viernes, 4 de febrero de 2011

Vindicación de la vanguardia artística

Leamos a Wittgenstein a traves de U.Eco y abramos camino gracias a él:
Wittgenstein se preguntaba qué sucedería si, una vez identificado el efecto que un minueto produce en los oyentes, se pudiera inventar un suero que, debidamente inyectado, ofreciera a las terminaciones nerviosas del cerebro los mismo estímulos producidos por el minueto.Observaba que no se trataría de lo mismo, porque no es el efecto de ese minueto lo que cuenta.

El efecto estético no es una respuesta física o emotiva, sino la invitación a mirar cómo esa respuesta física o emotiva está causada por esa forma en una especie de "vaivén" entre efecto y causa. La apreciación estética no se resuelve en el efecto que experimentamos, sino también en la apreciación de la estrategia textual que lo produce.

Esta apreciación implica, precisamente, también las estrategias estilísticas llevadas a cabo en el nivel de la sustancia. Que es otra manera de indicar, con Jakobson, la autorreflexividad del lenguaje poético.
En otro libro, U.Eco leerá a Françoise Sagan, quien -cito de memoria, evito la relectura-, llegará un momento en que dirá que la emoción sentida por su protagonista era idéntica a la que sintió Swann (personaje proustiano) al escuchar la sonata Vinteuil. De este modo, Sagan nos hurta la elaboración de un efecto emotivo y nos insta a tirar de memoria (libresca en este caso) para rellenar la efectividad del texto, es decir, nos conmina a tragar una suerte de pastilla memotécnica que supla el efecto que ella misma es incapaz de elaborar.

Concedemos que, en este caso, Sagan no es muy sútil, no sabemos si por pusilanimidad artística o por admiración campechana pero, a decir verdad, podría haber colgado el link a Proust de una forma más elaborada, verbigracia, recapitulando sus mismos estilemas pero de forma que sólo el lector no primerizo se daría cuenta del sampleo. Si bien, una vez identificado el hurto, al lector, una vez más, la conmoción estética se le disipa, se le aparece un efecto que, por su reconocibilidad propia, rompe con el reflexivo, a la par que gratificante, gestáltico proceso de reconocimiento que vertebra holísticamente toda experiencia estética y ojo, que aquí viene el quid, esto, justo esto, es lo que motiva que todo autor deba tener una voz propia, esto es, no por un prurito de ideología posmoderna sino porque característico de todo arte es el hecho de que sea reconocido de forma procesual, no efectista -en el sentido wittgensteniano aquí explicado-, es decir, no debe ser reconocido como un cúmulo o agregado irreflexivo de efectos emocionales porque en el momento en que uno esté disfrutando una obra y de repente se encuentre un topicazo efectista -"¡oh! ahora se separan este par de secundarios en esta peli de miedo"- entonces todo la escena se vendrá abajo, el telón aparecerá, se le recordará estar ante una obra artificial, la verosimilitud quedará finiquitada, la conmoción estética también.

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