Mi idea de la verdad es deflacionista: "Está lloviendo es Verdad" es no decir más que "Está lloviendo".
En consecuencia, necesitamos, como nos pide Kripke, fundar las proposiciones. Esto significa que, en última instancia, las proposiciones deben instanciar un hecho, del que poder decir: "Existe".
Sucede así, que el principio de bivalencia (toda oración debe ser verdadera o falsa) ni es, ni tiene por qué ser, válido. Existirán proposiciones infundadas. Dan cuenta de ello las paradojas autorreferenciales (v.gr: Esta frase es falsa), de las que no se puede predicar que es verdad o mentira. También las antinomias, de las que se puede predicar indistintamente verdad y mentira, pero porque, en ambos casos, las proposiciones, en algún eslabón de la cadena inferencial, no están encadenadas a un hecho.
En rigor, como venía a decir el segundo Wittgenstein, no es necesario que el lenguaje referencie a algún hecho para que no caiga en el absurdo. Dado que no son posibles las definiciones ostensivas, basta con que se modelizen de una forma comunicable, o sea en algún juego de lenguaje, los hechos que todos percibimos idénticamente de suerte que "verdad" se entienda como un uso lingüístico, convencional y nominal: una regla lingüística y no una propiedad de los objetos. Decir que "La nieve es blanca", sirve como recordatorio de su uso convencional. Entendida así, urge considerar a la verdad como una mera función expresiva, un mero incremento de la expresividad oracional.
De este modo, se podría uno figurar un mismo hecho desde diferentes lenguajes. No hay necesidad de que exista, entre el modelo y lo modelizado, una precisa conexión lógica. Consecuentemente, no es necesario postular, por ejemplo, que hay algo llamado "bien" que existe independientemente de cualquier "buena acción" en particular para poder manejar el concepto de "bien".
Resumidamente, desde esta mentada concepción de la verdad, contraria a la adecuacionista, tan cara a Aristóteles o Tomás de Aquino, no es necesario que nuestras proposiciones sobre el mundo sean necesariamente representaciones de lo que hay en éste.
Contra este respecto, es moneda común afirmar que la lógica sí es capaz de definir, ontológicamente, lo que hay, sin hacer uso de la empiria, sin tener que fundar las proposiciones. Punto.
Sin embargo, cabe encontrar una grieta a tan arrogante certidumbre, cabe preguntarse si también es empírica la lógica, cabe preguntarse si nuestra estructura cognitiva surge a razón de que es más sencillo e igual de (re)productivo conseguir describir el mundo en los términos lógicos en que lo hacemos pero, por lo que parece y por lo que va apareciendo, ese privilegio sólo se es dable a las entidades que se mueven en el entorno macroscópico, para manejarse exclusivamente en ese mismo entorno macroscópico.
De ser cierto esto, la Verdad, en su ámbito fundamental, verdaderamente nos estaría vedada, en última instancia sería sobre-humana, sobrenatural.
En consecuencia, necesitamos, como nos pide Kripke, fundar las proposiciones. Esto significa que, en última instancia, las proposiciones deben instanciar un hecho, del que poder decir: "Existe".
Sucede así, que el principio de bivalencia (toda oración debe ser verdadera o falsa) ni es, ni tiene por qué ser, válido. Existirán proposiciones infundadas. Dan cuenta de ello las paradojas autorreferenciales (v.gr: Esta frase es falsa), de las que no se puede predicar que es verdad o mentira. También las antinomias, de las que se puede predicar indistintamente verdad y mentira, pero porque, en ambos casos, las proposiciones, en algún eslabón de la cadena inferencial, no están encadenadas a un hecho.
En rigor, como venía a decir el segundo Wittgenstein, no es necesario que el lenguaje referencie a algún hecho para que no caiga en el absurdo. Dado que no son posibles las definiciones ostensivas, basta con que se modelizen de una forma comunicable, o sea en algún juego de lenguaje, los hechos que todos percibimos idénticamente de suerte que "verdad" se entienda como un uso lingüístico, convencional y nominal: una regla lingüística y no una propiedad de los objetos. Decir que "La nieve es blanca", sirve como recordatorio de su uso convencional. Entendida así, urge considerar a la verdad como una mera función expresiva, un mero incremento de la expresividad oracional.
De este modo, se podría uno figurar un mismo hecho desde diferentes lenguajes. No hay necesidad de que exista, entre el modelo y lo modelizado, una precisa conexión lógica. Consecuentemente, no es necesario postular, por ejemplo, que hay algo llamado "bien" que existe independientemente de cualquier "buena acción" en particular para poder manejar el concepto de "bien".
Resumidamente, desde esta mentada concepción de la verdad, contraria a la adecuacionista, tan cara a Aristóteles o Tomás de Aquino, no es necesario que nuestras proposiciones sobre el mundo sean necesariamente representaciones de lo que hay en éste.
Contra este respecto, es moneda común afirmar que la lógica sí es capaz de definir, ontológicamente, lo que hay, sin hacer uso de la empiria, sin tener que fundar las proposiciones. Punto.
Sin embargo, cabe encontrar una grieta a tan arrogante certidumbre, cabe preguntarse si también es empírica la lógica, cabe preguntarse si nuestra estructura cognitiva surge a razón de que es más sencillo e igual de (re)productivo conseguir describir el mundo en los términos lógicos en que lo hacemos pero, por lo que parece y por lo que va apareciendo, ese privilegio sólo se es dable a las entidades que se mueven en el entorno macroscópico, para manejarse exclusivamente en ese mismo entorno macroscópico.
De ser cierto esto, la Verdad, en su ámbito fundamental, verdaderamente nos estaría vedada, en última instancia sería sobre-humana, sobrenatural.
14 comentarios:
Interesante entrada. Tanto quejarse de Wittgenstein y ahora venir a citarlo, che, qué bivalencia...
Me parece, sin embargo, que la conclusión es algo apresurada. Precisamente, el primer Wittgenstein dejaría la verdad al ámbito de la mística; pero el segundo, me atrevo a suponer, diría aun más, que nos está permitido suponer que el de la verdad es un problema falso, que habría que disolver. La pregunta por la verdad de las cosas está mal planteada (las razones pueden extraerse de este mismo artículo).
Y yo diría que, en última instancia, la verdad es una cosa que nos inventamos porque deseábamos que existiera; pero que no hay tal cosa.
Insisto, muy interesante artículo.
Hombre... Prefiero pensar que la verdad es una operación tal que aplicada sobre la proposición "está lloviendo" (o sea, "es verdad que está lloviendo") no da como resultado "está lloviendo" cuando hay una sequedad extrema.
Tumbaíto,
Sí, que cuando no está lloviendo no ha lugar esa proposición pero cuando sí, el decir "Esta lloviendo" es verdad, en el fondo, no es más que decir: Está lloviendo, por eso algunos llaman al proceso de verificación de una oración como "desentrecomillar".
Sierra,
No recuerdo haber echado pestes contra Wittgenstein aunque con el paso del tiempo, incluso a priori, mis filiaciones con un filósofo no son un cheque en blanco.
En cuanto a la conclusión, simplemente apostillaba que si nos atenemos a la concepción adecuacionista entonces cabe la posibilidad de que el lenguaje con el que aprehender los fenómenos extralingüísticos y de cuyas proposiciones predicar con rigor la verdad, sea sobre-natural, en el sentido de que no tenemos el privilegio de manejarlo. La verdad, así entendida, sería para otros.
En cuanto a si existe o no, bueno, como ya me conocerá, tiendo a rubricar finales que apunten más a posiciones pseudo-místicas que pseudo-nihilistas pero es una cuestión más de carácter que de certidumbre.
Termino. Echo de menos el comentario estilístico. Tiene que haber notado que la profusión de comas dotan a la orografía argumental de numerosos descansillos que hacen más cómoda la ascensión hasta la tésis del post.
¿El término ‘verdad’ es un adorno? Pues quitémoslo (en tiempos de crisis, al menos). No, no es un adorno ni nada que sobre. La verdad es un predicado “metalingüístico” (como dicen los partidarios del arcaico giro lingüístico), es decir, epistémico, no óntico. Es decir, es un predicado que se aplica a proposiciones. No es verdadero un evento, sino una proposición. Y los valores de verdad del lenguaje objeto y del metalenguaje no son los mismos salvo cuando se tiene la verdad completa y se sabe, y se sabe que se sabe…
Si fuese exactamente lo mismo decir “es verdad que está lloviendo” que “está lloviendo” las preguntas del tipo “¿eso que dices es verdad?” carecerían de sentido.
Esto es análogo a lo que pasa en el lenguaje objeto con “existir”. Es verdad que, en un sentido ontológico la existencia de Pedro es lo mismo que Pedro. Pero, por desgracia o por suerte (¡no habría lugar a blog, si no!) los mortales hablamos de cosas que no existen, y a veces hablamos de cosas que no sabemos si existen o no, y hacemos cuestión.
También contemplamos proposiciones que no son verdaderas o no sabemos si lo son. Por supuesto, para Dios es lo mismo todo, y la verdad divina es lo mismo que la realidad (el reflejo perfecto de su idea, aunque ya habrá que pensar un acto reflexivo ahí). Para nosotros sólo es lo mismo la realidad que la verdad cuando estamos en lo cierto cierto (sea eso lo que sea y lo sepamos como lo sepamos).
Una metáfora. La imagen del espejo es lo mismo que el objeto reflejado, siempre y cuando el reflejo sea totalmente adecuado.
Lo que pasa con esta discusión (que algunos ven tan enmarañada, y con cierta razón) es que se mezclan dos cuestiones: la de la naturaleza de la verdad (en qué consiste) y la de los criterios de verdad.
Sobre su naturaleza la discusión fundamental es si la Verdad es algo óntico (como creía san Agustín o Heidegger) o es algo epistémico, como creían Aristóteles, Tomás de Aquino, etc.
Sobre el correspondentismo: En esta noción borrosa se mezclan los dos asuntos.
Sostener que la naturaleza de la verdad es correspondencia con la realidad no implica aceptar que el criterio de su descubrimiento sea la confrontación biunívoca. Es una injusticia muy grande (realmente supone no haberlos leído) interpretar a los aristotélicos como defendiendo que el correspondentismo es el criterio. Esto sólo lo creen los más ingenuos de los empiristas o los más místicos de la intuición de las ideas (como yo).
Uno puede creer en un criterio coherentista sin negar la naturaleza correspondentista de la verdad (ejemplos insignes, Kant y Davidson). De hecho ¿qué hay fuera del correspondentismo como tesis de la naturaleza de la verdad? Las explicaciones causales son pseudoexplicaciones (en cuanto teorías sobre la naturaleza de la verdad). Habría que explicar por qué funciona una teoría.
Juan Antonio, tocas muchos palos en tu comentario y no sé si voy a recordarlos todos lo intentaré.
Hablas de dos cuestiones: la de la naturaleza de la verdad (en qué consiste) y la de los criterios de verdad.
Empecemos con la segunda cuestión. Cuando uno se pregunta legítimamente si es verdad eso que dices de que está lloviendo lo que aquí entra en juego es dilucidar cuál es el ámbito que alcanza el criterio semántico de la verdad. Tal y como lo entiendo, cuando alguien pregunta si es verdad eso que dices de que está lloviendo exclusivamente está preguntando si está usando correctamente el juego del lenguaje desde donde emerge dicha afirmación.
Así, lo que digo es que si uno usa correctamente el juego de la aritmética, con sus reglas y axiomas, y dice "2+2=4" es verdad no está mas que diciendo que, en el juego de la aritmética, 2+2=4.
Respecto a la primera cuestión. La metáfora del espejo es válida y sirve como indicativo de lo que quiero decir y es que no tenemos necesidad de un espejo fiel, cuando de una entidad o modelo, pensemos metafóricamente en un agua que da un reflejo borro e impreciso, que nos sirve para comunicarnos en tanto que ambos veamos la misma imagen. Obviamente lo que podamos decir de esa imagen sólo tiene razón de ser en la medida en que utilizemos el agua, que nos da la imagen, como instrumento de comunicación.
La verdad es precisamente la propiedad que hace que "está lloviendo" no tenga lugar cuando no está lloviendo.
La propiedad de qué ¿del lenguaje? pero ¿el lenguaje puede hacer que llueva?
Lo que trato de transmitir es que cuando Fulanito dice que es verdad que "está lloviendo" no está más que recalcando que está de acuerdo con la proposición está lloviendo. Dicho enfásis en el acuerdo no alude a ninguna propiedad sino que, nomás, alude a una postura del hablante y esto hace de la naturaleza de la verdad, de su valor, algo ilusorio, deflacionario, porque las declaraciones que parecen decir la verdad realmente no hacen más que indicar estar de acuerdo con la declaración
.
Otro item es el criterio que manejamos para estar de acuerdo o no con una proposición, es decir, el criterio que manejamos para identificar la verdad.
De los states of affairs, claro.
Vale, pero lo que yo trato de mostrar es que no es necesario que la verdad sea propiedad de ningún estado de cosas. Podemos entenderla como un enfásis expresivo del hablante.
Se ve que eso es lo que intenta, sí. ¿Y la falsedad, qué sería? ¿Asimismo sin verdad qué no sería un mero énfasis?
Postular la falsedad de un enunciado entiendo que sería mostrar un desacuerdo con el enunciado. Una vez más, se trata de un uso del lenguaje comunicativo, no descriptivo de una propiedad óntica.
No comenté nada estilístico precisamente porque me pareció un texto óptimamente redactado. Nótese ese lindo adjetivo... (hay una parte, en un libro, en que se usa magníficamente "—Me he comprometido con el teniente Gallega. —Óptima elección". Pero en este caso no es una optimidad tan terrible). Óptima, digo, porque no tiene defectos notables, transmite bien el contenido y no deja nada que desear. Óptima y no, pongamos, magnífica, soberbia, precisamente por funcional. Muy recomendable para el ensayo. A mí, es cierto, me sale a veces una sintaxis verdaderamente feroz en el ensayo; pero quizá solo por ánimo molestador.
Y sí, noto su tendencia al misticismo y no al nihilismo. Habrá notado que, en mi caso, es a la inversa.
Vaya, con esto de no tener ya internet llego tarde a esta discusión que tanto me interesa. Creo que lo esencial está dicho, al menos lo esencial de adonde llegan mis obtusas entendederas. Pero ya que me he puesto, me posicionaré en el terreno de juego.
Creo que la verdad y la falsedad conforman dos clases de equivalencia a la cual pertenecen todas las proposiciones fundadas, como diría Kripke. En un tercer valor de verdad quedarían las indecidibles.
Como anotó Juan Antonio, la verdad atañe a enunciados y no a hechos. Así, sería más correcto decir: a) es verdad "está lloviendo", o b) es real que está lloviendo. Pero no creo que decir "es verdad que está lloviendo" signifique únicamente una opinión del hablante (en el uso cotidiano sí, claro), sino que es la asignación de un valor de verdad a un enunciado, una asignación gramaticalmente mal formulada, por lo dicho antes. Si nos ponemos estrictos, tan opinión es la mentada oración como la simple "está lloviendo", a menos que nos pongamos a demostrarlo. Por supuesto, las proposiciones en virtud de la forma no requieren siempre demostración si son axiomas: por ej.,"'si P entonces no P' es falso" se demuestra por sí misma en un lenguaje lógico normalito, por lo que no es una opinión sino una tautología.
O sea, decir "P es verdad" no es lógicamente distinto de decir "P tiene 5 palabras" o "Juan afirmó P".
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