jueves, 15 de octubre de 2009

¿Hay Alguien ahí?

En su cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Borges registra el siguiente hecho:

Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no admiten la menor réplica y no causan la menor convicción

El juicio al insigne obispo irlandés, lejos de ser una curiosa humorada humeana, como la impugnación de la causalidad, constituye la norma de quienes se han intentado acercar a las posturas de Berkeley y se han encontrado con, desde la más rigurosa posición empirista, una inmaculada vindicación de la existencia de Dios.

No sólo Hume, sino legiones de pensadores, en aras de bloquear a la filosofía berkeleyana el acceso a lo irrefutable, han intentado rebajar el linaje de la misma y hacerla hija de un estéril solipsismo para luego así justificar un desacuerdo sin haber blandido argumento alguno.

Mas nunca Berkeley defendió el solipsismo precisamente porque creyente. Es más, nadie jamás lo ha hecho, nadie, del que al menos se tenga noticia, lo ha defendido. Nadie a menos que tuviera un corazón de piedra pues a este respecto el propio Borges resulta lapidario al recordarnos que:

Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única

No será ni siquiera como distracción intelectual abanderable el solipsismo pues esta postura filosófica lejos de irrefutable, como se alega tenazmente, es abiertamente insostenible.

Veámoslo. En su modalidad ingenua, cuando en la creencia de que la creencia puede ser una fuerza mágica activa, resulta ser una postura que no modifica nuestras conductas más allá de un improductivo platicar. Este hecho se clarifica si tratásemos de visualizar lo que pasaría en un mundo en donde las leyes naturales fueran impugnables mediante la mera convicción absoluta de que lo son; entonces, ¿sería aún así posible que alguien sobreviviera luego de tirarse de un quinto piso? No, por cierto, porque nuestra realidad intramental no se circunscribe exclusivamente a nuestra voluntad. Existen convicciones que medran a pesar del concurso podador de una intencionalidad racionalizadora.

Entendido esto, se refuta también por su propio peso una version supuestamente más refinada del solipsisimo, una versión que nos habla de una realidad exterior emanada exclusivamente de nuestro inconsciente. Deberemos anotar a propósito de ese insconsciente que, en tanto que inabordable por mi yo, decir que es perteneciente a mi realidad mental es un abuso del lenguaje. Esa realidad, porque inmanipulable, será indiferente de mi yo y porque indiferente de mi yo, diferente a mi yo.

Del Libro de la Naturaleza diremos entonces que tiene carácteres indelebles, que la escritura de los mismos no puede exclusivamente haber surgido de, ni seguir sosteniéndose desde, mi ser sin además el concurso creativo de los otros o, tal vez, del Otro.

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