Érase una vez un pavo que siempre comía a las 9 de la mañana. Como buen científico había llegado a adquirir ese conocimiento mediante una sana experimentación. Cambiaba los parámetros del experimento y los resultados le eran iguales. Otro día, otro clima, otra posición en la jaula. En balde. La comida llegaba puntual a la hora ya fijada. El pavo, finalmente, después de un millar de días, hubo de concluir que, a no dudar, la comida siempre le llegaba a las 9 de la mañana. Al parecer, una ley natural regía el hecho alimenticio. Pero llegó el día siguiente al millar de hechos confirmados, llegó el día del pavo, y esta vez, a las 9, no hubo comida para él, de hecho, la comida fue él.
Esta parábola no es mía. La inventó Russell. Así ilustraba el carácter provisional de cualquier conocimiento adquirido de forma inductiva.
En rigor, que las leyes naturales van a existir mañana, es tan legítimamente asumible como el pavo que se sabe eternamente alimentado. En definitiva, es una ingenuidad.
No obstante, creemos firmemente en que mañana será otro día más, que el sol saldrá, los pájaros cantarán y nuestros calcetines estarán en el mismo cajón en donde los dejamos.
Parece que nuestra naturaleza, de normal, asume como deductivas las proposiciones inductivas. De natural, estamos hechos todo unos pavos.
Creo, empero, que es bueno que así sea. Lanzo una hipótesis explicativa que tal vez guste al psicólogo evolucionista.
Correcto. Nada nos legítima a deducir, más bien inducir, que el mundo va a seguir en pie mañana, pasado, luego siquiera. El saber, el saber sobre el mundo, sobre lo real, siempre es precario porque ningún conocimiento que tenga contacto con la empiria puede ser extraído si no es inducción mediante. Cualquier contacto con el mundo hace enfermar de provisionalidad nuestros saberes.
No obstante, y a diferencia de Sócrates, del iluso Sócrates quien bebió cicuta como si de agua se tratara, nosotros sí que sabemos algo. Sabemos de ella. Sabemos de la Muerte. Nos sabemos mortales.
El hecho no es baladí. Tener noción de nuestra finitud cambia nuestras preferencias temporales, por ende la dinámica de nuestra sociedad, por extensión su capacidad de supervivencia.
No es extraño, que los economistas hayan venido haciendo interesantes investigaciones al respecto. Empiezan a darse cuenta de la importancia de la parca en el devenir de nuestra sociedad, empiezan a darse cuenta que, de hecho, si no hubiese existido la finitud de la vida de los animales, dificilmente hubiese surgido un cerebro que asigne "valor" a la cosas de la vida. Se nota, por ejemplo, en las sociedades tercermundistas con altas dósis de mortandad en donde los jóvenes, incapaces de verse llegar a viejos allí, tienen una tendencia a no posponer un bien presente por un mejor bien futuro. No hay querencia de ahorro. Pero, si no hay ahorro, no hay economía.
Explico brevemente lo que quiero decir. La preferencia temporal se cifra en la característica psicológica de los humanos de valuar los bienes presentes por encima de los futuros. Cuando un hombre prefiere el consumo futuro al presente entonces ahorra. Si nuestras preferencias respecto al futuro nos son indiferentes, porque lo sabemos asegurado Ad eternum o porque no lo sabemos si real, caso de un pavo riguroso, entonces no hay necesidad de posponer (o escoger) nuestros bienes presentes sobre los futuros.
Pero no, no creemos en un mundo de comportamiento caprichoso en donde cualquier cosa, en cualquier momento, en cualquier lugar, pueda suceder. Sabemos, aunque no lo podemos demostrar, mas sabemos, que el mundo con nosotros es legal. Gobernado por leyes precisas que determinan nuestra finitud, que mañana habrá sol y que será otro día pero que algún día no lo habrá para nosotros y eso nos insta a crear a una jerarquía precisa de valores en donde, escoger una u otra opción, no da igual.
En inmortales palabras, Borges decía que, excepto el humano, todas los criaturas son inmortales pues ignoran la muerte pero no casualmente, excepto el humano, apostillo yo, nadie ha creado una civilización.
Leído todo esto, colegiremos que hay algo pavoroso en saber que el Sol saldrá mañana, el Saber que algún día nuestros ojos no lo verán más.
Esta parábola no es mía. La inventó Russell. Así ilustraba el carácter provisional de cualquier conocimiento adquirido de forma inductiva.
En rigor, que las leyes naturales van a existir mañana, es tan legítimamente asumible como el pavo que se sabe eternamente alimentado. En definitiva, es una ingenuidad.
No obstante, creemos firmemente en que mañana será otro día más, que el sol saldrá, los pájaros cantarán y nuestros calcetines estarán en el mismo cajón en donde los dejamos.
Parece que nuestra naturaleza, de normal, asume como deductivas las proposiciones inductivas. De natural, estamos hechos todo unos pavos.
Creo, empero, que es bueno que así sea. Lanzo una hipótesis explicativa que tal vez guste al psicólogo evolucionista.
Correcto. Nada nos legítima a deducir, más bien inducir, que el mundo va a seguir en pie mañana, pasado, luego siquiera. El saber, el saber sobre el mundo, sobre lo real, siempre es precario porque ningún conocimiento que tenga contacto con la empiria puede ser extraído si no es inducción mediante. Cualquier contacto con el mundo hace enfermar de provisionalidad nuestros saberes.
No obstante, y a diferencia de Sócrates, del iluso Sócrates quien bebió cicuta como si de agua se tratara, nosotros sí que sabemos algo. Sabemos de ella. Sabemos de la Muerte. Nos sabemos mortales.
El hecho no es baladí. Tener noción de nuestra finitud cambia nuestras preferencias temporales, por ende la dinámica de nuestra sociedad, por extensión su capacidad de supervivencia.
No es extraño, que los economistas hayan venido haciendo interesantes investigaciones al respecto. Empiezan a darse cuenta de la importancia de la parca en el devenir de nuestra sociedad, empiezan a darse cuenta que, de hecho, si no hubiese existido la finitud de la vida de los animales, dificilmente hubiese surgido un cerebro que asigne "valor" a la cosas de la vida. Se nota, por ejemplo, en las sociedades tercermundistas con altas dósis de mortandad en donde los jóvenes, incapaces de verse llegar a viejos allí, tienen una tendencia a no posponer un bien presente por un mejor bien futuro. No hay querencia de ahorro. Pero, si no hay ahorro, no hay economía.
Explico brevemente lo que quiero decir. La preferencia temporal se cifra en la característica psicológica de los humanos de valuar los bienes presentes por encima de los futuros. Cuando un hombre prefiere el consumo futuro al presente entonces ahorra. Si nuestras preferencias respecto al futuro nos son indiferentes, porque lo sabemos asegurado Ad eternum o porque no lo sabemos si real, caso de un pavo riguroso, entonces no hay necesidad de posponer (o escoger) nuestros bienes presentes sobre los futuros.
Pero no, no creemos en un mundo de comportamiento caprichoso en donde cualquier cosa, en cualquier momento, en cualquier lugar, pueda suceder. Sabemos, aunque no lo podemos demostrar, mas sabemos, que el mundo con nosotros es legal. Gobernado por leyes precisas que determinan nuestra finitud, que mañana habrá sol y que será otro día pero que algún día no lo habrá para nosotros y eso nos insta a crear a una jerarquía precisa de valores en donde, escoger una u otra opción, no da igual.
En inmortales palabras, Borges decía que, excepto el humano, todas los criaturas son inmortales pues ignoran la muerte pero no casualmente, excepto el humano, apostillo yo, nadie ha creado una civilización.
Leído todo esto, colegiremos que hay algo pavoroso en saber que el Sol saldrá mañana, el Saber que algún día nuestros ojos no lo verán más.
9 comentarios:
Tengo otra parabola, este es un grupo de rabiosos escepticos negacionistas y uno de ellos se tira por el acantilado a las rocas a ver que pasa. Cae y se muere, entonces va el otro y se tira, cae y se muere, y asi se mueren todos.
Para los premios Darwin la banda, si es que no se peude sobrevivir sin adaptarse al entorno .
Como decia el chiste:
- ¡Camarero! ¿Esto es té o café?
- ¿No puede distinguirlo Vd. por el sabor? -responde el camarero
- ¡¡¡No!!!
-Pues entonces, ¿qué más le da que sea café o té?
Curiosa mezcla de epistemología, economía y metafísica.
Aunque la certeza de la muerte cambie nuestro modo de ver las cosas, ¿en qué se diferencia de las demás creencias (aparte de que hay que tomarla más en serio, claro, por la cuenta que nos trae)? ¿Que dejásemos de morir de pronto -como pasa en un libro de Saramago que no he leído- no es tan probable como que mañana sea anulada la ley de la gravedad?
En cualquier caso, un cóctel interdisciplinar bien servido. Bravo.
La creencia en la muerte tiene, incluso, implicaciones económicas y sí, que la ley de la gravedad dejase de funcionar es tan probable (aunque no sea realmente cuantificable) como que dejásemos de morir pero lo que quiero hacer notar es que si aceptamos con tanta naturalidad la existencia de inviolables leyes naturales es porque estamos programados para ello, para asumir su existencia tan válidada como cualquier deducción lógica aunque, estrictu sensu, eso no es rigurosamente válido.
El porqué ésta ilusoria asunción está inscrita en nuestra naturaleza y su eficacia evolutiva es lo que pretende dar respuesta en esta anotación.
Estemos programados o no para que esto parezca se parezca en todo a cafe, tedremos que aceptar que es cafe. Te contradecirias a ti mismo si niegas esto, recuerda lo del test de turing.
A ver, que nos líamos.
El teorema del café NO es un modelo científico de incuestionable validez en tanto sea aplicable sino una función heurística que nos puede servir para orientar nuestras valoraciones psicológicas y que, además, yo sólo lo he utilizado en el ámbito del test de Turing no como una imposición lógica que todo el mundo debiera acatar sino como una actitud psicológica aceptable para resolver el nudo gordiano de cómo tratar a las máquinas.
Pero es que no ha lugar el teorema para este post. Por varias razones:
En primer lugar porque NO estamos programados para pensar en términos legalistas, no he dicho o no he querido decir eso, y prueba de ello son, sin ir más lejos, las cosmovisiones orientales. Lo que he dicho es que tendemos a dar estatuto de ley a las regularidades empíricas, una tendencia que no por natural ha de ser legítima. Eso lo decidirá la epistemología.
Mutatis mutandi, eso nos pasa con las probabilidades. Tendemos a considerar casos relativamente normales (v.gr: que en clase cumplan años dos personas en el mismo día) como un caso genuino pero eso es algo que la estadística matemática echa por tierra.
Lo relevante en ambos casos es el averigüar el por qué de nuestra tendencia psicológica a confundir el estatus epistemológico de nuestras deliberaciones, independientemente de que luego, con lapiz y papel, y porque los problemas son siempre multienfocables, podamos dar cuenta de ese sesgo caprichoso.
Otras razones varias se me ocurren para impostar la mención al teorema café del que, insisto, no lo tengo por teorema matemático. No obstante, me las ahorraré porque en ningún momento he discutido el carácter ontológico de las leyes naturales. Ese no es el tema del post y no creo que merezca la pena discutirlo.
Si algo que parece que tiene consciencia entonces la tiene, me ha parecido que entre lineas en el otro post decias esto. Entonces no se entiende que ahora digas que algo que parece funcionar de acuerdo a tal ley no funciona en acuerdo de tal ley. Cosas de la vida, que claro, tienen su justificacion.
De todos modos da igual, si tu crees que no es en absoluto pretencioso postular que una ley cientificamente satisfactoria es una impostura o una ilusion, no se que le ves de pretencioso decir que la misma ley pueda ser verdadera.
Tu no conoces como es la ley del universo, si esta hay o no hay, como para decir que ninguna ley puede ser como ella.
Presta atencion a tu discurso, tomas de partida como verdaderas suposiciones pasando de dudodas a falsas, luego deduces conclusiones mediante razonamientos falaces. Por ejemplo, tu argumento de que hemos sido programados y tal es falaz, una consecuencia y no la unica de todas las licencias filosoficas que te tomas, no se que te hace pensar que otra programacion nos haria deducir leyes diferentes, como si un supergato o mi vecina de enfrente no pudiera deducir las mismas leyes que nosotros. Es decir estoy acudiendo a una exposicion falaz, fruto de un sesgo emocional.
que ahora digas que algo que parece funcionar de acuerdo a tal ley no funciona en acuerdo de tal ley.
Yo no he dicho eso. Lee bien. Si lo hubiera dicho entonces negaría, por ejemplo, que vayamos a morir cuando precisamente digo que eso lo sabemos.
El resto del comentario es un ejemplo más de que no sabes leerme, te haces un triste hombre de paja de mis ideas y no me apetece discutirtélo porque no tiene nada que ver con este post.
Esta bien, por si acaso :)
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