Summa Metaphysicae XXII Diagramas de Venn-yoes
En Visión Ciega aventura de pasada Peter Watts en su ficción que el Trastorno Múltiple de la Personalidad sea menos una minusvalía (típica de la visión neurotípica) como una acentuación de nuestros impulsos naturales. Piénsalo: nuestra memoria muscular, nuestra jerga, cualquier estado anímico se modula según el exposoma: los ambientes que tengamos sean estos laborales, románticos, amistades, familia de manera que en cada uno de ellos nuestro "yo" se texturiza y arraiga y fricciona diferente según el juego interactivo.
Podríamos pensar en diagramas de Venn (a diferencia del trastorno de personalidad) que común-izan pautas anímicas y disposicionales de nuestros yoes pero que igualmente tienen su propio circulo experiencial.
Serían diagramas de Venn-yoes
Platón (al albur según Havelock de incoar conceptos sub specie aeternitatis) fue el primero en afirmar que hay un "yo" que hay que autenticar a base de introspección por medio de participación en lo Eterno en vez de prolongarlo por repetición extrovertida de una musica homérica.
Platon con-figuró al Individuo al re-Cortar-lo del afluir re-son-ande de la Sociedad y exigirle un Campo de Sentido en torno al a-con-tender del Bien en sí y para sí.
Por supuesto hablaríamos aquí de una auto-de-terminación.
¿Y no sería esto como el Barón de Münchhausen que a base de tirarse de los pelos se hace a poder volar?
No. Michio Kaku en La Ecuación de Dios nos da una analogía pedagógica que él usa para la ciencia, yo para la psicología:
Einstein aplicó esto a un tiovivo. Según la relatividad, cuanto más rápido te mueves, más plano te haces, porque el espacio se comprime. Al girar, el borde exterior de la atracción se mueve a mayor velocidad que el interior. Esto se traduce en que, debido al efecto relativista en el espacio-tiempo, el borde exterior se contrae más que el interior porque se mueve más rápido. Sin embargo, a medida que el tiovivo se acerca a la velocidad de la luz, el suelo se distorsiona, y ya no es simplemente un disco plano. El borde se ha contraído, mientras que el centro sigue igual, de modo que la superficie se curva como un cuenco vuelto del revés.
Imaginemos ahora que tratamos de caminar por el suelo curvado del tiovivo; no vamos a poder seguir una línea recta. Al principio podemos pensar que hay una fuerza invisible que intenta desviarnos, porque la superficie está deformada o curvada.
Entonces, alguien en el tiovivo dice que hay una fuerza centrífuga que lo empuja todo hacia fuera, pero, para un observador del exterior, no hay ninguna fuerza externa, sino únicamente la curvatura del suelo
Lo que hizo Einstein fue combinar todo esto. La fuerza que hace que te caigas en un tiovivo está en realidad provocada por la deformación del propio tiovivo. La fuerza centrífuga que se siente es equivalente a la gravedad; es decir, es una fuerza ficticia derivada del hecho de estar en un marco de referencia que acelera. En otras palabras, la aceleración en un marco de referencia es idéntica al efecto de la gravedad en otro marco, y este se debe a la curvatura del espacio.
El existir somántico bajo campos de fuerza puede entenderse de manera similar. Desde un punto de vista exterior, puedo ver a Jordan flotar en el aire sometido a fuerzas gravitatorias pero semejante descripción terciopersonal no caracteriza adecuamente la resistencia somática con la que Jordan está experimentando el salto a canasta.
Imagina que el baloncestista fuera tetrapléjico y lo moviera como un maniquí un ángel camino a canasta, ¿qué sentiría en sus pies y brazos? Nada. No, desde luego ninguna fuerza, pero si es que sí tuviera sensibilidad, las fuerzas que va a sentir tirarle para abajo, se le harán como aquel del tíovivo tan presentes como un andar cuesta abajo que su cuerpo puede, si bien no impugnar, si somatizar su resistencia sensomuscular.
Se ríe Robert Sapolsky (y con razón) que cada vez que quiere impugnar el libre albedrío algún estudiante ufano le refuta la pretensión con el mismo banal gesto: levantando un brazo. Comentario que, por cierto, tal cual escribe en su simpleza Tolstoi en el prólogo de su Guerra y Paz.
No seré yo quien le prohiba sonreírse al neuroendocrinólogo estadounidense, de hecho, comparto de su risa franca, no obstante, esto tiene más intríngulis si me lo permites hacértelo ver.
Él mismo dice que acude a juicios a defender y justificar la enajenación transitoria de un ahora acusado por la vía de mostrar la rendición lovecraftiana a la que su voluntad fue sometida en un momento de estrés alta tensión, cuando le saltaron los plomos, cuando esa persona, momento de defensa propia, se ensaña y se deshoga matando y rematando a su agresor en primera instancia durante decenas de puñaladas y puñado de minutos de manera irrazonable y a todas luces ya baldía para asegurar su supervivencia.
Sin ir más lejos, ahora en Italia, prácticamente cuando escribo estas líneas, una mujer de 65 años fue arrestada en la ciudad italiana de Viareggio acusada de homicidio voluntario.
Seguramente pase el resto de sus días en la cárcel.
Por las cámaras de seguridad se puede ver cómo deliberadamente atropelló varias veces a un hombre sin hogar que le había pretendido robar el bolso. La agresora embistió con su todoterreno al sujeto con antecedentes por pequeños robos. Se ha podido corroborar el hecho de que después del atentado, la mujer bajó del vehículo pero para recuperar su bolso y marcharse sin socorrer a la víctima, quien obviamente falleció más tarde en el hospital.
Si mal no le leo a Sapolsky, éste el tipo de casos en donde él ayuda a regenerar una inocencia en los acusados, no a base de disputar hechos fácil mente documentados, sino de mostrar cómo la enajenación transitoria --la rendición lovecraftiana, aquel <<durante el combate, no te da tiempo a tener estados de ánimo: es todo cuestión de supervivencia>>--, termina por ser una fuerza tan implosiva a esos niveles abisales de estrés en los que uno está inmerso que el sumergible de la consciencia colapsa abruptamente, con él la responsabilidad, por tanto la pena imputable.
Si se obvia la perspectiva fuerza-lista del tiovivo visto de afuera, y se inmersiona en la impresión vivida en primera persona de que alguien cuando está dentro de un arreo de fuerzas, sin perjuicio de que al final caiga y lo centrifugen a uno, es obvio que ese de-caer-se se produce por una inercia de un paso caído hacia y no por un operar mecanicista que no se siente en absoluto resbalándose de las manos.
El brazo levantado a fuer de pura fuerza de voluntad pretende un mundo sin fuerzas ni materialidades: la cuesta abajo del tío vivo no niega la inercia --al cabo indeclinable-- de una existencia la nuestra pero sí que recuerda que en todo acontecer volitivo hay una resistencia propioceptiva y que hay gente torpe y otra gente que desciende al abismo --cuando ya la cuesta no concede cambiar el paso-- con la cabeza alta siendo que la diferencia la puede marcar, de hecho la marca, un sentimiento adecuado, mejor dicho, un haberse en adecuado Campo de Sentido moral.
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