta a encontrar su adecuada climatología, está ya presente en la percepción que el personaje extrae de lo real, de lo acontecido, de lo vivido, esto es, en la manera en que se enfrenta a lo habido mediante el pensamiento, el diálogo consigo mismo, el lenguaje.
A mi juicio, por esto Shakespeare fue un genio literario sin igual, no porque o no porque sólo, fuera un explorador de la psique humana, así, a secas, sino porque lejos de ser un mero periodista del reino del espíritu, emprendió una empresa de profundidad sin parangón, yendo más lejos que el resto en conseguir hacernos ver cómo, detrás de cada aprehensión del mundo, detrás de cada estar en el mundo, se esconde un patrón cognitivo que es el que criba, acomoda, selecciona, en suma, re-crea dicha estancia, dicha asimilación y lo hará en los términos en que sólo ese molde es capaz de lograr hacerlo encajar en nuestra cabeza.
Aún más lejos, el cisne de Avon nos revelará también que es a través de dicho molde cognitivo desde donde nacerán nuestras futuras tragedias domésticas, revelándonos cómo estamos establecidos en una vecindad con la infelicidad mayor de la que alcanzamos a ver, tal que el genotipo de cualquier especie, el cual, sólo necesita de apenas unas pequeñas perturbaciones ecológicas para revelarse su fatal cercanía con la extinción.
6 comentarios:
Últimamente tengo bastante a Shakes en la cabeza.
La verdad es que creo que Romeo y Julieta está viciada. Pasa con todas las obras de demasiado éxito... la hemos visto tantas veces en versiones pop que, en fin, ya no pensamos realmente en ella, sino en una especie de viscoso ser flotante... Mucho de lo que no era cliché cuando Shakes lo escribió se ha convertido en cliché summa cum laude, y eso en realidad dificulta el obtener una imagen clara de la obra.
Pero la verdad es que es muy buena. Tiene grandes momentos... Y sí, este es uno.
Tendría mucho que comentar a este post... pero ahora mismo tengo demasiado en la cabeza para... organizar ideas en un comentario.
Sierra, me gustaría de veras que reuniese fuerzas y minutos para que escribiera siquiera alguna de las ideas que tiene sobre Shakespeare y sobre este post, máxime porque en él, básicamente he consignado en lo que se basaría una hipotética estética de la novela.
Uno de los comentarios más usuales sobre las obras de Shakespeare es la incapacidad que tienen sus personajes de relacionarse con el Otro. No hay "diálogo" como el que estamos acostumbrados, sino distintas personalidades que se mantienen siempre fieles a sí mismas durante la trama, que no se dejan influir por los puntos de vista de los otros. No hay charlas entre pares, conflictos que se solucionan hablando, negociación. Hay choques entre distintas - e irreconciliables - concepciones del mundo. El mutuo entendimiento se torna entonces imposible - nadie se gasta en explicarle al otro por qué piensa lo que piensa o hace lo que hace, ni en explícarselo a sí mismo.
Si bien hay quienes lo han criticado por esto mismo, a mí me parece algo positivo, por varios motivos que no vale la pena detallar aquí.
Lo que me resulta interesante es notar que si Shakespeare está atento a la cosmovisión individual que subyace a cada mínimo acto, no nos debería llamar la atención en absoluto que sus personajes no puedan comunicarse con el Otro. Ofelia no ve a Hamlet; Ofelia ve lo que Ofelia puede ver de Hamlet. La comunicación real, entre pares, se vuelve un imposible porque nadie puede escapar a sus propios supuestos, que funcionan como filtros de la realidad.
No creo que sea muy distinto a como funcionamos en realidad.
¡Exacto! No es muy distinto a como funcionamos en la realidad.
En Shakespeare, los personajes, para evolucionar, necesitan cambios estructurales y no meros intercambios de palabras.
Y de hecho, eso es lo deseable en los personajes redondos. Así, cuando oímos a Harold Bloom decir que en Quijote es los personajes dialogan entre sí y al hacerlo se cambian mutuamente, uno ha de romper una lanza a favor de Cervantes y recordar que sus personajes no son tan inverosímiles, que, de hecho, Quijote se sanchifica y Sancho se quijotiza con el paso del tiempo, así que lejos de andar a la par en su caminar por el mundo lo que hacen es cruzarse brevemente cara a cara.
Aunque, bueno, tal vez sí podríamos decir que en Shakespeare de algún modo hay personajes "atentos" al resto y curiosamente serían los manipuladores: Yago, Edgar, Rosalinda...
Yo creo que si hablamos de influencia, sí se dejan influir: Macbeth se dejó influir por las brujas y por su mujer; Ofelia está pendiente de Hamlet aunque no lo entienda y su destino está ligado a los actos de Hamlet, como el destino de Lear está perturbado por los actos de sus hijas.
Ahora, el entendimiento, eso es otra cosa, y ahí coincido en la ilusión lacaniana de la comunicación: todos hablan pero los cambios son productos de malentendidos: como el final en Romeo y Julieta, son cosas mal leídas, porque en la realidad nunca pueden ser bien leídas.
Ese es el quid, que son los malentendidos y no una comunicación eficiente lo que gatilla los diferentes estados anímicos y/o cognitivos de los personajes.
Y lo que también ilustra magníficamente Shakespeare es que esos malentendendidos son tales porque los personjes tienen una estructura cognitiva que es la que le acondiciona su percepción del exterior así como la aboca a su posterior experiencia
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