domingo, 4 de octubre de 2009

Algo pasa en Mary (o no)

Aceptemos el idealismo, aceptemos el crecimiento concreto de lo percibido, y eludiremos la pululación de abismos de la paradoja.

¿Tocar a nuestro concepto del universo, por ese pedacito de tiniebla griega?, interrogará mi lector


Jorge Luis Borges, La perpetua carrera de Aquilesy la tortuga, del libro Discusion.

En la neurofilosofía se dan concurso una cantidad increíble de experimentos mentales filosóficos que hacen las delicias de los borgianos, esto es, de los auténticos amantes de la filosofía. Además, desde ese ámbito y tristemente sólo desde ese ámbito, los órdagos lanzados alcanzan cotas metafísicas y el experimento mental del que hoy quiero hablar es ejemplo paradigmático de ello.

Frank Jackson es el original proponente del experimento de Mary:

Mary es una brillante neurocientífica que -premisas de filosofía ficción- es forzada a investigar el mundo desde una habitación blanquinegra y sólo a traves de un monitor televisivo en blanco y negro.

Especializada en neurociencia de la visión consigue -premisas de filosofía ficción- TODA la información física poible sobre qué hechos físicos suceden cuando nosotros vemos tomates, el cielo o más generalmente algo rojo, azul y bueno, ya has entendido la dinámica. Más concretamente, ella sabe qué longitud de onda venida del cielo es la que estímula la retina ocular y sabe cómo exactamente se produce la estimulación de su sistema nervioso hasta llegar al momente en se pronuncia la frase: "El cielo es azul".

Ahora, como a Segismundo, lo sacamos de su torre de marfil, o bien, menos traumático, le presentamos un monitor a color en donde aparece un cielo azul. La cuestión es, ¿Mary aprenderá algo? ¿Sí o no?

Según Jackson, como ella aprende algo acerca del mundo y ella sabía de todos los hechos físicos es obvio que hay algo más que información física, es obvio que el fisicalismo es falso.

David Chalmers en su libro La mente consciente infiere las mismas conclusiones metafísicas
del experimento, pág.144:
Jackson realizó su formulación como un argumento en contra del materialismo más que en contra de la explicación reductiva. Han habido muchas respuestas al argumento; (...). (...) Simplemente hago notar que dado que parece evidente que cuando ella ve el color rojo por primera vez está descubriendo algo acerca del modo de ser del mundo, resulta evidente que el conocimiento que ella obtiene es conocimiento sobre un hecho. Los hechos físico, por lo tanto, no implican lógicamente a los hechos sobre la experiencia consciente.
Y a este respecto, ¿qué dicen los materialistas? Tal vez sería bueno citar al neurofilósofo naturalista por excelencia en la actualidad: Daniel Dennett. En Dulces sueños dirá, pág.134:

"""""En mi teoría (y en la de Tye, si se une a las filas de los materialistas finos), no hay ningún problema: Mary no sólo no aprendería nada, sino que no se sorprendería, pues no existen hechos fenomenológicos manifiestos. A esta altura, si el lector es como muchos de mis estudiantes, se sentirá aocasado por una franca incredulidad. "Pero,¡por supuesto que Mary aprende algo cuando la liberan! ¡Tiene que ser así!" ¿Ah, sí? Entonces, tendrán que dar un argumento que lo demuestre, basado en premicas que aceptemos todos. "Es lógico", me dirán, y luego no me darán razón alguna porque considerarán que no son necesarias. Yo las necesito.

Bill Lycan respondió a mi necesidad:
Aquí tienes una forma de ver por qué algunos creemos que Mary aprende algo. Lo que uno sabe cuando sabe lo que se siente al experimentar la sensación de azul es inefable o, al menos, es muy difícil expresar con palabras sin usar comparaciones. Uno acaba recurriendo al frustrante deíctico: "Se siente...así". La razón por la que Mary, omnisciende desde el punto de vista físico, no sabe lo que se siente es que lo inefable y/o inelimninablemente deíctico no puede deducirse, inducirse, ni siquiera obtenerse por abducción, de un corpus de datos científicos impersonales (comunicación personal).
Yo diría que Lycan expresa la opinión de muchos los que creen que Mary aprende algo, y al menos ahora tenemos una versión explícita del supuesto de inefabilidad y una explicación del papel que tiene en la argumentación que yo reclamo. Pasemos ahora a la argumentación en sí.

En primer lugar, nadie podría negar que las proposiciones de Lycan son afirmaciones teóricas amplias y no intuiciones lógicas mínimas o juicios inmediatos y puros basados en la experiencia. Lo que uno sabe cuando sabe lo que se siente al experimentar la sensación de azul es inefable. El concepto de inefabilidad al que se apela podría elaborarse así: no es cierto que haya una cadena de oraciones de una lengua natural sin deícticos, tenfan la existencia que tengan, para expresar de manera adecuada lo que se siente al experimentar la sensación de azul.

Me gustaría que se probara. (Estoy siendo irónico. La inefabilidad sería una de las últimas cosas sobra las que me gustaría elaborar una teoría formal, pero valdría la pena evaluar la dificultad de una empresa de ese tipo.) Es de suponer que querremos comparar la inefabilidad de lo que se siente al experimentar la sensación de azul con la fácil efabilidad de lo que se siente al percibir un triángulo. Es posible decir a quien nunca ha visto o tocado. Es posible decir a quien nunca ha visto o tocado un triángulo, con palabras elegidas con cuidado, qué esperar, de modo que, cuando esa persona tenga una primera experiencia con un triángulo, lo identificará con facilidad utilizando la descripción que se le ha dado. No aprenderá nada. Con el rojo o el azul no ocurre lo mismo, o al menos ésa es la idea popular en la que descansa el experimento de Jackson. (Con un experimento mental sobre Mary la geómetra, a quien se la prohibido ver o tocar triángulos, no habría llegado demsiado lejos.) Sin embargo, si lo que se siente al ver un triángulo puede expresarse a la perfección con una decena de palabras y lo que se siente al ver París de noche en primavera puede decirse con unos cuantos miles -de acuerdo con un cálculo empírico a partir de los intentos más o menos exitosos de los novelistas-, ¿cómo podemos estar tan seguros de que lo que se siente al ver el rojo o el azul no puede transmitirse a quien nunca ha visto los colores con unos millones o miles de millones de palabras? ¿Qué hay en la experiencia del rojo o del azul que vuelve imposible la tares? (Y por favor, no me vengan a decir que es inefable)

Dado el carácter extremo del experimento mental de Jackson, estamos obligados a tomar en serio la cuestión. Recordemos que Mary sabe todo lo que puede aprenderse sobre el color por medio de la ciencia física y podemos atribuirle la capacidad de concentración y el poder de comprensión necesarios para leer y entender tratados de diez mil millones de palabras sobre lo que se siente al ver el rojo con la misma facilidad con que se comprender una definición de un triángulo de veinticinco palabras o menos.

Según Lycan, la sensación "es muy difícil expresar con palabras y sin usar comparaciones", pero el experimento que estamos analizando no es sobre la dificultad sino sobre la imposibilidad. El hecho de que nos resulte difícil imaginar que exista una descripción adecuada de lo que siente al ver el rojo no es argumento suficiente. Es cierto que, al enfrentarse a la ingente tarea, uno cae en lo que Lycan llama, con propiedad e ingenio, "el frustante deíctico", pero de la innegable afirmaciónd de que es muy difícil pensar en formas de caracterizar lo que se siente sin recurrir a esos deícticos de uso privado a la aserción amplia de que los deícticos son ineliminables hay un largo trecho. Por cierto, sólo la absoluta ineliminabilidad tendría peso en una argumentación contra la posibilidad de que Mary infiera lo que siente al ver al rojo.
(....)(Lo que acabo de hacer es invitar a los filósofos a ponerme en evidencia elaborando una argumentación que demuestre, partiendo de premisas en las que todos estemos de acuerdo sin problemas, que Mary no puede calcular qué le parecerán los distintos colores)."""""

Hasta aquí las palabras de Dennet, las cuáles me parecen, honestamente, un despropósito continuado (v.gr: lo dicho de París). Tengo la intución, dicho sea de paso, que los únicos que verdaderamente no confunden la realidad, que no la confunden con el lenguaje, que no confunden el mapa con el mundo; son los idealistas. Asombra que sean los únicos humildes en el alcance del lenguaje y asusta comprobar la cantidad de naturalistas que, en el fondo, no son nominalistas porque siempre se avienen a postular metafísicas agazapadas.

Acabo la perorata y vuelvo al interesante experimento. Lo que en última instancia está exigiéndonos Dennett -injustificadamente además dado el carácter maximalista de su metafísica- es que se demuestre la inexistencia de un diccionario finito de términos en donde todos los conceptos, v.gr: rojo, queden perfectamente definidos. Obvia así, el carácter hipernómico y por tanto arbitrario de todo concepto definido en un diccionario. Obvia así, cómo el significado auténtico de una palabra no se debe a una correcta correspondencia fáctica sino a nuestro conocimiento de cómo se usa en un determinado juego de lenguaje. Obvia así, lo que todo nominalista sabía: todos los conceptos son flatus vocis.

Umberto Eco creo que aclara mejor lo que acaba de decir en el libro Semiótica y filosofía del lenguaje en donde dice ser (pág.154) teóricamente imposible concebir un diccionario de primitivos universales estructurados de modo tal que constituyan un conjunto finito. Más concretamente, pág.155:

"""""De esto se deduce que las propiedades o marcas conceptuales son meros artificiosn estenográficos que los diccionarios utilizan para no tener que proporcionar otras informaciones 'sobreentendidas' y no complicar las definiciones. Si la comunidad de los hablantes acepta que un líquido es una sustancia evaporable, contenible, capaz de mojar, entonces definir el agua como líquido entraña un notavle ahorro de energía. Esta y no otra es la función de los hiperónimos en un sistema léxico. Las marcas 'semánticas' de Putnam no poseen ningún régimen lógico o metafísico especial: sólo tienen un régimen lexicográfico. Son artificios hiperonímicos. Así como los géneros y las especies de un árbol de Porfirio sólo son nombres para paquetar diferencias, estas marcas conceptuales son meras abreviaturas léxicas para paquetes de propiedades fácticas cuyos detalles no se considera oportuno mencionar.

Es por esto que se puede recurrir a las marcas de diccionarios: hay infinitos contextos en los que cabe poner en tela de juicio diversas propiedades de /agua/, /hombre/, o /gato/, salvo las propiedades de ser, respectivamente, un líquido, un ser humano y un animal. La organización local de un diccionario establece cuáles de las propiedades, asignadas anteriormente a una unidad de contenido, no deben ser puestas en tela de juicio en el ámbito de determinado discurso, porque cada discurso (cada contexto) presupone que algunas nociones 'se aceptan sin discusión' [N. de Héctor: "el frustante deíctico"]. Esto último no significa que dichas nosciones se consideren en mayor o menor grado semánticamente necesarias, sino sólo que, para la buena marcha de la interacción comunicativa, es pragmáticamente neceisario que se acepten algunas cosas como presupuestas.
(...)
En este sentido, pues, organizamos un diccionaria cada vez que nos interesa circunscribir el área de consenso en que mueve un discurso.

Si la enciclopedioa es un conjunto no ordenado (y potencialmente contradictorio) de marcas, la estructura de diccionario que le vamos imponiendo trata de reducirla, en forma transitoria, a unos conjuntos lo más jerarquizados posible.""""""

Terminamos con Chalmers, pág.193 del libro ya citado:
Dennett adopta una visión relacionada pero más extrema, argumentando que Mary no aprende nada en absoluto. Hace notar que (...) si un equipo de experimentadores intenta engañarla mostrándole una manzana azul, ella podría no dejarse engañar. Quizás esto sea así, pero todo lo que se deduce es que (...), Mary tenía ciertas destrezas de reconocimiento aun antes de haber tenido su primera experiencia del color rojo. Esto no muestra en absoluto que Mary tenía el conocimiento crucial: conocimiento de cómo sería ver el color rojo. (...) De modo que el argumento de Dennett es, aquí, un camino equivocado.

En última instancia, la estrategia que un materialista debe adoptar es negar que Mary adquiere conocimiento acerca del mundo. (...).
El materialismo requiere la sobreviniencia lógica, y ésta exige uqe Mary no pueda obtener ningún conocimiento fáctico de de ninguna clase cuando experimenta el color rojo por primera vez.
(...)
Pero, en contraposición, la propia inverosimilitud de la negación de que Mary adquiera conocimiento acerca del mundo es evidencia de que el materialismo está condenado
Y aún peor: acríticamente aceptado.