martes, 13 de octubre de 2009

El sonido de una sóla mano al aplaudir

Verum et factum reciprocantur seu convertuntur
[Lo verdadero y el hecho se convierten el uno en el otro y coinciden]
Giambattista Vico

Existe un famoso koan que pregunta por el ruido de un árbol al caerse en un bosque desierto. Se busca así rastrear un inexplorable camino hacia lo real exento de toda huella humana.

Análogamente podemos preguntarnos si hubieran sido dulces los higos de no haber habido humanos para saborearlos. Es sorprendente descubrir ahora, que el darwinismo, en un proceso de inversión del pensamiento que preludia un renacimiento del idalismo, nos responderá a esta pregunta de tintes koánicos diciendo que no, que nuestras percepciones son las que crean ese ámbito de la realidad que llamamos sabor y que nos resulta útil, por tanto real, en tanto que nos encauza hacia conductas adaptativas.

Ahora podríamos ir más lejos aún, entrar en el ámbito metafísico, en el más puro delirio diletante y preguntarnos si de hecho habría "higos" de no haber existido nuestra capacidad cognitiva de bautizarlos como tal. Desde mi constructivismo radical la respuesta es un rotundo no.

No hay olor sin olfato, visión sin ojo, ruido sin oído pero tampoco, tendremos que decir, palabras sin lenguaje, conceptos sin cognición. El lenguaje, como cualquier otro instrumento perceptivo, es otra vía más de percepción del mundo de modo que dicho mundo aparecerá tal como nos lo mediatiza nuestros sentidos (lenguaje incluido).

Verbi gratia: los olores aparecerán tal que como nos los presenta el olfato en su interacción con el mundo. Más genéricamente, tendremos que decir que las entidades se nos aparecerán tal como nos la categoriza la cognición en su interacción con lo real.

De este modo, de la sal, pongamos, de su concepto, como de su tacto, como de su sabor, como de su color, como de su olor, diremos que existirá en la medida que haya humanos para olerla, verla, saborearla, tocarla, conceptuarla, imaginarla.

Definitivamente es importante no perder nunca de vista la naturaleza enclaustradora del lenguaje, no olvidar de que no nos podemos salir de él, que toda idea que pretenda caminar sobre el orbe se debe previamente haber corporeizado en lenguaje, que toda idea sobre lo real no surge de una confidente materialidad suprapersonal sino de las posibilidades conceptualizadoras emanadas de, y limitadas por, nuestra capacidad verbal, cognitiva, que sí, adaptada a la realidad, y sí, incrustada en algo pero no minadora de ese algo. En nuestro jugetear por el mundo, de las cartas con las que ganamos tecnología manipuladora del mundo, ninguna ha sido barajada por la realidad, con ninguna estamos a priori obligados a jugar, se llame esta "color", "dulce" o "átomo".

Esto sucede porque el valor ontológico del lenguaje (verbal, científico, matemático) y sus criaturas, los conceptos; es idéntico al de la visión y sus criaturas, los colores; al del gusto y sus criaturas, los sabores; al del tacto y sus criaturas, la aspereza; al de la nariz y sus criaturas, los olores; al del oído y sus criaturas, los ruidos; es decir, su valor, el del lenguaje y sus criaturas, es totalmente (inter)subjetivo, dependiente de un humano que siempre es Nomoteta de la realidad porque no somos espectadores de la trama del mundo sino sus pirandellianos actores de modo que ésta, por nuestra mera presencia, existe de forma diferente que si no existiéramos, de igual modo que lo dulce se añade el mundo en el momento en que aparece un paladar.

No obstante, no afirmo, cuidado, que la realidad nos necesite para su existir sino que, lo que no nos necesita, sea lo que sea pero que es; no se puede tocar, ver, oler, oír, saborear, siquiera nombrar. Pretender husmear qué es, sería como querer escuchar el sonido de una sóla mano al aplaudir. Sin el concurso de la otra mano, no habría aplauso alguno, sino silencio aunque no, por cierto, una nada que ya nos quedaría a desmano.

Análogamente, sin el concurso de nuestra mente habría un mundo aunque no, por cierto, éste cavernoso mundo nuestro.

Sé, empero, que a pesar del desmarque explícito seré acusado de la herejía solipsista. No obstante, siempre he considerado que esta filosofía, en su versión fuerte, es indistinguible de otras metafísicas, es abiertamente irrelevante creerla verdadera. En su versión débil, es indistinguible de otras metafísicas, es abiertamente irrelevante creerla verdadera.

En su versión fuerte, como creencia de que la Creencia puede ser una fuerza mágica activa, es una postura que no tiene aplicaciones prácticas. Si viviéramos en un mundo en donde las leyes naturales fueran impugnables mediante la mera convicción absoluta de que lo son, repito, convicción absoluta; entonces, ¿sería aún así posible que alguien sobreviviera luego de tirarse de un quinto piso? No, por cierto, porque nuestra realidad intramental no se circunscribe exclusivamente a nuestra voluntad y existen, en consecuencia, convicciones que medran a pesar del concurso podador de una intencionalidad racionalizadora.

Entendido esto, cae también por su propio peso la version débil del solipsisimo, que nos habla de una realidad exterior emanada de nuestro inconsciente y cae porque del Libro de la Naturaleza podríamos decir entonces que lo relevante es que tendría carácteres indelebles y lo irrelevante que la escritura de los mismos hubiera sido exclusivamente culpa mía, compartida por otros o venida del Otro.

7 comentarios:

Joaquín dijo...

Bien. El Teeteto contiene disquisiciones inagotables sobre este asunto. Como saben los místicos, la realidad es dicotómica (lo que percibe y lo percibido, lo que conoce y lo conocido, y así...).

José Luis Ferreira dijo...

Veo un salto lógico no autorizado en tu discurso. Es un poco vago, así que no sé si refutaré lo que dices o lo que pareces decir.

Si llamas "higo" al concepto que los humanos se hacen de una cosa que se les presenta desde la realidad filtrada por sus sentidos, es de perogrullo que no existían los higos antes de los humanos.

Si llamas "higo" a esa parte de la realidad que genera ese concepto en los humanos (y que generan otras cosas en otros seres), entonces sí existían.

A diferencia del concepto "dulce", el de "higo" es bastante objetivable, y podemos ponernos de acuerdo entre individuos de distintas especies y con distintos rasgos cognitivos acerca de lo que es un higo. Ni siquiera hace falta que sean especies muy inteligentes. Creo que coincidimos con los chimpancés y con las pequeñas avispas que los fecundan en reconocer lo que es un higo y no una manzana.

Héctor Meda dijo...

Joaquín,

Sí, una discusión inagotable y legendaria. Yo rebautizaría la dicotomía percibidor-percibido como pareja inindividualizable

Ferreira,

Existe a no dudar conceptos venidos de nuestra percepción que no son mangoneados por el lenguaje pero sí por nuestra estructura cognitiva. Por ejemplo, lo que identificamos como nuestra pareja puede ser tumbado a nada que tengamos el mal de Capgras.

No obstante, lo que de normal entendemos por entidad y manejamos en nuestros discursos (científicos, callejeros,...) suelen ser arbitrarias creaciones lingüísticas como demuestras la paradoja de Teseo o las discusiones pro-vida/pro-elección.

Sea cual sea el caso, considero vigente la tésis del post, la idea de que siempre tenemos realidades que se nos presentan ruidosamente en nuestra cabeza porque nuestro cerebro ha metido una mano.

José Luis Ferreira dijo...

Creía que la tesis era

(i) que el darwinismo dice que no existen los higos.

(ii) que la mediación del cerebro en nuestra toma de contacto con la realidad puede ser establecida con un lío nominalista.

A las dos proposiciones anteriores me refería.

La tesis de la mediación del cerebro en nuestro conocimiento se establece con la observación de que nuestros sentidos a veces nos engañan, o de otras como que con instrumentos de precisión podemos observar más cosas o que, indirectamente, nos damos cuenta de que otras especies son capaces de sentir (sin concebir nosotros cómo es la sensación que producen) cosas que nosotros no percibimos (la longitud de onda ultravioleta, el campo magnético,...).

Todo lo anterior nos legitima para dudar que nuestras sensaciones se correspondan exactamente con la realidad. De la misma manera que el hecho de que a medida que conseguimos sacar más información a los sentidos, a través de instrumentos de precisión, podemos hacer más cosas en la realidad nos legitima para pensar que estamos haciendo algo parecido a un mapa de la realidad.

Héctor Meda dijo...

Yo subsumiría toda mi anotación en la tésis de que la cognición es la organizadora del mundo experiencial del sujeto, no la descubridora de una objetiva realidad ontológica.

José Luis Ferreira dijo...

Y yo estoy de acuerdo con la tesis, pero no con el argumento concreto que has usado para defenderla.

Es lógicamente posible (aunque seguramente sea físicamente imposible) que un ser tenga un intelecto que le permita comprender la realidad tal como es, excluyendo tal vez el intelecto de otros seres como él.

Los nombres que estos pusieran a las cosas (si se pusieran a ello) tendrían los mismos problemas de definición. Por tanto, lógicamente no se puede deducir que por tener estos problemas con los nombres podamos deducir nada acerca de la relación entre nuestro intelecto y la realidad más allá de que necesitamos estos nombres (definiciones, lenguaje) para entendernos.

Héctor Meda dijo...

Carecería de sentido que, negando cualquier validez objetiva a nuestros conceptos, hubiera pretendido decir que la cognición en general y no más bien la cognición humana en particular sea así.

Es porque nuestra cognición es así, cumple el principio de verum-factum, por lo que sabemos que en nuestro caso el mundo puede ser pensado pero no entendido.