martes, 7 de julio de 2009

Apología de la discriminación

Uno de las más polémicas creencias de los liberales se cifra en considerar legítima cualquier conducta discriminatoria por parte de una persona en lo que respecta a sus propiedades y su propia persona. Esto quiere decir que es legítimo que un sujeto, independientemente de las razones que le empuje a ello, decida no establecer relación personal o comercial con quien así lo considere oportuno.

De este modo una tienda cosmétoca tendría derecho a no contratar hombres, un casino a aceptar ludópatas, un, bueno, la lógica se entiende así como que hay muchos más casos. Esta defensa se basa en que:
Nosotros creemos en la libertad de asociación —(...)— pero dicha libertad implica no solo el derecho a asociarse con aquellos dispuestos a asociarse con nosotros sino también el derecho a no asociarse, el derecho a discriminar, bajo cualquier motivo, bueno o malo, o no motivo alguno. Ante la ausencia de este derecho, la libertad de asociación es comprometida. Eso significa que otros escogen los motivos por nosotros. Otros nos dicen cuáles razones son aceptables y cuáles no lo son. Eso no es libertad.
Pudiera asustar casos en donde la discriminación surgiera no a razón de intereses comerciales sino de peligrosos memes antihumanistas como los xenófobos pero siendo esto indudablemente síntoma de una enfermedad social lo que hay que evaluar es si la solución de legislar sobre tal hecho resulta curativo o por el contrario agrava el problema al minar la libertad del resto de conciudadanos.

Tal vez el lema que mejor define la sabiduría liberal es que no todo lo social se reduce a la político de forma que cualquier problema habido en el primer ámbito tenga solución desde el segundo.

Un caso que tal vez sea ilustrador de la ineficacia de la política para curar ciertas enfermedades sociales: Las Herriko tabernas son bares en donde se reúne la izquierda independentista del País Vasco por lo que allí, lógicamente, no es bien recibida toda persona que sea españolista.

No es bien recibida, sin ir más lejos, una persona que haga gala de una camiseta de la selección española.

Sería absurdo creer que porque por ley no se pueda discriminar a alguien por el color de su piel o por el color de vestimenta con ello yo consiguiera entrar en un local como ese vestido a la manera ya mentada. El que pueda discriminarse o no es irrelevante pues aunque la ley obligara a los allí presentes a no poder echarme, a no poder discriminarme a razón del color de mi camiseta eso no los convertiría en menos sectarios, en menos peligrosamente sectarios, ni haría menos suicida el pasarse por allí de tal guisa.

Con esto quiero señalar el hecho obvio de que siendo la discriminación un síntoma evidente de una sociedad enferma, la cura no provendrá de un par de oraciones, un par de palabras elevadas a categoría de leyes ya que no hay que olvidar que el ser humano tiene una estructura de incentivos que le hace inclinarse por unos u otros actos de forma que si una prohibición de robar resulta obedecida es porque existe una masa crítica de personas que serán disuadidas de robar si les impone una ley razonablemente punible.

Por el contrario, si pretendemos crear unos incentivaciones que no están biológicamente programadas en nosotros o bien que chocan con con un actual contexto cultural reacio a tales ingenierías sociales entonces la ley nace estéril, por tanto incapaz de engendrar las conductas deseadas y es que, como dije en cierta ocasión a propósito de algo parecido, el lenguaje no sexista:
El tipo de relación entre dos individuos viene constreñida por una tupida red de diversos nodos entre los que se incluyen desde factores psicoafectivos hasta sociobiológicos, desde factores historico-políticos hasta culturales; de este modo, pretender que el producto de la misma, así como la correspondencia entre dominancia/sumisión, que tanto preocupa a las feministas, se vea mejorada simplemente por algo tan circunstancial como la forma en que etiquetamos la realidad me parece que es un pensamiento tan supersticioso como el de aquellos que creen que un simple conjuro mágico puede encarrilar la realidad poniéndola al dictado de nuestros deseos.
Es por esto que una ley no puede guiar al ser humano a lo más encauzarlo por lo que tendrá que estar atenta de saber por dónde puede transitar para corregir desviaciones contranaturales, no de saber por dónde debiera transitar siendo esta la diferencia entre una ley anclada en el terreno empírico y una desenraizada ley desprendida de las fantasiosas ensoñaciones de un político empeñado en crear un mundo ideal a base de literalmente palabrería inocua.

3 comentarios:

Sierra dijo...

Desde luego. Los políticos (me permito esta vez una generalización que no me agrada) quieren siempre curarlo todo con alguna ley especial. Es increíble lo imaginativos que se ponen.

Nunca funciona, y se preguntan por qué.

Pero si es obvio, carajo.

José Luis Ferreira dijo...

Hombre, no seamos tan extremos. De vez en cuando, alguna ley, más o menos, funciona.

Hay muchas posibles causas que pueden llevar a actitudes discriminatorias.

-Preferencias por un grupo frente a otro (genéticas o aprendidas).
-Preferencias de tus clientes (o familia,...) por un grupo frente a otro. Tal vez tú no las tengas, pero si tus clientes las tienen o tú crees que las tienes, podrás tener actitudes discriminatorias.
-Información basada sólo en al media del grupo: sin un grupo tiene menos renta, educación,... se tenderá a sesgar a los individuos de ese grupo según la media del grupo.
-Equilibrio ineficiente: si el equilibrio es exigir a los del grupo A un currículum y a los del B uno mayor para un puesto, será difícil salir de él. Los del B, sabiendo esto, tendrán más currículum y los empleadores racionalmente pensarán que los que tienen menos son peores.

Hay más ejemplos. Cada una de estas causas (y todas coexisten) requiere, en principio, unas acciones sociales y políticas distintas para solucionarlas o paliarlas. Algunas leyes pueden fácilmente actuar contra algunas y no contra otras.

Héctor Meda dijo...

Bien dicho Sierra. Lo triste es que los políticos de uno u otro bando siempre tienen una legión de feligreses de uno u otro bando que le aplauden por norma con independencia del acierto de sus acciones.

Jose Luis,

Sí, claro, algunas leyes funcionan. En el post doy ejemplo de una así como doy explicación de su por qué.

Me muestro escéptico, no obstante, con aquellas leyes que pretenden hacer correciones morales y que nomás consiguen que se realicen conductas huecas.

Así, por ejemplo, una ley de paridad que obligue a una empresa a que el cincuenta por ciento de sus empleados sean mujeres conseguirá seguramente reducir el paro femenino pero no conseguirá reducir el machismo imperante -supuesto que esa sea la razón del paro femenino que va a ser que no- ni por tanto que ese odio salga por otro lado luego en la empresa donde estas trabajasen.

Ese es el quid, que la ley corrige a lo más conductas discriminatorias pero como las motivaciones discriminatorias siguen intactas éstas aparecerán por otro lado.