martes, 6 de octubre de 2009

En el principio fue la Deíxis

El hombre sabe que hay en el alma tintes mas desconcertantes, mas innumerables y mas anónimos que los colores de una selva otoñal... cree, sin embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo

Chesterton, citado por Borges en El idioma analítico de John Wilkins

Chalmers inventó el término zombi como "ser consciente sin qualia", un ser que él, a mi juicio, precipitada y no satisfactoriamente argumentado, afirma no distinguirse conductualmente de nosotros de forma que así consigue sacar a colación una tésis de superveniencia en donde se defiende, y en sus propias palabras, un dualismo natural. Es decir, Chalmers cree que, al no poder distinguirse un mundo zombi de uno normal, entonces existe un ámbio no sobreviniente a la física además de la lógica.

Por mi parte, como no creo en el dualismo o, mejor dicho, no veo necesidad de él, diré que los eventos mentales existen en tanto en cuanto tienen incidencia fenoménica de una forma intersubjetivamente comprobable y si no, precisamente carecería de sentido postularlos. Dicho en otras palabras, los qualia determinan mi conducta por lo que si una persona se conduce de una forma idéntica o similar a la mía entonces he suponer que su conducta está determinada por los mismos determinantes: los qualia.

Nótese que, en rigor, sólo tengo certeza de una interioridad fenoménica, de mi yo (y aquí cada uno pone su yo). Para el resto la infiero a partir de la similitud de sus conductas.

A este respecto el segundo Wittgenstein es lapidario. No hay dolor sin conducta de dolor, dirá en sus Investigaciones filosóficas (páragrafo 281). Más concreta y brillantemente dirá (páragrafo 293):

Si digo de mí mismo que yo sé sólo por mi propio caso lo que significa la palabra 'dolor' — ¿no tengo que decir eso también de los demás? ¿Y cómo puedo generalizar ese único caso tan irresponsablemente?

Bien, ¡uno cualquiera me dice que él sabe lo que es dolor sólo por su propio caso!— Supongamos que cada uno tuviera una caja y dentro hubiera algo que llamamos «escarabajo». Nadie puede mirar en la caja de otro; y cada uno dice que él sabe lo que es un escarabajo sólo por la vista de su escarabajo. — Aquí podría muy bien ser que cada uno tuviese una cosa distinta en su caja. Sí, se podría imaginar que una cosa así cambiase continuamente. — ¿Pero y si ahora la palabra «escarabajo» de estas personas tuviese un uso? — Entonces no sería el de la designación de una cosa. La cosa que hay en la caja no pertenece en absoluto al juego de lenguaje; ni siquiera como un algo: pues la caja podría incluso estar vacía. — No, se puede 'cortar por lo sano' por la cosa que hay en la caja; se neutraliza, sea lo que fuere.

Pero, ¿qué son los qualia? ¿Acaso no son ficciones gramaticales? Al fin y al cabo, según Wittgenstein, no se puede hablar del dolor sin una conducta del dolor (páragrafo 281).

Para mostrar qué es un qualia del dolor, una experiencia fenoménica del dolor, déjame llevarte a dar un breve paseo por el reino de la consciencia y su contraparte, la inconsciencia.

Schrödinger, en su librillo Mente y materia, encontrará una respuesta que considero satisfactorio. Coge el libro, estoy en la pág.15:

Cualquier serie de acontecimientos, en la que intervenimos con sensaciones, percepciones, y quizá acciones, se escapa gradualmente del dominio de la consciencia si se repite de igual modo y con mucha frecuencia.

Pero salta inmediatamente a la región consciente si el acontecimiento o las condiciones ambientales experimentan alguna variación con respecto a todas las incidencias previas.

En suma, cada experiencia fenoménica consciente nace para tutelar nuestra interacción con el mundo. Cada experiencia fenoménica consciente es un aprendizaje sobre el mundo. Piensése que, si por aprendizaje entendemos grosso modo la adquisición de una respuesta conductual debido a un estímulo ambiental, entonces toda conducta consciente, en tanto que conducta, es necesariamente un aprendizaje de algo, a saber: un conocimiento experiencial, conocimiento tácito, inarticulable que puede parcialmente verbalizarse (o no) pero que en cualquier caso, dicha verbalización, de darse, dejará tras de sí residuos deícticos. Inefables. Como una definición recursiva.

Hay que notar que el determinismo lingüístico, la hipótesis de que el lenguaje predetermina nuestra percepción, la hipótesis de Sapir-Whorf, se ha mostrado falsa ya que se ha podido comprobar que los bebés, chimpancés e incluso las palomas son capaces de categorizar y agrupar categorías de objetos en conceptos aun no teniendo lenguaje. En palabras del lingüista cognitivo Mark Turner:

El lenguaje no es una facultad separada, ni tiene un órgano específico, sino que participa de la cognición general, siendo de esta una faceta más.

El lenguaje no mina la realidad, no construye galerías hasta el fundamento último de lo real desde donde extraer la preciosa y dura Verdad. Nuestro lenguaje, por el contrario, es nomás que un instrumento coordinador de conductas. Mark Turner, otra vez:

Las palabras no significan. Las expresiones no significan. Los términos no refieren. El lenguaje es un sistema de diminutas incitaciones que guían a los oyentes para que construyan elaborados significados. Usamos la pequeña caja de herramientas del lenguaje para incitar a otros, y a nosotros mismos, a activar operaciones mentales que ya poseemos para trabajar sobre cosas que en su mayor parte ya sabemos.

Consecuentemente, nuestro lenguaje, no subdetermina nuestra experiencia consciente, simplemente discretiza un impausado continuum experiencial con el que, de lo contrario, no cabría un diálogo interactivo. En suma, nuestras prácticas lingüísticas, caracter-izan la realidad, la configuran, estabilizándola, retardando las metamorfósis de una proteica mudanidad mediante la sublimación de ciertos detalles que de lo contrario quedarían des-cuidados como esos fotogramas que, por excesivamente breves en su aparición, acaban siendo subliminales.

Para Funes el Memorioso, incapaz de pensar en tanto que pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer; la experiencia de cada instante siempre será algo nuevo, incomparable. Un poco a la manera de nosotros, sólo que nosotros uniformamos esa experiencia a través de nuestros filtros, a saber:
1) un lenguaje, que universaliza esas realidades singulares,
y
2)un inconsciente, que recoge todo detalle irrelevante (o ya aprendido) para nuestro objetivo consciente.

Lo recien dicho engarza con la opinión sobre los qualia mantenida por Edelman para quien cada experiencia consciente distinguible representa un "quale" distinto. Por lo tanto, nuestras sensaciones interiores predeterminan nuestras conductas de forma causal. No van emparejadas con ella sin relación lógica alguna. No son instrucciones verbales o de cualquier otro tipo lo que determina el devenir de nuestros pensamientos sino al revés, son las sensaciones pre-verbales las que construye nuestro pensamiento por ende comportamiento. Un zombi no se comportaría como nosotros.

No obstante, lo más jugoso, metafísicamente jugoso, que muestran en última instancia los qualia es algo que ya sabían los nominalistas, esto es, que todo esencialismo metafísico (fisicalismo, dualismo, platonismo,...) que se pretenda nomotético y más en general, lo que conceptuamos, lo que designamos de normal como entidades reales desde nuestro lenguaje, no son más que hiperónimos que mezclan, no diremos aribitrariamente, pero sí adaptativamente, todo un dispar y caótico conjunto de experiencias estrictamente singulares en aras, no de inteligir un mundo por lo demás irreductible, sino de hacer habitable una realidad de lo contrario hostil.