jueves, 2 de julio de 2009

(contra)argumentaciones sobre la (in)existencia del libre albedrío

Recientemente he leído una magnífica anotación que resumía los diferentes argumentos existentes tanto a favor como en contra sobre el libre albedrío.

Me gustaría, nomás como reto intelectual, hacer de abogado del diablo para ambas posturas y establecer una serie de críticas tanto a los argumentos a favor como a los de en contra.

Los cinco argumentos a favor de la existencia del libre albedrío han sido estos:

1) Tenemos noción de ser libres. Creemos optar. La ilusoriedad de esta creencia supondría probablemente el mayor absurdo natural. En términos biológicos, no habría explicación adaptativa o exaptativa para explicar no ya la creencia en el libro albedrío, sino la conciencia o el sufrimiento. ¿De qué sirve una mente autoconsciente sin poder causal? ¿A qué tan inmensa y compleja serie de epifenómenos?

Primeramente, la noción intuitiva de algo no otorga autoridad suficiente para postular su veracidad. También tenemos noción de un mundo tridimensional en donde la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta o en donde la suma de los ángulos de los triángulos es 180.

En segundo lugar, si un genotipo es exaptativo entonces su funcionalidad es casual y no puede ser derivada de ninguna lógica, ni siquiera la biológica. Nada nos impide pensar en la autoconciencia como un fenómeno así originado pero es que además sí que podemos atribuir cierta funcionalidad adaptativa a la ilusión de control y ésta radicaría en el hecho de que al creernos selectores de nuestro devenir podemos intentar desarrollar un cálculo racional para conseguir nuestros fines, aunque estos nos sean impuestos, y no dejarnos caer así en la indolencia intelectual por tanto en una peligrosa ciega conducta al creer que todos nuestros actos son exteriormente impuestos, que es inútil que sean planificados.

2) Parece plausible o incluso demostrada la indeterminación en el mundo físico. Tan sólo con divisar fenómenos cuánticos en el funcionamiento del cerebro podría abrirse un nuevo debate con la concepción determinista clásica. Que el cerebro sea un condensado amasijo de células nerviosas y ondas electromagnéticas nos predispone a pensar en sus condiciones físicas especiales, una suerte de clinamen bioquímico. El azar en sí mismo es la negación de la decisión, pero quizás "azar" sea entonces una palabra inadecuada para referir un posible conjunto de procesos neuroquímicos no rendidos a la aparente necesidad de los fenómenos macroscópicos.

Y sin embargo, dicha indeterminación se deja acotar por leyes probabilistas. Reflexionemos pausadamente sobre ello, ¿dónde queda la libertad de acción si por ley vamos a ir al cine, supongamos, en un sesenta por ciento de las veces que nos planteemos si ir al cine o a la playa? El hecho de que nuestras acciones sean de algún modo mesurables bajo leyes debiera hacernos inferir que nuestras acciones están perfectamente legisladas, por tanto determinadas, el hecho de que las leyes sean probabilistas no hace menos impositivas a dichas leyes, no los hace, en suma, menos leyes.

3) El cerebro no funciona de una forma tan reglada como nos pensamos (1, 2). El sistema de entradas y salidas de información inscrito en el sistema nervioso unido a las estructuras genéticas que interpretan los estímulos y los interrelacionan no son suficientes para explicar multitud de conductas impenetrables desde el punto de vista evolutivo. Probablemente los cálculos de beneficios que hacemos no sean comparables a los que hace un programa informático, donde los procedimientos están programados (valga la redundancia) y no abiertos a una evolución estructural. El cerebro parece ser un cuerpo extremadamente complejo, multiforme y autorregulado. A veces un individuo es capaz de obviar sus cálculos y dejarse guiarse por un impulso que le lleva la contraria. Pero a veces es capaz de hacer lo inverso, y deja a un lado sus instintos más primarios (reproducción, conservación propia o de individuos genéticamente cercanos) para lanzarse en pos de beneficios dispares que pueden reportarle a sabiendas más satisfacción o más sufrimiento. Tal variedad de medios y objetivos no es argumento en sí mismo a favor del libre albedrío (la mutación de estructuras no impide que en cada uno de sus estados haya unas ciertas reglas deterministas), pero muestra ciertos indicios.

Las diferencias estructurales del cerebro con el ordenador se deben a que el primero tiene una dinámica de funcionamiento más compleja a resultas de varias razones (plasticidad cerebral, determinismo estructural, selección darwiniana no algorítmica de patrones, un largo todavía no agotado etcétera) pero ello no es óbice para que dicha estructura neurobiológica esté también determinada, perfectamente reglada, pues de lo contrario no cabría estudio alguno sobre el funcionamiento del cerebro y de hecho los hay.

En última instancia lo que descubra, a veces simplemente postule para acomodar el estudio, la neurociencia no puede ser blandida por los partidarios del libre albedrío por la simple, lisa, llana pero inviolable razón de que ésta ciencia presupone lo dicho por la física la cuál en su avance no puede dejar, ni hasta ahora ha dejado, fenómeno físico alguno sin legislar, sea probabilista o determinista la ley; dicho con otras palabras, no ha concluido que exista evento alguno que no esté sujeto de forma férrea y sin excepción a una ley que determine su devenir, en definitiva, aún no ha tirado la toalla y dado la victoria al animismo.

4) Esto último podría ser rebatido argumentando que cualquier objetivo que se plantee una mente a sí misma es un trasunto de una búsqueda de satisfacción, incluso mediante el sacrificio, incluso mediante el sufrimiento. En un caso extremo de ansia de dolor estaríamos hablando de enfermedad mental, y sería una catalogación correcta si definimos enfermedad mental como el proceso psíquico que comporta conductas y fines distintos o incluso contrarios a los de la mayoría de una especie. Sin embargo esta concepción podría deberse a un abordamiento pobre de la salud y aun de la naturaleza humana. No es que todo ser intencional busque una satisfacción, sino que esa búsqueda es lo que le hace a uno intencional. Es falaz, por tanto, acusar de determinado a un individuo únicamente por actuar en pos de algo que a la postre no es siempre sino lo que piensa beneficioso; no hay metafísicamente otra forma de apuntar hacia algo si no es prefiriéndolo frente a otras cosas. Elección y beneficio no son excluyentes sino mutuamente implicados; sus definiciones se contienen una a la otra tautológicamente .

La dimensión semántica en una descripción de un evento se habilita para un observador cuando se da la posibilidad de que la conducta de los participantes de dicho evento pudieran ser descritos como si significase lo que el susodicho observador ha descrito.

En consecuencia es condición sine qua non para toda descripción de la conducta de alguien presuponerle a éste alguien una intencionalidad mas lo que no ha lugar es convertir esta presunción en delito porque al fin y al cabo dicha adjudicación de intencionalidad es precisamente el error que los animistas han perpetrado a lo largo de la historia y sin embargo este operar cognitivo tiene el desagradable error de no explicar realmente nada justo al contrario que la ciencia, la cuál, al establecer un tipo de mapas - matemáticamente construibles, empíricamente modificables- consigue, esta vez sí, establecer una guía aproximada de cómo puede ser realmente la naturaleza. Por el momento dicho mapa nos habla de extrañas partículas, aún más extraños vacíos, alguna que otra cosa más que olvido pero sobre todo, no lo olvidemos, nos habla de leyes, siempre de leyes que rigen todo suceso, incluido la mueca de desacuerdo que ahora esbozas.

Pero es que además, no es a un nivel consciente donde se plasma la dinámica determinista de nuestro pensar sino que es a nivel preconsciente, al nivel en donde aparecen las metas que escogemos y que llamamos intenciones, donde ya se ve al ser humano manipulado en su actuar por los titiriteros instintos biológicos.

5) Si la mente está determinada, también lo está la razón. Por ende no hay motivos, sino causas ciegas. Así, para refutar una idea no es necesario entrar en el juego de la dialéctica, sino simplemente sonreír diciendo que "tu argumento es automático, una mera serie de concatenaciones electroquímicas".

Como ya avisé en cierta ocasión, cuando se habla de determinismo frente al libre albedrío se quiere señalar que nuestros procesos cognitivos son grosso modo como un programa que con los mismos datos de entrada generan la misma salida.

Evidentemente con diferentes datos de entrada no se tiene por qué generar la misma salida y evidentemente una argumentación blandida hacia alguien puede ser considerada un dato de entrada diferente para ese alguien al punto que le cambie su actitud. ¿Acaso no existen deterministas programas que aprenden, que, por tanto, pueden ser persuadidos? ¿No basta esta trivial prueba empírica para tumbar toda "argumentación" verbal que apunte a lo contrario?

Lo que un determinista sí podría decir es que nosotros estamos coaccionados a aceptar como válido, v.gr: el modus ponens, de modo que, efectivamente, carece sentido persuadir a alguien de su validez -otro hecho es que por nuestra común estructura neurobiológica lo acepte- pero sí que tiene sentido mostrar cómo está malusando dicha herramienta cognitiva en el sentido de que no está viendo -por una mezcla de sus características capacidades cognitivas (no toda determinística computación es igual de eficaz) y nuestras propias argumentaciones- la solidez y coherencia de una argumentación.

Lo que en definitiva pone en una posición ventajosa la idea de que no existe libertad alguna en nosotros se debe simplemente al hecho de que la realidad tiene una estructura, razón por la cuál se nos permite traducciones siquieras aproximadas de ella en forma de teorías científicas, y dicha estructura, como toda estructura, determina la naturaleza e interacción de sus elementos compositivos por lo que en consecuencia la única razón verosímil para creernos libres de toda atadura sería el postular que no pertenecemos a la realidad, vamos, que no somos reales.

Acabados los cinco argumentos, procedamos a cambiar de bando para defender la libertad en el sentido metafísico, no vacuamente propagandístico, es decir, no político, del término.

Los cinco argumentos en contra de la existencia del libre albedrío han sido estos:

1) Si la ciencia ha ido descubriendo paulatinamente explicaciones de causalidad en fenómenos naturales que en un principio aparentaban ser azarosos, no hay motivo para pensar que en un futuro no podrán explicarse consistentemente las conexiones neuronales en términos de necesidad. Dicho de otro modo: la teoría de variables escondidas podría encontrar su reflejo neurológico directo. Puesto que el dilema entre la paradoja EPR y las desigualdades de Bell no está todavía resuelto, posiblemente habrá que esperar a trasladar un debate paralelo de altura en esos términos al campo de la mente y el cerebro.


Efectivamente, no hay por qué asegurar que en un futuro los avances de la ciencia echen abajo determinados apoyos científicos a uno u otro bando en la cuestión aquí debatida.

No obstante, este argumento tiene dos objeciones a bote pronto: 1) Se trata de buscar apoyos en la ciencia a nuestras argumentaciones en lo que la ciencia tiene ahora que ofrecer y 2) la cuestión no es tanto si una determinada rama de la física introduce o no elementos indeterministas, aunque importe, sino si toda la naturaleza puede ser mapeada con un modelo determinista a partir del cuál las propiedades epistemológicas de éste se convierten ipso facto en propiedas ontológicas; o bien, todo lo real no puede ser subsumido en ninguna narrativa legalista por lo que cualquier narración de este tipo no es más que una compleja metáfora de la realidad pero en absoluto una voz autorizada en metafísica que es desde donde se dirime la existencia del libre albedrío.

Además, glosar los éxitos hasta ahora conseguidos de la física no debe hacernos olvidar que nuestra hipótesis de que el universo por leyes regido está no es más que una sensata hipótesis de trabajo que hasta ahora inocula altas dosis de progresividad empírica a nuestras teorizaciones pero que no puede ser elevada a categoría de Verdad sin pasar por la casilla de la fe ciega.

2) Por Einstein sabemos que la flecha del tiempo es una percepción perspectivista y no un hecho con entidad propia. El tiempo se me aparece como esencial para jugar al juego del libre albedrío: si el presente, el futuro y el pasado son en realidad simultáneos, entonces todo está decidido porque todo está físicamente acontecido. A la sazón, ¿qué decisiones libres se podrán tomar?

La naturaleza del tiempo, como la de cualquier propiedad esencial a cualquier teoría científica, no está incuestionablemente hallada mientras no se haya encontrado la TOE.

Un golpe de genio y todo puede cambiar. Verbigracia, antes el espacio, el tiempo, eran dos, eran absolutos. Vino Einstein. Ahora son relativos y uno.

Curiosamente ahora son muchos los científicos, como Prigogine, que sí postulan una irreversibilidad en la flecha del tiempo tal y como consideran certifican los sistemas complejos.

Einstein era una autoridad, a no dudarlo, pero no dijo la última palabra al respecto. Sólo quien se crea vidente o quien se crea a los científicos cuando filósofos puede ahondar en este punto de la argumentación con la esperanza de llegar a algo tangible e irrefutable.

3) El experimento de Libet y el de Haynes sugieren un desfase temporal entre un inicial acto motor supuestamente voluntario y la conciencia de esa voluntariedad por parte del agente. (Ante tales pruebas poco se podría decir, salvo dos cosas: a) puede que no todos los actos volitivos sean de ese tipo tan fácilmente cuantificable; y 2) que los puntos de decisión y datación que los experimentadores establecen fueran erróneos). Además la ciencia va acotando el margen para la sustancia psíquica en el cerebro (1, 2).

Aquí se confunde la naturaleza del proceso decisorio, que es lo relevante a desvelar cuando de libre albedrío se trata, con el momento en el que el resultado de dicho proceso llega a las altas instancias de lo consciente.

4) Si creemos en el materialismo, necesariamente caemos en el determinismo. Si la materia es ciega y lo mental es material a la postre, entonces no hay libertad fisiológica. Porque, ¿dónde está la toma de decisiones si no existe un auténtico centro rector del cerebro? Esto equivale a preguntar: ¿dónde está eso que llamamos el yo, para que podamos decir que es libre?


Sí, si se parte de una ontología determinada el debate es trivial pero precisamente por ello es relevante el debate porque para su dilucidación se necesita primeramente dirimir o cuando menos descartar una determinada metafísica.

Si a criticar el materialismo se reduce toda defensa del libre albedrío entonces dicha empresa resultará sencilla a nada que nos cuidemos de no mezclar una sensata herramienta epistémica como es el paradigma fisicalista a razón de su validez heurística, no ontológica con una ontología de imposible demostración a razón de nuestras limitaciones cognitivas.

Quienes creen demostradas ciertas ontologías no hacen sino buscar unas páramos de certidumbre que nuestra particular neurobiología no deja existir sino como ilusorios oasis.

5) Por lo dicho en el mismo punto de la argumentación a favor: la objeción a la cognición y a la dialéctica no se deriva de la objeción al libre albedrío. Un ordenador es capaz de realizar deducciones correctas a partir de un sistema formal dado. Tal derivación, por tanto, es falaz como lo sería la que se hiciera hacia el terreno de la ética.

No es la capacidad de jugar lo que se le cuestiona a un sistema formal, si previamente ha aprendido sus reglas, sino su capacidad inventiva de estas es lo que ha de demostrarse como posible a cualquier sistema de funcionamiento determinista.

A una máquina tal vez se le puede enseñar a jugar a cualquier juego como la actividad científica, como el ajedrez, seguro que sí, pero es que en tal actividad, en el mero jugar, en el mero aplicar reglas, no se despliega inteligencia alguna sino que esta aparece cuando se identifican, crean, transforman, borran las reglas del juego, también cuando cambiamos de juego, también, por qué no, cuando, como con el método científico, nos lo inventamos.

Lo que está en juego, redundando en el término, no es tanto si tal o cual actividad humana necesita de reglas o pueda ser reducida a ellas, sino si toda conducta humana es subsumible en un conjunto cualesquiera de leyes.

Si es difícil, no, si es imposible una teoría del todo para el universo, si es imposible clasificarlo, legislarlo y encajonarlo en discretos y deterministas moldes humanamente cognoscibles, ¿qué no pensar de esa maravilla de la evolución que es el cerebro? Máxime cuando este por razones estrictamente evolutivas ha desarrollado una estructura que sabemos sino isomorfa cuando menos sí parecida a la real y es que asombra como una pragmática idea en principio ficticia como la de pensar que existen leyes que rigen inhumana y ciegamente a modo de dioses homéricos el universo se ha convertido en algo tan indiscutible que se asume su existencia ontológica incluso donde no se ha vislumbrado.

Personalmente considero que cuando menos debieramos ser humildes y no vender la piel del oso antes de saber siquiera si existe el animal.

15 comentarios:

El Perpetrador dijo...

Vaya, me siento tocado y hundido tras este glorioso post. Chapeau. En realidad, puesto que has rebatido tanto mis argumentos en contra como los a favor, me has dado la razón tanto como me las has quitado.

No tengo ahora demasiado tiempo, pero intentaré mencionar dos contrarrefutaciones muy brevemente:

1) Mantengo mi idea del absurdo de una sensación de libertad ilusoria. Otros organismos vivientes realizan tareas complejas sin tener que pensar siquiera en la libertad. La materia se las arregla muy bien para "esforzarse" y no caer nunca en esa indolencia de la que hablas; tal indolencia es fruto asimismo de nuestra conciencia. Véanse los ejemplos de los glóbulos blancos, que se pasan en el día fagocitando, o los espermatozoides, o los virus, o las plantas carnívoras, o las hormigas. La sensación de ser libres es más un obstáculo que una ventaja en aras de la satisfacción de instintos primarios. Podríamos realizar más cálculos racionales si no dudáramos nunca en hacerlo. Y sobre analogía con otro tipo de ficciones perceptuales, no creo que sea equivalente. Nuestra percepción tridimensional tiene poder causal: condiciona nuestro comportamiento (tanto si está determinado como si no). En cambio el falso libre albedrío me sigue pareciendo un epifenómeno aberrante, difícilmente atribuible a una desviación exaptativa.

2) Dices: ¿dónde queda la libertad de acción si por ley vamos a ir al cine, supongamos, en un sesenta por ciento de las veces que nos planteemos si ir al cine o a la playa? En realidad esa la cuestión que intento dirimir en el punto 4 de las argumentaciones a favor. Podría llamarlo la falacia de la preferencia estadística. Si el 60% de las veces eligiéramos el cine frente a la playa (en mi caso es el 99% pero bueno) sería porque tenemos más necesidades afectivo-estéticas (por decir algo) que de nutrir nuestra piel al sol. Si los seres humanos eligieran el 93% de las veces placer frente a dolor es porque estamos así limitados. Pero al señalar esos límites no demostramos no ser libres, sino simplemente que no somos omnímodos. Preferimos beneficios a no beneficios porque en eso consisten elegir, y los beneficios son relativos a una estructura biológica determinada. Según tu argumento, solamente careciendo por completo de instintos podríamos ser libres.

Volveré en otro momento a seguir defendiéndome como gato panza arriba. ¡Menudo trabajo me espera!

un saludo

Wm Gille Moire dijo...

Tremendo post. Libre albedrío, el problema más difícil de la filosofía.

Luego de leer, no sé qué decir. No veo escape posible al dilema siguiente: O el determinismo es verdadero o es falso; no hay tercera opción. Si es verdadero, no hay libre albedrío. Y si es falso, tampoco lo hay (el azar -ontológico- no puede ser libertad). Ergo, no hay libre albedrío.

La única salida posible sería, tal vez, el misticismo: algo como El libre albedrío existe, pero es imposible que lo entendamos; nuestra razón está incapacitada para ello.

Wm Gille Moire dijo...

En otras palabras, todos los intentos por encontrar una "tercera opción" entre determinismo e indeterminismo fracasan y fracasarán siempre.

Héctor Meda dijo...

Hola,

Llego tarde pero más vale eso que nunca como dice el refranero.

Wg,

Sí, sin duda todo se reduce, al menos así lo veo yo, a la lucha entre determinismo frente indeterminismo pero, ojo, en este último caso sí cabe una vindicación del libre albedrío porque el azar es, como la causalidad, su contraparte, una propiedad de nuestros modelos sobre la realidad y no algo que podamos adjudicar a la realidad.

A El Perpetrador le diré (brevemente porque sé que sus críticas merecen incluso un post, sobre todo el primero que tal vez escriba) que nuestra capacidad de sentir algo, por ejemplo libres, difícilmente se puede entender desde una óptica científica, no digamos biológica pues éstas analizan conductas observables. Es por esta razón que el tema de los qualia es un hueso duro de roer.

No obstante, lo que sí que podemos hacer es constatar que, posiblemente, con la aparición del lenguaje pudimos ser capaces de establecer cierta recursión en nuestras conductas lo cuál nos permitió entre otras cosas la comunicación social. Los beneficios adapativos son obvios.

En el operar del lenguaje se da la autoconsciencia que no es más que la selección o cálculo racional de opciones a elegir y con esto estoy afirmando que el lenguaje es el instrumento, más bien el don, que nos proporciona el ser selectores de nuestro propio devenir, lo que nosotros llamamos ejecutar nuestro libre albedrío pero si nos fijamos bien en nuestras elecciones racionales existen unas obligaciones cuando menos unos límites y estoy hablando del modus ponens, del principio de identidad, y de otras tiranías cognitivas que nos obligan a pensar de forma racional, realmente habría que decir humana porque biológicamente estamos impelidos a ello.

Por último, para tu segundo objeción diría que tienes razón pero yo intentaba explicar que las partículas que nos conforman y de las que a la postre emergen todas nuestras voliciones sí están dirigidas por unas leyes. El tema del libre albedrío se juega, por cierto, a ese nivel. Seguramente.

A este último comentario mío también tengo una objeción y es la de la falacia del jugador, el creer que una tirada concreta pueda estar condicionada porque la serie sí lo esté.

Wm Gille Moire dijo...

Héctor, si el azar es epistemológico (no ontológico), pues entonces todo tiene una causa, esto es, todo está causalmente determinado y el determinismo es verdadero. Y no hay lugar para libre albedrío.

Aunque la materia "se las arregle para esforzarse y no caer en la indolencia" (como dice el Perppetrador), sigue siendo materia. Y no entiendo cómo atribuirle "libertad" a lo que es materia pura. Sin embargo, tampoco serviría postular un yo inmaterial con capacidad de "autodeterminarse". Porque la "autodeterminación" es lógicamente imposible, lógicamente inconcebible [¿por qué mi yo inmaterial elige A y no B? O algo causa su elección de A (determinismo) o su elección es azar (indeterminismo); en cualquier caso mi yo no es libre].

Tal vez todo es una broma cósmica. Como que la Razón o el Logos o el Demonio se divierten a costa de nosotros haciéndonos creer que, con esfuerzo, algún día descifraremos el misterio del yo y del libre albedrío

El Perpetrador dijo...

William, creo que en síntesis lo dices es cierto. Quizá me faltó perfilar mejor el argumento en contra del L.A. que relaciona materialismo con determinismo. En el fondo sospecho que hay una nebulosa peligrosa en el inicio del concepto mismo de libre albedrío, una extraña perversión lingüística. Entendemos que un sujeto es libre cuando delibera, es decir, cuando la CAUSA de su intención es su deliberación. Esta deliberación, a su vez, ha de tener sus causas, sus leyes internas, como señala Héctor.

Mucho me temo que la noción de acción libre proviene de los tiempos del dualismo metafísico, cuando de distintas formas se supusieron planos ajenos a las leyes de la física y aun de la lógica (p. ej.: Dios). Sin embargo, puesto que el dualismo que en todo caso admitiríamos (al menos yo) ahora sería de tipo psíquico y no idealista (es decir, dualismo mente-cerebro, no fenómenos-universales o fenómenos-divinidad), deberíamos admitir incluso para tal caso una legislación de causas y efectos. Así, si la conciencia fuera algo distinto del cuerpo también debería responder a una cadena causal y por ende, analizando un poco, no queda siquiera lugar para el libre albedrío en un lenguaje bien construido.

Ahora bien: como se me sigue resistiendo la trascendente implicación de los fenómenos cuánticos (por no hablar de la teoría del caos), no puedo decir mi última palabra sobre una definición de azar, que sospecho es otra aberración lingüística. El experimento de la doble ranura muestra procesos subatómicos aparentemente aleatorios, pero no debemos olvidar que es un agente externo, la existencia de un observador, lo que condiciona la función de onda o partícula de un electrón. Intuitivamente da la sensación de que la física cuántica deja sitio para un estado intermedio entre contingencia y necesidad; la realidad está condicionada, sí, pero hasta qué punto es lo que me gustaría a mí saber. Si tal misterio se da en un simple electrón, ¿qué maravillas anti-intuitivas no podrán darse en una máquina tan portentosa como el cerebro?

Héctor Meda dijo...

El azar es siempre epistemológico, ¿qué otro azar puede existir?

Precisamente estoy escribiendo un post sobre el tema. A ver si lo acabo de perfilar. Mi idea es que azar real es un oxímoron.

El azar, la causalidad, ... son nomás herramientas epistémicas, no propiedades ontológicas. Todo está en nuestros modelos sobre la realidad y nada podemos decir de ella si no es a través de nuestro modelo y nada exacto podremos decir de ella si no es a través de un modelo estructuralmente idéntico.

Sólo podríamos decir, por ejemplo, que en la realidad A causa B cuando tuviéramos un modelo del sistema del que forman A y B en donde A causara B y dicho modelo predijera perfectamente todo comportamiento del sistema.

Hasta ahora -mucho me temo que nunca- no hemos desarrollado un modelo del universo por lo que no tenemos legitimidad para afirmar que A causa B... ni que B no tenga causa. ´

Lo único que podremos decir es que no somos capaces de encontrar un modelo enteramente determinista en donde todo elemento del sistema a modelizar tenga una causa.

A mi juicio el libre albedrío sólo puede defenderse no desde un dualismo metafísico sino desde la convicción de que nuestro mundo es sobrenatural y que permite aproximaciones naturalistas, permite que, por ejemplo, nuestra conducta sea estudiada en términos de causación y por tanto no albedrío porque los resultados conseguidos son parecidos de igual modo que la acelaración gravitatoria que sufre un objeto en caídad libre se puede estudiar obviando el efecto de rozamiento que aunque sí existe no hace diverger excesivamente el resultado final de suponer que no.

Wm Gille Moire dijo...

Sí, Perpetrador, hay algo nebuloso en nuestro concepto de libre albedrío. Presiento que hay un círculo vicioso ahí dentro. Definimos el yo mediante el LA ("yo existo si y sólo si tengo libre albedrío"), y definimos el LA mediante el yo ("tengo libre albedrío ssi tengo un yo, i.e., ssi yo existo"). No veo forma de escapar de eso; cualquier otra definición del yo lo convierte o en materia pura o en conciencia pasiva pura. Esto es, en algo sin LA.

En el fondo es una cuestión de moral: los que se empeñan en encontrar méritos y culpas en el mundo... y los que no. Los primeros se agarrarán a cualquier cosa: ortodoxia, tomismo, física cuántica, psicología evolucionista, neurofilosofía, etc. Y los segundos... pues no sé. Tal vez se agarren a Borges.

Héctor: no entiendo porqué no pueda haber azar ontológico. ¿No puede un electrón brotar de la nada? Así nomás, sin causa; se oye "Pop"... y listo, ya tenemos un electrón nuevo en el mundo.

Héctor Meda dijo...

Si el electrón hace "Pop" de la nada lo único que podremos decir es que no sabemos cómo salió de la nada pero no que el azar lo creó, punto este último que es lo que implica afirmar que el azar es real.

Por lo demás, yo no creo que sea una cuestión moralista lo que implica una defensa del libre albedrío. Al menos conmigo, el interés radica en establecer una metafísica que sirva de marco para entender ese fenómeno. En el fondo quien gusta de la metafísica, gusta de especular si nuestro yo se hace y luego se deshace o simplemente es y es tanto como una ley natural o cualquier otra entidad trascendental.

Wm Gille Moire dijo...

Héctor, creo que excluyes a priori el azar ontológico. ¿Por qué no podría haber creación ex nihilo? Finalmente, ¿de dónde vino toda la materia?

Lo que dije fue que en el fondo es una preferencia moral lo que nos mueve a tratar de encontarle un lugar -o un lugarcito- al libre albedrío.

Héctor Meda dijo...

No, no yo no excluyo ninguna creación ex nihilo. Simplemente digo que nunca podremos asegurar que la ausencia de causa para un suceso cualquiera se deba a su inexistencia o a nuestra imposibilidad de detectarla por lo que no es posible asegurar que hay azar ontológico. Eso queda como especulación indemostrable.

Wm Gille Moire dijo...

Ok, entiendo. Es sólo que me pareció que tú asegurabas que NO PUEDE haber azar ontológico.

Héctor Meda dijo...

Sí, a veces me pasa. Me confundo o cuando menos confundo. Yo creo que no es posible demostrar proposiciones ontológicas pero eso no significa que no existan... para otras mentes.

Así, yo no descarto la existencia de un Bien como Idea platónica pero lo descarto como demostrable su existencia. A nosotros sólo nos quedan migajas metafísicas, flatus vocis como dirían los nominalistas y entre esos conceptos que sólo son constructos mentales entiendo que está el azar sin perjuicio de que exista realmente el Azar que desde un punto de vista especulativo sólo concibo que podría ser lo que Anatole France dijo que era, a saber:

El azar es el seudónimo de Dios cuando no quiere firmar.

Wm Gille Moire dijo...

Es muy buena esa frase de Anatole France. Era genial ese cabrón...

Sin embargo, ¿no te parece que los problemas del libre albedrío humano serían exactamente los mismos para el libre albedrío divino? (tengo por ahí un cuentito -espero pulirlo y plublicarlo- donde los ángeles debaten en el Cielo la existencia de Dios, y por supuesto hay un montón de ángeles ateos y agnósticos).

Esta idea la expresé en mi otro blog

ver aquí

Héctor Meda dijo...

Yo lo que creo es que una realidad en donde cupiera el libre albedrío no sería humanamente cognoscible y por tanto reducible a humanas conceptualizaciones verbales.

En el caso de Dios, siguiendo las ideas defendiadas por la teología negativa, considero que, por su propia definición, no es posible colegir atributo alguno a un ser que se pretende sobrenatural pues toda definición de un concepto no hace sino naturalizarlo.

Nos queda, empero, el mito que es a la vez contradictorio pero capaz de comunicar algo.