Tamborileos en la Palma: Cómo aprendemos a pensar, mojarnos y no naufragar en el mar de las apariencias.

 Comencemos por Helen Keller.

Ésta nace en 1880 en Alabama y ni antes de los dos años, meningitis maldición mediante, queda sorda y ciega. 

¿Y qué será desde entonces si no una niña feral? 

No exactamente como sabrás si sabes la historia. 

Gracias a Anne Sullivan --por mediación de Graham Bell quien a su vez por mediación de los padres de Helen-- buscará aprender a comunicarse.

En un primer momento, Anne busca por el medio del tacto invocar un lenguaje. Según por quién nos contó la historia en su libro El poder de las palabras, Mariano Sigman, sabemos que al parecer Anne hacía la vez de una escritura a máquina sobre la carátula palma de Helen hasta que la vibración táctil quedara inscrita en su memoria carnal. 

Un día puede ser la palabra "agua", que seguido del toqueteo, la llevará a hasta un grifo a tocar con la mano el agua, hasta que algún otro día, y ese día llegó, la palabra "agua" se tamborilea sobre la palma de Helen y es aquí que ella misma se levanta y se acerca al grifo y toca el agua: la fuente del lenguaje se ha roto paso en la pedregosa discapacidad perceptiva de Helen. 

La sensación vibrátil de la palabra "agua", comprende Helen, no es solo esa impresión y ya, sino la embocadura de una constelación de sensaciones que encabalgará ahora con las riendas del símbolo "agua".

Efectivamente, la percepción inicial de Helen es un fenómeno externo (si lo quieres llamar así), pues basada está en la experiencia sensorial, en la asociación de impresiones. No obstante, a medida que su comprensión del tamborileo de "agua" rompe la presa de su muralla de sensaciones, puede comenzar a razonar sobre esta sensación ahora en tanto que constelación de sensaciones, de Idea, de una manera abstracta, lo que la habilita a incursionar en el dominio de las relaciones de ideas pero desde una percepción inicial de hechos. 

¿Podría Helen haber alcanzado la impresión del concepto de "agua" sin la repercusión de Anne en su vida?

No, a lo más habría sido una niña Feral.


Ahora bien, antes de continuar, quiero que asumas, si no estoy errando, que tu afirmación de que hay fenómenos mentales internos y un mundo exterior, sólo la llega Descartes a concluir DESPUÉS de activar la duda metódica y culminar con su <<Cogito ergo sum>>.

Para él --paradigmáticamente- el "yo" nunca sería algo entregado por la sociabilización sino algo ya "dado".

¿Es el <<cogito>> un fenómeno excavado desde adentro que surge por el puro existir de un yo?


NO, si me logro explicar. 


Busquemos mirar, primero, de dónde emergen los conceptos que internalizamos (supuestamente si seguimos al pie de la letra la metáfora mental espacial).


Volvamos con Helen: ¿Qué entiende por <<agua>> ella? Aquello que le ha sido posible conjugar con Anne.

Si, como niña Feral, Helen hubiera permanecido en su Laberinto sensorial, no habría encontrado la "marcha" al encuentro con el concepto <<agua>>. 

¿Correcto? 

Quiero decir: Helen no entiende el <<agua>> como una impresión sensorial más, sino como aquello con lo que se viene a a la mano al jugar con Helen al tamborilearle ésta la mano así o asá.

Por lo tanto, <<agua>>, para Helen, NO es un fenómeno interno descubierto desde un hacia dentro exclusivamente introspectivo sino un juego trabado hacia fuera en contacto con Helen. 


Sin esa fricción externa, la chispa del entendimiento interno no alumbraría nada per se.


Y cuando el sujeto pensante sale al encuentro de un <<cogito>>, ese fenómeno mental no se habrá alumbrado por un mero explorarse hacia dentro sino que sólo fue posible a resultas de una fricción permanente que se fraguó en contacto con un exterior.


La duda metódica no puede aislar a un individuo y presuponer que se da a sí mismo conceptos inteligibles con un habla, sin a la vez conceder que para que esa realidad emergiera, siempre antes hubo de haber un exterior que previamente lo emplazara.


Pero si cualquier concepto mental interno tiene su emplazamiento previo en la interacción social, entonces, como con cualquier juego, nadie puede tranquilizar al que "cogita" de que no esté realmente jugando mal al juego del <<cogito>> y que cuando cree que le tamborilearon "agua", en realidad, tuvo un cosquilleo interno.


¡Ah! ¡El Demonio ha vuelto!


¿Qué tan diferente somos a Helen cuando filosofamos y pretendemos usar conceptos como "cogito" o "ergo" o "sum" (por cierto, términos en latín)? 

¿Hasta qué punto estamos embebido de estos conceptos y si los sabemos usar bien y des-espinar correctamente sus imprecisiones? 

¿Hasta que punto hemos logrado punzar una certeza y no haber mostrado la misma eficacia de quien trata de beber agua con un tenedor? 


Cuando yo salgo al porche de casa preguntándome si los gatos están felices, cabreados entre sí, acaso cabreado conmigo porque no son los gatos felices, feliz porque lo sean o feliz de cabrearme porque no lo sean y de que felizmente sea capaz de sentir: ¿hasta qué punto --a la manera de Philip K.Dick-- estoy proyectando realidades que he socializado pero no están presentes ahí?


Quiero referir a un fenómeno mental interno y al final no tengo mas que <<aguas>>.

¿Cómo sabía Helen que estaba mojándose? 

Del mismo modo que tú estás en <<el acto de pensar>>, vale decir, a través de la fricción conjugada con un exterior. 

¿Cómo sabes que del <<acto de pensar>> se sigue el <<existir>> (y de hecho sepas qué sea la existencia)? 

Como sabe Helen que está mojándose.


Las conclusiones que tú puedes sacar sobre la existencia y sobre el pensamiento, no son fenómenos mentales internos privilegiadamente creados ex nihilo sino herramientas que fraguaste en contacto con un jergático juego aprendido y cuyo uso e implicaciones bien puedes haber malentendido: dices que entiendes que "piensas" y que de ahí concluyes que "existes" pero ya convenimos que tu creencia de estar en el acto de pensar, y tus "piensas" y tus "existes", no son más que <<agua>>, conceptos vaporosos y evaporables aprehendidos jugada a jugada por ciertas impresiones, no en virtud de un modus ponens (otro latinajo), sino de un calambre no sabemos si demoníaco.


NO se trata de negar nuestra existencia a la manera pura sokalada con que Hume eructa un comentario (a la sazón: performativamente autocontradictoria) contra Descartes sino de poner en solfa que se pueda uno anclar en una percepción empírica sin base a un conocimiento de causa.


El núcleo de mi crítica no es que el cogito sea falso o que el yo no exista, justo todo lo contrario, sino que Descartes, al presentarlo como un "dato" inmediato de la conciencia ("el Mito de Lo Dado"), pasa por alto y no reconoce la condición de posibilidad que hace inteligible incluso esa misma certeza: el Principio de Razón Suficiente. Lo innegable es el Principio de Razón Suficiente cuya negación conlleva autocontradicciones performativas y cuyo uso es inexcusable e irrevocable en toda impresión, por pura que ésta se pretenda venida sin mayor cuento ni conocimiento de causa.


Sabemos que existimos con la mayor certeza posible, pero esa certeza es un tipo de conocimiento (racional, fundamentado) y no otro (sensitivo, dado). Y el principio que nos permite ese conocimiento es el más fundamental de todos.

El error de Descartes fue vender la joya (la conclusión fundamentada) como si fuera él el joyero (el principio de fundamentación cuando el verdadero Artesano, el PRS, es inalienable e indestructible, incluso por el genio maligno más poderoso, porque hasta dicho bastardillo tendría que usarlo para engañarnos.



He querido ofrecer un "punto arquimédico" diferente al de Descartes, uno que es formal (una regla de la razón) en lugar de sustancial (una sustancia pensante), lo que lo hace más resistente al escepticismo y que no principia el correlacionismo como creo que el francés erró.


Vamos a construir un argumento formal que cuestione la posibilidad de una descripción sin conocimiento de causa, vale decir, sin una base explicativa o justificativa).  Refutado esto tendríamos que concluir que aún la observación directa está cargada de teoría, vale traducir, la selección de qué observar y cómo describirlo presupone categorías conceptuales que funcionan como, y exigen un, conocimiento de causa.


Tesis a negar (T): Es posible una descripción pura (D) de X sin conocimiento de causa (C).


Definiciones:


Descripción pura (D): Un relato o enumeración de hechos o propiedades sin apelar a causas, razones subyacentes o justificación.


Objeto de descripción (X): Puede ser:

(a) La totalidad de las cosas (el mundo en su conjunto).

(b) Un conjunto de hechos particulares (un subconjunto de la realidad).

Conocimiento de causa (C): Base explicativa o justificativa que fundamenta por qué X es como es, o por qué D es adecuada.



Argumento por casos:


Caso 1: X es la totalidad de las cosas.


P1. Si D es una descripción completa de X (la totalidad), entonces D debe ser exhaustiva (no puede omitir nada relevante).

P2. Para afirmar que D es exhaustiva, se requiere un criterio que defina qué cuenta como "todo" y qué queda excluido.

P3. Cualquier criterio de exhaustividad debe estar justificado: debe demostrarse que efectivamente captura la totalidad y no deja fuera nada esencial.

P4. Justificar el criterio de exhaustividad implica un conocimiento de causa (C) (p.ej., una teoría metafísica, epistemológica o lingüística que fundamente los límites de lo decible).


Conclusión 1: Por tanto, una descripción pura de la totalidad sin conocimiento de causa es imposible, ya que la pretensión de completitud requiere justificación.


Caso 2: X es un conjunto de hechos particulares.


P5. Si D describe un subconjunto de hechos (no la totalidad), entonces D implica una selección: ciertos hechos se incluyen y otros se excluyen.

P6. Para que D sea significativa (y no arbitraria), debe justificarse por qué esos hechos son relevantes, invariantes o distintivos.

P7. Justificar la selección requiere un criterio (p.ej., relevancia causal, interés práctico, invariabilidad, etc.) que explique por qué ciertos hechos merecen ser descritos y otros no.

P8. Este criterio de selección constituye un conocimiento de causa (C) (p.ej., una hipótesis científica, un contexto pragmático, una estructura lingüística).


Conclusión 2: Por tanto, una descripción pura de un subconjunto sin conocimiento de causa es imposible, ya que la selección requiere justificación.



Conclusión General:

En el Caso 1, la descripción de la totalidad exige justificación de la exhaustividad (C).

En el Caso 2, la descripción de un subconjunto exige justificación de la selección (C).

No hay un tercer caso posible: cualquier descripción o bien apunta a la totalidad o bien a un subconjunto.

Por lo tanto, toda descripción presupone inevitablemente algún tipo de conocimiento de causa (C) que fundamente su validez.


La tesis T es falsa: no es posible una descripción pura sin conocimiento de causa.


Ergo cualquier descripción, ya sea de la totalidad o de una parte, requiere una base justificativa (explícita o implícita) que la fundamente. Consecuentemente, la idea de una descripción totalmente "pura" o libre de explicación es insostenible. Cuando adquirimos conocimiento no pasa que nomás recibimos una impresión sino que una percepción se hizo conocer con conocimiento de causa.


Por lo tanto siempre que nos apostamos en un conocimiento, pasa que apostamos hay algo en juego y no una mera impresión recibida y ya.


Quiero hacer pedagogía de este punto, si me das tiempo y paciencia, por favor.


Si un medieval, por caso, nos viera aquí en un Podcast hablando en torno a una mesa, bajo una luz artificial puesta boca abajo, papeles repartidos por doquier, en las paredes pósters a color de Michael Jordan mateando y Kiss sacando la lengua, los micrófonos con su cabeza agujereada y su serpeante cableado cruzando la habitación hasta pinchar un ordenador repleto luces, ¿qué vería? ¿Lo mismo que acabo de describir a fuer de que el medieval, como cualquier otro, tiene ojos y ve lo que le da a ver sus ojos?


Lo que sea que ha visto, si no es lo que es, en tanto que avance la escena, bien se dará cuenta, que no lo había visto, que de repente, lo deja de ver, por caso, que uno de los conversadores acerca demasiado la boca al micrófono como para ser una víbora, o lo que sea, pero en suma: su visión es evanescente en tanto surge por impresión, no se ha hecho con conocimiento de causa. La prueba de fuego de si vemos correctamente no es la intensidad de la impresión, sino nuestra capacidad para interactuar con lo visto de forma congruente y pertinaz.


Por eso es importante conocer con conocimiento. 

En los casos de cribaje, cuando un paciente llega con dolor de cabeza, ¿acaso se le hace un TAC por si tuviera un tumor cerebral? No, se le va haciendo un pruebas de validación de la enfermedad plausible según la probabilidad de dicha afección.

Si alguien empezara por un TAC, en caso de prueba fallida, ¿por dónde seguiría? Es como coger todas aquellas enfermedades que tengan de síntoma una "migraña" y escoger su verificación tirando un dardo, ¿no podríamos encontrar un algoritmo más eficaz que ordenara nuestro estrategia de abordaje de manera menos costosa?

Si yo tengo que adivinar un número, pongamos π , ¿no sería mejor ir cifra a cifra adivinando si de unidades "3" o cual, luego de decimales "1" o cual, y no ir salteando las adivinanzas y preguntar por el decimal cienmillonésimo, luego preguntar qué cifra es la milésima, etc.?

Un abordaje ordenado significaría una inquisición en donde el conocimiento s posa con conocimiento y puedo entonces ir truncando una impresión de manera que tal vez desconozca, llegado una sesión interrogativa, qué más decimales sigue al "3,1451592" pero ya sé seguro que el número que ando buscando tiene tres unidades, de decimal uno, etc.

Por eso es importante conocer con conocimiento. 


Ahora mismo existe gente que frente al bólido extrasolar  3I/ATLAS (el tercero de aquel primero que fue Oumuamua) , el cual, está cruzando nuestro sistema solar, y vista algunas anomalías (cola invertida, emite níquel pero no hierro, va a carambolear por las órbitas de todos los planetas sin pinballear en ninguno), que quieren precipitadamente saltar a etiquetarlo como "nave extraterrestre" y apelan a un empirismo ingenuo y una abertura de mente: ¿no es verdad que sin cribaje y llegando a destiempo a conclusiones, estaríamos perdiendo la oportunidad de alcanzar un conocimiento con conocimiento?


Quienes gritan "¡Nave!" no son abiertos de mente: son ludópatas mentales. Prefieren el abracadabra de una narrativa emocionante al trabajo estratégico de la racionalidad: observar, modelar, cribar, enredar conocimiento.


Y es que el conocimiento con conocimiento de causa tiene un salvavidas que no lo aporta ninguna intuición o visión remota: te ofrece una salida a cuando la conjetura se desvanece: la posibilidad de volver para atrás en el laberinto de opciones y escoger aquella salida en el cruce que habíamos desechado en principio.

Es un hilo de Ariadna que nos baliza la desorientación que sufría aquel medieval de cuyo naufragio te hablaba antes.


No se trata de recibir una verdad, sino de tener un estrategia para juntar conocimiento valiéndonos del emulsionante de la razón, incluso a través de los errores. Y ese método es el hilo que nos teje una brújula para no naufragar en el mar de las apariencias.

Naufragio, sí. No es poco lo que hay en juego. Repetiré por lo tanto, lo concluido antes: siempre que nos apostamos en un conocimiento, pasa que apostaremos que hay algo en juego y no una mera impresión recibida y ya.


Ni siquiera debe ser el principio guía la Navaja de Ockham. El de pesos asimétricos en términos de costo puede prevalecer como con el Primer Principio Estratégico: <<Planificar según lo peor, esperar lo mejor>> podría prevalecer en caso de un escenario de Bosque Oscuro.


O una decisión bajo restricción temporal severa: igual hacer un TAC puede salvarte de una enfermedad fulminante --cuenta atrás 5 minutos-- que aunque solo sea un 1% quien la padezca, el probar el resto de enfermedades puede llevarte más allá de ese tiempo y saldría precisamente a cuenta hacer primero esa prueba.


Pero me podrás replicar: <<Y si ese costo del 1% es desborbitadamente X, no hay modo de establecer una frontera racional.>>


¡Oh! Esto es muy kantiano (¡peligro! ¡peligro!). Cuando dices que no hay una "frontera racional" universal para un costo desbordante (X), estarías señalando una antinomia práctica de la razón. La razón calculadora no puede resolverlo por sí sola, por decirlo en términos del filósofo prusiano.


No lo estás viendo si piensa así. Repito: siempre que nos apostamos en un conocimiento, pasa que apostamos hay algo en juego y no una mera impresión recibida y ya.

Esto significa que si tengo conocimiento de que un coste es desbordante, este conocimiento debe ser hecho con conocimiento de causa y no arbitrarse fuera del marco mental de una manera ad hoc y por tanto deux machina. Lo contrario es volver a la ludopatía mental que nos aboca a la bancarrota cognitiva. Dicho de otro modo: incluso en sus elecciones más fundamentales y existenciales, la razón no se apaga: de calcular probabilidades a evaluar coherentemente marcos y por tanto justificar juicios de valor. Todo permanece en la racionalidad. En efecto, no puede haber interrupciones so pena de romper la continuidad en juego del conocimiento.

Cualquier otro enfoque no abundará en un juicio moral sino en una impresión alucinatoria tal como aquel medieval viendo un podcast en vivo.

Por concretar, si existe algún momento en donde concluyes que la vida no puede tener valor infinito, más precisamente: que a partir de este valor, X se vuelve insostenible; lo tendrás que valor-dar en función de hacer una contraposición contrafáctica a una situación en donde no seguir ese criterio acabe en contradicciones so pena si no, de que no se esté calculando los decimales de π manera ordenada sino al tuntún o al tontón de actos de fe racional.


De hecho, si alguien concluye que "la vida  puede tener valor infinito" y actúa en consecuencia: tratándola como imprescindible, se sitúa en una posición pragmáticamente insostenible: no podría, yo qué sé, coger una avión con su hijo si este vehículo tiene una probabilidad no nula de accidentarse y por tanto no dejaría de estar en un juego de la ruleta rusa.

Es como el chiste aquel: 


  • ¿Te acostarías conmigo por diez millones de euros? 
  • Sí, claro, con ese dinero tengo la vida solucionada para siempre.
  • ¿Y por un euro?
  • ¡¿Por un euro?! ¿Qué te crees que soy?
  • Lo que eres ya ha quedado claro con la primera pregunta. Ahora estamos negociando la tarifa.


No en vano, la suprema dignidad moral puritana de Kant le lleva a colapsos morales como el que si escondiera a un judío durante una redada nazi y se le preguntará a ver si está en su casa la presa huida, por mor de no mentir jamás, tendría que confesarle a los verdugos la verdad.

Compárese esta resolución con la aportada por Platón en el Libro I de La República en donde defiende no devolverle la legítima propiedad a una persona, en su caso un arma, si la ocasión lo justifica, en su caso porque está sediento de venganza.

Aquí tenemos un conocimiento moral con conocimiento de causa. No "¡Una Nave, una Nave!" ética.

No queremos el "¡Una Nave, una Nave!" del Imperativo Categórico sino el lento, meticuloso, siempre consciente "cálculo π" de la deliberación moral.


Repetiré por lo tanto, lo dicho ya antes: siempre que nos apostamos en una moral, pasa que apostamos hay algo en juego y no un mero imperativo recibido y ya.

Comentarios