El libro sagrado del que mejor se conocen las condiciones en que fue escrito es el Corán. Las mediaciones entre la totalidad y el libro eran por lo menos dos: Mahoma escuchaba la palabra de Alá y se la dictaba a su vez a los escribanos.
Una vez -cuentan los biógrafos del Profeta-, al dictar el escribano Abdulah, Mahoma dejó una frase a medias. El escribano, instintivamente, le sugirió la conclusión. Distraído, el Profeta aceptó como palabra divina lo que había dicho Abdulah. Este hecho escandalizó al escribano, que abandonó al Profeta y perdió la fe.
Se equivocaba.
La organización de la frase, en definitiva, era una responsabilidad que a él atañía; era él quien tenía que arreglárselas con la coherencia interna de la lengua escrita, con la gramática y la sintaxis, para acoger la fluidez de un pensamiento que se expande al margen de toda lengua antes de hacerse palabra, y de una palabra particularmente fluida como la de un profeta. La colaboración resultaba necesaria para Alá, desde el momento en que había decidido expresarse en un texto escrito. Mahoma lo sabía y deja al escribano el privilegio de concluir las frases; pero Abdulah no tenía conciencia de los poderes que estaba investido.
Perdió la fe en Alá porque le faltaba la fe en la escritura, y en sí mismo como agente de la escritura.
jueves, 22 de octubre de 2009
Sobre el Rigor
Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero, pág.192:
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