Summa Metaphysicae XVIII Somántica
Entonces, si ni lo egoico, ni lo enteramente ambiental, ni siquiera el entre medias, funda la experiencia sensible, ¿en dónde nos encontraremos con nuestra vivencia habida cuenta de que hay vivencia?
Si he hilado fino, cuando tire ahora del siguiente cordón espero que no protestes de haber desanudado todo intento de razonamiento verosímil. No te demoro más la respuesta:
>>Donde hay realidad, hay un yo tejiendo tiempo en espacio.<<
Es curioso cómo la metáfora textil de Lanzadera la use Platón para el lenguaje y no (hasta donde yo le leo) para el Yo, terreno en donde esa pedagogía tendría mucha más cosecha. Pero, por cierto, el insigne griego tiene consideraciones respecto al lenguaje un servidor coincidentes con las suyas, a saber: no tiene más importancia de la que tiene.
Si me hago explicar bien, te mostraré que nuestro "yo", como la lanzadera, tiene ante sí cosechada una realidad tal (Urdimbre) según las Cortaduras (Trama) sembradas.
No obstante, como te decía, voy a tratar de razonarte ese "yo" que me he fantaseado.
Empecemos.
Siguiendo aquí el resumen de Scruton, nos encontramos que la firme convicción de Hume a propósito de cómo las conexiones necesarias entre acontecimientos resultan inobservables descansa, al parecer, en el siguiente razonamiento: las relaciones causales, por su propia naturaleza, requieren una distinción ontológica entre los eventos relacionados:
Si A causa B, entonces A y B han de ser entidades discernibles, de modo que la identificación de A no implique ipso facto la de B. Pero si A y B admiten una individuación independiente, no cabe derivar analíticamente B a partir de A; su vinculación no puede ser sino contingente, una mera cuestión de hecho.
Las proposiciones necesarias, en cambio, son aquellas que expresan relaciones entre ideas, cuya verdad se funda en la mera estructura conceptual, como en el caso de 2 + 3 = 5. Si A y B estuvieran ligados por una relación de ideas, su conexión sería necesaria, pero entonces dejarían de ser eventos distintos, del mismo modo que 2 + 3 no es numéricamente separable de 5. La causalidad, en tanto vínculo entre existentes discretos, excluye por tanto toda necesidad lógica: su esencia misma resiste cualquier reducción a lo analítico. La necesidad, cuando aparece, es señal de identidad, no de conexión real.
Hasta aquí Hume.
Ahora bien, como sin duda leyó de Berkeley el escocés, tuvo que saber cómo aquel acertó a encontrar el derivar de nuestra idea de causalidad verdadera a partir de una única experiencia asociada a la mente: la experiencia de la volición.
Esto contrasta con el modo con que Hume refuta la causalidad, pues, a diferencia de los heptapodos con lanzadera alephiana, nuestro devenir se despliega en régimen causal de un modo tal que una cosa se se sigue de otra pero no de manera instantánea: hay un afluir de los acontecimientos en donde las cosas caen por su propio peso haciéndosenos a-unar todo en un Campo de Sentido donde lo real se nos de-bien-es según con-venga a la mano.
Quiero hacerte recordar: nosotros oímos nota por nota una sinfonía y no en acorde alephiano y fulmíneo. ¿Acaso no hay una causalidad en una partitura donde una nota A y otra B no son la misma pero una se sigue de la otra en tanto que han sido a-una-dadas de emulsionante una partitura (y en el caso de Bach: matemáticas "congeladas")? ¿No hay ahí una relación de Ideas --por continuar la jerga humeana-- que las hace con-jugar? ¿No pasa que cuando se me sale al encuentro una "cualidad secundaria" de un objeto (su dureza, por citar lo primero a la mente) se hace a mi traer a la mano en con-jugación a una realidad causal que es la que a-una mi conciencia la cual se me da en su juego del mismo modo que la muñeca de mi mano tiene su juego de mano?
Insisto: tenemos una única experiencia de la causalidad asociada a la mente: la experiencia de la volición, a partir de la cual derivamos nuestra idea de causalidad verdadera. Para nosotros (a diferencia de la comunicación performativa del idioma heptatopodo), el mundo nos habla en tiempo y causa.
Y ese es todo nuestro principio de realidad.
Las cualidades fenoménicas de un aparecerse no pueden estar enteramente en las apariciones mismas puesto que impedimentos internos pueden descomunicar tales impresiones: <<no hay peor ciego que el que no quiere ver>>. Pero tampoco se constituyen de manera endógena en nuestro cabo del yo puesto que en tal caso habría modo de incoarlas sin mediación objetual: por caso un color sin forma o incluso imaginar tan y tan convincentemente una impresión fogosa que mi cuerpo arda, y sin embargo, aún lo dolorosa que pueda ser nuestra fantasía, nunca nos cauteriza la piel. No obstante, si ni el objeto funda aisladamente la impresión, ni la impresión se funda aisladamente en nuestra cognición, por fuerza debe haber algún emulsionante que haga miscibles objeto y cuerpo y la aparición consiguiente de las impresiones de cualidades secundarias.
Recordemos el experimento mental de Mary, otra vez.
En puridad, ella no puede tener Conocimiento de ninguna impresión si previamente ésta no estuvo amoldada por una intelección que es la que dota de pregnancia --de sensibilización-- a dicha experiencia sensible. ¿Puede Mary señalar de manera deíctica un conocimiento sensorial desarraigado de toda intelección, uno al que no le quepa nada de intelección racional, sea un puro sentir, en hiato sin roce con la razón, en un más allá tan allá que no tiene trato con aquella?
No, como el sabor de la miel o el color rojo o la Quinta del Sordo, siempre he de referirme por vía racional a dichas impresiones para ab-sorber dicho devenir sensorial y es que sin esta fricción, no tendría posibilidad de re-fluir y conmemorar el Conocimiento de dicha Impresión.
No existe un dato sensible fundante completamente des-madeja-dado de un tiempo a partir de la cual, y por agregación, se erijan las demás impresiones sino que el Yo está en permanente con-tempo-fijación de toda impresión y cuando quiero emanciparme del Yo y el tiempo y quedarme con una mera impresión me sucede como con la linde de un lago: a más escarbo su orilla en búsqueda de un puro borde barro sin agua, más despliego el lago extendiendo su confín.
Si Mary quiere conocer el Rojo o el Sabor de la Miel o a qué suena la Quinta del Sordo --no importe que realmente vea rojo cerezo, pruebe miel del Brezo, escucha la Quinta según Karajan-- debe previamente haber tenido posibilidad de inteligir esa impresión, posibilidad intelectiva que NO se le da la mera generalidad impresiva de "un" rojo, "una" miel, "una" Quinta.
Lo que posibilita el tierra firme de saborearse "algo" es la estructura lagunaria por la que precisamente naufragamos en una impresión y no un acontecer simple que por su mero acontecerse endógeno no se llegaría a la impresión de una impresión, ¿o es que el sabor de la miel es "algo" que es también propio del sabor de la miel de Azahar y de Brezo si no fuera que yo en-tiendo que una y otra impresionan de maneras con-currentes, que no incomensurables?
Aquí estamos en el Viejo problema de por qué una cosa "es" o "no-es" puesto que el mero ser-se no holla ninguna impresión memo-ra(strea)ble.
En la serie Monk pero también con Sheldon Cooper en Big Bang Theory se hace un chiste tan facilón que es inevitable pensar sabe dios cuántas veces más se hizo (y sin embargo confieso que me saca una mueca): para enfatizar el carácter ultra-racionalista de sus protagonistas y a la vez su falta de sentido común y sentir común, simultáneamente los caracterizan como miedosos del agua y simultáneamente, pero por prevención, aprendices de natación por cursos de correspondencia: por supuesto sin mojarse ni un pelo.
¿Qué diferencia hay entre saber nadar y saber nadar?¿Me entiendes? El que se moja, flota, chapotea, respira, nada: sabe. El otro, muy posiblemente también: lo vemos en bebés, pero no sabe lo que es nadar, no sabe lo que es estar en el agua y verse que flota, chapotea, respira, nada: sabe.
Hay un Soma (el cuerpo) que puede saber cosas y otros saberes cuando no desprecintan su virginalidad de tan teoréticos e incorpóreos no valen como sustitutos: hay saberes corpóreos.
Llamémosle a este saber, somántica.
Mary Segismundo no tendrá conocimiento somántico desde su Torre de Babel de ciertas impresiones por abduciones que infiera hasta que la realidad la abduzca al interferirle en su paso.
Pero no hay somántica sin semántica.
Si las sensaciones, por abocar el argumento que trato de enhebrar, fueran cada una una bola de demolición, el sema que se nos da por ración-línea de raciocinio sería el atractor que las haría pendular a cada una en un arco delimitado: le daría su recorrido a-cortado para que nuestra impresión somática no fuera arrollada por un flujo torrencial de impresiones.
El sentimiento, por caso, sería --en expresiva lapidación de Byung-Chul Han-- aquella emoción con "espesor narrativo" que, como los protagonistas de Planilandia, nos rescatan de la plana dimensionalidad de un devenir para, mediante este asidero, "saltar" de manera no lineal a ciertas otras sensaciones o emociones psicofísicas.
¿O es que acaso el "Feliz Cumpleaños, Socio" leído por Guero no lo llevó a ciertas orillas sománticas en las que no hubiera podido naufragar de no haber entendido lo que le pasaba?
Vamos a estudiar estos "salto"s no lineales.
Quiero hacer notar cómo el fisicalismo es un horror que (aún) todo un defensor del mismo sabe explotar a capricho y con gusto.
Efectivamente, en El Instante Aleph, Greg Egan, en el mismísimo primer capítulo nos sumerge de lleno en el proceso de revivir a un paciente criopreservado después de un daño cerebral severo.
Aquí el texto:
Mantener el flujo de oxígeno y nutrientes del cerebro era esencial, pero no revertiría el deterioro. Los verdaderos catalizadores de la reanimación eran los miles de millones de liposomas, cápsulas microscópicas de droga hechas con membranas lipídicas, que se administraban junto con la sangre artificial. Una proteína clave insertada en la membrana abría la barrera entre sangre y cerebro, permitiendo que los liposomas emergieran de los capilares cerebrales al espacio interneuronal. Otras proteínas hacían que la propia membrana se fundiera con la pared celular de la primera neurona adecuada que encontrase, vertiendo un elaborado paquete de maquinaria bioquímica que volvía a suministrar energía a la célula, limpiaba una parte de los detritus moleculares de las lesiones isquémicas y la protegía del shock provocado por la reoxigenación.
Le habían introducido también otros liposomas, hechos a medida para los distintos tipos de células: las fibras musculares de la cavidad bucal, la mandíbula, los labios, la lengua y los receptores del oído interno.
Todos contenían drogas y enzimas de efectos similares: secuestraban la célula moribunda y la obligaban, brevemente, a reunir sus recursos en un último e insostenible estallido de actividad
No se trataba de una reanimación total llevada hasta extremos heroicos. Este tipo de reanimación sólo se permitía cuando la supervivencia del paciente dejaba de tenerse en cuenta porque habían fallado todos los intentos de mantenerlo con vida.
¿Qué narices le hace? Simplemente le mueve el "pinball" de la cabeza como si bamboleando la máquina desenchufada pudiera así seguir sacándole puntos a la vida. La reanimación del protagonista no es una restauración elegante de la conciencia, digamos, sino más bien un "golpear la máquina tragaperras" para sacarle los últimos destellos de actividad antes del apagón definitivo.
Hay un terror latente (y deliberado) en esto: ¿es "él" quien piensa, o son solo las drogas "haciendo ruido" en un cadáver neurológico?
Sería similar el caso a la la "conciencia bajo anestesia" o "awareness during anesthesia" en inglés. Un fenómeno real, aunque poco frecuente, en el que un paciente bajo anestesia general no está completamente inconsciente y puede llegar a recordar sensaciones, sonidos o incluso sentir dolor durante la cirugía, pero sin poder moverse ni comunicarse debido a los efectos de los fármacos paralizantes (bloqueantes neuromusculares).
Según estudios, la conciencia bajo anestesia ocurre en aproximadamente 1-2 de cada 1,000 pacientes bajo anestesia general, siendo más común en cirugías de emergencia (p. ej., cesáreas o trauma) o en pacientes con resistencia a anestésicos.
Por cierto, en estos casos de conciencia bajo anestesia sin alteración de constantes vitales (como frecuencia cardíaca o presión arterial) desafían la teoría de James-Lange y sus herederas (como la teoría de Schachter-Singer), que vinculan las emociones a los cambios corporales. Aquí hay dolor consciente sin las reacciones fisiológicas típicas (sudoración, taquicardia, etc.).
Ahora bien, ¿la somántica del resucitado de Egan sería diferente si entendiera por semas (razones) que estuvo muerto, ahora revivo, sufrirá un poco, en breve muerto otra vez?
Sin duda entender esto (toda vez que lo pudiera entender, pero: experimento mental) debe cambiar la experiencia somántica de su resurreción.
Si el fisicalismo es correcto entonces, y por fuerza, yo podría, chisporreteando nomás a una persona su cerebro, inducirle por somántica la comprensión semántica de que estaba muerto y morirá de nuevo.
¿Puede uno a base de chisporretear el cerebro hacerle sentimiento de ciertas realidades como que está muerto, "este relación no va a ninguna parte", "Feliz Cumpleaños, Socio"? ¿En el chisporroteo de nuestras neuronas está condensando en código morse todo tipo de semas con su correspondiente provocada somántica?
El "salto" más famoso de la literatura tal vez fue en una Noche del Infierno cuando Arthur Rimbaud se expresó:
Yo me creo en el infierno, luego estoy en él.
¿Y cómo es ser arrojado al seno de Proteus donde no cabe ración-línea para pendular las emociones y están se desa-sos-niegan sin a-camparse en un Campo de Sentido?
En Persépolis, Marjane Satrapi con morbosa legítima curiosidad le pregunta a un compatriota suyo ido a la guerra qué se siente de estar arrojado en esa situación:
Además, durante el combate, no te da tiempo a tener estados de ánimo. Es todo cuestión de supervivencia.
¿Pudiera haber emociones cuya somántica no admite sema que lo encauce?
Este es el destino recurrente de los protagonistas de los cuentos lovecraftiano: una implosión tan masiva de sensaciones que acaba por eliminar toda yoidad, por ende causal caudal: cordura.
Veo a ver si te lo hago ver más de cerca.
Cómo mató a Grace Budd, por entonces 10 años de edad, el psicópata Albert Fish se lo cuenta por carta a la madre de aquella:
El domingo 3 de junio de 1928, yo le visité en el 406 W calle 15. Le llevé un pote de queso y fresas. Almorzamos, Grace se sentó en mi regazo y me besó. Decidí comerla. Con el pretexto de llevarla a una fiesta. Usted [repito: le habla a la señora Budd] dijo que sí, que ella podría ir.
La llevé a una casa vacía en Westchester que yo ya había escogido. Cuando llegamos, le dije que se quedara afuera. Ella recogió flores, subí y me quite mis ropas. Yo sabía que si no lo hacía las habría de manchar con su sangre.
Cuando todo estuvo listo, me asomé a la ventana y la llamé.
Entonces me oculté en un armario hasta que ella estuvo en la habitación. Cuando ella me vio completamente desnudo comenzó a llorar y a tratar de correr escaleras abajo.
La atrapé y me dijo que se lo diría a su mamá. La desnudé. Pateó y me rasguñó. La estrangulé y entonces la corté en pequeños pedazos para poder llevarme la carne a mis habitaciones. La cociné y comí. Cuan dulce y tierno fue su trasero asado en el horno. Me llevó nueve días comer su cuerpo entero estaba deliciosa, carnosa y jugosa. No la follé aunque podría haberlo hecho si lo hubiera deseado.
Murió virgen.
Fíjate en esta escena en ella, en su comprensible ingenuidad primero: <<Ella recogió flores, subí y me quite mis ropas>> para a continuación el horror de verle desnudo, verse encerrada, venirse abajo:
<< Cuando ella me vio completamente desnudo comenzó a llorar y a tratar de correr escaleras abajo. >>
¿Qué creía la niña que pasaba o iba a pasarse? Nada concreto, muy seguramente: 10 años. Pero la emoción la tiró para abajo, adrenalina escalares abajo. En cierto modo, su emoción es como otra variación a lo de Mary: no sabe lo que está viendo pero sabe que no está bien porque se conoce que se viene a llorar y a correr y a lo último le advierte: <<que se lo diría a su mamá>> con lo que queda demostrado: no sabe lo que iba a pasarle y no necesitaba saberlo para saber que aquello no.
Pensamos el mundo para que la experiencia del mismo nos sea asimilable.
Y en última instancia, esto nos tiene que legar el pensamiento: un mundo habitable
donde nada nos turbe, nos espante..
Al contrario de una Ofelia avasallada por la vida (y Lear, Lady Macbeth y en general Shakespeare), el pensamiento debe guiarnos la inmersión de realidad en términos en fluyentes sin derribarnos ahogados, en suma, nos la tiene que hacer somántica la existencia. Frente a la implosión de una masividad de sensaciones no penduladas, un atractor tiene que hacernos aunar toda nuestra emocionalidad de manera gravitante en un Campo de Sentido.
Dennett usa a RoboMary para mostrar que, si un sistema puede calcular todos los estados mentales asociados al dolor, entonces ya "sabe" lo que es sufrir, sin necesidad de CON-vivencia.
No lo "veo", no lo "siento" así: ¿cómo va a ser lo mismo quedarte huérfano a los cinco años que a los cincuenta y cinco, bien por muerte accidental, homicidio o muerte natural, bien que estés sola en este mundo , que te acompañen marido o amistades?
En realidad, lo que nos proporciona el Sema es la posibilidad de sentir a-somar-se vivencias pasadas que ahora nos acompañarán --espesando la emoción hasta dimensionarla en sentimiento-- como cargas a la experiencia con la que pendular toda bola de demolición emotivamente devenida.
En ese sentido, el lenguaje coadyuda la con-tempo-rización de manera rizomática de una impresión: allí donde las sensaciones abren surco, cosechan emociones; el lenguaje siembra redes micelialies, nos cosecha sentimientos que punzan diferentes impresiones temporales con-vinientes con la que cargar un sentimiento que dé arco narrativo (o surco) a la bola de demolición de emociones.
Esto lo descubrieron los antropólogos con el concepto hipocognición. La hipocognición es un constructo que alude a una carencia en el aparato conceptual y lingüístico de una comunidad de hablantes para regimentar ciertas experiencias o estados mentales dentro de su esquema conceptual. El antropólogo Robert Levy, al estudiar la cultura tahitiana, observó una ausencia notable en su léxico: no disponían de un término que correspondiera a lo que otras tradiciones llaman tristeza profunda o duelo. Los tahitianos, pese a experimentar reacciones conductuales y fisiológicas análogas a las que en otros contextos se atribuyen al dolor emocional, carecían de los recursos semánticos y las estructuras culturales para categorizar dicha vivencia.
Podríamos decir que su esquema conceptual—ese entramado de términos y disposiciones conductuales que media entre el estímulo sensorial y el juicio—no incluía los nodos necesarios para articular tal experiencia. La hipocognición, pues, no es meramente un déficit lexical, sino una limitación en la red de creencias y significados que permiten interpretar y asimilar lo vivido.
Levy postuló que esta falta de herramientas conceptuales no solo restringía la expresión emocional, sino que también entorpecía el procesamiento mismo de la experiencia. Su hallazgo refuerza la tesis de que el lenguaje y la cultura no solo reflejan la realidad, sino que también la constituyen, en línea con el holismo epistemológico que Quine defendió: nuestros conceptos son, en última instancia, artefactos culturales que condicionan lo que podemos pensar y sentir.
Pues bien. Lo cuenta Mariano Sigman quien a su vez lo oyó de Renato Rosaldo.
Éste se encontró una vez a un ilgonotes en un estado de energía tan desbordante que no podía parar de cortar árboles al grito de "Tengo LIGET".
Cabe barruntar, según se le ve desplazarse por los ejes a la palabra en esta primera escena, que LIGET se dirige a emociones de alegría incontenible.
Aquí viene el giro de guión: Tiempo después, Renato, se encontró con que el desencadenante de LIGET suele ser la muerte de una persona.
¿Cómo es posible que la muerte pudiera estar asociado a lo que (en un primer movimiento axial) asociaríamos a una alegría desbordante?
Renato no entiende qué es Liget. No puede deducirlo. No puede resolverlo con "regla y compás". No parece ser un problema de construcción geométrica.
No lo pudo traducir.
No lo podía traducir porque Renato se encontraba huérfano de reglas para trazar la trayectoria territorial del rizoma liget, sin trasplante posible, sin traducción; en este vagabundeo se quedó sumido.
Es más tarde. Es otro día. Pero el mismo Renato.
A la vuelta de una caminata, de bienvenida un silencio atronador, el pueblo callado en el saludo, su esposa, Michelle, la detonante de aquella situación. Tirada en el suelo, rendido de la vida, el cuerpo tendido, muerta de una caída.
Entonces, como si se deshilachara al calor de una asfixia, Renato sintió a su alrededor, palpitando en ondulaciones vertiginosas, un ciclón de furia resquebrajándose que apenas alcanzó finalmente a ser una llovizna de jadeos y bocanadas de aire sin más.
Aquí debemos introducir otra pausa. Nuevo escenario.
Un largo tiempo después, mientras conducía por la carretera de vuelta a California, o de ida, tanto más dará, empezó a recibirse en una respiración desacompasada, una presión constante y focal que no cejaba de apresarle el pecho, el vértigo de una caída que no se cerraba: un ataque de ansiedad.
Paró en el arcén. Bajó del cocho.
Se puso aullar.
Sí.
Se puso a aullar.
No tardaría mucho en comprender: LIGET. Eso le estaba ocurriendo. LIGET. Eso significaba.
¿Y acaso no podía traducirse --trazarse ciertos ejes de-- LIGET por "alto voltaje"? Alto voltaje, sí.
Eso era Liget: este aguacero de dolor, este relámpago de furia, esta borrasca de jadeos, un recuerdo mojándote la cara.
Somántica semántica.
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